?Soy normal?
Man¨ªas, obsesiones, rarezas¡ Las ocultamos por temor a ser tildados de raros. Lo que importa no es tener una parte loca, sino lo que hacemos con ella
Ya era la tercera vez que le ocurr¨ªa. Por la ma?ana, mientras se maquillaba frente al espejo, por unos momentos, se ve¨ªa a s¨ª misma desde el techo. Como si su alma, su esp¨ªritu, su conciencia, algo de ella, hubiera salido de su cuerpo y se hubiera colocado por encima. Desde all¨ª, observaba a esa chica pint¨¢ndose los labios. Esa chica que era ella misma. Marta no hab¨ªa consumido ning¨²n tipo de droga, ni medicamento, no sab¨ªa a qu¨¦ achacar esta fantasmag¨®rica flotaci¨®n. Encerr¨® esos episodios bajo llave. Ten¨ªa miedo a que la tomaran por loca.
Pedro viv¨ªa angustiado creyendo que, en el fondo, era un asesino potencial. No entend¨ªa c¨®mo esos macabros pensamientos cruzaban por su mente. Seguro que no era normal. El peso de la verg¨¹enza le comprim¨ªa el alma. Nunca se aliger¨® confes¨¢ndoselo a alguien.
Cristina tambi¨¦n ten¨ªa un ¨ªntimo y absurdo secreto sellado en su cabeza. Desde que era ni?a escond¨ªa una peque?a cajita de lat¨®n repleta de las u?as que se iba cortando. Era como un tesoro. No sab¨ªa por qu¨¦ ten¨ªa la necesidad de esa retorcida colecci¨®n org¨¢nica.
La pregunta a la que m¨¢s nos enfrentamos los psic¨®logos es: ¡°?Soy normal?¡±. Suele ir precedida de una detallada descripci¨®n de alg¨²n comportamiento, sentimiento o sensaci¨®n que a la persona se le antoja extra?¨ªsima. Relatos que suelen ir seguidos de un: ¡°Esto solo me pasa a m¨ª¡±.
No somos tan originales, lo m¨¢s extravagante que podamos sentir, la idea m¨¢s loca que tengamos, el comportamiento m¨¢s rocambolesco no suelen ser propiedad exclusiva. Por temor a parecer anormales lo ocultamos. Somos una manada de man¨ªas, obsesiones y rarezas disfrazadas bajo un traje tallado por el patr¨®n social. Nunca sabremos que eso que no confesamos quiz¨¢ tambi¨¦n lo vive la persona que est¨¢ tomando caf¨¦ en la mesa al lado de la nuestra.
Para saber m¨¢s
Libros
Los renglones torcidos de Dios
Torcuato Luca de Tena?(Planeta, 2005)
Barcelona. Esta maravillosa novela nos permite entrar en el cerebro de una paciente psiqui¨¢trica para deslizarnos en un bucle de dudas sin fin sobre su posible cordura. Un libro que nos conduce a reflexiones mucho m¨¢s all¨¢ del argumento.
Pel¨ªculas
Shutter Island
Martin Scorsese
Luz que agoniza
George Cukor
Y de repente el ¨²ltimo verano
Joseph L. Mankiewicz
Por eso, cuando en un grupo se establece un clima de intimidad que favorece las confesiones, se respira aire de alivio. Las supuestas anormalidades enterradas bajo capas de culpa y verg¨¹enza se vuelven normales.
?Soy normal? A esta pregunta tan sencilla y tan compleja a la vez se puede responder de varias maneras. La primera, bajo el paraguas de la estad¨ªstica. En el caso de que haya estudios cient¨ªficos, los terapeutas podemos dar una respuesta del tipo: ¡°Pues esto que te sucede le pasa al 50%, al 70% o al 90% de las personas¡±.
Y eso ?ad¨®nde nos lleva? ?A ninguna parte! Un bajo porcentaje estad¨ªstico no apunta a la patolog¨ªa. Por ejemplo, existen personas que al escuchar letras o n¨²meros, ven colores, o que cuando escuchan palabras les vienen diferentes sabores a la boca (saborean las palabras). Son los sinest¨¦sicos. Experimentan percepciones cruzadas. Las investigaciones arrojan distintos porcentajes respecto a este fen¨®meno, que van desde un 1% a un 14%. Proporciones peque?as. Por eso, antes la sinestesia era tratada como un error del cerebro, como una patolog¨ªa; sin embargo, a medida que avanzan los estudios se asocia cada vez m¨¢s a la creatividad, a la memoria prodigiosa, a la genialidad.
Obsesi¨®n por una persona, aumento de la pasi¨®n sexual, enlentecimiento del tiempo cuando se est¨¢ lejos de ella, segregaci¨®n anormalmente alta de dopamina¡, estos son los s¨ªntomas del enamoramiento. ?Lo consideramos una patolog¨ªa? No. Lo etiquetamos como normal pues la mayor¨ªa de los mortales lo experimentamos alguna vez en la vida. Si solo un 1% de nosotros se enamorara, entonces a esos pocos los tildar¨ªamos de locos. Tratar¨ªamos como una neurosis ese fundido tan desgarradoramente dulce del coraz¨®n. La estad¨ªstica no suele decirnos nada realmente interesante.
¡°?Esto que me pasa qu¨¦ nombre tiene?¡±. Necesitamos estar dentro de alguna casilla rotulada. Los psic¨®logos y psiquiatras lo tenemos muy f¨¢cil para colocar a la gente en cuadrados. Disponemos de una herramienta que nos lo permite: el DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders). Un manual donde se encuentran todos los posibles trastornos con los s¨ªntomas que los caracterizan. Este cat¨¢logo de patolog¨ªas resulta ¨²til para la orientaci¨®n del diagn¨®stico y el tratamiento. No obstante, dista mucho de ser un mapa exacto y su interpretaci¨®n necesita grandes dosis de sensatez y humanismo. Sobre todo es imprescindible no perder de vista la relatividad de los criterios que se han empleado para elaborarlo.
Hasta el a?o 1973, la homosexualidad se encontraba dentro de este manual como un desorden mental. Las patolog¨ªas entran y salen de este diccionario de las ¡°anormalidades¡± humanas dependiendo de la moral de la ¨¦poca y muchas veces de los intereses de las industrias farmac¨¦uticas. Cuanto m¨¢s se diagnostica, m¨¢s psicof¨¢rmacos se venden. La ¨²ltima versi¨®n se ha visto engrosada con la entrada de nuevas patolog¨ªas. Una de ellas presenta la complicada etiqueta: ¡°Trastorno de desregulaci¨®n disruptiva del estado de ¨¢nimo¡±. Es un diagn¨®stico para ni?os que presenten irritabilidad, pataletas, episodios de rabia como m¨ªnimo tres veces por semana durante un a?o. El peligro de acabar medicando los berrinches ya est¨¢ servido. Tambi¨¦n se ha incluido el ¡°trastorno por atrac¨®n¡±, un diagn¨®stico para las personas que se den una panzada con una frecuencia m¨ªnima de doce veces en tres meses. Al final, ya nadie ser¨¢ normal.
?Qu¨¦ significa ser normal? ?Comportarnos como la mayor¨ªa? ?No estar encasillados en alguno de esos diagn¨®sticos? Nuestros protagonistas: Marta, con sus salidas del cuerpo; Pedro, con sus pensamientos asesinos, y Cristina, con su recopilaci¨®n de u?as cortadas, ?son normales? De entrada, no son ¨²nicos, es decir, que estos ejemplos est¨¢n basados en un porcentaje de la poblaci¨®n, aunque eso tampoco importa mucho. Estas rarezas puntuales no ser¨ªan suficientes para clasificarlos como trastornados, para ello es necesario comprobar si estas extravagancias afectan a su vida cotidiana. En el caso de que no lo hagan, se los pondr¨ªa dentro del saco de los normales.
Nada humano me es ajeno¡±
Publio Terencio Africano
Podr¨ªamos llegar a la conclusi¨®n de que, si la vida se ve afectada, se considera patolog¨ªa y, en caso contrario, no, pero eso tambi¨¦n esconde una trampa. Imaginemos un fetichista. Un hombre que solo logra excitarse si su pareja lleva unos zapatos rojos de tacones imposibles. ?Es patol¨®gico? Seg¨²n nuestra conclusi¨®n, no lo ser¨ªa dado que el resto de su vida no tiene por qu¨¦ verse alterada. Ahora bien, supongamos que a su pareja no le gusta poner sus pies dentro de ese glamuroso calzado. En ese caso, podr¨ªa estallar una crisis dentro de la pareja que pusiera la existencia de nuestro fetichista del rev¨¦s. As¨ª que dependiendo de la disposici¨®n de su mujer etiquetar¨ªamos a ese hombre como trastornado o no. Complicado.
En L¨ªbano, si un hombre presenta zoofilia y se lo monta con un animal hembra, se le considera normal. Ahora bien, si el animal es macho, la cosa cambia. La ley lo proh¨ªbe y la condena puede ser de pena de muerte.
Aqu¨ª somos m¨¢s l¨®gicos. Si nos pasamos el d¨ªa corriendo es normal. Si nos dejamos la salud para alcanzar objetivos materiales es normal. Si nos quedamos impasibles ante im¨¢genes sangrantes del televisor es normal. Si el humor se nos agrieta porque nos han rayado el coche es normal. Si nos quejamos constantemente es normal. Si valoramos m¨¢s el cuerpo de los j¨®venes que la sabidur¨ªa de los ancianos es normal. La postura disparatada respecto a la zoofilia no desentona tanto al lado de nuestras ¡°normalidades¡±. ?Qui¨¦n est¨¢ m¨¢s cuerdo, el que encaja dentro de esta loca sociedad o el que no?
Queremos encontrar la fina l¨ªnea divisoria entre cordura y locura pero no existe. Esa raya es como el meridiano de Greenwich, si pasas por alguna carretera que lo cruza no lo ves, no existe, es solo una invenci¨®n arbitraria de nuestra necesidad de ordenarlo todo. Saber si somos normales o no, no es la cuesti¨®n. Lo esencial no es qu¨¦ rarezas nos acompa?an, sino c¨®mo nos relacionamos con ellas. Una misma locura puede ser vivida como genial o como patol¨®gica. Una misma man¨ªa puede verse como algo que convierte a una personalidad en especial o como una alteraci¨®n. Una misma obsesi¨®n puede desviarse hacia lo creativo o hacia lo insano. Todos tenemos nuestra parte loca. La cuesti¨®n es qu¨¦ hacemos con ella.
elpaissemanal@elpais.es
Nasruddin
Nasruddin lleg¨® a ser primer ministro del rey. En cierta ocasi¨®n, mientras deambulaba por el palacio, vio por primera vez en su vida un halc¨®n real. Hasta entonces, Nasruddin jam¨¢s hab¨ªa visto semejante clase de paloma. De modo que tom¨® unas tijeras y cort¨® con ellas las garras, las alas y el pico del halc¨®n. ¡°Ahora pareces un p¨¢jaro como es debido¡±, dijo, ¡°tu cuidador te ha tenido muy descuidado¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.