?Te reconoces?
Tecleas tu nombre en el ordenador y en cuesti¨®n de segundos te alcanzas
A mediados del siglo XIX se instalaron los primeros cables transatl¨¢nticos entre Am¨¦rica y Europa. Si lo piensas, resulta sobrecogedor: miles y miles de kil¨®metros de cobre, tenazmente aislado (a¨²n no exist¨ªa el pl¨¢stico), serpenteando como una anguila infinita sobre el suelo del oc¨¦ano. Una especie de cord¨®n umbilical por el que circulaban noticias, telegramas personales y datos econ¨®micos. Quiz¨¢ lo primero que discurri¨® por uno de estos cables fue la cotizaci¨®n del d¨®lar. Con frecuencia, me duermo pensando en ese cord¨®n, que deb¨ªa de ser muy grueso, lo visualizo entre el fango del fondo marino provocando en los peces una extra?eza muda. Observadas con perspectiva las dificultades que entra?aba tender esa comunicaci¨®n de un extremo a otro de la Tierra, piensa uno que habr¨ªa sido m¨¢s f¨¢cil inventar de entrada la telegraf¨ªa sin hilos. Pero hubo que pasar por lo visible antes de alcanzar lo invisible. Da la impresi¨®n de que ¨¦ste, el de lo material a lo inmaterial, es el camino obligatorio, tambi¨¦n en otros ¨¢mbitos.
Ahora tenemos constancia de que en la composici¨®n del mundo la materia visible es una porci¨®n ¨ªnfima comparada con la invisible. En cada uno de nosotros, lo incorp¨®reo determina en gran medida lo corp¨®reo. Pero seguimos sin saber muy bien c¨®mo manejar lo incorp¨®reo. Internet es una de las manifestaciones m¨¢s portentosas de esta rara combinaci¨®n de lo tangible y lo et¨¦reo. Separados por un oc¨¦ano de ¨¢tomos o de bits, seg¨²n se mire, entre el universo anal¨®gico y el digital discurren un sinf¨ªn de cordones al¨¢mbricos e inal¨¢mbricos gracias a los cuales viajamos entre las diferentes versiones de nosotros. Tecleas tu nombre en el ordenador y en cuesti¨®n de segundos te alcanzas. ?Pero te reconoces?
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