Vestir el cargo para llenarlo de contenido

El cuerpo habla su propio lenguaje: de ah¨ª que tratemos de mantener un aspecto f¨ªsico determinado para afianzar nuestra identidad y personalidad. En noviembre de 2013, el diputado por las CUP David Fern¨¢ndez amenaz¨® a Rodrigo Rato con tirarle su sandalia marr¨®n en la comparecencia de este ante el Parlamento auton¨®mico catal¨¢n en la comisi¨®n sobre las Cajas de Ahorro; vest¨ªa camiseta de manga corta remangada hasta los codos. Ahora, con la llegada de nuevos partidos y su entrada en Ayuntamientos y Parlamentos aut¨®nomos, los nuevos pol¨ªticos se han tomado la acci¨®n de gobierno con absoluta naturalidad, como si fuera una prolongaci¨®n de su actividad cotidiana anterior, incluso ataviados con bermudas y con ?chanclas! Como si no se dieran cuenta de que ya han perdido su individualidad, al convertirse en representantes de todos sus vecinos ¡ªlos que les han votado y los que no¡ª y gestores de unas instituciones cuya dignidad se transmite con el paso de a?os y a?os.

Las chanclas y las bermudas contrastan con las bancadas donde, hasta hace poco, imperaba el traje y la corbata, un uniforme que, dicho sea de paso, no se cuestiona y que, ciertamente, resulta de lo m¨¢s aburrido. Entre tanto traje oscuro, con ese toque de color que para algunos atrevidos aporta una corbata de estampados de elefantes, y el desali?o m¨¢s propio de la adolescencia (nada favorecedor para los que la dejaron atr¨¢s y ya lucen tripa cervecera) de otros, deber¨ªa imperar un t¨¦rmino medio. Pensar¨¢n, quiz¨¢, que lo importante no es eso.

Vestir el cargo es llenarlo de contenido, es decir, gobernar. Y eso significa tambi¨¦n reunirse con inversores, empresas prestadoras de servicios, federaciones de municipios, embajadores de pa¨ªses extranjeros, c¨®nsules y dem¨¢s agentes sociales, citas en las que los cargos p¨²blicos deber¨ªan destacar por su indumentaria. Seguramente no existe una norma escrita que obligue a cubrirse determinadas partes, y claro que tampoco hay ning¨²n protocolo que hable de las bragas o los calzoncillos pero, parece evidente: se supone que todo el mundo los lleva.

Es un hecho que las mujeres tienen muchas posibilidades de elegir vestuario, pero no por ello resulta sencillo hacerlo. En la conversaci¨®n visual que se establece con el otro a muchas mujeres no les agrada el mensaje de presentarse, por ejemplo, sin sujetador. Y no se trata de un problema de obligado ¡°recogimiento¡± sino de respeto, pero de respeto hacia ellas mismas. Rodeadas de gente, en una reuni¨®n de trabajo, podr¨ªan sentirse adem¨¢s en inferioridad de condiciones. Claro que es cuesti¨®n de gustos. Como lo ser¨ªa reconocer que una se?ora como Manuela Carmena sabe vestirse o que, en medio del desali?o, las nuevas se?or¨ªas, sin necesidad de un asesor de imagen, ya empiezan a cuidar su indumentaria para establecer nuevas relaciones de poder. El alcalde de C¨¢diz, Jos¨¦ Mar¨ªa Gonz¨¢lez, se puso un traje para casar a una pareja y Ada Colau calzaba sandalias con un ligero tac¨®n para encontrarse con Artur Mas. Como dec¨ªa Flaubert, ¡°la forma es al fondo, lo que el calor al fuego¡±. Y para ello no hace falta ser Petronio.