En el coraz¨®n de la ballena
Viaje a la vieja capital ballenera estadounidense de Nantucket para encontrar la historia real que inspir¨® ¡®Moby Dick¡¯ El drama en el que se bas¨® la gran novela de Melville ha sido convertido ahora por Hollywood en una espectacular pel¨ªcula
Desembarqu¨¦ en la isla de Nantucket, la legendaria capital de los balleneros, con la misma edad que el imp¨ªo capit¨¢n Ahab (58 a?os) y cojeando igual que ¨¦l, aunque no a causa de que me cercenara la pierna la mand¨ªbula de Moby Dick, gracias a Dios, sino de una lesi¨®n de ligamentos. Lo hice, desembarcar, no desde el puente de uno de los aventureros barcos dedicados a la pesca de cet¨¢ceos que en su d¨ªa abarrotaban los muelles del famoso puerto, sino desde una peque?a avioneta Cessna de la compa?¨ªa Cape Air que cubre el trayecto de alrededor de una hora desde Boston. Las prevenciones ¨Cvale, el miedo ante un viaje en un aparato en el que te pesan antes de subir¨C desaparecieron milagrosamente cuando, despu¨¦s de un buen rato de sobrevolar el mar a mi modo de ver muy azarosamente, apareci¨® la peque?a isla (22,5 kil¨®metros de largo por 3,5 de ancho) ante nosotros, plana, arenosa, con un aire de Formentera, y tan llena de historias. ¡°?Nantucket!, sacad el mapa y miradlo¡±, escribe Melville en el cap¨ªtulo 14 de Moby Dick. ¡°Lejos en altamar. Una mera colina y un codo de arena, todo playa sin respaldo¡±.
De Nantucket zarparon en la edad de oro de la pesca de la ballena, en el siglo XIX, miles de barcos para la caza del leviat¨¢n
Viajar a Nantucket (¡°tierra lejana¡± en la lengua de los indios wampanoag que la habitaron) es hacerlo al mism¨ªsimo coraz¨®n de la ballena. De aqu¨ª zarparon en la edad de oro de su pesca, a principios del siglo XIX, miles de barcos para, mano contra mand¨ªbula ¨Cno era la de arponero una profesi¨®n para pusil¨¢nimes¨C, dar sangrienta y aterradora caza al leviat¨¢n y arrebatarle su aceite. En total, los balleneros estadounidenses cazaron entre 1804 y 1876 m¨¢s de 225.000 cachalotes (aunque hoy son los cet¨¢ceos m¨¢s abundantes en el mundo). Melville hizo que el Pequod iniciara aqu¨ª su inmortal ¨²ltima singladura y de aqu¨ª mismo sali¨® en 1819 el barco real que inspir¨® la novela Moby Dick (1851). Ese barco era el malhadado Essex, cuya terrible peripecia, en la que se trenzan el infortunio, el devastador ataque de un cachalote (como en el final de la novela de Melville) y una de las m¨¢s horripilantes historias de canibalismo marino, ha dado pie a un libro, En el coraz¨®n del mar?(Seix Barral), de Nathaniel Philbrick, y a una espectacular pel¨ªcu?la de Hollywood basada en ¨¦l y con el mismo t¨ªtulo que se estrena ahora. Nunca habr¨¢n visto ballenas as¨ª. El filme, dirigido por Ron Howard, es una sensacional cinta de aventuras centrada en los dos grandes personajes de la historia, el capit¨¢n del Essex, George Pollard Jr. (interpretado por Benjamin Walker), y su primer oficial, Owen Chase (Chris Hemsworth).
Philbrick vive en Nantucket y me hab¨ªa dado cita en el Museo de la Pesca de la Ballena ¨Cnada menos¨C, un centro que acoge una exposici¨®n sobre el Essex y que entre sus muchas maravillas, incluido el esqueleto completo de un cachalote que var¨® en la isla en 1997, custodia un arp¨®n arrancado a uno de esos animales por el mismo marino, empecinado ¨¦mulo de Ahab, que se lo clav¨® nueve a?os antes.
El destino quiso que al descender en la avioneta para aproximarnos al min¨²sculo aeropuerto de la isla pas¨¢ramos sobre un grupo de ballenas piloto muy cerca de la playa. Mi entusiasmo ¨Ctanto por la visi¨®n como por el hecho de ir por fin a tomar tierra¨C me hizo moverme bruscamente para observar mejor al grito de ¡°?Por all¨ª resopla!, ?ojo de lince para la ballena blanca!, ?lanza afilada para Moby Dick!¡±, lo que me granje¨® una r¨¢pida mirada de reprimenda de la rubia piloto.
A Owen Coffin le toc¨® que lo mataran y se lo comieran sus compa?eros: un disparo y 30 kilos de carne comestible
Tom¨¦ un taxi para ir hasta la peque?a ciudad de Nantucket, donde se encuentra el puerto. La madura conductora pareci¨® aliviada al dejarme frente a mi hotel, que respond¨ªa al poco animoso nombre de Jared Coffin House, dado que coffin es ¡°ata¨²d¡± en ingl¨¦s. Pero la palabra, me puntualiz¨® la taxista, no hace referencia a un descanso muy profundo, ni a la arriesgada vida del ballenero, ni al ata¨²d de Queequeg, sino que es el apellido de una de las grandes familias pioneras del viejo Nantucket, ese Gotha de los mares ¨Clos Starbuck, Marcy, Coleman, Folgers¨C que marid¨® el coraje y el negocio, el arp¨®n y el cuaquerismo, y se construy¨® un provechoso reino sobre el ¨¢mbar gris y el espermaceti. Un Coffin era Owen Coffin, de 18 a?os y primo hermano del capit¨¢n Pollard, al que le toc¨® en (mala) suerte que lo mataran y se lo comieran sus compa?eros fam¨¦licos a bordo de uno de los botes tras el naufragio del Essex, en estricta aplicaci¨®n de la ley del mar (ya se hab¨ªan comido a cuatro negros, fallecidos ¡°por causas naturales¡±). El chico apoy¨® d¨®cilmente la cabeza en el borde del bote y aguard¨® a que le dispararan un pistoletazo y lo convirtieran en 30 kilos de carne comestible. ¡°Lo despachamos pronto y no qued¨® nada de ¨¦l¡±, explic¨® luego, compungido, su primo, cuyo incesto gastron¨®mico no se tom¨® nada bien, como es comprensible, la madre del muchacho, Nancy Coffin, al enterarse de los hechos. Fue recordarlo y que se me quitase s¨²bitamente el apetito. Antes de irse, mi amable conductora me explic¨® que el hotel, un peque?o edificio de madera de aire colonial en el downtown, era la casa en la que residi¨® Melville en su ¨²nica visita a Nantucket, realizada en 1852, despu¨¦s de escribir Moby Dick.
Tras dejar la maleta, corr¨ª hacia los muelles, cojeando como queda dicho y m¨¢s porque las calles principales del viejo Nantucket est¨¢n pavimentadas con grandes adoquines irregulares. La zona portuaria, donde anta?o amarraba la gran flota ballenera que libraba su cruenta guerra con los monstruos de las profundidades y donde dif¨ªcilmente te topabas con un hombre que no hubiera circunnavegado el globo y arponeado un cachalote, es hoy un ¨¢rea muy tur¨ªstica (la isla es un concurrido destino vacacional de alto standing, muy pijo), con tiendas de recuerdos, bares y restaurantes, pero conserva, sobre todo fuera de temporada, el encanto de los tiempos pasados. En un extremo est¨¢ el gran espacio donde recala el ferri que llega desde el continente, y m¨¢s all¨¢, el tan rom¨¢ntico y peque?ito faro de Brant Point, que parece sacado, como buena parte de los edificios de la isla, de una pintura de Edward Hopper. Frente a ¨¦l se encuentra sumergida la Barra, el banco de arena que contribuy¨® en su d¨ªa al fin del esplendor de Nantucket cerrando el acceso al puerto a los barcos de gran calado. Los viejos muelles ¨COld North, Straight, Old South, Commercial, Town Pier¨C avanzan en el agua como dedos con sus evocadores pantalanes de madera desgastada.
Hoy ya no te encuentras amarrado en ellos al Loper, del capit¨¢n Obed Starbuck, reci¨¦n llegado en septiembre de 1830 del lejano y ancho Pac¨ªfico con 2.280 barriles de aceite de cachalote tras 14 meses y medio en el mar. Las cr¨®nicas locales recuerdan que los tripulantes desfilaron triunfalmente por las calles de Nantucket con sus arpones y lanzas al hombro, precedidos por una banda de m¨²sica.
La pel¨ªcula consigue reproducir el salvajismo, la excitaci¨®n y la violencia casi er¨®tica de la vieja caza de ballenas
En la pel¨ªcula En el coraz¨®n del mar, Melville llega a Nantucket en 1850 para recabar el testimonio del ¨²ltimo superviviente del Essex, el otrora grumete de 14 a?os Thomas Nickerson. El filme se desarrolla desde entonces como un flash back en el que nos embarcamos en el ballenero para compartir su tr¨¢gico destino. Y lo hacemos desde los mismos muelles de Nantu?cket, recreados con su ruidoso tr¨¢fago, sus herrer¨ªas donde se forjaban los arpones y las lanzas de matar con hojas en forma de p¨¦talo, sus meretrices y cu¨¢queros mezclados en babil¨®nica confusi¨®n, hasta la lejan¨ªa casi inexplorada de ¡°las pesquer¨ªas de alta mar¡± donde el oc¨¦ano se diluye en leyenda. La pel¨ªcula consigue reproducir el salvajismo, la excitaci¨®n y la violencia casi er¨®tica ¨Ccomo la define Philbrick en su espl¨¦ndido libro¨C de la vieja caza de ballenas, con todos sus peligros mortales y experiencias tan aterradoras y a la vez tan enfervorizadoras como ¡°el paseo en trineo de Nantucket¡±, cuando el bote ballenero era arrastrado a toda velocidad por el gigante arponeado.
Camin¨¦ por la larga pasarela del Town Pier sembrada de crujientes restos de cangrejos que hab¨ªan dejado caer las sempiternas gaviotas mientras un viento helado hac¨ªa girar a lo lejos las veletas de las casas ¨Cinvariablemente figuras de ballenas o barcos¨C y ondear las banderas de las barras y estrellas y las de Nantucket: un cachalote sobre fondo azul cruzado por un arp¨®n. En la punta del muelle abr¨ª mi baqueteado ejemplar de Moby Dick. ¡°No era tanto su extraordinario tama?o lo que le distingu¨ªa de los dem¨¢s cachalotes, sino una peculiar frente blanca y sin arrugas. Y una alta joroba blanca en pir¨¢mide. Estos eran sus rasgos descollantes, los signos por los cuales, aun en los mares sin l¨ªmites y sin mapas, revelaba su identidad a aquellos que la conoc¨ªan¡±. En el muelle de Nantucket, Moby Dick se superpon¨ªa en un juego de espejos al innominado cachalote real n¨¦mesis del Essex que hab¨ªa sido su inspiraci¨®n y a la espectacular recreaci¨®n del nuevo avatar de la ballena de inteligente malignidad que ha alumbrado Hollywood.
Al d¨ªa siguiente, tras so?ar que en mi cama se colaban un arponero pagano tatuado hasta las cejas y Orson Welles (cosas de mezclar el jet lag y Moby Dick), hice tiempo para la entrevista con Philbrick recorriendo la calle Orange, en la que se alinean las casas de los viejos capitanes balleneros, todas con sus atalayas en el tejado para ver el puerto. Ah¨ª estar¨ªa la de Ahab (¡°Oh, my Captain!, my Captain!¡±). Los olmos dejaban caer sus hojas mientras los cardenales volaban en los patios ajardinados como peque?as teas y una garza azulada americana se desplazaba por el cielo con la gracia de un hermoso velero.
En el museo, una vieja f¨¢brica de buj¨ªas de espermaceti, en cuya fachada hay un impactante friso sobre la caza de ballenas, aprovech¨¦ para visitar la fenomenal exposici¨®n sobre el Essex, que combina muy inteligentemente la historia aut¨¦ntica y los objetos originales ¨Cincluidos los poqu¨ªsimos que se conservan del naufragio, como el cofre hallado flotando y la peque?a pieza de cordel que Benjamin Lawrence trenz¨® durante los tres meses que estuvo en uno de los botes¨C con el reclamo de la pel¨ªcula. Warner Bros Pictures ha cedido elementos usados en el filme; entre ellos, trajes de los protagonistas o un trozo de la cabeza de la maligna ballena en el que brilla el fr¨ªo ojo que observa a los n¨¢ufragos en la pel¨ªcula. Un ingenioso juego con cartulinas permite recorrer la exposici¨®n, en la que se ha reproducido a tama?o natural un bote ballenero al que te puedes subir (y, si eres morboso, jugar a la pajita m¨¢s corta para matar el hambre) con la identidad de uno de los 21 tripulantes del Essex, compartiendo la sorpresa final de su destino, generalmente malo mal¨ªsimo, pues se salvaron solo ocho. Es recomendable no coger la cartulina de marinero negro (los seis del barco murieron).
?Para el encuentro con Philbrick (Boston, 1956), los encargados del museo nos hab¨ªan dispuesto un par de sillas en una sala con elementos de la exposici¨®n. En una vitrina, los retratos de las hermanas del capit¨¢n Pollard nos miraban con expresi¨®n adusta como si nos hubi¨¦ramos comido a su primo, y en otra, unos dientes de cachalote centraban el tema de la entrevista. Philbrick, que apareci¨® con un gorro del Charles W. Morgan, el ¨²ltimo ballenero de la flota del XIX, vuelto a botar en Mystic, Connecticut, en 2013 y en el que, me explic¨®, tuvo el privilegio de navegar el a?o pasado con Ron Howard, es un hombre muy amable y agradable, autor no solo de En el coraz¨®n del mar, un libro extraordinario en el que encuentras im¨¢genes tan impactantes como la del cachalote agonizante dando coletazos y dentelladas mientras vomita trozos de pescado y calamar, sino de, entre otros, Sea of Glory, Mayflower y esa peque?a joya que es Why Read Moby-Dick?, una de las mejores y m¨¢s apasionadas introducciones a la obra de Melville, de la que es un entusiasta lector. Tras comentar los atractivos de Nan?tucket y mostrarle yo en el m¨®vil, para su sorpresa, la foto de una culebra parda de De Kay con la que me top¨¦ durante un paseo en bicicleta por la isla, cerca del faro de Siasconset, me explic¨® que se instal¨® hace a?os, en 1986, en el lugar porque le pareci¨® un sitio hermoso y tranquilo para criar a sus dos hijos y para escribir.
En el coraz¨®n del mar, con el que gan¨® en 2000 el National Book Award, lo escribi¨® tras quedar fascinado con los distintos relatos de primera mano del desastre del Essex, particularmente los de Owen Chase y Thomas Nickerson. En su libro Philbrick explica pormenorizadamente la tremenda historia del naufragio del Essex, pero tambi¨¦n la del Nantucket del apogeo de la pesca de ballenas. El Essex era un barco relativamente peque?o, 27 metros de eslora, 238 toneladas de desplazamiento. Parad¨®jicamente se lo ten¨ªa por un nav¨ªo con suerte. En su ¨²ltimo viaje no la tuvo. Sobre todo cuando se top¨® con el cachalote furioso.
No hay nada que me chirr¨ªe en el filme. Es mi libro, es fiel en esp¨ªritu a la historia que es una de aventuras
Nathaniel Philbrick, autor de?En el coraz¨®n del mar
A la pregunta obligada de qu¨¦ le ha parecido la pel¨ªcula que han hecho con su libro, Philbrick responde con una gran sonrisa: ¡°Me ha encantado. La he disfrutado much¨ªsimo. No hay nada que me chirr¨ªe. Es mi libro, es muy fiel en esp¨ªritu a la historia, que es esencialmente una historia de aventuras¡±. La visita de Melville, que es la base del filme, en realidad no se produjo. ¡°Es cierto, Melville estuvo en Nantucket despu¨¦s de escribir Moby Dick y no buscando inspiraci¨®n para la novela, pero no por eso se traiciona la historia. Melville se inspir¨® realmente en el hundimiento del Essex y conoci¨® a varios de los supervivientes. Las decisiones art¨ªsticas que se han tomado en el filme me parecen muy buenas: el cine es otro medio y tiene sus propias reglas¡±.
La pel¨ªcula se sustenta dram¨¢ticamente, sobre todo en su parte inicial (con un aire de Master & Commander), en la en realidad inexistente rivalidad entre el capit¨¢n Pollard, de una de las familias se?eras de Nantucket, y su segundo, Owen Chase, al que se presenta como un advenedizo en la cerrada comunidad, pero un gran y valiente marino. Es territorio de la Bounty y de Rebeli¨®n a bordo. ¡°Es cierto, hay elementos reales en las personalidades de los dos personajes, pero supongo que en el filme se ten¨ªa que crear tensi¨®n r¨¢pidamente y era una buena manera de hacerlo¡±. Por primera vez una pel¨ªcula alcanza a recrear visualmente lo que deb¨ªa ser contemplar un mar lleno de ballenas hasta el horizonte. ¡°Eso es extraordinario, lo ves y exclamas ?guau!, as¨ª era¡±.
El car¨¢cter de la ballena, su personalidad por as¨ª decirlo, se ha variado en la pel¨ªcula para acercarla a Moby Dick. ¡°El cachalote que hundi¨® el Essex actu¨® de una manera nada corriente, con una premeditaci¨®n sorprendente. Enorme, de unos 26 metros y 80 toneladas, con la poderosa cabeza en forma de ariete llena de cicatrices, se fue a por ellos ¨Ccomo relata Owen Chase¨C y embisti¨® al barco¡±. Volvi¨® a atacar momentos despu¨¦s, esta vez a mayor velocidad, y propin¨® el golpe de gracia al ballenero. Luego se march¨® para siempre, probablemente en direcci¨®n a la novela de Melville. La pel¨ªcu?la, sin embargo, hace aparecer al vengativo cachalote varias veces m¨¢s, persiguiendo a los n¨¢ufragos, algo que no sucedi¨®. ¡°Los atacaron unas orcas, pero el cachalote no regres¨®, sin embargo es de nuevo una buena forma de crear tensi¨®n y no me parece una violaci¨®n de la historia¡±. Philbrick recalca el gran error que cometieron los n¨¢ufragos decidiendo dirigirse en sus tres botes hacia la costa americana en vez de a las m¨¢s accesibles islas Marquesas por miedo a los can¨ªbales. Ese miedo, parad¨®jicamente, les hizo tener que convertirse en can¨ªbales ellos mismos. La pel¨ªcu?la, ¡°inusualmente para un filme de Hollywood¡±, no ahorra algunas escenas muy duras.
?Fue tan importante la tragedia del Essex para la novela de Melville? ¡°S¨ª, sin duda, crucial, sobre todo para el final, claro. Podr¨ªamos decir que En el coraz¨®n del mar empieza donde Moby Dick acaba. En la novela no hay lugar para la historia de supervivencia y canibalismo despu¨¦s del ataque: solo se salva Ismael y es recogido al segundo d¨ªa del naufragio. Moby Dick, la novela, es mucho m¨¢s que la historia del Essex, por supuesto. Nos adentra en algo diferente, monumentalmente distinto. Algo vasto como la Biblia y Shakespeare y a la vez experimental, prof¨¦tico pero profano, ¨¦pico y burlesco, y que parece ir al mismo tiempo en fascinantes direcciones opuestas, en realidad como la propia vida. Pero la semilla del ataque real, la malicia inescrutable de la ballena, est¨¢ en su esencia¡±. Melville fue ballenero y conoci¨® la historia del Essex, incluso de primera mano. La explica en su propia novela, en el cap¨ªtulo 45?, El testimonio. Melville afirmaba haber visto fugazmente a Owen Chase y conversado con su hijo, William Henry Chase, que le pas¨® un ejemplar del libro de su progenitor. ¡°La lectura de esa historia portentosa y tan cerca de la latitud del naufragio surti¨® un efecto sorprendente en m¨ª¡±, escribi¨® Melville. Es maravillosa la forma en que realidad y literatura confluyen y se fecundan mutuamente. ?Qui¨¦n puede hoy leer las narraciones sobre el Essex ¨Co ver la pel¨ªcu?la¨C sin pensar en Moby Dick?
Pero el cachalote del Essex no era blanco. ¡°No, no lo era. Melville hizo blanca a Moby Dick bas¨¢ndose en otras ballenas, especialmente la famosa Mocha Dick (por la isla de Mocha, cerca de Chile). La blancura de la ballena confiere un aura especial a la novela. Hubo mucha discusi¨®n acerca de si en la pel¨ªcula En el coraz¨®n del mar hab¨ªa que hacerla blanca. La soluci¨®n ha sido un camino intermedio, esa apariencia mixta, que no est¨¢ nada mal¡±.
Chase y Pollard sobrevivieron, pero no fueron muy felices. El segundo volvi¨® a naufragar y el primero se encontr¨® con que al regreso de uno de sus largos viajes ¨Cen los que al parecer trat¨®, al estilo de Ahab, de hallar al cachalote que hab¨ªa hundido el Essex¨C no le sal¨ªan las cuentas de su nuevo hijo. Pollard, considerado un capit¨¢n con rematada mala suerte, no volvi¨® a embarcar y se hizo vigilante nocturno en Nantucket, donde se le trataba como un paria y, supongo, nadie lo invitaba a comer. Durante su visita a Nantucket en 1852, Melville lo busc¨® y lo encontr¨®.
?Y qu¨¦ fue del cachalote que inspir¨® la creaci¨®n de Moby Dick? Melville se sobresalt¨® en 1851, el a?o de la publicaci¨®n de su gran novela, al conocer la noticia de que un cachalote, un macho grande, viejo y solitario asaeteado de arpones herrumbrosos, hab¨ªa hundido al ballenero Ann Alexander. La vida imitaba al arte que hab¨ªa imitado a la vida. ¡°Me pregunto si mi arte malvado ha hecho que resucitara ese monstruo¡±, medit¨®.
Al caer la noche sobre Nantucket sal¨ª a deambular por las viejas calles de los balleneros en busca del spirit of the place, como me hab¨ªa recomendado Philbrick. Los escasos transe¨²ntes se apartaban de m¨ª cuando me ve¨ªan aparecer cojeando entre las sombras que se disolv¨ªan en una leve claridad ambarina bajo la luz de las farolas. No encontr¨¦ a Pollard. Pero s¨ª a la ballena. Cerca de los muelles me envolvi¨® la famosa niebla de Nantucket y me di de bruces con ella. Parec¨ªa flotar hacia m¨ª, toda n¨ªvea malicia. Era una impactante escultura del artista local Sunny Wood instalada en un parterre junto a un comercio. Un letrero rogaba no sentarse encima y una placa en el suelo recog¨ªa las famosas palabras de Stubb, el viejo segundo oficial del Pequod en su soliloquio en la cofa del trinquete: ¡°No s¨¦ todo lo que puede venir, pero sea lo que sea ir¨¦ hacia ello riendo.
elpaissemanal@elpais.es
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