Los ni?os nacen, los viejos mueren
Antes de que pudiese reaccionar sac¨® la mano del bolsillo como un pistolero y se hizo con uno de mis libros
Noticia de agosto, titul¨¦ mi ¨²ltima cr¨®nica en aquel peri¨®dico. Una frase atrevida para nuestra habitual contenci¨®n, pero se trataba de un d¨ªa especial. Me qued¨¦ mirando el folio para saber exactamente cu¨¢l era la noticia: es probable que no estuvi¨¦semos ni siquiera en agosto. Pero las primeras l¨ªneas fueron resueltas con claridad y eficacia. ¡°A las dos de la tarde un hombre empez¨® a dormir ayer la siesta. Fue el ¨²ltimo en caer: no qued¨® nadie despierto en la ciudad durante dos horas. Sin viento y sin tr¨¢fico, Pontevedra fue al mediod¨ªa una ciudad fantasma en la que no hubo nada que contar¡±.
Di un trago a la botella de agua. ¡°A veces¡±, segu¨ª, ¡°tambi¨¦n el amor duerme una siesta¡±.
?Lo leer¨ªa Mari?a Mart¨ªn? Era tan rid¨ªculo que me puse a llorar mientras continuaba escribiendo. All¨ª est¨¢bamos todos, pens¨¦ asomando la mirada por encima del monitor, modelando la ciudad a semejanza del peri¨®dico: desmenuz¨¢bamos la actualidad para volver a armarla como un mecano inservible y despoj¨¢bamos al lector de atenciones exclusivas. Quiz¨¢s en aquel estr¨¦pito de teclados se contase m¨¢s de lo que nadie supiese. Quiz¨¢s el propio Vent¨ªn llevase dentro de una herida que trataba de cauterizar a trav¨¦s de la par¨¢lisis como yo trataba de cauterizar la m¨ªa. A lo mejor no ¨¦ramos un peri¨®dico sino un grupo de autoayuda: todo el esfuerzo que hac¨ªamos en no informar lo gast¨¢bamos en recuperar algo perdido. ?ramos en el fondo un grupo imperfecto de poetas dirigidos por la Ces¨¢rea Tinajera del horror vacui, el director Vent¨ªn, que hab¨ªa llevado al extremo su desidia por las noticias y el gusto por una vida natural y sin sobresaltos.
Ese mismo d¨ªa se hab¨ªa informado en obituarios de la muerte de un viejo paciente del Hospital Provincial. La familia llam¨® para protestar, pues no era verdad que el hombre hubiese muerto, y el peri¨®dico tuvo que rectificar al d¨ªa siguiente.
¡ªNo encuentro la fe de errores. Mi padre sigue muerto ¡ªprotest¨® el hijo.
¡ªHemos rectificado ¡ªdijo Vent¨ªn d¨¦bilmente¡ª. Mire en natalicios.
De vez en cuando pasaban cosas extraordinarias. La mayor¨ªa de las veces, no. Mari?a, por ejemplo, no volvi¨® conmigo, y eso que con mi cr¨®nica hice un libro que gan¨® un concurso de relatos del Ayuntamiento de Benidorm. La vi a las pocas semanas del brazo de un novio. ?Le gustar¨ªa a ¨¦l morder sal, comer carne poco hecha, untar las patatas en mayonesa y todas las cosas que nos hab¨ªan convertido a Mari?a y a m¨ª en una pareja que no se iba a separar nunca? Cuando los vi tuve ganas de llev¨¢rmelo a ¨¦l a tomar un caf¨¦ y explicarle. Con mis exnovias siempre me dan ganas de llamar a sus novios para darles unas instrucciones y despedirme con una palmadita.
Mi relato titulado La siesta fue recibido como una met¨¢fora del vac¨ªo de la madurez y una cr¨®nica intimista del nihilismo. ¡°No cuenta nada. No pasa nada¡±, dijo admirado un cr¨ªtico en Babelia. ¡°Esa facilidad para el detalle subnormal. Los ni?os nacen, los viejos mueren, a la hora de la siesta se duerme la siesta¡±. Como se vendi¨® poco y no ten¨ªa argumento y estaba basado en las ense?anzas de Vent¨ªn, se convirti¨® pronto en un libro de culto que le¨ªa un profesor muy estirado de Valladolid, depositario de ese saber universal y ¨²nico. Se neg¨® a compartir con nadie mi libro y mucho menos su entusiasmo. Me escrib¨ªa cartas de verdadera admiraci¨®n en las que me trataba de genio ¡°siempre que s¨®lo te lea yo¡±. Me sent¨ªa Victoria Abril, la verdad.
¡ªTe la sacas ¡ªsentenci¨® el agente Rub¨¦n Bolas cuando me lo cruc¨¦ por la calle.
Meses despu¨¦s de dejar el peri¨®dico volv¨ª a encontrarme a Vent¨ªn. Iba no s¨¦ en qu¨¦ direcci¨®n, porque abominaba informar de lo que fuese, pero me vio tan alterado que su semblante can¨®nico mostr¨® un raro inter¨¦s. Era la primera vez que le hab¨ªa visto mostrar curiosidad por algo, y aunque ese algo era yo, y por l¨®gica deb¨ªa estar temblando, me par¨¦ a tontas y a locas.
¡ª?Qu¨¦ lleva ah¨ª? ¡ªpregunt¨®.
¡ªLibros viejos.
¡ªNo, no, parecen nuevos. Huelo lo nuevo ¡ªdijo con cara de desagrado.
¡ªPues eso mismo, que no le va a gustar. Ahora se lo saco de delante no se vaya a enterar de algo.
Antes de que pudiese reaccionar, sac¨® la mano del bolsillo como un pistolero y se hizo con uno de mis libros. Me qued¨¦ mir¨¢ndolo como un bobo. ¡°Vent¨ªn ante la noticia¡±, pens¨¦. Y lo que nunca hab¨ªa ocurrido en su vida, ocurri¨® all¨ª.
¡ª?Ha ganado un premio y no dice nada? ¡ªdijo se?alando la faja.
¡ªNo pens¨¦ que fuera a interesar. Son 6.000 euros, es Benidorm¡
¡ª?Usted d¨®nde cree que trabajo? Somos un peri¨®dico: nos interesa todo.
Vent¨ªn sobaba el libro como si tuviese entre manos un bombazo que fuese a cambiar el pa¨ªs. ¡°Qu¨¦ maravilla de edici¨®n¡±, repet¨ªa mientras pasaba las p¨¢ginas. ¡°Un buen saluda¡±, dijo. ¡°A ese alcalde de Benidorm lo apoyaremos desde nuestras p¨¢ginas, ya lo creo¡±. Yo estaba l¨ªvido mir¨¢ndolo de arriba abajo. Apoyar a qui¨¦n desde un peri¨®dico de Pontevedra.
Vent¨ªn meti¨® el ejemplar en su maleta de maestro de posguerra y dijo:
¡ªLe haremos una buena cobertura.
¡ª?Al alcalde o a m¨ª? ¡ªacert¨¦ a preguntar.
¡ª?A los dos!
Lo vi marchar en su caminar tan t¨ªpico, medio tambale¨¢ndose, alto y blanco como una s¨¢bana.
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