Los coches matan m¨¢s que las vacunas
Los posibles efectos secundarios son tan ¨ªnfimos que dejar de vacunar a tu ni?o es como conducir borracho
Que las vacunas son uno de los grandes inventos de la medicina moderna es una verdad tan indiscutible como el hecho de que la Tierra es redonda (eso s¨ª, achatada por los Polos, porque toda verdad tiene su letra peque?a). De hecho, las vacunas, junto con la penicilina, han reducido de tal manera la mortalidad en el mundo que, de rebote, se ha producido un incremento de las hambrunas: a m¨¢s bocas que llenar, menos a repartir. En 1955 la vida media en el planeta era de 48 a?os; en 1995, de 65, y se espera que para 2020 la esperanza de vida llegue a los 73 a?os (datos de la OMS); y eso ha sido en buena parte gracias a las campa?as de vacunaci¨®n. Por ejemplo, s¨®lo entre 2000 y 2012, la vacuna contra el sarampi¨®n evit¨® cerca de 14 millones de muertes (datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo).
El problema, claro, es que las vacunas, al igual que todas las medicinas que utilizamos, pueden tener efectos secundarios. Como la aspirina o el bicarbonato, que la gente ha tragado a mansalva tan alegremente durante d¨¦cadas; como las vitaminas con las que nos atiborramos. S¨ª: la inocente vitamina C tambi¨¦n puede ser perjudicial para tu salud.
Y no s¨®lo las medicinas. Todo lo que hacemos tiene un riesgo. M¨¢s a¨²n, la vida misma conlleva un peligro descomunal, la amenaza cierta e inevitable de nuestro fin. La vida mata. S¨ª, repitamos la perogrullada, porque se dir¨ªa que no queremos enterarnos: la vida mata, pero vivimos como si la muerte fuera una anomal¨ªa, una equivocaci¨®n de los m¨¦dicos, una cobard¨ªa o una torpeza de nuestro propio cuerpo. Como si la muerte fuera siempre culpa de algo o de alguien.
Cada d¨ªa, en fin, afrontamos la posibilidad de que nos ocurra alg¨²n percance. Los autom¨®viles nos pueden reventar, cegar o dejar parapl¨¦jicos con una probabilidad bastante alta, y eso no nos impide meternos alegremente en el monovolumen con todos los ni?os, la abuela y el perro, para chuparnos quinientos kil¨®metros hasta la playa. Sin embargo, algunos padres no quieren correr el peque?¨ªsimo riesgo de un efecto secundario por vacunar a sus hijos. Para ello se aprovechan de la inmunidad general. Es decir, no vacunar a tu ni?o te puede salir bien, en el sentido de que tu hijo no enfermar¨¢, si el resto de la poblaci¨®n infantil est¨¢ vacunada. Con el agravante de que es una decisi¨®n que tomas en contra de los dem¨¢s, una decisi¨®n que puede da?ar a tu vecino.
La vida misma conlleva un peligro descomunal, la amenaza cierta e inevitable de nuestro fin. La vida mata
Fernando Cereto, el m¨¦dico de Barcelona que inici¨® una petici¨®n en Change.org para que la vacunaci¨®n infantil fuera obligatoria, sostiene que, por debajo de un 92% de vacunaci¨®n, la sociedad deja de estar defendida contra los brotes infecciosos. Le escuch¨¦ decir en televisi¨®n que en Espa?a la media se sit¨²a en torno al 94% (Sanidad sostiene que es un 97%) y que en Catalu?a hab¨ªa descendido al 90%. En cualquier caso, ah¨ª est¨¢ la difteria asomando la cara tras casi treinta a?os de desaparici¨®n.
Entiendo muy bien el dolor, el horror y el rechazo de unos padres que tienen un ni?o con autismo, por ejemplo, y que piensan que esa dolencia ha sido causada por una vacuna; puede que sea cierto, no lo s¨¦. Y tambi¨¦n entiendo la profunda desconfianza que producen los laboratorios farmac¨¦uticos, esa desasosegante sensaci¨®n de que todos somos conejillos de Indias en sus manos. Los laboratorios, inmensas empresas de extraordinario poder, forman parte de la c¨²pula dominante de este planeta y se han ganado a pulso su mala fama: inventan dolencias para dar salida a sus productos, manipulan la informaci¨®n mundial, ama?an investigaciones a la carta para su conveniencia y en definitiva se dir¨ªa que comercian con nuestra salud con el ¨²nico y exclusivo fin de enriquecerse. Y a m¨ª no me parece mal que ganen dinero, desde luego, pero ?s¨®lo trabajan para eso? ?No hay controles ¨¦ticos? ?Y necesitan ganar tanto? La diarrea, el paludismo y la tuberculosis causan casi una tercera parte de las muertes en los pa¨ªses pobres, pero como son pobres, precisamente, son enfermedades a las que la industria farmac¨¦utica no hace apenas caso. Le interesa mucho m¨¢s descubrir una crema contra la impotencia sexual, por ejemplo. En Espa?a acaba de salir a la venta. Cuatro dosis cuestan 47 euros.
Lo entiendo todo, en fin, los miedos, las dudas, las sospechas. Pero los posibles efectos secundarios son estad¨ªsticamente tan ¨ªnfimos en comparaci¨®n con los beneficios que dejar de vacunar a tu ni?o es como conducir borracho. No s¨®lo pod¨¦is partiros el cuello t¨² y tu hijo, lo peor es que puedes matar a un inocente. Exijamos a nuestros Gobiernos que aprieten a los laboratorios en temas de calidad, de controles, de estudios. Pero con eso o sin eso, por tu propio inter¨¦s, por sentido com¨²n, por responsabilidad social y, sobre todo, por la salud de tu ni?o y de todos los ni?os de este pa¨ªs, por favor, vacuna.
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