?A destruir comida!
Carne, queso, nectarinas, tomates. Putin ha decretado la quema de productos procedentes de ¡°pa¨ªses enemigos¡± en Rusia, donde el alimento es ¡°materia sagrada¡±
De peque?os nos ense?aron a acabarnos todo lo que ten¨ªamos en el plato: ¡°?La comida no se tira, ni?o!¡±, nos adiestraron los padres, amaestrados, ellos, por sus propios padres o abuelos que hab¨ªan experimentado una de las guerras o posguerras europeas. El respeto a la comida, que iba hered¨¢ndose de generaci¨®n en generaci¨®n, tiene su punto ¨¢lgido en Rusia, cuya historia del siglo XX podr¨ªa trazarse a base de hambrunas: desde la de Ucrania, pasando por la del cerco de Leningrado, hasta las variadas aunque menores de la era Yeltsin. Es por eso que en Rusia el alimento ha adquirido el estatus de materia sagrada.
En la actualidad, los que m¨¢s sufren el hambre en Rusia son los ni?os en los orfanatos, adem¨¢s de los ancianos. Durante mis recientes visitas a las capitales rusas observ¨¦ con inquietud a los abuelos que, para ganarse unas monedas, ofrec¨ªan en la calle ramilletes de flores marchitas recogidas en el campo.
Este es el ambiente en el que cay¨® la noticia, hace unas semanas, de que Vlad¨ªmir Putin hab¨ªa decretado la destrucci¨®n de la comida que hab¨ªa entrado en Rusia de contrabando procedente de los pa¨ªses ¡°enemigos¡±, o sea, de los que impusieron sanciones econ¨®micas a Rusia tras su anexi¨®n de Crimea y el conflicto b¨¦lico en Ucrania. El a?o pasado, cuando Putin declar¨® que, como respuesta a las sanciones occidentales, deb¨ªan convertirse en autosuficientes en cuanto a su alimentaci¨®n, ¡°como un oso ruso que se alimenta de las bayas del bosque que le rodea¡±, los rusos acogieron su met¨¢fora a rega?adientes. Sin embargo, el decreto sobre la destrucci¨®n de los alimentos, acompa?ado por fotos y v¨ªdeos ense?ando enormes incineradoras quemando comestibles, fue la gota que colm¨® el vaso.
En su art¨ªculo sobre lo sucedido, publicado en The New Yorker, la periodista rusa residente en Estados Unidos Masha Gessen, autora, entre otros libros, de una bien documentada biograf¨ªa de Putin, cuenta que la propia madre del presidente estuvo a punto de morir de hambre durante el cerco de Leningrado (1941-1944). No se sabe si su hijo se acordaba de ello mientras dictaba el decreto incendiario. Seg¨²n observa Gessen, desde el 6 de agosto, d¨ªa en que el decreto entr¨® en vigor, se han destruido centenares de toneladas de comida, fundamentalmente carne de cerdo, queso, nectarinas y tomates. Masha Gessen concibe como una obscenidad los v¨ªdeos que se han grabado y hecho p¨²blicos sobre la destrucci¨®n de los comestibles. Sin embargo, Gessen percibe signos de que esta vez los rusos no est¨¢n dispuestos a dejar pasar ese insulto a su sensibilidad: centenares de miles de personas han firmado una petici¨®n reclamando al Gobierno que, en vez de destruirlos, reparta los alimentos prohibidos entre los pobres.
La respuesta de las autoridades no se ha hecho esperar: acabo de leer en la prensa rusa oficial que las autoridades est¨¢n estudiando no solo el historial de los firmantes, sino tambi¨¦n las medidas que tomar¨¢n contra los organizadores de la acci¨®n de protesta. Cosa que convierte a cada uno de los firmantes de la petici¨®n contra esa ¨²ltima infamia del presidente ruso en un peque?o gran h¨¦roe.
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