El Pintor Sonrisa
El escritor Mart¨ªn Casariego contin¨²a con estas p¨¢ginas reservadas a la ficci¨®n
Su madre le hab¨ªa ense?ado una foto de unos gl¨®bulos rojos y unos blancos. En su sangre hab¨ªa demasiados gl¨®bulos blancos y pocos rojos.
A¨²n tardar¨ªa en ir a visitarle. Ten¨ªa n¨¢useas y no se acostumbraba a la luz amarillenta de la habitaci¨®n. Segu¨ªa deprimi¨¦ndole, como ese olor raro que lo inundaba todo. Tres d¨ªas a la semana acud¨ªa su profesora, que le ense?aba, jugaba o hablaba, seg¨²n c¨®mo se sintiera de cansado. Hoy no tocaba. Las enfermeras y las limpiadoras eran simp¨¢ticas, pero cuando terminaban lo que ten¨ªan que hacer ¨Cla habitaci¨®n, traerle la comida, las medicinas, cambiar el suero, ponerle el term¨®metro¨C, se iban. Nunca se quedaban a jugar. Llevaba all¨ª dos meses. Ten¨ªa ganas de llorar, si pensaba. Ten¨ªa que intentar no pensar.
En la habitaci¨®n vecina, la 402, hab¨ªa ingresado un ni?o nuevo. Por lo que oy¨®, acababan de trasladarle de otro hospital. Le hab¨ªa visto fugazmente. Estaba muy p¨¢lido y ojeroso, y calvo, como ¨¦l. Le salud¨® al pasar en camilla delante de la puerta, pero el nuevo no correspondi¨® al saludo.
Dos horas despu¨¦s de la comida apareci¨® en la habitaci¨®n, andando un poco despistado (casi se choca con la silla), un se?or que vest¨ªa una bata blanca como los m¨¦dicos. Pero la bata ten¨ªa dibujos de colores y un coraz¨®n rojo. El estetoscopio que llevaba colgado del cuello era naranja y enorme. Adem¨¢s, llevaba un sombrero verde, una peluca rizada de color amarillo y, en la nariz, una pelota roja.
Cada d¨ªa, el ni?o esperaba impaciente la visita de aquel se?or un poco loco
¨CBuenos d¨ªas, que nos traigan alegr¨ªas.
El ni?o le mir¨® sin responder. El se?or, con aire muy grave pese a su aspecto disparatado, le auscult¨® con el falso estetoscopio, haci¨¦ndole cosquillas. Con el aparato produc¨ªa de vez en cuando un sonido semejante al de una bocina. Concluida la exploraci¨®n, retrocedi¨® dos pasos e hizo una reverencia.
¨CEnhorabuena, no pongas cara de pena. Te vas a poner bueno, yo siempre acierto de lleno. Cr¨¦eme, pronto tendr¨¢s muchos champi?ones rojos m¨¢s.
El ni?o le mir¨®, desconfiado. ?Qu¨¦ sab¨ªa ¨¦l? Parec¨ªa un m¨¦dico mal¨ªsimo. En realidad, ni eso. Era claramente un payaso. Ning¨²n m¨¦dico llamaba champi?ones a los gl¨®bulos rojos, aunque guardaran cierto parecido.
¨C?Qu¨¦ nombre tus padres te pusieron el d¨ªa en que te vieron?
Tras dudar si contestar o permanecer callado, el ni?o dijo su nombre.
¨CMe gusta mucho tu nombre, es de hombre. ?Sabes qui¨¦n soy, te avisaron de que iba a venir hoy?
El ni?o le observ¨® muy serio durante unos segundos, y dijo al fin:
¨CEres un payaso.
¨CNo, y si me vuelves a llamar payaso, no te hago ni caso.
El ni?o frunci¨® el ce?o, casi enfadado. De pronto, record¨®.
¨C?Ah, eres un Doctor Sonrisa!
Le hab¨ªan dicho que iba a venir un m¨¦dico muy especial, pero hab¨ªa entendido que ser¨ªa la semana pr¨®xima.
¨CTampoco, te has equivocado aunque por poco.
El ni?o le mir¨® con m¨¢s atenci¨®n, intrigado.
¨CEntonces, ?qui¨¦n eres?
La conversaci¨®n le estaba dejando agotado. Hab¨ªa empezado a jadear.
¨CUn antiguo Doctor Sonrisa, pero ya nada me da risa. Ahora soy un pintor, y estoy sufriendo por amor.
Pero al decir eso, de uno de los grandes bolsillos de su bata sac¨® una flauta, y no un pincel. Empez¨® a tocarla y a mover la cabeza y los hombros al son de la alegre m¨²sica, que contrastaba con su cara triste y sus hombros ca¨ªdos. Y as¨ª sigui¨® un rato aquel payaso, hablando con rimas, diciendo disparates, tocando la flauta, choc¨¢ndose con la mesa o con la cama. Por fin, se inclin¨® sobre ¨¦l y le mir¨® con afecto, antes de decir:
¨CTengo que ver a mi peque?o, pero vendr¨¦ tan a menudo que te parecer¨¢ un sue?o.
El ni?o no quer¨ªa que ese se?or patoso que estaba un poco loco se fuera. Se le ocurri¨® algo para retenerle unos minutos m¨¢s.
¨CTodav¨ªa no puedes irte¡ ¨Ctom¨® aire antes de proseguir¨C. Porque eres pintor y no has pintado nada.
¨CS¨ª, s¨ª he pintado algo, y no ha sido un galgo.
El ni?o le mir¨®, expectante, ilusionado. ?Hab¨ªa pintado algo sin que ¨¦l se hubiera dado cuenta? ?C¨®mo hab¨ªa podido hacerlo, si no le hab¨ªa perdido de vista ni un segundo desde que hab¨ªa cruzado la puerta de la habitaci¨®n?
Mart¨ªn Casariego
Nacido en Madrid en 1962, se licenci¨® en Historia del Arte por la Universidad Complutense. Su primera novela, Qu¨¦ te voy a contar, se edit¨® en 1989. Desde entonces ha publicado otras nueve, adem¨¢s de relatos, guiones y literatura infantil. Su ¨²ltimo libro es El juego sigue sin m¨ª (Siruela, 2015).
¨C?Qu¨¦ has pintado?
¨CUna sonrisa clara en tu hermosa cara.
Y entonces el ni?o se dio cuenta de que, efectivamente, llevaba un rato sonriendo.
Al d¨ªa siguiente volvi¨® a visitarle. Ten¨ªa unas manos de dedos largos y finos, una peque?a cicatriz en la barbilla y unas cejas gruesas y oscuras. Sin ni siquiera saludarle, le dijo nada m¨¢s entrar:
¨C?Ha venido una enfermera muy marrana y con cara de rana?
El ni?o, sorprendido por el insulto, neg¨® con la cabeza.
¨C?Y una enfermera fea y gorda, que no contesta porque est¨¢ medio sorda?
¨CS¨ª, se llama Rita.
Era verdad. Rita estaba bastante gorda, y aunque era muy simp¨¢tica, no se pod¨ªa decir que fuese guapa. Tambi¨¦n era cierto que a menudo no le o¨ªa. Pero a lo mejor esto ¨²ltimo se deb¨ªa a que ¨¦l estaba d¨¦bil y hablaba muy bajito. Hasta para hablar con algo de fuerza hay que estar fuerte. Eso lo hab¨ªa descubierto en el hospital. Antes ni se le hab¨ªa pasado por la cabeza. Hab¨ªa descubierto muchas cosas, en el hospital.
¨CPues me he enamorado de ella, me gusta mucho aunque no sea bella.
?l jam¨¢s se enamorar¨ªa de Rita. ?l se hab¨ªa enamorado de la m¨¢s guapa de la clase. Pero en el hospital hab¨ªa perdido toda esperanza de que fuera su novia, al menos, durante ese curso. El pintor sac¨® de su bata un globo alargado, lo hinch¨® y empez¨® a manipularlo.
¨CMe ha gustado tanto esa enfermera que voy a regalarle un pl¨¢tano y una pera. No te enamores jam¨¢s, se sufre mucho m¨¢s.
Y le entreg¨® al ni?o el globo, con el que hab¨ªa hecho una figura que recordaba a la de un perro.
¨CEsto no parece¡ ni un pl¨¢tano ni una pera.
El Pintor Sonrisa observaba el globo enarcando las cejas, movi¨¦ndolo para observarlo desde diferentes ¨¢ngulos, lleno de dudas.
¨CNo importa, aunque no parezca una pera le gustar¨¢ igual a mi enfermera ¨Cy tras decir eso, mir¨® hacia el techo, suspir¨® muy fuerte y se restreg¨® los ojos, como si acabara de despertarse, o como si quisiera secarse unas l¨¢grimas¨C. El amor paterno te puede llevar al cielo o al infierno.
A continuaci¨®n, mirando todav¨ªa hacia arriba, hacia una luna imaginaria, empez¨® a aullar, muy bajito. El ni?o casi se asust¨®. Tem¨ªa que se echara a llorar. Pero no lo hizo, afortunadamente. En lugar de eso, dijo:
¨CUn d¨ªa te presentar¨¦ al ni?o de al lado, es muy majo aunque muy callado.
Y se fue como si tuviera mucha prisa, olvidando el estetoscopio, volviendo a por ¨¦l, tropezando con la silla.
Cada d¨ªa, el ni?o esperaba impaciente la visita de aquel se?or un poco loco, que hac¨ªa figuras con globos mientras aseguraba que la enfermera gorda y fea le hab¨ªa robado el coraz¨®n, y que estaba sufriendo un mont¨®n. Siempre se presentaba cuando no hab¨ªa nadie, pero una tarde su madre adelant¨® la visita y sorprendi¨® al payaso en la habitaci¨®n. ?ste se escabull¨® apresuradamente, como avergonzado. Ya solos madre e hijo, ella le hizo unas cuantas preguntas, y aunque aparentaba tranquilidad, el ni?o la notaba tensa. A partir de aquel incidente terminaron las visitas del pintor. S¨ª se produjo la del Doctor Sonrisa que le hab¨ªan anunciado. No le gust¨® porque, aunque se parec¨ªa, no se quitaba de la cabeza a su amigo payaso. Y las comparaciones son odiosas.
Le echaba tanto de menos que incluso lleg¨® a llorar una noche. Una ma?ana se vio capaz de asomarse por su propio pie a la habitaci¨®n del nuevo. Estaba dormido, y un hombre, sentado de espaldas, le cog¨ªa la mano.
El amor paterno te puede llevar al cielo o al infierno
D¨ªas despu¨¦s sinti¨® una actividad inusual, y oy¨® que sacaban una camilla de la 402. Intuy¨®, de una manera vaga y segura a la vez, la presencia de la muerte. Se acababa de incorporar para intentar ver algo cuando entr¨® un se?or en su habitaci¨®n. Se puso a su lado y le mir¨® en silencio, fr¨¢gil, vulnerable. El ni?o tard¨® unos segundos en reconocer al Pintor Sonrisa, vestido de paisano, y entonces se dio cuenta de que era el hombre al que hab¨ªa visto de espaldas, cogiendo de la mano al ni?o vecino. Sus ojos marrones brillaban con una luz muy viva e inconfundible. Se alegr¨® de verle, aunque le encontr¨® realmente feo, y m¨¢s viejo que nunca.
¨CAntes de irme, he venido a despedirme ¨Cdijo, con una voz tan baja y tan ronca, y con una expresi¨®n tan triste, que al ni?o casi le dio miedo¨C. Si cierras la mano muy fuerte¡, ?t¨² vencer¨¢s a la sierpe!
El Pintor Sonrisa le bes¨® en la frente y le acarici¨® durante unos segundos el pu?o cerrado. Luego se fue.
Cuando el ni?o abri¨® su mano, que hab¨ªa mantenido todo el rato fuertemente cerrada, comprob¨® que guardaba en ella cuatro champi?ones de gomaespuma rojos que nunca antes hab¨ªa visto.
elpaissemanal@elpais.es
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