?Pueden no fotografiar algo?
El hombre se las ingeni¨® para acoplarse a mi ritmo y quer¨ªa tener un retrato de s¨ª mismo delante de cada mueble u objeto
Estaba unos d¨ªas en Fr¨¢ncfort y me acerqu¨¦ a ver la Casa-Museo de Goethe. Ya saben ustedes lo que pasa a menudo en esos recorridos por los museos, exposiciones y dem¨¢s: uno empieza m¨¢s o menos a la vez que otro u otros visitantes y ya no hay forma de quit¨¢rselos de encima, o de que ellos se lo quiten a uno, que a lo mejor es el que molesta y estorba. Aqu¨ª me toc¨® coincidir con un individuo menudo, con bigotito y aspecto vagamente ¨¢rabe. La casa familiar de Goethe no est¨¢ nada mal (un abuelo burgomaestre ayuda, supongo): cuatro pisos de planta generosa, con peque?o sal¨®n de baile incluido y un agradabil¨ªsimo jardincito en el que hay un par de bancos y ¨Coh milagro de tolerancia¨C un par de ceniceros. No s¨¦ hasta qu¨¦ punto se corresponde con la original (casi todos los carteles figuran s¨®lo en alem¨¢n), pero en todo caso est¨¢ muy cuidada y se siente uno a gusto en ella. O yo podr¨ªa haberme sentido as¨ª, porque, nada m¨¢s iniciar el paso, el sujeto mencionado me pidi¨® que le hiciera una foto con su m¨®vil delante de unos cacharros, es decir, en la cocina de Goethe. Acced¨ª, claro; el hombre comprob¨® que hab¨ªa salido bien y a continuaci¨®n me pidi¨® que le hiciera otra delante del fog¨®n. Bueno, foto bigotito con fog¨®n. Sal¨ª de all¨ª y pas¨¦ a otra habitaci¨®n, no recuerdo cu¨¢l, s¨®lo que en ella hab¨ªa muebles anodinos, una alacena, qu¨¦ s¨¦ yo. Al poco el hombre apareci¨® y me pidi¨® foto ante la alacena. Bueno, en fin.
¡°Santo cielo¡±, pens¨¦, ¡°cuando lleguemos a las zonas m¨¢s nobles ¨Cel estudio, la biblioteca, el sal¨®n¨C, no me lo quiero ni imaginar¡±. As¨ª que, en vez de seguir en la planta baja, me salt¨¦ varias estancias y sub¨ª a la primera, para despistarlo. Pero el hombre se las ingeni¨® para acoplarse a mi ritmo, no hab¨ªa forma de darle esquinazo, y quer¨ªa tener un retrato de s¨ª mismo no ya en todas las habitaciones, sino delante de cada mueble, cuadro u objeto. Me hab¨ªa tomado por su fot¨®grafo particular. Mi recorrido enloqueci¨®, se hizo zigzagueante, lleno de subidas y bajadas absurdas: visitaba un cuarto del segundo piso, luego uno del tercero, luego me iba otra vez al segundo y entonces ascend¨ªa al ¨²ltimo, desde donde regresaba a la cocina, el individuo ya hab¨ªa sido inmortalizado all¨ª hasta la saciedad. Daba lo mismo: apenas me cre¨ªa liberado de ¨¦l, reaparec¨ªa con su m¨®vil y su insistencia. Aunque quiz¨¢ no lo crean, soy enormemente paciente en el trato personal, sobre todo cuando se me piden cosas por favor. El ¨¢rabe (o lo que fuera, hablaba un rudimentario ingl¨¦s con fuerte acento) se acercaba cada vez con la misma sonrisa amable e ilusionada de la primera, de hecho como si fuera la primer¨ªsima que me hac¨ªa su petici¨®n, aunque fuera la en¨¦sima y todo resultara abusivo. S¨®lo me libr¨¦ gracias al cigarrillo que sal¨ª a fumarme al jardincito: quiz¨¢ espantado por mi vicio, hasta all¨ª no me sigui¨®. Me aguardaban quehaceres, no pude repetir la visita en su orden, me qued¨® una idea de casa ca¨®tica, en la que la cocina albergaba la pinacoteca y el dormitorio la biblioteca, y el escritorio estaba en el sal¨®n de baile.
Nada se ha hecho m¨¢s sagrado que las fotos obsesivas que todo el mundo hace todo el rato de todo. Si uno va por la calle y alguien est¨¢ en trance de sacar una de algo, ese alguien lo fulmina con la mirada o le chilla si uno sigue adelante y no se detiene hasta que el fot¨®grafo decida darle al bot¨®n (lo cual puede llevar medio minuto). Si entre ¨¦l y su presa hay cinco metros, pretende que ese espacio se mantenga libre y despejado hasta que haya dado con el encuadre justo, que la circulaci¨®n se paralice y nadie le estropee su ¡°creaci¨®n¡±. El problema es que hoy todo transe¨²nte anda con m¨®vil-c¨¢mara en mano, y que fotograf¨ªa cuanto se le ofrece, tenga o no inter¨¦s, y como adem¨¢s no hay l¨ªmite, todos tiran diez instant¨¢neas de cada capricho, luego ya las borrar¨¢n. He visto a gentes retratando no ya a un m¨²sico callejero o a una estatua humana, no ya un edificio o un cartel, no ya a sus ni?os o amistades, sino una pared vac¨ªa o una baldosa como las dem¨¢s. Uno se pregunta qu¨¦ diablos les habr¨¢ llamado la atenci¨®n de un suelo repugnante como los del centro de Madrid. Quiz¨¢ los churretones de meadas (o vaya usted a saber de qu¨¦) que los jalonan, lo mismo en ¨¦poca de Manzano que de Gallard¨®n que de Botella que de Carmena, alcaldes y alcaldesas suc¨ªsimos por igual. Caminar por mi ciudad siempre ha sido imposible: las aceras tomadas por bicis y motos, due?os de perros con largas correas, contenedores, pivotes, escombros, andamios, manteros, procesionarios, manifestantes, puestos de feria municipales, escenarios con altavoces, maratones, ¡°perrotones¡±, ovejas, chiringuitos y terrazas invasoras, bloques de granito que figuran ser bancos, grupos de cuarenta turistas o m¨¢s. S¨®lo faltaba a?adir esta moda, por lo dem¨¢s universal. ?Para qu¨¦ fotograf¨ªan ustedes tanto, lo que ni siquiera ven con sus ojos, s¨®lo a trav¨¦s de sus pantallas? ?Miran alguna vez las fotos que han hecho? ?Se las env¨ªan a sus conocidos sin m¨¢s? ?Para qu¨¦, para molestarlos? Detesto en particular las de platos, costumbre espantosamente extendida. ¡°Mira lo que me voy a comer¡±, dicen. Al parecer nadie responde lo debido: ¡°?Y a m¨ª qu¨¦?¡± La comida, eso adem¨¢s, en foto se ve siempre asquerosa. ?Pueden no fotografiar algo? Por favor.
elpaissemanal@elpais.es
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