Estos otros tampoco nos representan
Adular a los ciudadanos diciendo que se har¨¢ lo que ellos decidan es considerarse pol¨ªticos a t¨ªtulo particular. De ese modo evitan alinearse con alguna de las alternativas en conflicto cuando la cosa va muy en serio, como pasa en Catalu?a
Empecemos por una constataci¨®n bien sencilla. Tanto a Artur Mas como al partido de Pablo Iglesias parece unirles una an¨¢loga manera de operar pol¨ªticamente. No se rigen por la l¨®gica de la convicci¨®n (todo lo responsable que haga falta), l¨®gica que les llevar¨ªa a presentar sus propuestas, argumentar su bondad e intentar persuadir a la ciudadan¨ªa para que les apoyara con el objeto de materializarlas, sino que su modo de funcionar parece responder a un designio de car¨¢cter totalmente distinto.
En realidad, la l¨®gica que aplican (por llamativo que pueda parecer en el caso de Podemos) es la l¨®gica del mercado, consistente en acomodar su oferta pol¨ªtica a la supuesta demanda que creen detectar en la ciudadan¨ªa, inclin¨¢ndose por aquella causa o reivindicaci¨®n para la que suponen que existe un nicho (de mercado, obviamente). Es notorio que tal cosa ocurri¨® con Artur Mas, cuya querencia independentista constituy¨® el secreto mejor guardado durante largo tiempo, pero que se fue revelando de manera gradual a los catalanes conforme el todav¨ªa inquilino de la Generalitat detectaba que pod¨ªa reportarle beneficios electorales o parlamentarios (habr¨¢ que recordar que el cargo que ocupa lo obtuvo rehuyendo la menor referencia a dicha idea). Pero lo propio ocurre con Podemos, cuya permanente rectificaci¨®n ideol¨®gica y program¨¢tica (desde los m¨¢s bruscos volantazos estrat¨¦gicos en cuanto a modelo de sociedad, a las m¨¢s nimias modificaciones t¨¢cticas de detalle) responde a la reconocida voluntad de ir ajust¨¢ndose a las variables demandas de los hipot¨¦ticos votantes.
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Como es obvio, tan llamativa plasticidad nunca se presenta como tal, sino que suele venir revestida, sobre todo en el caso del partido de Pablo Iglesias (aunque lo propio cabr¨ªa predicar de muchas organizaciones y plataformas afines), de una supuesta radicalidad democr¨¢tica. Radicalidad que, por cierto, no resiste el menor an¨¢lisis. Porque la reiterada apelaci¨®n a ¡°lo que la gente decida¡± no pasa de ser, en el mejor de los supuestos, una obviedad y, en el peor, un escondite tras el que ocultar el miedo a explicitar y defender las propias propuestas. Abundan los ejemplos de tales evasivas. As¨ª, reci¨¦n elegido Marc Bertomeu secretario general de Podemos en Catalu?a, respond¨ªa a la pregunta: ¡°?Qu¨¦ modelo territorial fija Podemos?¡± precisamente con esas palabras: ¡°El que se decida¡± (EL PA?S, 12/01/2015). Pero eso, claro est¨¢, no es fijar modelo alguno sino aceptar el resultado de una votaci¨®n. Curiosa la actitud de estos nuevos pol¨ªticos, obsesionados por lo que llaman ¡°no predeterminar una respuesta¡±, sino ¨²nicamente por ¡°fomentar el debate y la informaci¨®n, y que cada uno decida¡±, como si carecieran de opini¨®n propia al respecto.
Esta ¨²ltima afirmaci¨®n no se pretende una peque?a impertinencia deslizada al pasar sino la expresi¨®n de una constataci¨®n preocupada. Enti¨¦ndaseme bien: no me preocupan unas ideas u otras, sino la clamorosa ausencia de ellas. ?O es que hay forma humana de saber lo que piensa la alcaldesa de Barcelona, tan en la l¨ªnea de la formaci¨®n de Pablo Iglesias, cuando declara: ¡°Yo formo parte de la gente que, sin haber sido nunca nacionalista, independentista, puede variar la opini¨®n en funci¨®n de c¨®mo se plantee el debate¡±[SIC]? Ni el m¨¢s perspicaz int¨¦rprete conseguir¨ªa saberlo, m¨¢xime a la vista de la manera en que a continuaci¨®n justificaba su indefinida posici¨®n: ¡°Hay muchas posibilidades y yo quiero poder discutirlas todas¡±.
No son preocupantes unas ideas u otras, sino la clamorosa ausencia de ellas
Como la opci¨®n de que, a estas alturas, Ada Colau todav¨ªa no se haya formado opini¨®n al respecto en un asunto de tama?a trascendencia me parece de todo punto inveros¨ªmil, me temo que habr¨¢ que empezar a tomar seriamente en consideraci¨®n otra posibilidad. Una posibilidad de la que lo que importa no es el r¨®tulo que mejor la describe (que ser¨ªa, a qu¨¦ enga?arnos, ciertamente duro) sino los supuestos acerca de la democracia misma y acerca de la responsabilidad pol¨ªtica en los que parece basarse.
Tal vez haya alguien que piense que repitiendo banalidades de dise?o del tipo ¡°siempre estar¨¦ al lado de lo que democr¨¢ticamente decida el pueblo¡± ya se coloca a salvo de toda cr¨ªtica, cuando no es as¨ª en absoluto. ?O es que quien as¨ª habla se colocar¨ªa al lado del pueblo en cualquier caso, decidiera lo que decidiera, siempre que se hubiera seguido un procedimiento democr¨¢tico? ?No hay decisi¨®n colectiva alguna con la que podr¨ªa estar en profundo desacuerdo y que le llevar¨ªa, si no a desobedecer el mandato popular, a presentar su dimisi¨®n porque su conciencia pol¨ªtica le impedir¨ªa llevarla a cabo?
La contradicci¨®n es evidente, pero quienes incurren en la misma intentan sortearla, ellos tambi¨¦n, a base de astucia (como ese ¨²ltimo hallazgo presuntamente politol¨®gico consistente en denominar ¡°indefinici¨®n democr¨¢tica¡± a la labilidad permanente). Tras la apariencia de que se deja todo el poder de decisi¨®n en manos de la ciudadan¨ªa, lo que en realidad se est¨¢ diciendo es que los pol¨ªticos no asumen responsabilidad alguna. Cuando Ada Colau afirmaba el pasado 22 de agosto, haciendo referencia a la cuesti¨®n de si el Ayuntamiento de Barcelona se iba a integrar en la AMI (Associaci¨® de Municipis per la Independ¨¨ncia), que ¡°lo que cuenta no es qu¨¦ opinan individualmente 11 regidores, sino qu¨¦ opinan los vecinos de Barcelona¡±, estaba convirtiendo la funci¨®n representativa de los cargos en cuesti¨®n en mera ¡°opini¨®n individual¡±. Como si tales regidores no hubieran sido elegidos por la ciudadan¨ªa para que actuaran en su nombre sino que estuvieran en el Consistorio a t¨ªtulo meramente particular.
Si el representante abdica de su funci¨®n, ?de qu¨¦ dar¨¢ cuenta a la hora de las elecciones?
Pero si el pol¨ªtico abdica de la funci¨®n de representar y en cada ocasi¨®n en la que se encuentra ante un problema comprometido transfiere a los ciudadanos la responsabilidad que le corresponde a ¨¦l, ?de qu¨¦ dar¨¢ cuenta a la hora de las elecciones, cuando toque examinarle por su gesti¨®n? La respuesta es de una claridad meridiana: de nada realmente importante. Ser¨¢n los ciudadanos y no ¨¦l mismo (que habr¨¢ evitado de manera sistem¨¢tica alinearse en favor de ninguna de las alternativas en conflicto cuando la cosa vaya muy en serio, como ocurre en este momento en Catalu?a) quienes, a buen seguro, tendr¨¢n que cargar con el peso de las decisiones tomadas.
Por eso, nada hay m¨¢s inquietante que aquel pol¨ªtico que adula a los votantes a base de proclamar ¡ªmientras esconde las cartas de lo que realmente piensa o prefiere¡ª que est¨¢ dispuesto a asumir cualquier cosa que ellos decidan. Lo que viene a reconocer con tales adulaciones es que tanto le da ocho que ochenta y que se encuentra dispuesto a cambiar de caballo a mitad de carrera sin el menor escr¨²pulo con tal de alcanzar el poder o, si ya lo ha alcanzado, de no verse fuera de ¨¦l.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona.
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