Muerte al hipster, larga vida al 'yuccie'
O persiga otra absurda etiqueta social, ahora que la anterior se ha convertido en algo tan masivo que no significa nada
Eso que llaman contracultura ha vendido desde siempre. M¨¢s o menos desde que los blanquitos aburguesados de Kerouac, Corso y compa?¨ªa, jugaron a ser chicos malos de los bajos fondos mezcl¨¢ndose en tugurios de mala muerte con los hipsters originarios, los m¨²sicos de jazz, los negratas de Harlem que mezclaban la jerga jive, el bourbon y la hierba para poder soportar mejor la estupidez humana. Esa estupidez que hac¨ªa a una minor¨ªa intelectual del Greenwich Village neoyorkino reivindicarse como si fueran uno de los suyos: los blanquitos jugando a ser negros, los outsiders, la historia de siempre¡
Del concepto original del hipster (una subcultura que ten¨ªa m¨¢s de lenguaje que de filosof¨ªa) de los a?os 40 o 50 nada queda ya. Aquellos j¨®venes, locos por el bebop, solo buscaban abstraerse de la sociedad esquizoide de post guerra, buscar un espacio nuevo y reivindicarlo, hasta que se ¡°encapsularon¡± de tanta vanagloria y miramiento de ombligo. En palabras de Anatole Broyard en su ensayo Retrato del Hipster (2015, La U?a Rota), ¡°el hipster, antes individualista, recalcitrante, poeta underground y guerrillero, se hab¨ªa transformado en un pretencioso poeta laureado, (¡) se dej¨® comprar y exhibir en el zoo¡±.
El resultado, muchos a?os despu¨¦s, no es otro que ir clasificando a esos j¨®venes hombres blancos rebeldes y con poder adquisitivo, cada d¨¦cada, en un nuevo grupo de consumidores: v¨¦ase yuppie en los 90, metrosexual (y todas sus variantes) a principios de los dosmiles, el nuevo hipster de estos ¨²ltimos a?os o, ahora, yuccies (Young Urban Creatives, en ingl¨¦s. J¨®venes, urbanos y creativos). Estos ¨²ltimos, como no pod¨ªa ser de otra manera, reniegan de la inocuidad de sus antecesores y se han convertido en los nuevos consumistas ecol¨®gicos por la simple raz¨®n de que hipster lo es ya todo el mundo y el mainstream no ha molado nunca. Una vez m¨¢s, la etiqueta de la diferenciaci¨®n que se convierte en masa an¨®nima e ins¨ªpida.
Pero entonces¡ ?Qu¨¦ abarca el concepto yuccie? Son un peque?o reducto de millenials (otra etiqueta para referirse a los nacidos a finales de los ochenta) que no quieren trabajar en grandes multinacionales como creativos o dise?adores gr¨¢ficos sino ganar dinero (o quiz¨¢ no tanto) preservando su autonom¨ªa creativa de j¨®venes ¡°molones¡± e incorruptibles.
Los yuccies saben que la estabilidad financiera es algo con lo que no pueden siquiera so?ar, as¨ª que se han convertido en los nuevos artesanos: j¨®venes emprendedores que han vuelto a los oficio manuales, hacen talleres de alimentaci¨®n probi¨®tica, reparan bicis, cuidan de huertos urbanos y, en definitiva, han hecho de la ciudad un para¨ªso de cemento, muy al contrario de la ciudad como prisi¨®n hostil que ve¨ªan sus antecesores: los ¡°marginados¡± hipsters, enfermos por ser los m¨¢s imaginativos antisistema (dentro del sistema, por supuesto, y, a poder ser, viviendo en un aburguesado barrio tipo Malasa?a), los pseudo-psic¨®patas yuppies, obsesionados por el ¨¦xito o los metrosexuales tanor¨¦xicos de la era post- Beckham.
S¨ª, los yuccies no se har¨¢n ricos, pero mantendr¨¢n su ¡°identidad¡± intacta; no est¨¢n preocupados por la imagen sino por una concepci¨®n vital basada en el lema ¡°merezco vivir de lo que me gusta¡±. As¨ª que plant¨¦ate lo siguiente: ?Dejaste un puesto como DirCom en una empresa farmac¨¦utica por montar tu propia marca de cerveza artesana? ?Eres m¨¢s de Instagram que de Twitter? ?Reniegas de tatuajes y piercings, o, al menos, de los visibles? ?Hace tiempo que pasas de las barbas y los bigotes? Entonces, muy probablemente, seas un yuccie de manual. Eso s¨ª, al final, como todas las etiquetas sociales, aquellas que el joven blanco occidental apresura a autoimponerse, corren el riesgo de terminar convirtiendo el individualismo en religi¨®n: el ¡°yo mismo y mi original mundo¡± como eje gravitatorio. Es decir: nada nuevo bajo el sol.
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