Diario de un cubano (IV): Lo que me trajo aqu¨ª o el derecho a vivir
Esa misma ma?ana, supuse que ser¨ªa una de las m¨¢s importantes de mi vida, pero a la vez era el inicio deviaje que me alejar¨ªa de todo lo conocido y tambi¨¦n de mis seres queridos.
Un d¨ªa de febrero, en un vetusto hospital, se escuch¨® por primera vez el llanto de mi hijo. Fue inevitable la sacudida, mirarte en el espejo y saber que ahora alguien m¨¢s depende de ti, que era real la sentencia quim¨¦rica de dar la vida sin pensarlo por hacer que ese ser tan peque?o tuviera derecho a una existencia digna.
El ser humano est¨¢ hecho de ilusiones, mas no est¨¢ preparado para que carrusel gire del j¨²bilo a la desolaci¨®n. Eso tambi¨¦n lo aprend¨ª cuando se acerc¨® a m¨ª aquel se?or con bata blanca y gafas en la punta de la nariz. Con un par de palabras que me dejaron levitando en el aire: "Tu hijo vino con un problemita¡".
La ¨²nica soluci¨®n era buscar la cura a un precio a priori inalcanzable pero necesario. Siempre ten¨ªa la opci¨®n de pedir ayuda a familiares y amigos pero, aun as¨ª, no hubiera sido suficiente. Se precisaban dosis muy altas de un medicamento que solo exist¨ªa en Espa?a.
Me arrastr¨¦ por las paredes como queriendo dejar la piel antes de llegar a aquel sal¨®n, me desplom¨¦ por unos segundos en los bancos de madera, mis lagrimas corrieron. Llorarera el escape a la impotencia. El doctor me sigui¨®, puso compasivamente su mano sobre mi hombro y pregunt¨®: "?Conoces a alguien afuera que te env¨ªe unas cuantas dosis? Y yo le respond¨ª afirmativamente pero sin poder hablar.
Los viejos siempre dec¨ªan <strong >que las cosas pasan por algo.De alguna manera, Don Candido, un espa?ol con pintaafrancesada y conversaci¨®n divagante, hab¨ªa extendido una invitaci¨®n quenos abr¨ªa las puertas del arte europeo con el solo requisito de que nuestro viaje tuviera regreso.
Un simple papel, un c¨²mulo de letras y lo que para algunos hubiera sido un milagro ya estaba hecho. Se abr¨ªa el mundo, mis amigos y yo ten¨ªamos la posibilidad de conocer otras costumbres y formas de vivir, pero sobre todo de poder echar a andar el impulso persistente de querer salirte del juego que una vez alguien hab¨ªa planificado para ti.
Pero el destino prevalece, se anticipa y se niega constantemente a s¨ª mismo. Aquel papel yac¨ªa en una gaveta, pospuesto, olvidado por las ilusionesque crec¨ªan en el vientre de mi mujer. Era entonces el momento de retomar ese camino apartado: yo ser¨ªa parte de la soluci¨®n que le dar¨ªa vida a mi hijo.
As¨ª comenz¨® la andanza sigilosa de los que, como yo, decid¨ªan marcharse de Cuba. Veces tocando las puertas en busca de alianzas escondidas, necesarias autorizaciones estatales que muchas veces rozaban el absurdo, la presi¨®n del tiempo, la apat¨ªa del que sospecha que andas en algo y no es c¨®mplice... Al final de la agon¨ªa impuesta y asumida por los que all¨ª vivimos, lleg¨®la triste desilusi¨®n de darle un beso en la frente a tu beb¨¦ sin saber si lo ver¨¢s nuevamente.
Mientras cruzas el Atl¨¢ntico, el inigualable espect¨¢culo bajo tus pies te hace meditar en tu lugar, en el actual, en el futuro, en tus premisas, en las cosas que llevas en tu ba¨²l de viaje y en tu coraz¨®n. Nadie tiene tan poco fijado el rumbo que los que llegamos aqu¨ª.
Y es que al emigrar pagamos un precio a cambio: sentirte incompleto, vivir con la desaz¨®n del que no pertenece y, aun as¨ª, no tiene remedio que seguir luchando por la mismaraz¨®n que te llev¨® lejos.
Y all¨ª estuve parado, unos segundos antes de entrar en aquella farmacia. Aquel era mi primera meta, el motivo que me hac¨ªa respirar. Los neones verdes iluminaban mi cara. A trav¨¦s de las vidrierasse ve¨ªan las estanter¨ªasabarrotadas de coloridas cajas, im¨¢genes comerciales por doquier, un paisaje urbano ajeno a m¨ª, incoherente y sublime donde yo me sent¨ªa aun m¨¢s peque?o.
Me invadi¨® una sensaci¨®n de temor salpicada con maticesirreales. Me acerqu¨¦ t¨ªmidamente al mostrador y, despu¨¦s de un corto saludo a la dependienta,pregunto porel medicamento que buscaba y ella me informa el precio.
Met¨ª la mano en mi bolsillo, no pod¨ªa articular ni un sonido. Yo hubiera querido decirle que hab¨ªa viajado tanto por el solo hecho de comprar aquellas p¨ªldoras, que alguien lejos las necesitaba, pero quede inm¨®vily puse sobre el mostradortodo el dinero que llevaba. Ya no importaba si comer¨ªa y en qu¨¦ techo me quedar¨ªa.
Abr¨ª con ansiedad las peque?as cajas: multipliqu¨¦ con agilidad la cantidad por las dosis necesarias, recont¨¦ cada una de ellascomo el que ha encontrado un tesoro. Las mir¨¦ una y otra vez, cerr¨¦ la bolsa y la apret¨¦ fuertemente contra mi pecho con la misma fuerza con las que le dar¨ªa un abrazo a ¨¦l y me march¨¦ con la misma lentitud del sol cuando se esconde en las monta?as.
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