La otra batalla del Ebro
Para sus admiradores, ten¨ªa un aire kennediano, cuya Nueva Frontera estaba en Madrid; para sus detractores, reencarnaba a Primo de Rivera sin la dial¨¦ctica de los pu?os y las pistolas
Un d¨ªa de septiembre de 2006, Albert Rivera present¨® su candidatura a la Generalitat de Catalu?a con un golpe ins¨®lito de marketing pol¨ªtico. Para transmitir el mensaje de que ven¨ªa de un pasado sin nada que ocultar y apostaba por un futuro sin ataduras se exhibi¨® desnudo en un cartel con las manos cruzadas sobre los test¨ªculos. ¡°Este es tu partido. S¨®lo buscamos personas. No nos importa la lengua que hablen ni su origen ni su ropa¡±, rezaba la propaganda electoral. Realmente no se puede llamar desnudo a presentarse en pelota ocultando, aunque sea con las manos, lo ¨²nico que interesa a los morbosos. Test¨ªculo viene del lat¨ªn, significa peque?o testigo, y de ah¨ª derivan los vocablos testimonio, testamento, atestar y testificar. Esos atributos constituyen la verdad y la vida que un l¨ªder pol¨ªtico necesita poner encima de la mesa como credenciales, pero la imagen de las manos sobre los test¨ªculos podr¨ªa volverse en su contra si un d¨ªa hurtara a sus votantes algo m¨¢s importante que los propios genitales.
Por supuesto, Albert Rivera daba la sensaci¨®n de haberse duchado antes de acudir al estudio del fot¨®grafo. A sus 27 a?os era un chico aseado cuyo rostro respond¨ªa a ese atractivo un poco a la antigua que tanto gusta a las madres de derechas para sus hijas. Ten¨ªa la carrera de derecho, el m¨¢ster de rigor, estudios en la Escuela Superior de la Administraci¨®n y Direcci¨®n de Empresas y, si bien su equipaje ideol¨®gico era confuso, puesto que, seg¨²n propia confesi¨®n, hab¨ªa votado al Partido Popular, al Partido Socialista y a la Converg¨¨ncia de Pujol, un d¨ªa quiso ser alguien y mont¨® su propio barrac¨®n en medio de la feria pol¨ªtica.
Al principio hablaba de corrido sin parar, con el aire de aquellos sacamuelas que ante un p¨²blico curioso abr¨ªan una maleta llena de abalorios
Al principio hablaba de corrido sin parar, con el aire de aquellos sacamuelas que ante un p¨²blico curioso abr¨ªan una maleta llena de abalorios y comenzaban a regalar un peine para el caballero, un pa?uelo para la se?ora, la mu?eca para la ni?a y la pelota para el chaval. El peine preferido de Albert Rivera era la unidad de Espa?a. Por primera vez, la dial¨¦ctica contra la independencia de Catalu?a se expresaba con palabras ajenas a los lugares comunes de un patriotismo casposo y cavernario. Como reacci¨®n al agobio que los espa?olistas sufr¨ªan en algunos c¨ªrculos intelectuales de Barcelona, alrededor de este joven pol¨ªtico se congregaron varios artistas, escritores, periodistas, c¨®micos, fil¨®sofos, profesores y algunos personajes atrabiliarios como guarnici¨®n de una propuesta singular como era Ciutadans.
Nadie conced¨ªa largo recorrido a esta nueva formaci¨®n, ya que al bander¨ªn de enganche del antinacionalismo rampante se apuntaron tambi¨¦n sospechosos arribistas, un peque?o aluvi¨®n de exc¨¦ntricos resentidos, el todo a cien del odio contra esto y aquello.
En la charca madrile?a, Albert Rivera fue derivando el discurso desde el antinacionalismo catal¨¢n y la defensa de la unidad de Espa?a, a la renovaci¨®n de la derecha, a la limpieza de la cloaca de la corrupci¨®n.
Mientras tanto, este joven crec¨ªa en gracia y sabidur¨ªa delante de Dios y de los hombres hasta tomar un doble perfil de medalla. Para sus admiradores ten¨ªa un aire kennediano cuya Nueva Frontera del Oeste estaba m¨¢s all¨¢ del Ebro, en la conquista de Madrid; para sus detractores era una reencarnaci¨®n de Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera, sin la dial¨¦ctica de los pu?os y las pistolas, al que solo le faltaba hablar de la Espa?a alegre y faldicorta.
En efecto, la otra batalla del Ebro se produjo pocos a?os despu¨¦s. Las huestes espa?olistas catalanas de Albert Rivera pasaron el r¨ªo en sentido a Madrid, el partido comenz¨® a llamarse Ciudadanos y en la capital de Espa?a fue engrosado por un aluvi¨®n de cabreados, desencantados desertores del Partido Popular que ve¨ªan en este nuevo l¨ªder el caballo blanco de una derecha m¨¢s aseada, con m¨¢s cintura a la hora de pactar. En la charca madrile?a, Albert Rivera fue derivando el discurso desde el antinacionalismo catal¨¢n y la defensa de la unidad de Espa?a, a la renovaci¨®n de la derecha, a la limpieza de la cloaca de la corrupci¨®n.
Finalmente, el descr¨¦dito de la vieja pol¨ªtica ha acabado por convertir la figura de este pol¨ªtico en una de esas plantas que crecen m¨¢s robustas si lo hacen en un estercolero. Cuanto m¨¢s rechazo social provocaban las caras gastadas del Partido Popular m¨¢s se impon¨ªa la imagen fresca de este joven derechista, cuantos m¨¢s insultos y chuler¨ªas soltaban los impresentables portavoces o m¨¢s agresividad emit¨ªan los gallos de pelea en las tertulias televisivas m¨¢s necesario se hac¨ªa el perfume a lavanda de este l¨ªder, su cara lavada, su labia fluida que sirve para curar cualquier herida por medio de la saliva. Y por ah¨ª todo seguido, hasta hoy.
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