Querido Gabilondo

A ver, te preguntas, ?cu¨¢ntas veces has llegado t¨² a un sitio con esa intensidad corporal, que parece el reflejo de una desenvoltura interior extraordinaria? Ninguna, te respondes. Has gozado, eso s¨ª, de d¨ªas dominados por cierta clase de optimismo f¨ªsico, aquel lunes de la juventud, ?recuerdas?, en el que, de haber tenido hambre, te podr¨ªas haber comido el mundo. Pero esa seguridad muscular se desvanec¨ªa al pisar la calle, a veces antes, por carecer del respaldo an¨ªmico adecuado. Todo el mundo avanza una pierna despu¨¦s de la otra para ir de un lugar a otro, pero no todo el mundo la avanza del mismo modo. Observen la manera de hacerlo de Cristina Cifuentes, que se acerca al lector del peri¨®dico con una determinaci¨®n tal que podr¨ªa salirse de la foto. ?Y qu¨¦ har¨ªamos nosotros si eso sucediera? Lo primero, acojonarnos, por si la culpa hubiera sido nuestra, y lo segundo, invitarla a un caf¨¦, para caerle bien. Aunque lo m¨¢s probable es que ella siguiera caminando con la determinaci¨®n que se aprecia en su mirada y atravesara las paredes de nuestro piso para colarse en el del vecino y desde all¨ª continuara andando en direcci¨®n a su objetivo, que se encuentra m¨¢s all¨¢ de lo que usted y yo somos capaces de imaginar. Una no sale de casa con ese br¨ªo para llegar solo a la vuelta de la esquina, ni siquiera para llegar a la presidencia de una comunidad aut¨®noma. Esta mujer se dirige a un sitio que no sabemos, pero que tiene escrito dentro de la cabeza con id¨¦ntica caligraf¨ªa a la de ese pelo dibujado a tiral¨ªneas sobre el cr¨¢neo. A ver c¨®mo te opones, querido Gabilondo.