Jonathan Franzen, una cruzada contra Silicon Valley
El escritor vuelve a las librer¨ªas con ¡®Pureza¡¯, en el que alerta de las ilusiones que las grandes corporaciones de Internet venden en todo el mundo Visitamos a Franzen para hablar sobre invasiones masivas de nuestra intimidad, la vigencia de la ficci¨®n y por qu¨¦ ¨¦l nunca participar¨¢ de la revoluci¨®n de las redes sociales
Jonathan Franzen, novelista al que acostumbran a colgar el mochuelo de gran escritor americano de nuestro tiempo y otros halagos envenenados, sol¨ªa repartir sus d¨ªas entre el espacioso apartamento de la parte alta de Manhattan y Santa Cruz, ciudad asomada al Pac¨ªfico entre las bah¨ªas de San Francisco y Monterrey donde el surf es una religi¨®n y la gente cultiva con mimo sus excentricidades. A este afortunado rinc¨®n lleg¨® de la mano de su novia desde hace m¨¢s de una d¨¦cada, Kathryn Chetkovich, escritora como ¨¦l; la ¡°chica californiana¡± que es una presencia discreta en Zona fr¨ªa, fragmentarias memorias del autor de Libertad. La madre de ella est¨¢ ¡°muy mayor¡±, as¨ª que hace tres a?os la pareja se instal¨® con aire casi definitivo en una casa unifamiliar de una calle residencial en curva. Un lugar hist¨¦ricamente tranquilo con vistas a un bosque en el que los eucaliptos ganaron la partida. Aqu¨ª, los vecinos dejan la puerta abierta y el escritor, hombre de man¨ªas, vive razonablemente apartado del mundo.
De esa ¡°decisi¨®n, ni temporal, ni permanente¡±, tal y como la describi¨® Franzen el pasado mes de agosto en una larga entrevista celebrada en el pulcro sal¨®n de la casa, nace su nueva y esperada obra: Pureza, que ¨¦l llama su ¡°novela de la Costa Oeste¡±.
Sus lectores, legi¨®n tras la publicaci¨®n de su tercer libro, Las correcciones (2001), est¨¢n acostumbrados a historias que transcurren en el Medio Oeste; escenario que en la literatura estadounidense ha servido ¨Cde Willa Cather a Sherwood Anderson, de Jeffrey Eugenides a Saul Bellow¨C como met¨¢fora equidistante para atrapar el alma de un escurridizo pa¨ªs. Un terreno vasto, pero familiar. Franzen naci¨® hace 56 a?os en Chicago y pas¨® su infancia y primera juventud en un suburbio de San Luis, capital de Misuri que protagoniz¨® su primera y posmoderna novela, Ciudad veintisiete (1988). Con ella cosech¨® tan buenas cr¨ªticas como irrelevantes cifras de ventas.
Las casi 700 p¨¢ginas de Pureza, que edita Salamandra a mediados de octubre con la traducci¨®n de Enrique de H¨¦riz, est¨¢n por el contrario pobladas por okupas de Oakland, ?hippies esquivos que evitan hacer y responder preguntas, visionarios de Silicon Valley y otras especies que tal vez solo puedan darse en h¨¢bitats californianos. Franzen la define como una historia ¡°contra las ilusiones de libertad que nos venden desde las grandes corporaciones de Internet¡±, pero en su redacci¨®n el escritor parece haberse fijado otros objetivos de ¨ªndole m¨¢s pol¨ªtica que literaria, una agenda marcada por asuntos de la actualidad como la conservaci¨®n del medio ambiente, el fin de la intimidad en el imperio de los tel¨¦fonos inteligentes o la lucha entre el periodismo tradicional y las nuevas reglas de juego de filtradores como Julian Assange o Edward Snowden.
Dicho de otro modo, si en Libertad y Las correcciones el escritor trat¨® de intervenir en las agendas ¨ªntimas de lo contempor¨¢neo, en el modo de vida de las sociedades occidentales, Pureza aspira a incidir en el debate p¨²blico. La salida del libro en Reino Unido y Estados Unidos, empujada por una gigantesca atenci¨®n medi¨¢tica m¨¢s propia de un estreno de Hollywood que de un acontecimiento libresco, prob¨® la capacidad de su autor, fuera del alcance de la mayor parte de sus compa?eros de profesi¨®n, de monopolizar las discusiones, aunque los vericuetos de estas se hayan mostrado, como se ver¨¢ despu¨¦s, un tanto incontrolables para Franzen.
Purity, personaje con el que arranca la historia, es una reci¨¦n licenciada ahogada por una deuda de 130.000 d¨®lares contra¨ªda para pagarse la Universidad, pr¨¢ctica tan extendida entre los estudiantes en EE UU que la cosa ha alcanzado la categor¨ªa de debate nacional en una sociedad en la que la desigualdad avanza imparable. Todos la llaman Pip, como al protagonista de Grandes esperanzas, de Charles Dickens, con el que la chica, a la que le ha sido hurtada la identidad del padre, comparte poco m¨¢s que un borroso pasado y un espinoso porvenir. Franzen resta a la decisi¨®n la carga del homenaje al novelista ingl¨¦s (¡°vuelvo m¨¢s sobre Austen o Dos?toievski que sobre Dickens¡±) y, por delegaci¨®n, a la narrativa de corte cl¨¢sico de la que se ha erigido defensor, sobre todo tras la publicaci¨®n hace cinco a?os de Libertad, un novel¨®n que aplicaba t¨¦cnicas decimon¨®nicas a ansiedades de nuestro siglo.
Toda esa monserga de la democracia digital es ofensiva y est¨²pida¡±
En su nueva obra ha jugado la baza de la construcci¨®n de personajes que tan bien le result¨® en sus dos anteriores novelas, hogar (en Libertad) de Patty Berglund, siempre empe?ada en hacerse de menos, y el lac¨®nico rockero Richard Katz, o de la memorable y paranoica familia Lambert de Las correcciones. En una trama arabesca y deslocalizada para sus est¨¢ndares (el lector viaja a Denver, Bolivia y el Berl¨ªn Oriental previo a la ca¨ªda del muro), el escritor nos presenta, entre otros, a Andreas Wolf, disidente por casualidad en los ¨²ltimos d¨ªas de la RDA, un hombre obsesionado con las mujeres (o, mejor, con cierta idea de las mujeres) al que el mundo acabar¨¢ convirtiendo en un filtrador de secretos que dirige a un ej¨¦rcito de voluntarios en The Sunlight Project; una versi¨®n ¡°luminosa¡± de Wikileaks, cuyo fundador, Julian Assange, es despachado en el libro como ¡°un megalomaniaco autista con perturbaciones sexuales¡±.
A Wolf se oponen en el debate entre las revelaciones masivas de datos sin filtrar y el periodismo tradicional, el cultivo paciente de las fuentes y la presencia sobre el terreno, la pareja formada por Tom Aberant, editor de una web de investigaci¨®n a la vieja usanza que sostiene una donaci¨®n filantr¨®pica, y Leila Hedou, su mejor reportera. En boca de ella pone Franzen reflexiones sobre el oficio como esta: ¡°La investigaci¨®n period¨ªstica era un suced¨¢neo de la vida; dominar una materia solo para olvidarla; trabar amistad con otras personas solo para abandonarlas luego. Y sin embargo, como tantos suced¨¢neos placenteros, era altamente adictiva¡±.
La n¨®mina la completan personajes como Annagret, que ejerce el proselitismo para Wolf, o el resentido profesor Charles Blenheim, literato que fue para la cr¨ªtica el heredero de John Barth hasta que dej¨® de serlo. En cierto momento pronuncia una de las frases m¨¢s aplaudidas por los primeros rese?istas de Pureza: ¡°Hay muchos Jonathans. Una plaga de Jonathans literarios. Si solo leyeras el suplemento de libros de The New York Times, creer¨ªas que es el nombre masculino m¨¢s com¨²n en Estados Unidos. Sin¨®nimo de talento, grandeza. Ambici¨®n, vitalidad¡±. En giros como ese, que mezcla la autorreferencia ir¨®nica con la alusi¨®n a otros Jonathans de ¨¦xito, Safran Foer o Lethem, se apoya Franzen para considerar Pureza como una ¡°comedia oscura¡±, que, dice, ¡°no pretende ser graciosa todo el tiempo, pero aspira a ser hilarante por momentos¡±.
El padre del invento comparte m¨¢s de una opini¨®n con algunos de sus hijos. Cree, como Leila, que ¡°Internet est¨¢ matando el periodismo¡±. ¡°Quienes dicen que no es necesario el oficio ejercido a la vieja usanza, esa cosa propia de dinosaurios, no son capaces de explicar c¨®mo lograr¨¢n extraer sentido de una tonelada de cables diplom¨¢ticos sin la ayuda de profesionales¡±, explicar¨¢ el escritor en la entrevista. ¡°Y entonces te dicen: ¡®Un grupo de voluntarios har¨¢ el trabajo¡¯. ?Voluntarios! ?Nunca gente pagada! ?Tienen esos voluntarios alguna experiencia en el tema que tratan los cables? ?Llevan 20 a?os escribiendo sobre esos asuntos? ?No! La prueba de ello es que las filtraciones de Wikileaks son irrelevantes desde que no las trabajan los grandes medios. Toda esa monserga de la democracia digital es ofensiva y est¨²pida y est¨¢ logrando que sea cada vez m¨¢s complicado que paguen a los reporteros por trabajar. La obscena riqueza de las grandes plataformas de Internet se sustenta en que los usuarios generen contenido gratis. ?Por qu¨¦ iban Google o Facebook a empezar a pagar? Les gusta que la gente regale su trabajo. ?Creo que hay lugar para el periodismo de toda la vida? Desde luego. ?Deber¨ªan pagar a la gente por ello? Sin duda. Si no tenemos un modelo que permita que los periodistas trabajen por un sueldo decente, la democracia se ver¨¢ da?ada. Y no estoy convencido de que los hackers sean tan indispensables¡±.?
?Tampoco si, como en el caso Snowden, ayudan a desenmascarar una masiva recogida de datos del espionaje estadounidense que viola el derecho a la intimidad? ¡°En mi opini¨®n, los secretos son buenos. Basta con ser consciente de que cuando escribes un correo electr¨®nico alguien puede acabar ley¨¦ndolo. Creo que la preocupaci¨®n sobre la vigilancia de los Gobiernos est¨¢ tremendamente exagerada. Si tuviese algo que ocultar me lo tomar¨ªa, supongo, m¨¢s en serio¡±.
Franzen tambi¨¦n podr¨ªa suscribir la larga reflexi¨®n que hacia el final de Pureza formula Wolf, el filtrador que vivi¨® dos revoluciones, la comunista y la de Internet. Arranca con este paralelismo: ¡°[En la RDA] pod¨ªas cooperar con el sistema u oponerte a ¨¦l, pero lo ¨²nico que no pod¨ªas hacer en ning¨²n caso, tanto si disfrutabas de una vida agradable y protegida como si estabas en la c¨¢rcel, era no relacionarte con ¨¦l. La respuesta a cualquier pregunta, importante o banal, era el socialismo. Si sustitu¨ªas la palabra ¡®socialismo¡¯ por ¡®redes¡¯, ten¨ªas Internet¡±. Escuchada la lectura del p¨¢rrafo, el escritor a?adi¨® en la entrevista de un modo t¨ªpicamente suyo de hablar de sus personajes como si fueran personas reales: ¡°Andreas se refiere a un sistema, el de las redes sociales, del que no es posible sustraerse. Si te sales, te conviertes autom¨¢ticamente en un disidente. Adem¨¢s, los tel¨¦fonos inteligentes introducen el sistema en tu vida m¨¢s ¨ªntima las 24 horas del d¨ªa. La cosa empeora si eres un personaje p¨²blico. Autom¨¢ticamente desarrollas una personalidad online en cuya construcci¨®n est¨¢s obligado a participar. Si no lo haces, otros lo har¨¢n por ti, y te garantizo que el resultado no ser¨¢ precisamente halagador. Es un chantaje. O participas o ser¨¢s castigado. En eso, el mundo actual se parece bastante a la vida en la RDA¡±.
Incluso sin tiempo para leer las cr¨ªticas que contiene el libro al statu quo digital, la llegada de la novela a las librer¨ªas anglosajonas desat¨® un chaparr¨®n de opiniones encontradas en Twitter, red social en la que tienen cogida la medida al ol¨ªmpico desprecio de Franzen por las nuevas formas de comunicaci¨®n virtual. En una entrevista con este diario en 2012, con motivo de la publicaci¨®n en espa?ol de su recopilaci¨®n de ensayos M¨¢s afuera, el escritor sentenci¨® que Twitter le parec¨ªa ¡°sobrevalorado¡±, antes de cargar contra la brevedad del discurso tuitero como uno de los grandes males de la civilizaci¨®n occidental. Meses despu¨¦s, public¨® en el rotativo londinense The Guardian un ensayo de 5.600 palabras con el provocador e inmodesto t¨ªtulo de Lo que marcha mal en el mundo moderno en el que hac¨ªa sonar las trompetas del Apocalipsis sobre un ¡°momento hist¨®rico saturado de medios y entregado a la tecnolog¨ªa¡±.
Aquellos temores suyos se hallan, obviamente, en el germen de Pureza.
Tambi¨¦n result¨® determinante la escritura de The Kraus Project, un extra?o artefacto literario compuesto por dos textos de Karl Kraus. El c¨¢ustico escritor y periodista vien¨¦s pas¨® a la gran historia de la literatura centroeuropea del sigo XX como editor durante 37 a?os de Die Fackel (La Antorcha), revista que llen¨® casi en solitario de fieras cr¨ªticas a la degradaci¨®n de la sociedad y la prensa austriacas (en espa?ol existe una formidable muestra de su ¨¢cido magisterio en un volumen seleccionado por Adan Kovacsics y publicado en Acantilado).
S¨¦ que soy un objetivo f¨¢cil, un enemigo que es muy divertido odiar¡±
Los textos de The Kraus Project, que figuran en su versi¨®n original en alem¨¢n y en la traducci¨®n al ingl¨¦s del propio Franzen, se completan con unas prolijas notas al pie en las que se mezclan comentarios hist¨®rico-literarios con recuerdos del ¡°infeliz a?o pasado en Berl¨ªn en los ochenta¡±, cuando el autor de Libertad descubri¨® la obra de Kraus. A las diatribas antitecnol¨®gicas (que llegan a equiparar la renuncia a comprar un ordenador Apple con una decisi¨®n ¨¦tica) siguen las confesiones autobiogr¨¢ficas ¨C¡°No nac¨ª enfadado. (¡) No conoc¨ª la ira hasta los 22 a?os¡±¨C. ¡°Cuando escrib¨ªa ese libro¡±, explica Franzen, ¡°la propaganda mesi¨¢nica de Silicon Valley se hallaba en su m¨¢ximo apogeo. Me di cuenta de que hace un siglo Kraus ya criticaba la espinosa relaci¨®n entre comunicaci¨®n de masas y tecnolog¨ªa y que sus advertencias siguen vigentes¡±.?
Resulta inevitable establecer paralelismos entre Kraus, El Gran Aborrecedor, y la tendencia de nuestro hombre a verse envuelto, voluntariamente o no, en desagradables pol¨¦micas. Cuando el escritor recibi¨® a El Pa¨ªs Semanal otra sofocante tarde de la larga sequ¨ªa con la que los habitantes de California han aprendido a vivir, la novela a¨²n no hab¨ªa visto la luz, aunque su autor estaba preparado. ¡°S¨¦ que soy un objetivo f¨¢cil, un enemigo al que es muy divertido odiar. Pero no puedo culpar a nadie por criticar sin tomarse la molestia de leerme. Supongo que hacerlo les arruinar¨ªa la diversi¨®n¡±, explic¨® Franzen, con esa pinta extra?amente juvenil de abnegado moralista. ¡°No pienso entrar en Twitter, la gente constantemente me invita a hacerlo, dicen que deber¨ªa meterme, defenderme. Pero odio el medio. La calidad del discurso tuiteado. Las redes sociales son como las especies invasoras, simplemente toman el control. Las puedes fumigar, pero no servir¨¢ de nada. Es como esa tierra que hay ah¨ª fuera. Era un precioso humedal y ahora est¨¢ tomada por el hinojo y la mostaza. Si no quitas con cuidado las especies invasoras, esparcir¨¢s las semillas y agravar¨¢s el problema¡±.
El espectro de comentarios que ha merecido la obra en EE UU y Reino Unido se ha movido entre las cr¨ªticas abiertamente positivas y las que como poco celebran su sobrada destreza como novelista, pasando por el vituperio abiertamente hostil, por decirlo de un modo educado. ¡°Pureza es una mierda irrelevante¡±, titul¨® Gawker, web-tabloide cuyo lema es: ¡°Los cotilleos de hoy son las noticias de ma?ana¡±.
M¨¢s all¨¢ de las invectivas que invitan a pensar que el odio a Franzen debe de ser tambi¨¦n un negocio rentable, hubo otra pol¨¦mica recurrente que no quiso perderse el acontecimiento literario. Cuando, a ra¨ªz de la publicaci¨®n de Libertad, el escritor se convirti¨® en el primero en ocupar en una d¨¦cada la portada del semanario Time (bajo el t¨ªtulo de ¡®Gran novelista americano¡¯), se sucedieron las cr¨ªticas entusiastas, tambi¨¦n la de Michiko Kakutani, de The New York Times, y se inici¨® un movimiento de escritoras encabezado por Jodi Picoult (en cuya cuenta de Twitter se presenta como ¡°autora, madre y wonderwoman¡±) que se quejaban de la excesiva atenci¨®n que el diario neoyorquino brindaba a los escritores blancos y, en especial, a Franzen. Las lecturas feministas de Pureza han afeado el retrato que se ofrece de las ansiedades de la mujer madura (Elaine Blair, Harper¡¯s), as¨ª como los ¡°tediosos estereotipos de los personajes femeninos: madres locas, mujeres de mediana edad atormentadas por el dilema de tener hijos o renunciar a la maternidad, esposas y novias que prefieren discutir incansablemente acerca de sus sentimientos antes que mantener relaciones sexuales¡± (Curtis Sittenfeld, The Guardian).
Durante la entrevista, Franzen recalc¨® en cuatro ocasiones que no lee nada de lo que escriben, bueno o malo, sobre ¨¦l, advertencia que repiti¨® cuando, transcurridas varias semanas de nuestro encuentro, le escrib¨ª por correo electr¨®nico en busca de una respuesta a quienes lo pintan como a un mis¨®gino sin remedio. ¡°Dado que no las he le¨ªdo, no s¨¦ en qu¨¦ se basan esas acusaciones. ?En el hecho de que un personaje masculino que no soy yo se comporta de un modo mis¨®gino? ?En que mis personajes femeninos son seres humanos que no siempre se conducen de un modo admirable? Sospecho que esas acusaciones provienen de alguien que no entiende lo que implica leer ficci¨®n¡±.
Tambi¨¦n ped¨ª a Franzen su reacci¨®n a un texto del traductor al espa?ol de Las correcciones, Ram¨®n Buenaventura, que recogi¨® sus recuerdos de aquel encargo en una serie aparecida en la Red entre finales de 2003 y principios de 2004. El Mundo entresac¨® en un art¨ªculo publicado en los d¨ªas previos a la aparici¨®n en ingl¨¦s de Pureza las partes en las que el tambi¨¦n novelista y poeta detallaba las intervenciones de Franzen. ¡°Hubo que perder el tiempo en necedades como convencer al autor de que en espa?ol no es error sint¨¢ctico colocar un adjetivo delante del nombre¡±, escribi¨® Buenaventura. ¡°Una amiga de habla hispana ley¨® el primer cap¨ªtulo de la versi¨®n espa?ola de Las correcciones y se?al¨® siete posibles errores¡±, recuerda Franzen. ¡°La respuesta de mi entonces editor [Seix Barral] y de Buenaventura fue iracunda. El primero lleg¨® a decir que yo, nativo ingl¨¦s, no comprend¨ªa la variante americana del idioma. Esas siete preguntas fueron toda mi implicaci¨®n en la traducci¨®n¡±. Requerido por este diario, Buenaventura manifest¨® su ¡°nulo inter¨¦s¡± en abundar en el asunto.
El tercer punto del correo electr¨®nico de Franzen no fue la respuesta a ninguna pregunta, sino una puntualizaci¨®n a uno de los temas tratados en la entrevista. De nuevo, una agria controversia. El escritor public¨® en abril un ensayo en The New Yorker en el que lamentaba que todos los esfuerzos de la lucha medioambiental se centrasen ¨²nicamente en el cambio clim¨¢tico y olvidasen el conservacionismo. ¡°Tan solo propuse que una peque?a parte de ese valioso trabajo, ?qu¨¦ tal un 10%?, se enfocase en acciones como la preservaci¨®n de la flora y la fauna o el paisaje. Algo que d¨¦ verdaderos resultados y no una guerra perdida como la del calentamiento del planeta. Nada de lo que hagamos podr¨¢ impedir ya que la temperatura global supere la barrera de lo realmente preocupante mucho antes de que acabe el siglo. Me contaron que la reacci¨®n en las redes fue extremadamente violenta, pero lo siento, no me interesan las acciones cuyos resultados tardan 100 a?os en notarse¡±.
A la pregunta de si ese punto de vista cortoplacista nac¨ªa de su condici¨®n de hombre sin descendencia, el escritor respondi¨® con una vaga disertaci¨®n que luego aterrizar¨ªa por correo electr¨®nico: ¡°Desde la perspectiva del cambio clim¨¢tico, lo peor que un individuo puede hacer por el planeta es reproducirse¡±.
Franzen es muy probablemente el aficionado a avistar p¨¢jaros m¨¢s famoso del mundo, como volvi¨® a demostrar al recitar desde el porche trasero de su casa todas las especies que frecuentan el lugar, una hondonada entre dos colinas que desemboca en el Pac¨ªfico. La preocupaci¨®n por el medio ambiente es uno de los temas centrales de su obra. En su cocina, como en el cub¨ªculo en el que la protagonista de Pureza trabaja para una empresa de energ¨ªa renovable, una inscripci¨®n reza bajo la escultura de hierro forjado de una c¨¢mara callejera de vigilancia: ¡°Al menos la guerra contra el medio ambiente va bien¡±.
No pienso entrar en Twitter. Odio la calidad del discurso tuiteado¡±
La combativa iron¨ªa de la inscripci¨®n se ajusta al esp¨ªritu que se respira en las calles de Santa Cruz, que fue clave durante el movimiento hippy, una revoluci¨®n que, si se atiende a la cantidad de colgados de todas las edades que pueblan sus aceras, es m¨¢s un estado mental que una opci¨®n generacional. Cincuenta a?os despu¨¦s, sus habitantes se reafirman elecci¨®n tras elecci¨®n en su romance con el Partido Dem¨®crata. Como demostraci¨®n del compromiso con esa comunidad, Franzen escogi¨® para la primera presentaci¨®n p¨²blica de la novela m¨¢s esperada de la rentr¨¦e anglosajona Bookshop Santa Cruz, una de esas formidables librer¨ªas independientes que, repartidas por ciudades de tama?o medio de todo el pa¨ªs, desmienten muchos de los t¨®picos que circulan sobre la pobreza intelectual del estadounidense medio. Uno de sus encargados, Patrick O¡¯Connell, cuenta que el escritor es un habitual del establecimiento. ¡°Es buen lector y un hombre cercano. Tiene amigos entre los empleados¡±.
La librer¨ªa podr¨ªa ser el punto de partida de uno de esos tours literarios que hacen realidad en las tres dimensiones los escenarios de una novela. La carretera que hay que tomar para llegar a Santa Cruz desde el aeropuerto de San Francisco deja a ambos lados top¨®nimos familiares como Palo Alto, Cupertino o Mountain View, escenarios de la revoluci¨®n digital contra la que se alerta en Pureza. La confluencia de ambos mundos no es, para Franzen, inocente: ¡°Parte del problema con Silicon Valley es que incorporan algo de ese ethos hippy californiano. Y eso es precisamente lo que los diferencia de otras corporaciones consagradas a acumular dinero, que los vemos como t¨ªos enrollados que solo quieren cambiar el mundo, como en los sesenta, cuando en realidad exhiben ideas libertarianistas de lo m¨¢s reaccionario¡±.
La misma carretera que atraviesa el tecnol¨®gico valle comunica Santa Cruz con las monta?as. All¨ª, en una caba?a en la peque?a localidad de Felton, cruce de caminos entre bosques de secuoyas como edificios de 20 plantas, rascadores pardos y otras aves paseiformes, vive y trabaja (de cajera de un supermercado org¨¢nico) la misteriosa madre de la protagonista. Una visita al pueblo, con su iglesia ortodoxa, sus tiendas de t¨¦ ecol¨®gico y sus salones de acupuntura sirvi¨® para comprobar que, al menos en eso, la novela est¨¢ basada en hechos reales.
Al principio de la relaci¨®n, Franzen ven¨ªa al pueblo de al lado, Boulder Creek, a ver a su novia, Kathy, m¨¢s o menos en la ¨¦poca en la que ella public¨® en la revista Granta un ensayo titulado Envidia sobre una escritora sin ¨¦xito que convive con un autor laureado. M¨¢s tarde llegar¨ªa la decisi¨®n de ¨¦l de alquilar una oficina para escribir en el campus universitario de Santa Cruz, donde, cuenta la leyenda, Libertad se gest¨® en una habitaci¨®n con las ventanas cegadas y sin acceso a Internet para esquivar distracciones. Y la leyenda, como buena leyenda, no es toda la verdad. ¡°No es que estuviese durante nueve a?os encerrado en un cuarto oscuro escribiendo. Hubo cierta lucha, pero no tanta como para ser descrita como un bloqueo. Me molesta esa imagen de escritor bloqueado, porque implica que nuestro estado natural se asemeja a un grifo siempre abierto que mana a borbotones, salvo cuando se atasca¡±.
Termin¨® Libertad en el a?o que sigui¨® al suicidio de su amigo David Foster Wallace (1962-2008), autor de La broma infinita (1996), gran novela sobre la perplejidad contempor¨¢nea. Con su tr¨¢gica desaparici¨®n se esfum¨® tambi¨¦n la sana competencia que exist¨ªa entre ambos. ¡°Tras su muerte, solo qued¨® la rabia. Trabajar obsesivamente en Libertad me pareci¨® la manera de mantenerlo vivo¡±.
En la semana previa a la entrevista se estren¨® en EE UU, bendecida por la cr¨ªtica, la pel¨ªcula The End of the Tour (a¨²n sin fecha de llegada a Espa?a). El filme se basa en Although of Course You End up Becoming Yourself, reportaje en forma de libro que narra los cinco d¨ªas en los que el periodista David Lipsky acompa?¨® a Foster Wallace en la parte final de un viaje para promocionar La broma infinita. El encargo de la revista Rolling Stone, que nunca public¨® el texto, se tradujo en las 15 horas de entrevista que sirven de base al guion de la pel¨ªcula. Karen Green, viuda de Foster Wallace, trat¨® de impedir sin ¨¦xito la adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica. ¡°No le¨ª el libro¡±, dice Franzen. ¡°Y no, no pienso ver la pel¨ªcula; no necesito ver a un actor disfrazado de David para saber c¨®mo era mi amigo¡±.
En los cuatro a?os que han bastado a Franzen para completar Pureza, el autor ha publicado, adem¨¢s del libro sobre Kraus, un volumen de ensayos titulado M¨¢s afuera, como el reportaje en el que cuenta el viaje para esparcir las cenizas de Foster Wallace a la isla chilena Alejandro Selkirk, donde Daniel Defoe situ¨® Robinson Crusoe. Tambi¨¦n han sido los a?os de la infructuosa incursi¨®n televisiva de un admirador de la nueva narrativa de las series (su favorita es Breaking Bad y cree que The Wire naufraga en un exceso de ambici¨®n). La cadena de cable HBO compr¨® los derechos para adaptar Las correcciones, pero no pasaron del episodio piloto. La experiencia le dej¨® ¡°muy mal sabor de boca¡±, explica.
Luego, cuando el sol empiece a aflojar y la conversaci¨®n toque a su fin, Franzen llevar¨¢ la charla a su terreno: la vigencia de la ficci¨®n literaria: ¡°Las novelas son fuentes de experiencias. Cuando la gente dice que no le sirve la ficci¨®n, interpreto que prefieren mantener las emociones a distancia. Las audiencias para las que significo algo envejecer¨¢n conmigo y entonces habr¨¢ que ver si la gente seguir¨¢ necesitando novelas. Alg¨²n d¨ªa, por fallos en la educaci¨®n o porque la destrucci¨®n total de la tecnolog¨ªa haya culminado su trabajo, probablemente deje de interesar la ficci¨®n¡±, a?ade antes de despedirse y cerrar la puerta que separa su casa de la realidad de ah¨ª fuera. Ese lugar lleno de tel¨¦fonos conectados, redes inal¨¢mbricas y cambiantes estatus de Facebook que hace alg¨²n tiempo conocemos como el mundo real.
Pureza (Salamandra) llega a las librer¨ªas el 15 de octubre.
elpaissemanal@elpais.es
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