?Campeones, o¨¦, o¨¦, o¨¦!
Suena el pitido final y es el delirio, un estallido de furia colosal, de alegr¨ªa inaudita, de felicidad compacta
En la grada norte se masca la tragedia. En la grada sur, no hay un solo dedo, de una sola mano, que no est¨¦ cruzado con el de al lado. Entre los pies, las bolsas con comida se rinden lentamente al calor, aunque los cierres de las neveras port¨¢tiles no paran quietos. Los nervios hacen nudos en los est¨®magos, pero la ansiedad provoca una sed que es imposible saciar.
En la grada norte, la madre de un portero intenta mantener a raya el desaliento. En la grada sur, la madre del otro ha vuelto a rezar sin darse cuenta de que no reza bien, porque se le han olvidado todas las oraciones que aprendi¨® siendo ni?a. Las madres de los delanteros tambi¨¦n sufren. Si mete un gol, estoy un a?o sin beber cerveza, musita una, sin saber muy bien a qui¨¦n se dirige. Si mete un gol, dejo de fumar, lo juro, promete otra sin despegar los labios, y lo dice de verdad, porque est¨¢ sentada en la grada norte.
Sufren las madres, pero tambi¨¦n sufren las novias. No tendr¨ªamos que habernos acostado ayer, piensa una, porque, a ver, el pobre, con el calor que hace¡ Tendr¨ªamos que habernos acostado ayer, piensa otra, porque se enfad¨® conmigo y f¨ªjate, est¨¢ muy alica¨ªdo, me parece que corre menos que otras veces¡ Ellas tambi¨¦n hacen promesas absurdas e inconcretas, si ganan, no protestar¨¦ nunca m¨¢s si sale los viernes con sus amigos; si ganan, nos mudaremos a su barrio; si ganan, le dejar¨¦ comprarse un perro¡
Ellas tambi¨¦n hacen promesas absurdas e inconcretas, si ganan, no protestar¨¦ nunca m¨¢s si sale los viernes con sus amigos...
El ¨¢rbitro pita el final de la primera parte, y en las dos gradas, ambas hinchadas se levantan a la vez. 0-0. Con ese resultado, el equipo de la grada sur es el campe¨®n, pero si los de la norte marcaran un gol¡ Un golito, por favor, un golito, el hermano peque?o del lateral izquierdo no se levanta hasta que su madre le obliga a coger un bocadillo de mortadela que parece reci¨¦n salido del microondas, de lo caliente que se ha puesto el papel de plata despu¨¦s de una hora al sol. Un golito, sigue pensando mientras le da el primer mordisco, un golito, un golito¡
En el cielo, en alg¨²n lugar inconcreto que no se ve, porque no existe, los deseos de la grada norte y los deseos de la grada sur libran una ?lucha mortal, tan feroz, tan implacable, como la que sacude los cielos de otras ciudades, otros estadios, otros bocadillos fr¨ªos que parecen calientes. Sin embargo, en los 15 minutos del descanso, nadie para de hablar, como si los labios fueran v¨¢lvulas por las que acertaran a escapar la tensi¨®n, los nervios. Hasta que de nuevo saltan al campo los dos equipos, se escucha el pitido del ¨¢rbitro, y retornan el silencio y los rezos, los dedos retorcidos, las promesas imposibles de cumplir.
Hasta el minuto cinco. En el minuto cinco, el equipo de la grada sur marca un gol. El delantero centro cuya madre no sabe ni lo que reza cabecea el bal¨®n que un compa?ero le ha puesto en el punto de penalti despu¨¦s de sacar un c¨®rner. El bal¨®n entra limpiamente en la porter¨ªa contraria aunque el autor del gol le pareciera un poco alica¨ªdo a su novia durante la primera parte. A partir de ese momento, todo se acelera. Seis minutos despu¨¦s, el ¨¢rbitro se atreve a pitar un penalti favorable al equipo de la grada norte, y el hijo de la madre desesperada empata el partido, aunque se hubiera empe?ado en acostarse con su novia la tarde anterior. Todo vuelve a estar como al principio, pero peor, porque en las neveras port¨¢tiles se ha fundido el hielo y ya no quedan cervezas. Con este resultado, la grada norte gana el campeonato. As¨ª parece hasta que, en el minuto 23, el defensa central de su rival, que no se ha acercado en su vida a la porter¨ªa contraria, roba un bal¨®n y lo manda hacia delante de una patada seca, brutal, que pilla al portero del campe¨®n provisional absolutamente desprevenido. 2-1. La grada sur vuelve a sentirse campeona a 22 minutos del final. A 21 minutos, a 20, a 19¡
Cuando todav¨ªa faltan 10 para que se cumplan 90, la hinchada empieza a pedir la hora por hacer algo, por gritar algo, por no morirse de ansiedad en su grada, pero los minutos pasan tan despacio como si cada uno llevara una bola de hierro encadenada al tobillo. Ocho¡ Siete¡ Seis¡ Al final, cuando se cumple el tiempo, el ¨¢rbitro concede tres m¨¢s, de descuento, y un bal¨®n envenenado se estrella contra el larguero, impidiendo que el campeonato cambie de manos.
Suena el pitido final y es el delirio, un estallido de furia colosal, de alegr¨ªa inaudita, de felicidad compacta.
El equipo de la grada sur se ha ganado el derecho de jugar la pr¨®xima temporada en Tercera Regional. Ni siquiera los campeones de Primera Divisi¨®n est¨¢n tan contentos como ellos.
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