Una cl¨ªnica contra el dolor de las refugiadas sirias
Un centro de salud en M¨¢daba (Jordania) para consultas ginecol¨®gicas y psicol¨®gicas da apoyo a miles de mujeres que cruzaron la frontera por la guerra en el pa¨ªs vecino
A F¨¢tima los ojos le enrojecen de llanto cuando menciona la palabra ¡°casa¡±. La suya salt¨® por los aires hace ya casi tres a?os, en un bombardeo sobre la ciudad siria de Daraa, donde naci¨® y de donde tuvo que huir con su familia para sobrevivir a una guerra que se ha llevado por delante a m¨¢s 220.000 compatriotas. Daraa sigue saliendo en las noticias, un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n, porque las bombas no han dejado de caer, pero F¨¢tima no deja de so?ar con volver a sus ruinas, y reconstruirlas, y recomponer su hogar.
La historia que me va desgranando F¨¢tima, casi sin necesidad de hacer preguntas, es el primer golpe en el est¨®mago que recibo en Jordania, a las pocas horas de llegar. Y le seguir¨¢n muchos otros. Estoy en M¨¢daba, a 57 kil¨®metros de Amm¨¢n, precisamente para conocer esas mujeres que lo han perdido casi todo. Busco que a miles de kil¨®metros pongamos nuestros ojos en sus ojos, y que sus vidas an¨®nimas dejen de serlo y nos impulsen a seguir apoy¨¢ndolas, que sepan que no est¨¢n solas, que no son ignoradas.
Con 45 a?os, cuatro hijos (de ellos tres enfermos) y un marido que la maltrata, F¨¢tima es una de las muchas mujeres que acuden a la Cl¨ªnica de M¨¢daba, en Jordania, puesta en marcha hace ocho meses por Alianza por la Solidaridad y el jordano Instituto de la Salud Familiar (IFH, por sus siglas en ingl¨¦s) con fondos de la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional y Desarrollo (AECID).
Todas las que me encuentro en la cl¨ªnica son refugiadas sirias, todas v¨ªctimas de una violencia que aterriz¨® en sus vidas para destrozarlas. Ahora tratan de ¡®sanar¡¯, con ayuda de los especialistas, esa alegr¨ªa que qued¨® herida bajo los cascotes de su tierra. He buscado el dato y s¨®lo en Jordania las cifras oficiales hablan de 650.000 acogidos por la guerra, pero aqu¨ª se sabe que superan con creces el mill¨®n.
La Cl¨ªnica de M¨¢daba no es un centro de salud cualquiera. Peque?a y muy cuidada, situada en la planta baja de un edificio c¨¦ntrico que no destaca de la grisura del entorno, oculta una doble personalidad. Por un lado, es un consultorio de salud sexual y reproductiva gratuito, en el que miles de mujeres sirias han encontrado una atenci¨®n que perdieron cuando abandonaron su pa¨ªs expulsadas por la guerra. Por otro, es tambi¨¦n la tabla de salvaci¨®n a la que muchas se agarran para sobrevivir a la violencia que sus maridos ejercen sobre ellas, el lugar donde encontrar apoyo psicol¨®gico, terapia, compa?¨ªa, ¨¢nimos para seguir adelante y volver a so?ar.
Durante la ma?ana, tengo ocasi¨®n de hablar con algunas de ellas y me sorprende la calma con las que algunas hablan de los bombardeos en Damasco, en Daraa, en Alepo¡ Otras se derrumban, y entonces las cojo la mano, y quisiera que no removieran los rescoldos del dolor, pero siguen y siguen, mientras me siento cada vez m¨¢s insignificante ante la magnitud de su capacidad de supervivencia.
¡°Yo vine a la cl¨ªnica porque o¨ª hablar de este centro a las vecinas. ?Me sent¨ªa tan mal! No pod¨ªa seguir as¨ª, pues mi marido ha cambiado mucho desde que estamos en Jordania. Era ch¨®fer y aqu¨ª no puede trabajar, est¨¢ prohibido. Me grita, me golpea, lo paga conmigo y con los ni?os. ?l cree que vengo a la ginec¨®loga, pero no es s¨®lo a eso. Yo vengo tambi¨¦n a que me ayuden a poder con ¡®esto¡¯ . Aqu¨ª me siento bien. Ahora estoy mucho mejor¡±, me asegura Rania, de 37 a?os, natural de Alepo.
Cuando he entrado en la consulta, todo me ha parecido sencillo. No hay nada superfluo y no falta nada. Una recepci¨®n y varias salitas de consulta en las que trabajan siete personas. En una de ellas est¨¢ la misma camilla de cualquier consulta similar, la ¡®cama de la tortura¡¯ me gusta llamarla, y unas vitrinas con medicamentos. All¨ª les hacen ecograf¨ªas y exploraciones, les controlan los embarazos, les ofrecen planificaci¨®n familiar y talleres formativos en salud, higiene o nutrici¨®n infantil. Adem¨¢s, reciben atenci¨®n psicol¨®gica, la mejor medicina.
Varias mujeres, de diferentes edades, esperan a ser atendidas en silencio. S¨®lo una de ellas lleva el ¡®niqab¡¯ que le cubre todo el rostro menos los ojos. El resto utilizan hiyab. La m¨¢s joven veo que est¨¢ embarazada de unos cinco meses y me cuenta que es el segundo hijo desde que sali¨® de su ciudad, tambi¨¦n Daraa. ¡°A la ni?a la tuve cuando estaba en el campo de refugiados de Zaatari, donde viv¨ª dos a?os. Hace un a?o, nos vinimos a M¨¢daba. En el campo no ten¨ªamos futuro. All¨ª va la vida es muy dura¡±, me explica haciendo gestos con las manos que intentan transmitir visualmente lo que dicen sus palabras.
?Qu¨¦ vamos a hacer? Diga en su pa¨ªs que necesitamos su ayuda. Por favor Refigiada siria en Jordania
Justo al lado, en una sala mucho m¨¢s amplia, se prepara un taller de sensibilizaci¨®n sobre salud sexual para una veintena de mujeres. Algunas acuden con sus beb¨¦s, pues no tienen quien se haga cargo de ellos.
Me llama la atenci¨®n que cuatro de ellas no llevan velo, y descubro enseguida que son sirias cristianas, de Damasco. ¡°?Sabe c¨®mo podemos irnos a Europa, a Am¨¦rica, a Australia?¡±, me preguntan, deseosas de que alguien les diga c¨®mo acceder a esas listas de refugiados que son un pasaporte para reiniciar su vida muy lejos. Pero pronto descubro que no es lo habitual, pues las dem¨¢s s¨®lo desean el regreso a su pa¨ªs. ¡°?Ir a Espa?a? No, no. Aqu¨ª tenemos nuestra cultura. Lo que quiero es volver a Siria. ?Cu¨¢ndo acabar¨¢ esta guerra? ¡±, me insisten como si yo, o alguien, tuviera esa imposible respuesta. ¡°Somos gente de paz, d¨ªgaselo a todo el mundo¡±.
Adnan Abu Al-Haija, responsable del Programa de Divulgaci¨®n de IFH, es quien ejerce de traductor del ¨¢rabe durante mi visita. Y es quien me recuerda la fragilidad psicol¨®gica de unas mujeres que llevan a?os sufriendo, que llegaron hasta all¨ª a punto de romperse el hilo que las permit¨ªa salir a flote del agujero de la depresi¨®n. En centro lo cosen y recosen una y otra vez desde hace ocho meses, una labor que se fue conociendo por el ¡®boca a boca¡¯ y ahora llena el centro cada d¨ªa, desde las 9 de la ma?ana a las tres de la tarde.
¡°Que no nos lo cierren nunca. Es muy necesario para nosotras¡±, aseguran, temerosas de que cuando la financiaci¨®n de la AECID llegue a su fin pueda cerrar sus puertas. Mantenerla abierta es una apuesta de Alianza y de IFH de cara al futuro, y pienso que ojal¨¢ el apoyo de la sociedad espa?ola garantice que todas ellas puedan seguir agarr¨¢ndose a un espacio que es ¨²nico en M¨¢daba para m¨¢s de 7.000 personas refugiadas.
En la conversaci¨®n, poco a poco, las mujeres van desgranado las dificultades que encuentran para vivir en un pa¨ªs de acogida que no tiene muchos recursos y donde, aseguran, sienten que sus hijos son discriminados en las escuelas, o la falta de ayuda para medicinas, o de alimentos. Al final, casi todas hablan a la vez. Todas quieren contar, saber, explicar, y quejarse.
Tambi¨¦n hay refugiadas que no pueden venir a la cl¨ªnica. Las hay que fueron un d¨ªa y no volvieron, o est¨¢n enfermas, o tienen muchos ni?os peque?os¡ Por ello, el personal de la cl¨ªnica les hace visitas a domicilio cuando acaban las consultas. Es la forma de hacerles seguimiento, incluso de conocer su entorno, a veces a esos c¨®nyuges que pagan su desesperaci¨®n de puerta para adentro.
Hoy la visita, a la que me invitan a acompa?arles, es a una casa donde no hay un solo mueble, pero viven ocho seres humanos, de cinco a 65 a?os. Al entrar, tan solo veo colchonetas en el suelo, las humedades de las paredes y un calefactor roto. Siento los mismos 10? del exterior cuando estoy dentro, y no puedo imaginar lugar m¨¢s desolador para vivir. Enseguida, me muestran el frigor¨ªfico, donde reina sola una zanahoria. Como en casi todas las visitas, el equipo de la cl¨ªnica les deja una bolsa con comida: garbanzos, az¨²car, harina¡ Un ¡®kit¡¯ que les permitir¨¢ comer unos d¨ªas, pues los 15 dinares jordanos (unos 12 euros) que oficialmente reciben por persona al mes son claramente insuficientes.
¡°Sucran, sucran¡±, repite la madre de familia una y otra vez. ¡°Aqu¨ª vivimos de la ayuda internacional. Sin ella, no tendr¨ªamos nada. No podemos trabajar y tampoco podemos volver a Siria. ?Qu¨¦ vamos a hacer? Diga en su pa¨ªs que necesitamos de su ayuda. Por favor¡±. Con mis ojos en sus ojos, llego al hotel y as¨ª lo hago.
Rosa M. Trist¨¢n es responsable de comunicaci¨®n en Alianza por la Solidaridad.
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