Muero por estar vivo
Ya sea por culpa del pensamiento o de las manos, no dejamos una plaquita quieta, lo que es un modo de decir que no somos nadie
Lo hemos visto en el cine, a veces en la vida. Vuelve uno de las vacaciones y en la placa que hab¨ªa en la puerta de su despacho figura otro nombre. Parece que en lugar de regresar de la playa, regresas de la guerra de Troya. A Ulises no le cambiaron la placa ni el despacho porque a¨²n no se hab¨ªan inventado las placas ni los despachos, pero le hab¨ªan dado por muerto. Solo el perro, Argos, lo reconoci¨®. La vida contempor¨¢nea tiene su ¨¦pica, inscrita en lat¨®n. Aqu¨ª aparecen unas manos cualesquiera, con sus cinco dedos cada una, cambiando la placa de un esca?o de la Asamblea de la Comunidad de Madrid. Gonz¨¢lez Gonz¨¢lez, Jaime Ignacio, est¨¢ a punto de caer (ya tiene un lado suelto) para dar paso a su sucesor o sucesora. Anax¨¢goras, con perd¨®n, dec¨ªa que el hombre piensa porque tiene manos, a lo que Arist¨®teles respondi¨® que el hombre tiene manos porque piensa.
En el primer caso, el cerebro ser¨ªa una extensi¨®n de las extremidades superiores y, en el segundo, las extremidades superiores una prolongaci¨®n del pensamiento. La cuesti¨®n es que, ya sea por culpa del pensamiento o de las manos, no dejamos una plaquita quieta, lo que es un modo de decir que no somos nadie. El ¨²nico cargo duradero, si se trata de un cargo, es el de difunto. Cada a?o, cuando vamos al cementerio, vemos las mismas l¨¢pidas con los mismos nombres. Solo que debajo del nombre, en vez poner director general o consejero delegado, figuran dos fechas entre las que cabe, como en un s¨¢ndwich, la existencia de cada uno de nosotros. Lo dec¨ªa Antonio Vega: ¡°Para vivir, morir; muero por estar vivo¡±.
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