El cambio tranquilo
El debate de EL PA?S consagra el af¨¢n de una sociedad por nuevos horizontes
Hay muchas y poderosas razones por las que un n¨²mero importante de espa?oles desea hoy un cambio. Porque la gesti¨®n de la crisis ha sido poco equitativa, al recaer el grueso de su factura en las clases medias y trabajadoras. Porque la ambici¨®n de las reformas emprendidas ha sido m¨¢s bien limitada, y su ¨¦xito ha dependido en buena medida del control de las instituciones europeas. Porque la corrupci¨®n rampante ha corro¨ªdo la confianza en las instituciones.
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Que este cambio pueda operarse desde el mismo partido que ha dirigido la legislatura bajo el uso leg¨ªtimo ¡ªy el abuso ineficiente¡ª de la mayor¨ªa absoluta no es estrictamente imposible, pues la rectificaci¨®n es frecuente en los asuntos p¨²blicos: pero tampoco, a tenor de la experiencia, demasiado probable. Por eso el debate digital organizado por este diario entre los tres candidatos a presidente desbord¨® el inter¨¦s habitual de un intercambio de ideas y sobrepas¨® su com¨²n denominador generacional. Fue excepcional, sobre todo, porque cristaliz¨® y consagr¨® con cierta solemnidad el estado de esp¨ªritu prevalente de una sociedad deseosa de nuevos horizontes. La competencia de los tres aspirantes alternativos al actual presidente fue especialmente significativa. No solo por la inauguraci¨®n de un modelo tecnol¨®gico de intercambio, ni por una prefiguraci¨®n de la inminente campa?a electoral, sino porque inauguraban la carrera por disputar y enarbolar la bandera de los cambios: del cambio con riesgos muy calculados.
No fue seguramente el d¨ªa de mejor desempe?o de ninguno de los tres, quiz¨¢ cautelosos al inaugurar un in¨¦dito formato de debate ¡ªen un virtual empate¡ª en el que se jugaban mucho. Pero todos dieron lo mejor de s¨ª mismos y el resultado supuso un avance de sus posiciones relativas a tres semanas de la cita electoral.
En efecto, el secretario general del PSOE, Pedro S¨¢nchez, aunque en ocasiones visiblemente contrariado, supo exhibir un detallado conocimiento de las propuestas de su partido, can¨®nicamente socialdem¨®cratas; exhibi¨® una l¨ªnea de continuidad con sus predecesores, no siempre acreditada con anterioridad; hizo del lema de recuperar los derechos sociales perdidos eje de su propuesta global; y mostr¨® firmeza ideol¨®gica al defenderse de los ataques recibidos tanto a derecha como a izquierda: se hizo respetar.
Igualmente, el novel candidato de Ciudadanos, Albert Rivera, remach¨® sus recientes comparecencias como l¨ªder de un partido relativamente nuevo, pero de propuestas muy articuladas; se distanci¨® del bipartidismo hist¨®rico sin apelar a referencias extra?as; matiz¨® lo que en su momento pudo conceptuarse como adanismo, al proclamarse heredero de los mejores valores y l¨ªderes de la Transici¨®n; y consolid¨® su imagen institucional, aun sin, quiz¨¢, haber colmado todas las expectativas concitadas.
Tambi¨¦n fue propicia la ocasi¨®n al l¨ªder de Podemos, Pablo Iglesias, que aprovech¨® el momento para asegurar, a sus potenciales votantes menos radicales que los iniciales, la culminaci¨®n de su adaptaci¨®n pragm¨¢tica a un ideario m¨¢s pr¨®ximo a la socialdemocracia de S¨¢nchez que a las movilizaciones autogestionarias del 15-M. La moderaci¨®n, constitucionalista, europe¨ªsta y atlantista, debe ser siempre bienvenida. Aunque la extraordinaria rapidez del giro exija m¨¢s tiempo para depurar su irreversibilidad con calma.
El ejercicio de los tres l¨ªderes augura una campa?a sugerente y un cierto lenguaje com¨²n ¡ªsi bien con propuestas muy diversas¡ª que interpela al candidato ausente. Ojal¨¢ se apunte, aunque sea con tardanza, al esp¨ªritu m¨¢s franco, transparente y desprejuiciado con que sus oponentes inauguraron el lunes los nuevos tiempos.
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