El mago de la soja
Terrateniente sin tierras, visionario, el argentino Gustavo Grobocopatel ha construido un imperio con el cultivo del oro verde
Sobre el piso de listones anchos el pie izquierdo y desnudo de Gustavo Grobocopatel se yergue tenso, como si no fuera un pie sino un esforzado ¨®rgano de la respiraci¨®n, algo que busca desesperadamente un poco de aire mientras ¨¦l, los ojos cerrados, la voz entonada, canta:
¨C?Pa ofrecerle a mi due?a tengo un palacio, tengo un palacio¡!
Es un d¨ªa feriado, pasadas las once de la ma?ana, y el departamento, en la zona de Puerto Madero, Buenos Aires, donde el metro cuadrado puede costar ¨Cy cuesta¨C m¨¢s de 8.000 d¨®lares, rebosa de una vitalidad optimista, deportiva. En la mesa, puesta para seis, hay fuentes con ensalada, vino. Gustavo Grobocopatel, acompa?ado al piano por un hombre de melena larga, canta una zamba, un ritmo folcl¨®rico, vestido con jeans, camisa oscura, descalzo, y, como si su pie izquierdo lo ayudara a respirar, se yergue sobre ¨¦l en las notas altas y pisa con la planta llena en las m¨¢s graves. Cuando termina, el rostro encendido, la barba corta y roja, los ojos celestes coronando un cr¨¢neo rotundo y una altura de m¨¢s de un metro noventa, le dice al hombre del piano:
¨C?Muy bien! Bueno, compa?ero, ya estamos. Tomemos otro mate.
¨C?Tarea cumplida?
El oro verde ocupa el 53% de la superficie cultivada de Argentina?
¨CNo. Nunca la tarea est¨¢ cumplida. Un guerrero nunca descansa.
Dentro de dos meses, Gustavo Grobocopatel ofrecer¨¢ un recital en el Centro Cultural Recoleta y esta ma?ana, antes de un almuerzo con amigos, ensaya.
¨CVamos a hacer el mate.
Pronuncia las eses con la misma naturalidad con la que a veces, por ser un hombre del interior (tiene 53 a?os y naci¨® y vivi¨® hasta hace 5 en Carlos Casares, un pueblo de 20.000 habitantes de la provincia de Buenos Aires, a 300 kil¨®metros de la capital), las aspira. Camina sin erguirse del todo, como si la altura lo hubiera acostumbrado a un leve encorvamiento que le confiere la actitud de quien se dispone a escuchar una confesi¨®n. Hace pocos meses se separ¨® de Paula Marra, su esposa durante 25 a?os, con quien tiene tres hijos (Olivia, de 22; Rosendo, de 20, y Margarita, de 17), y desde entonces vive en este sitio que le presta su padre: dos habitaciones, living con cocina incorporada, dos ba?os.
¨CVoy a mirar c¨®mo se est¨¢ haciendo el pollo.
¨C?Cocinaste vos?
¨CS¨ª. Amo cocinar.
En pocos d¨ªas acudi¨® a Dub¨¢i, invitado por el jeque de ese emirato a una reuni¨®n de negocios, y despu¨¦s en la cumbre de las Am¨¦ricas celebrada en Panam¨¢, hace meses. Gustavo Grobocopatel es presidente del grupo Los Grobo, una empresa argentina de agronegocios que factura 800 millones de d¨®lares al a?o, administra 150.000 hect¨¢reas (repartidas entre Argentina, Uruguay y hasta hace poco Paraguay y Brasil, donde vendi¨® sus activos) sembradas en un 60% con soja, el cultivo que alcanz¨® el r¨¦cord de 600 d¨®lares por tonelada en 2012 arrastrado por un aumento en la demanda, sobre todo del mercado chino, donde se utiliza como alimento para animales. En la ¨²ltima d¨¦cada, Argentina ¨Cque pas¨® de tener 14 millones de hect¨¢reas sembradas con soja en 2004 a 20,5 millones en 2015¨C se convirti¨® en el principal exportador mundial de aceite de soja y est¨¢ entre los tres mayores exportadores del grano. En ese panorama, Gustavo Grobocopatel es no solo uno de los m¨¢s importantes empresarios del agro local ¨Calterna el primer puesto con el grupo El Tejar¨C, sino la cara m¨¢s visible, en¨¦rgica y convencida de un modelo de agronegocios que dio por tierra con el modelo tradicional, y que podr¨ªa resumirse como agricultura sin capital, sin trabajo y sin tierras: el 90% de las hect¨¢reas que cultiva no son suyas. Y es, tambi¨¦n, el modelo de agronegocios que le dio un mote que detesta: el Rey de la Soja.
¨CNo me gusta. Porque no vivo como un rey, no me comporto como un rey. No soy un rey.
Abraham Grobocopatel y su familia llegaron a Argentina en 1912 desde Besaravia, Rusia, gracias a una organizaci¨®n ¨Cla Jewish Colonization Association¨C que ayudaba a los jud¨ªos a establecerse en colonias agr¨ªcolas argentinas. Se instalaron en la zona de Carlos Casares y uno de sus hijos, Bernardo, comenz¨® a trabajar en el campo de un vecino haciendo parvas de heno que serv¨ªan como alimento para la hacienda. Pas¨® de pe¨®n a administrador y lleg¨® a ser propietario de algunas hect¨¢reas que m¨¢s tarde heredaron sus descendientes, entre ellos Adolfo, que se cas¨® y tuvo, a su vez, cuatro hijos. El mayor ¨Cde tres mujeres¨C fue Gustavo, que a fines de los setenta se march¨® a la capital del pa¨ªs a estudiar Agronom¨ªa. En 1984, cuando se gradu¨®, volvi¨® a Carlos Casares, pero continu¨® viajando una vez por semana a Buenos Aires, donde ense?aba manejo y conservaci¨®n de suelos en la misma universidad en la que hab¨ªa estudiado, la UBA, y tomaba clases de canto. La vocaci¨®n por la m¨²sica hab¨ªa empezado en el colegio secundario, continu¨® con clases particulares en las que ya lleva treinta a?os, y se despleg¨® en la conformaci¨®n de un tr¨ªo folcl¨®rico, el Tr¨ªo Cruz del Sur). Por entonces, la empresa de su padre constaba de cuatro empleados y 3.500 hect¨¢reas de campo. Veinticinco a?os despu¨¦s, en 2008, bajo la conducci¨®n de Gustavo Grobocopatel, Los Grobo ten¨ªa 900 empleados y 255.000 hect¨¢reas sembradas en Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay.
Gustavo Grobocopatel se mud¨® desde Carlos Casares a Buenos Aires cinco a?os atr¨¢s, pero su ritmo se mantiene inalterable: se acuesta a las diez, se despierta a las seis, tiene el d¨ªa resuelto a las doce. Ahora son las nueve y media y est¨¢ sentado en un sof¨¢ ocre, descalzo.
¨CYo soy jud¨ªo. Errante. Hoy mi lugar es este. Durante a?os fue Carlos Casares. No soy nost¨¢lgico, apegado a las cosas. Tengo una enorme capacidad de adaptaci¨®n. Si tengo que estar con un rey, estoy con un rey. Si tengo que estar con un tipo de la calle, tambi¨¦n.
Adem¨¢s de ser presidente del grupo Los Grobo, es miembro del Consejo Econ¨®mico y Social de la Universidad Di Tella, forma parte del Consejo Internacional de la Fundaci¨®n Don Cabral, de Brasil, del Consejo Internacional del EGADE-TEC de Monterrey, M¨¦xico, tiene relaci¨®n estrecha con algunos l¨ªderes sociales como Gustavo Vera, de La Alameda (una fundaci¨®n que lucha contra la trata de personas), y se siente seguro navegando en aguas que otros empresarios evitan. En 2008, por ejemplo, Juan Carlos Alderete, dirigente de la Corriente Clasista y Combativa, una agrupaci¨®n pol¨ªtica impulsada por el Partido Comunista Revolucionario, lo invit¨® a su casa para hablar de la crisis financiera mundial de aquel momento.
¨C?l pensaba que marcaba el fin del capitalismo, y yo le dije que a m¨ª me parec¨ªa que era una adecuaci¨®n del capitalismo, que lo que ven¨ªa era un capitalismo m¨¢s fuerte.
En el segundo semestre de 1985, hac¨ªa un a?o que hab¨ªa regresado a Carlos Casares cuando la zona qued¨® arrasada por una inundaci¨®n. ?l, ingeniero agr¨®nomo experto en suelos, cre¨ªa que cuando el agua se retirara las tierras iban a producir igual que antes. Sus vecinos, agricultores tradicionales, opinaban que no. Entonces se le ocurri¨® alquilar un campo inundado con el siguiente trato: Los Grobo ¨Cpor entonces una empresa familiar en la que participaban ¨¦l, su padre, sus hermanas y su esposa¨C sembrar¨ªan girasol, lo cosechar¨ªan y, en vez de pagar el arriendo en dinero, dejar¨ªan sembrada una pastura. Lo hizo y no le fue mal. Poco despu¨¦s empez¨® a aplicar un m¨¦todo llamado siembra directa, que consiste en sembrar sobre los restos de la cosecha anterior, sin retirar los rastrojos.
A mediados de los noventa, Argentina adopt¨® la utilizaci¨®n de semillas transg¨¦nicas. Si la desventaja de la siembra directa es que no se eliminan las malezas de la cosecha anterior, las semillas transg¨¦nicas, al ser m¨¢s resistentes, en parte la borran. El lado oscuro es que las malezas tambi¨¦n se hacen m¨¢s resistentes y, por tanto, la utilizaci¨®n de agroqu¨ªmicos para combatirlas aumenta a?o a a?o: si en 1970 se usaban m¨¢s de tres millones y medio de litros de herbicidas, en 2014 se usaron 369 millones. Solo la superficie sembrada con soja recibi¨® m¨¢s de 200 millones de litros de un agroqu¨ªmico llamado glifosato, fundamental para combatir las malezas que la afectan.
Para 1992, Los Grobo ya era un pool de siembra ¨Cgrandes extensiones cuya explotaci¨®n se concentra en un solo due?o¨C y en 1996, con el modelo de tierras arrendadas, siembra directa y semillas transg¨¦nicas, hab¨ªa llegado a sembrar 70.000 hect¨¢reas en el pa¨ªs. Hoy, adem¨¢s de estar enfocado en la producci¨®n agropecuaria, el grupo incluye otras empresas ¨Ccomo Agrofina, que desarrolla agroqu¨ªmicos y fertilizantes; Frontec, que ofrece una plataforma tecnol¨®gica de agricultura de precisi¨®n¨C y provee consultor¨ªa y servicios a 3.000 productores que siembran, en total, un mill¨®n de hect¨¢reas.
¨C?C¨®mo te ven en tu pueblo?
¨CEn los pueblos ten¨¦s a la mitad de la gente a favor y a la mitad en contra. Est¨¢ la cosa de ¡°Los Grobo te cagan, est¨¢n con el Gobierno de turno¡±. Y los chupamedias. Pero antes, para acceder a la producci¨®n agr¨ªcola necesitabas ser hijo de un estanciero. Esto no es m¨¢s as¨ª. Pod¨¦s ser el hijo de un peluquero y dedicarte a la agricultura, porque no necesit¨¢s tierra, ni capital ni trabajo. Este modelo de negocios democratiza el acceso. La sociedad ya no segmenta entre peque?os y grandes, sino entre los que se adaptan y los que no se adaptan. Los que no se dan cuenta, pierden.
¨CPierden puestos de trabajo.
¨CVos quit¨¢s el puesto de tractorista, pero hay m¨¢s puestos de trabajo de contadores, de abogados.
En los pueblos ten¨¦s a la mitad de la gente a favor y la mitad en contra
¨CEl que perdi¨® el puesto de tractorista no va a tener trabajo como contador.
¨CNo, pero los hijos del que manejaba el tractor s¨ª.
¨CEntre una cosa y otra hay un hiato complicado.
¨CS¨ª, pero eso ha pasado en todas las industrias. ?La opci¨®n cu¨¢l es: dejar de producir? Mientras tanto, vos segu¨ªs d¨¢ndole de comer a m¨¢s gente de forma cada vez m¨¢s barata. Nosotros aprendimos a hacer agricultura fuera de nuestros campos como consecuencia de una inundaci¨®n, y me di cuenta de que no ten¨ªa sentido tener tierra propia. Que pod¨ªas crecer enormemente en superficie sembrada con poco dinero y muy r¨¢pido. Creo que ah¨ª est¨¢ la madre conceptual de nuestro modelo de negocios: se puede hacer agricultura sin tierras, sin capital y sin trabajo. Sin tierra, porque la alquil¨¢s; sin trabajo, porque lo terceriz¨¢s, y sin capital, porque te lo prestan. No s¨¦ si somos los creadores, pero somos los que m¨¢s lejos hemos llevado esta idea.
Que es el motivo por el cual, para muchos, Grobocopatel es una versi¨®n criolla de Satan¨¢s.
Los cuestionamientos que se hacen a su modelo provienen de acad¨¦micos, conservacionistas, asociaciones de peque?os y medianos agricultores, y tienen l¨ªneas definidas: el sistema de arriendo de tierras (sus detractores sostienen que concentra la explotaci¨®n y que los peque?os y medianos agricultores se ven obligados a abandonar los campos); el uso de semillas transg¨¦nicas (quienes lo cuestionan piden que se aplique el principio precautorio, que consiste en la adopci¨®n de medidas protectoras ante la sospecha de que ciertos productos implican riesgo para la salud); el sistema de siembra directa (los que se oponen aseguran que los agroqu¨ªmicos son peligrosos, a lo que se suma un comunicado reciente de la OMS que incluy¨® al glifosato como probable cancer¨ªgeno); y la poca rotaci¨®n de cultivos (el monocultivo degrada los nutrientes de la tierra). Todos esos cuestionamientos tienen un protagonista casi excluyente: la soja. Si en 1980 representaba el 10,6% de la producci¨®n granaria total en Argentina, en 2008 ¨Ccon los precios internacionales ara?ando los 600 d¨®lares¨C pas¨® a representar el 50%: todos quer¨ªan una porci¨®n del oro verde. Hoy ocupa el 53% de la superficie cultivada y, a diferencia del ma¨ªz o el trigo, que son de consumo interno, casi la totalidad se usa para exportaci¨®n.
Paula Marra, la exesposa de Gustavo Grobocopatel, vive con su hija menor, Margarita, en el departamento que fue, hasta hace poco, la casa familiar de los Grobocopatel en Buenos Aires, un piso alto en un complejo de edificios lujosos llamado Le Parc. La ma?ana es fr¨ªa, pero ella viste una camiseta sin mangas, pantalones de gimnasia. Tiene el pelo corto y unos ojos peque?os, llenos de determinaci¨®n. Desde 2011 no ocupa ning¨²n cargo en Los Grobo, aunque durante 25 a?os fue parte fundamental de la empresa, y trabaja en Matriarca, un emprendimiento al que el grupo apoya y que se dedica a vender productos artesanales de mujeres de las comunidades ind¨ªgenas q¡¯om y wichi del Chaco y Formosa, dos de las provincias m¨¢s pobres del pa¨ªs. Despu¨¦s de preparar mate en la cocina, hablando de un viaje a Boston que emprender¨¢ en dos d¨ªas para visitar a su hijo Rosendo, que estudia Ciencias Pol¨ªticas, regresa a la sala, dispone la pava sobre la mesa.
¨CYo estudiaba Agronom¨ªa. Un d¨ªa llegu¨¦ tarde a la clase. Cuando abr¨ª la puerta me sorprendi¨® ver al profesor, un pibe joven, lindo. Gustavo. Un d¨ªa me invit¨® a ir al cine, y bueno. Nos casamos, nos fuimos a Carlos Casares. Nuestro v¨ªnculo fue mejorando con el tiempo. Al principio tuvimos discusiones. ?l no hablaba. ?bamos mil kil¨®metros en el auto para un campo, mil kil¨®metros para el otro, y nada. Fue dif¨ªcil, porque la empresa empez¨® a crecer much¨ªsimo y no ten¨ªamos estructura. Trabaj¨¢bamos como locos. A veces siento que est¨¢bamos en la playa con una tablita de surf y de repente vino un tsunami y salimos volando. Yo admiro su capacidad de trabajo, su capacidad de hacer, que es infinita.
¨C?Lo viste afectado alguna vez por los cuestionamientos que se le hacen?
¨CNo, para nada. ?l est¨¢ convencido de lo que hace. Todos estamos convencidos. Si no, no lo har¨ªamos.
En 2014, en un art¨ªculo publicado por la revista virtual lavaca, Gustavo Grobocopatel dec¨ªa: ¡°(¡) China consum¨ªa 7 kilos de carne por habitante hace 30 a?os, ahora consume 70. Los que dicen que no hay que venderle forrajes a los chinos piensan: que se caguen de hambre. No les importan los pobres del mundo. El que piensa as¨ª es un hijo de puta. Bueno: que permita que otros ayudemos a esa gente¡±.
La voz del hombre llega por tel¨¦fono. Es acad¨¦mico y, aunque se lo sindica como un conservacionista moderado, dice: ¡°No voy a participar en un art¨ªculo sobre Grobocopatel. Cuando uno se encuentra con gente que vive en pueblos fumigados, con tipos a los que se les murieron los hijos por un c¨®ctel de agroqu¨ªmicos, no hay manera de no ponerse en un extremo. Es mentira que hacen soja para alimentar a la gente. Yo acepto que me digan que enriquecerse es glorioso. Pero no voy a aceptar que me digan que lo hacen para alimentar a la gente¡±.
Si los opositores a su modelo aseguran que el proceso de siembra directa degrada los suelos, ¨¦l sostiene que ¡°con la siembra directa se frena el proceso de erosi¨®n¡±. Si los opositores a su modelo aseguran que el glifosato afecta la salud humana, ¨¦l responde que no hay evidencia cient¨ªfica pero que, si la hubiera, la decisi¨®n final deber¨ªa ser del Estado. Si los opositores a su modelo afirman que los pooles de siembra han destruido el modelo agrario tradicional, ¨¦l dice: ¡°Hicimos la revoluci¨®n agraria que democratiz¨® el acceso a la tierra. La tierra no est¨¢ en manos de los herederos, sino de los emprendedores profesionales que ocupan el espacio que ten¨ªan antes los herederos¡±.
En el ba?o de visitas de la casa de Gustavo Grobocopatel hay tres objetos: una toalla, un jab¨®n, un rollo de papel higi¨¦nico. La austeridad se replica en la sencilla oficina en la que trabaja, a pocas cuadras; en su auto, que es el mismo desde hace siete a?os; en su costumbre de usar el transporte p¨²blico portando una tarjeta SUBE, que otorga descuentos a los usuarios.
¨CMi viejo siempre dec¨ªa: ¡°Si no cuid¨¢s lo poco, no cuid¨¢s lo mucho¡±. Pero me parece m¨¢s importante no perder el entusiasmo por lo que hago que perder el dinero.
¨CPero si perdieras todo¡
El Estado debe promover la rotaci¨®n de cultivos y no lo hace
¨CNo tengo problema con eso. No tengo chofer, no uso alhajas ni relojes. La primera pelota de f¨²tbol que tuve me la gan¨¦ con un ¨¢lbum de figuritas, a los 10 a?os. Ahora viajo en business, no porque crea que me lo merezca sino porque no entro en turista. La plata la gasto en viajes. A mi mujer y a m¨ª nos parec¨ªa que nuestros hijos ten¨ªan que mirar el mundo entero como un lugar de oportunidades, no solo el pa¨ªs o el pueblo.
Hace un par de a?os, Los Grobo vendi¨® sus activos en Brasil en 450 millones de d¨®lares al grupo japon¨¦s Mitsubishi. Aunque eso retras¨® un objetivo importante ¨Cla transformaci¨®n de Los Grobo en una multinacional¨C, ¨¦l lo cuenta con orgullo: ¡°Me dec¨ªan: ¡®Lo que vos vend¨¦s no vale nada, vend¨¦s viento. No ten¨¦s tierras, no ten¨¦s maquinaria¡¯. Y ahora les digo: ¡®?Vieron? Algunos est¨¢n dispuestos a pagar muy caro por el viento¡±.
Omar Pr¨ªncipe, presidente de la Federaci¨®n Agraria Argentina, que engloba a peque?os y medianos productores, dice por tel¨¦fono:
¨CEn mi pueblo, que tiene 3.500 habitantes, somos 350 productores que trabajamos 36.000 hect¨¢reas. Vamos a comprar el pan al pueblo, cuando se rompe una m¨¢quina la llevamos al taller del pueblo, compramos gasoil y fertilizantes en el pueblo. Hace poco le¨ªa que un pool que sembraba 35.000 hect¨¢reas se quejaba de la baja rentabilidad. Un solo pool siembra todas las hect¨¢reas que sembramos 350 productores que generamos trabajo en un pueblo de 3.500 personas. Esa es la diferencia entre un modelo agropecuario y otro.
Ayer en la noche fue al cine, solo, a ver una pel¨ªcula turca. Al salir, Gustavo comi¨® pizza en la avenida Corrientes. Hoy el departamento est¨¢ como todos los d¨ªas: tranquilo, solitario.
¨CSi vos me dijeras cu¨¢l es el mejor momento de la historia y el mejor lugar para ser empresario de los agronegocios, te digo ac¨¢ y ahora. Es la ¨¦poca del mundo donde uno puede ser m¨¢s ¨²til para la sociedad, donde est¨¢ el desaf¨ªo de alimentar, los temas ambientales. El pa¨ªs produce unos cien millones de toneladas de soja. Se habla de 160 millones para 2020. Y no hay agronegocios en el mundo que sean plataformas tan bien estructuradas como Los Grobo. Por eso le tengo mucha fe.
En marzo de 2014, en Infobae, dec¨ªa que ¡°la producci¨®n agr¨ªcola de Argentina de los ¨²ltimos siete a?os a esta parte se mantiene estancada (¡) Estamos sufriendo las consecuencias de unas pol¨ªticas equivocadas¡±, refiri¨¦ndose, entre otras cosas, a las retenciones impositivas del 35% que se hacen a las exportaciones de granos (en 2008 el Gobierno intent¨® aumentar esas retenciones y, despu¨¦s de un profundo conflicto con el campo, la subida no se aprob¨®).
¨CEntre otras cosas, las semillas transg¨¦nicas que est¨¢n usando son muy cuestionadas por grupos conservacionistas.
¨CYo creo que habr¨ªa que poner el foco en los mecanismos de control, no en oponerse a la tecnolog¨ªa. Si no hubi¨¦semos hecho desarrollos tecnol¨®gicos, el riesgo de contaminaci¨®n hubiese sido menor, pero m¨¢s gente se hubiese muerto de hambre.
Fabio Quetglas es profesor de Desarrollo Local y Econom¨ªa Social en la UBA y conoci¨® a Gustavo Grobocopatel en 2008. Desde entonces son amigos y salen a caminar los domingos por la ma?ana.
¨CYo doy clases en la Facultad de Ciencias Sociales. Hay 3.000 alumnos y 37 agrupaciones pol¨ªticas. Les dije a mis alumnos: ¡°Vamos a discutir el modelo agrario con Grobocopatel¡±. Para ellos, Grobo era el diablo. Pero se los meti¨® en el bolsillo. Les dedic¨® cuatro horas de su tiempo. Un pibe le dijo que ¨¦l era una bazofia, un estafador del futuro de la humanidad, y ¨¦l escuchaba con paciencia y respond¨ªa.
¨C?No podr¨ªa pensarse que es una manera de mejorar una imagen cuestionada?
¨CEl Estado tiene que ocuparse de promover la rotaci¨®n de cultivos, reglamentar la zona de siembra, y no lo hace. Gustavo entiende que si la mayor parte de una sociedad se resiste a ciertas tecnolog¨ªas, no hay que dar respuestas t¨¦cnicas sino hacer pedagog¨ªa. Ahora, ?lava la cara con eso? A m¨ª me parece que lo hace de manera genuina. Pero si lo vamos a ver de forma descarnada, hay una cuesti¨®n de conveniencia: ¨¦l no cree que sea sostenible un modelo de negocio cuestionado por la mayor¨ªa de la sociedad.
Norma Giarracca y Miguel Teubal estaban, en marzo de 2015, en la casa que compart¨ªan desde hac¨ªa d¨¦cadas. Teubal es economista, experto en sistemas agroalimentarios e investigador del Conicet. Giarracca era soci¨®loga, profesora del Instituto de investigaciones Gino Germani, de la UBA, y falleci¨® en junio pasado.
¨CLo que pasa ¨Cdec¨ªa Norma Giarracca¨C es que el discurso de Grobocopatel es muy seductor, pero sus supuestos son falsos. ?l dice que se necesita aumentar la producci¨®n de alimentos en el mundo. Falso. La producci¨®n basta para alimentar a la humanidad entera; el problema es la distribuci¨®n. Dice que la ciencia lo controla todo. Falso. La ciencia tiene, para controlarse, el principio precautorio.
¨C?Vos cre¨¦s que, en el caso de que esos supuestos sean falsos, ¨¦l lo sabe y los sostiene a pesar de saberlo?
¨CNo. Yo creo que es un problema ideol¨®gico. Que est¨¢ convencido. Porque si no qu¨¦ es, ?un hombre muy malo que quiere que los chicos se enfermen? No creo.
La ma?ana es gris, apelmazada. Grobocopatel camina hacia un caf¨¦ que queda a una cuadra de su casa y donde va a encontrarse con el periodista de un diario econ¨®mico. Aunque faltan diez minutos para el encuentro, quiz¨¢s conociendo la puntualidad prusiana de su entrevistado, el periodista ya est¨¢ en la puerta. Grobocopatel se presenta y le pide que lo espere diez minutos. Entra al bar, se sienta.
¨CMe qued¨¦ pensando en una pregunta que me hiciste. Si le ten¨ªa miedo a algo. Un miedo muy com¨²n es el miedo a la muerte, ?no?
Afuera, Puerto Madero parece una zona cubierta por capas de silencio y de inmovilidad.
¨CSupongo que, si ahora me llevara por delante un auto y quedara tirado en el piso y tuviera un segundo para pensar algo, creo que ser¨ªa: ¡°Qu¨¦ suerte todo lo que hice¡±. No le tengo miedo a la muerte.
Hace una pausa, se reclina en la silla, se cruza de brazos.
¨C?Y a qu¨¦ otra cosa podr¨ªa tenerle miedo? No se me ocurre a qu¨¦.
elpaissemanal@elpais.es
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