Las manos de todos
Los ni?os muertos resultan desconcertantes, no sabe uno d¨®nde meterlos para negar el hecho de que ya no est¨¦n
Los ni?os muertos resultan desconcertantes, no sabe uno d¨®nde meterlos para negar el hecho de que ya no est¨¦n. As¨ª como la muerte de los viejos, por dolorosa que parezca, se atiene a una sintaxis aceptada, la de los ni?os lo coloca todo patas arriba. Rompe el orden fundamental, altera la gram¨¢tica de la existencia. Asistir al fallecimiento de un cr¨ªo es como leer los versos de un poeta extraviado (y perd¨®n por la redundancia): no les ves el sentido y sin embargo las palabras te alcanzan como si cada una de ellas hubiera sido escrita para ti. A lo mejor s¨ª hab¨ªa sintaxis, la cuesti¨®n es que no estaba concebida para el pensamiento racional sino para ese otro que no nos atrevemos a llamar irracional, pero que por ah¨ª va. La muerte de un ni?o solo se puede aceptar desde la insensatez como los versos de los mejores poetas solo se pueden entender desde el desatino. Nos sobran cantidades de lo uno y de lo otro como nos sobran cantidades de ni?os muertos. Cuando se muere el padre de Fulano, se muere el padre de Fulano, pero cuando se muere un ni?o, se muere el de todos. Atraviesa tu calle, camino del cementerio, un coche f¨²nebre con un ata¨²d blanco, del tama?o de una caja de zapatos, y sabes que en ese ata¨²d va un hijo tuyo, aunque ignores su nombre.
Da igual de donde sea el individuo de la imagen, me parece que de Guatemala, donde no hace mucho hubo un alud de tierra que sepult¨® a 300 personas. Seg¨²n el pie de foto, el cad¨¢ver depositado en el f¨¦retro correspond¨ªa a un sobrino suyo de cinco meses. Las manos que lo sostienen sobre el hombro son las de todos.
elpaissemanal@elpais.es
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