Cuando la astronom¨ªa pudo cambiar el rumbo del mundo
Los astr¨®nomos jesuitas llevaron hasta China el telescopio y las tablas de efem¨¦rides astron¨®micas occidentales Su reputaci¨®n de sabios les llev¨® a convertirse en los hombres de confianza de sucesivos emperadores
Si examinamos el presente y estudiamos el pasado, incluso si nos atrevemos a pronosticar ¨Csin mirar a los astros para ello¨C algo acerca del futuro, no hay duda de que siempre nos encontraremos con el pa¨ªs m¨¢s formidable que, quiz¨¢, nunca haya existido: China. M¨¢s de cinco mil a?os contemplan a este imperio otrora impenetrable y ahora dominante, inalterado e inalterable. Su astronom¨ªa siempre ha sido una gran desconocida para los occidentales. Podemos comparar antiguos atlas estelares como los de Hiparco y Ptolomeo con los del sabio Zhang Heng (78 ¨C 139 d.C.) y apenas hallar¨ªamos similitudes. Todos los asterismos ¨Cconstelaciones¨C son muy diferentes, con alguna excepci¨®n como la Osa Mayor, conocida como el ¡°Carro del Emperador¡± en China. Pero aun con muy diversos m¨¦todos e instrumentos, la finalidad de la observaci¨®n de los cielos en China ten¨ªa, sin embargo, el mismo sentido que en Occidente: la predicci¨®n.
En la antigua China ¨Cdurante milenios, que se dice pronto¨C el emperador representaba el papel divino sobre la Tierra. Y todo lo que pasaba ¡°bajo el cielo¡± ten¨ªa un ¨²nico int¨¦rprete, el propio emperador, que recib¨ªa el sobrenombre de ¡°hijo del cielo¡±. Al igual que ocurr¨ªa en el Occidente aristot¨¦lico, la b¨®veda celeste para los chinos era inmutable salvo algunas contadas cosas: planetas, cometas o eclipses, por ejemplo. Los planetas no eran bien vistos ¨Cen su sentido literal¨C por la mayor¨ªa de los aproximadamente doscientos millones de chinos que malviv¨ªan en aquel vasto imperio pongamos que all¨¢ en el siglo XVII.
El emperador representaba el papel divino sobre la Tierra. Y todo lo que pasaba bajo el cielo ten¨ªa un ¨²nico int¨¦rprete, ¨¦l mismo
Pero mucho peor vistos ¨Cen su sentido metaf¨®rico¨C eran los cometas y los eclipses. Presagios de que algo terrible hab¨ªa de ocurrir: inundaciones, hambrunas, terremotos o guerra. Era necesario alertar con tiempo. En caso contrario, si el emperador se mostraba incapaz de anticiparse a los fatales acontecimientos, su autoridad pod¨ªa quedar en entredicho. Y su continuidad en peligro. As¨ª que no le quedaba otra al todopoderoso emperador de turno que financiar una costos¨ªsima cohorte de funcionarios especialistas en astronom¨ªa en quienes confiar. Con el rango de ministerio, nada menos.
Pero volvamos por un momento a la Europa del mencionado siglo XVII. Las privilegiadas mentes de Cop¨¦rnico, Tycho Brahe, Kepler y Galileo est¨¢n cambiando nuestra forma de ver el cosmos. El fin del modelo geoc¨¦ntrico, las observaciones cada vez m¨¢s precisas, el desarrollo del c¨¢lculo y, sobre todo, la aparici¨®n de nuevos instrumentos ¨Cc¨®mo no, el telescopio¨C permiten la elaboraci¨®n de tablas de efem¨¦rides astron¨®micas cada vez m¨¢s precisas. A diferencia de lo que ocurre en China, por primera vez en la Historia el Cielo ya es casi completamente predecible. ?Habr¨ªa alguien interesado en cont¨¢rselo a los chinos?
Pues s¨ª: los jesuitas. Por descontado que no va a ser f¨¢cil ni tampoco gratis. La Compa?¨ªa de Jes¨²s extiende imparable su red de misiones tanto por el Nuevo Mundo ¨Ccon ayuda espa?ola¨C como por Oriente, con la colaboraci¨®n portuguesa. Primero cae Jap¨®n, luego apuntan a China. Pero China es impenetrable, salvo por un min¨²sculo enclave costero: Macao.
Los jesuitas env¨ªan all¨ª a toda su artiller¨ªa intelectual (y no es met¨¢fora gratuita, puesto que incluso colaboran con sus conocimientos militares) y, tras aprender la extra?¨ªsima lengua china para ayudar a los mercaderes europeos, entran como un cicl¨®n hacia Beijing, la nueva capital. Las peripecias vitales en China en aquellas d¨¦cadas de los astr¨®nomos jesuitas (Matteo Ricci primero, Johann Schreck, Adam Schall y Ferdinand Verbiest despu¨¦s, entre muchos otros) rayan lo inveros¨ªmil. Pero inasequibles al desaliento, y enterados de la debilidad de los sucesivos emperadores, tienen un objetivo claro: si consiguen llegar hasta la ¨¦lite que rodea al emperador e impresionarle con sus conocimientos de los cielos, ¨¦ste no dudar¨¢ en abrazar la verdadera fe. Y con ¨¦l arrastrar¨¢ a todos sus s¨²bditos, cuyas m¨ªseras vidas le pertenecen.
Y a punto estuvieron de conseguirlo.
El astr¨®nomo jesuita Adam Schall se convertir¨ªa en el hombre m¨¢s poderoso en China tras el propio emperador
Aunque el italiano Matteo Ricci fracasa incluso en el mero intento de entrevistarse con el emperador Wanli, dejar¨¢ ya impronta de su sabidur¨ªa en la corte. El alem¨¢n Adam Schall llega mucho m¨¢s lejos: participa en la modificaci¨®n del calendario imperial del ¨²ltimo emperador de la dinast¨ªa Ming, Chongzhen. A la ca¨ªda de este, Shunzhi ¨Cel primer emperador de la nueva dinast¨ªa Qing¨C le nombra mandar¨ªn y hombre de su entera confianza para dirigir el ministerio de Ritos y Astronom¨ªa. Ser¨¢ el segundo hombre m¨¢s poderoso de toda China. Es relevado por el belga Ferdinand Verbiest que, bajo el reinado del emperador Kangxi, alcanza tambi¨¦n enormes cotas de poder. Pero ni uno ni otro lograron su principal objetivo, convertir el imperio chino al completo al cristianismo.
La complejidad de la corte china, la reticencia de los sucesivos emperadores a abandonar sus costumbres y privilegios ¨Cla presencia de concubinas no era el menor de los problemas¨C, y tambi¨¦n la falta de tacto desde la sede vaticana ¨Cel papado no terminaba de aceptar las libertades que se tomaban sus sabios, como por ejemplo la adopci¨®n de la vestimenta china, o el hecho de desde?ar el lat¨ªn en beneficio del chino en la celebraci¨®n de la misa¨C, impedir¨¢n el milagro. Y estos no fueron los ¨²nicos quebraderos de cabeza que causaron los jesuitas a Roma. La dataci¨®n jesuita de los m¨¢s antiguos textos chinos echaba por tierra las fechas b¨ªblicas m¨¢s precisas de la Creaci¨®n o el Diluvio Universal. La jugada no hab¨ªa salido bien, lo que unido a otras circunstancias tambi¨¦n molestas relacionadas con los muchos misioneros repartidos por todo el mundo, terminar¨¢ primero con la presencia de los mismos en China el a?o 1724 y, posteriormente, con la propia disoluci¨®n de la Compa?¨ªa ordenada por el Papa en 1773. Pero esto es otra historia.
Con todo, aquellos intr¨¦pidos jesuitas dieron probada muestra de su habilidad en el campo de la astronom¨ªa, superando una y otra vez a sus colegas orientales en las sucesivas competiciones que se celebraron en la corte china, haciendo exactas predicciones de los eclipses solares de los a?os 1610, 1629, 1642 y 1665. En su af¨¢n evangelizador, muchos de ellos perdieron la vida en las penosas traves¨ªas mar¨ªtimas, o v¨ªctimas de los caprichos de los mandarines locales. Pero bien pudieron cambiar el rumbo de la historia tal y como hoy la conocemos de haber logrado su objetivo de cristianar al emperador del m¨¢s vasto de los imperios, el chino. Con una cruz en una mano y un sextante en la otra.
Enrique Joven ?lvarez es doctor en Ciencias F¨ªsicas y trabaja como ingeniero en el Instituto de Astrof¨ªsica de Canarias (IAC). Compagina sus tareas cient¨ªfico- t¨¦cnicas con la divulgaci¨®n y la escritura de ficci¨®n. Ha publicado dos novelas con la astronom¨ªa como eje principal: 'El Castillo de las Estrellas' (RocaEditorial, 2007) y, recientemente, 'El Templo del Cielo' (RocaEditorial, 2013)
Cr¨®nicas de AstroMAN?A es un espacio coordinado por el Instituto de Astrof¨ªsica de Canarias (IAC), donde se publican relatos con el Universo como inspiraci¨®n, desde an¨¦cdotas hist¨®ricas relacionadas con la astronom¨ªa hasta descubrimientos cient¨ªficos actuales. Un viaje literario por el espacio y el tiempo.
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