Avatares de la creencia en Dios
Es posible que en el secreto recinto personal se escuche la atormentada voz de Pascal con su inolvidable ¡®incomprensible que exista Dios e incomprensible que no exista¡¯: la dial¨¦ctica entre el s¨ª y el no, compa?era asidua de la condici¨®n humana
A la memoria de mi hermana Dolores (1942-2015)
En plena Ilustraci¨®n europea se prohib¨ªan en Espa?a los libros que intentasen demostrar la existencia de Dios; se los consideraba peligrosos. Y es que Dios era tan evidente que no necesitaba demostraci¨®n alguna. Se cuenta que durante el reinado de Felipe IV (1621-1665) se pens¨®, para remediar la pobreza de nuestras tierras, en canalizar los r¨ªos Manzanares y Tajo; pero una ilustre comisi¨®n de te¨®logos se declar¨® en contra con la siguiente sutil argumentaci¨®n: si Dios hubiese querido que ambos r¨ªos fuesen navegables le habr¨ªa bastado con pronunciar un sencillo ¡°h¨¢gase¡±. Si no lo hizo, sus razones tendr¨ªa. Y no est¨¢ permitido enmendarle la plana.
Salta a la vista que por aquellas fechas Dios era algo inmediato, asequible, presente, familiar. Era un dato m¨¢s de la realidad, o incluso el gran dato. Europa y, por supuesto, Espa?a conviv¨ªan sin mayores traumas con la fe en Dios, una fe heredada de las buenas gentes del pasado.
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Tambi¨¦n parece obvio que en la actualidad Dios no encuentra f¨¢cil acomodo, al menos en la geograf¨ªa occidental. Hace m¨¢s de un siglo que Nietzsche, con su habitual desparpajo, lo envi¨® a engrosar la lista del paro; lo declar¨® viejo y cansado, incapaz de asumir las tareas que los nuevos tiempos demandan. Y un gran conocedor e int¨¦rprete de Nietzsche, M. Heidegger, no tuvo reparo en afirmar que ¡°en el ¨¢mbito del pensamiento es mejor no hablar de Dios¡±. Se tiene la impresi¨®n de que la recomendaci¨®n del fil¨®sofo de la Selva Negra goza de notable aceptaci¨®n. En Espa?a, constataba con iron¨ªa Antonio Machado, ¡°se puede hablar de la esencia del queso manchego, pero nunca de Dios¡¡±.
Se ha hecho un gran silencio sobre Dios; su muerte ha sido repetidamente anunciada. Lo hizo, pero sin triunfalismo ni euforia, Nietzsche. De hecho percibi¨® como pocos que, sin Dios, sonaba la hora del desierto, del vac¨ªo total, del nihilismo completo. Acudi¨® a tres certeras met¨¢foras para ilustrar las consecuencias de la muerte de Dios: se vac¨ªa el ¡°mar¡±, es decir, ya no podremos saciar nuestra sed de infinitud y trascendencia; se borra el ¡°horizonte¡± o, lo que es igual, nos quedamos sin referente ¨²ltimo para vivir y actuar en la historia, se esfuman los valores; y, por ¨²ltimo, el ¡°sol¡± se separa de la tierra, es decir, el fr¨ªo y la oscuridad lo invaden todo, el mundo deja de ser hogar. ?Noble forma de despedir a un difunto! Nietzsche era consciente de que la muerte de Dios cambiaba el destino del mundo y de la historia y le quiso dedicar un gran elogio f¨²nebre. Repetidamente se ha evocado el car¨¢cter clarividente, casi prof¨¦tico, de la figura de este genial escritor y fil¨®sofo. ?Intuir¨ªa que un siglo despu¨¦s de su muerte, en nuestros d¨ªas, nos ¨ªbamos a quedar casi sin mar, sin horizonte, sin sol? Tal vez fue consciente de la notable dificultad que entra?a convertir en categor¨ªas seculares vinculantes los pilares religiosos de anta?o.
Es obvio que en la actualidad Dios no encuentra f¨¢cil acomodo en la geograf¨ªa occidental
No parece posible, ni lo pretende este art¨ªculo, retornar a los lejanos tiempos en los que la presencia de Dios era tan obvia que se contaba con ¨¦l a la hora de canalizar los r¨ªos. Occidente ha seguido, m¨¢s bien, el itinerario de Feuerbach: ¡°Dios fue mi primer pensamiento, el segundo la raz¨®n, y el tercero y ¨²ltimo el hombre¡±. En el ¨¢mbito filos¨®fico, la teolog¨ªa de ayer se llama hoy antropolog¨ªa. Y tampoco asistimos en la actualidad a contundentes proclamaciones de ate¨ªsmo. El ardor negativo de otros tiempos ha dado paso al desinter¨¦s actual. Muchos ateos de ayer prefieren llamarse hoy increyentes.
Y es que tal vez todos, creyentes e increyentes, nos hemos dado cuenta, como Bonhoeffer, de que ¡°el problema de Dios tiene su origen en Dios¡±, en su ¡°invisibilidad¡±, en el car¨¢cter misterioso de su revelaci¨®n. Bien lo sab¨ªa san Agust¨ªn: ¡°Si lo comprendes, no es Dios¡±. De ah¨ª que el aplomo afirmativo de otras ¨¦pocas haya sido reemplazado por un inc¨®modo balanceo entre el s¨ª y el no. El maestro Eckhart era llamado ¡°el hombre del s¨ª y del no¡±. Se refer¨ªan al car¨¢cter dial¨¦ctico de su pensamiento, tambi¨¦n cuando hablaba de Dios. Solo abandonaba la dial¨¦ctica cuando se dispon¨ªa a preparar una sopilla para los pobres; no hab¨ªa para ¨¦l urgencia mayor.
Impresiona constatar c¨®mo creyentes tan profundos y aut¨¦nticos como Jos¨¦ G¨®mez Caffarena se adher¨ªan a la ¡°dram¨¢tica ponderaci¨®n entre el s¨ª y el no a la fe cristiana¡±. En ¨¦l venc¨ªa el s¨ª, pero su fe supo de noches oscuras, de traves¨ªas del desierto. Y no es menor la impresi¨®n que causan algunas frases del papa Francisco: ¡°Si una persona dice que ha encontrado a Dios con certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien¡±. O esta otra: ¡°Si uno tiene respuesta a todas las preguntas es prueba de que Dios no est¨¢ con ¨¦l¡±. Y a?ade: ¡°Un cristiano que lo tiene todo claro y seguro no va a encontrar nada¡±. Desde luego no estamos ante un lenguaje muy pontificio, pero s¨ª hondamente humano, altamente teol¨®gico, y sensible a nuestro convulso siglo XXI.
¡°Si uno tiene respuesta a todas las preguntas es prueba de que Dios no est¨¢ con ¨¦l¡±, dice el papa
No puede, pues, extra?ar que dos grandes maestros de la teolog¨ªa cristiana, Karl Rahner y Karl Barth, se mostrasen abiertos a una teolog¨ªa m¨¢s propensa a la pregunta que a la respuesta. Preguntado en una ocasi¨®n el primero si de veras se consideraba creyente cristiano, respondi¨® con aire taciturno: ¡°S¨ª, pero no a tiempo completo¡±. Obviamente no quer¨ªa decir que, por ejemplo, era creyente en las horas centrales del d¨ªa e increyente al atardecer. Sencillamente alud¨ªa al car¨¢cter d¨¦bil, precario, de su fe; estaba traduciendo al lenguaje de nuestro tiempo el evang¨¦lico ¡°creo, Se?or, pero ven en ayuda de mi incredulidad¡±. Rahner, calificado por H. Fries como ¡°el mayor testigo de la fe del siglo XX¡±, solo se consideraba, pues, creyente a intervalos. Es m¨¢s: dej¨® escrito que lo de ser cristiano no es un ¡°estado¡±, sino una meta, un ideal. Propiamente no es correcto decir ¡°soy cristiano¡±, sino ¡°aspiro a ser cristiano¡±. En parecidos t¨¦rminos se expresaba el otro gran maestro, en este caso de la teolog¨ªa protestante, Karl Barth, al rechazar la distinci¨®n entre creyentes e increyentes. Aduc¨ªa que ¨¦l conoc¨ªa a un increyente llamado Karl Barth. En realidad, la tradici¨®n cristiana siempre supo que somos ambas cosas a la vez, creyentes e increyentes. Nuestro Unamuno lo expres¨® lapidariamente: ¡°Fe que no duda es fe muerta¡±.
Por ¨²ltimo: los avatares de la creencia en Dios son asunto de la ¡°interioridad apasionada¡± (Kierkegaard) de cada creyente. Pero es posible que en ese secreto recinto personal se escuche la atormentada voz de Pascal con su inolvidable ¡°incomprensible que exista Dios e incomprensible que no exista¡±. Es, de nuevo, la dial¨¦ctica entre el s¨ª y el no, compa?era asidua de la condici¨®n humana y de la creencia religiosa.
Manuel Fraij¨® es catedr¨¢tico em¨¦rito de la Facultad de Filosof¨ªa de la UNED.
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