Soledad
La soledad del que no lee es a¨²n m¨¢s grande. O quiz¨¢ sea mayor la del que lee
La soledad del que no lee es a¨²n m¨¢s grande. O quiz¨¢ sea mayor la del que lee. No s¨¦¡ Lo primero lo he pensado al asomarme al caer el sol por la ventana y ver a mi vecino el electricista d¨¢ndole la brasa a otra vecina en la calle. Bajo el fulgor incipiente de una farola y el moribundo del atardecer en oto?o. Si le gustara leer, no lo har¨ªa¡ La soledad del que no lee es palmaria. Aunque est¨¦ acompa?ado, se nota a todas luces que no quiere quedarse solo. Bajo ning¨²n concepto. Ni un instante. Habr¨¢ que ver a la vecina, se dir¨¢ m¨¢s de uno. Atiende la barra en el bar de enfrente. A simple vista no ofrece grandes encantos, aunque s¨ª gambas al ajillo. Y pulpo¡ Tampoco su voz. Ni lo que dice. Parece tan s¨®lo un ant¨ªdoto contra la soledad. Pero eso ya es algo. O mucho.
Lo segundo ¨Cque tal vez la soledad del que lee sea mayor¨C se me ha ocurrido al volver a mi asiento y verme a m¨ª. Sola. Leyendo. Bajo la claridad de una l¨¢mpara de pie. Articulada. La soledad del que lee es una soledad sola, como la del poeta Pedro Casariego. Una soledad tan sola como la de los campos del Gran Norte. Tan definitiva como la de Siberia. Aunque muy diferente. Una soledad iluminadora, dir¨ªa alguno de mis amigos lectores. Pero ?t¨² tienes amigos? ?O siquiera conocidos? Si est¨¢s siempre leyendo. Sola¡
La soledad del que lee es una soledad muy particular, porque cuando uno de pronto, en mitad de la lectura, la percibe, cuando se da cuenta de que est¨¢ tan solo, se regodea, se relame los bigotes. Y no quiere dejar de estarlo. Bajo ning¨²n concepto. Ni un instante. ?Dios m¨ªo!, exclama uno entonces para sus adentros. Que no me descubra el Chispas debajo de la lamparita¡ Y sigue leyendo. En medio de esa soledad tan sola. Tan ego¨ªsta y al mismo tiempo tan respetuosa con la de los dem¨¢s. ?Qu¨¦ solos estamos! Hasta cuando no estamos solos.
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