El incre¨ªble viaje de Zakaria Camara
Zakaria Camara, en la sede de la Cruz Roja Maliense en Bamako. / J.N.
A Zakaria Camara nunca le falta una sonrisa en la cara. Hace trece a?os sali¨® de su pa¨ªs con una peque?a fortuna escondida en los calzoncillos y sin saber muy bien en d¨®nde se estaba metiendo. Cruz¨® fronteras, una tras otra, hizo muchos amigos y alg¨²n enemigo, se apretuj¨® en el maletero de un coche en trayectos imposibles, durmi¨® agazapado en el desierto, cruz¨® el mar hasta Canarias, lo enga?aron una y mil veces y lleg¨®, una ma?ana de diciembre, a un g¨¦lido Madrid que lo esperaba hostil, hosco, indiferente. Pele¨® como saben hacerlo s¨®lo los que nada tienen, se enamor¨® un par de veces y quiso el destino que un d¨ªa regresara a su ?frica para hacer lo que siempre hizo, desparramar sonrisas y arrimar el hombro. ¡°Siempre me ha faltado mi tierra¡±, dice. No es un tipo extraordinario, es simplemente Zak.
?Qu¨¦ lleva a un joven y brillante estudiante de Econ¨®micas a meterse en semejante trapisonda? Una chica, sin duda. Corr¨ªa el a?o 2002. Zakaria, nacido en un pueblo de la Guinea Forestal, se hab¨ªa trasladado hasta Conakry, la capital, con el encargo manifiesto de hacerse un hombre de provecho. Para ese entonces ya hab¨ªa conocido a su novia, una joven californiana que estaba llevando a cabo un voluntariado en el Cuerpo de la Paz. ¡°Yo ten¨ªa 22 a?os y todas las ganas de comerme el mundo por delante. Pero no ten¨ªa dinero. As¨ª que ella, en uno de sus viajes, me dej¨® 2.500 d¨®lares¡±, recuerda. Lo que viene siendo, en Guinea, un pastizal. Zakaria habl¨® con su amigo Moussa, un joven creyente que se hab¨ªa estudiado el Cor¨¢n de pe a pa y que ya ejerc¨ªa como marab¨². Entre ambos organizaron el viaje. La chica no pod¨ªa imaginar el destino final que iba a tener su dinero.
¡°Moussa y yo lo hablamos y dijimos que era una oportunidad. Pero no sab¨ªamos nada de c¨®mo llegar a Europa. ?l se encarg¨® de todo, ten¨ªa amigos que me pod¨ªan facilitar el camino, sab¨ªa c¨®mo empezar. As¨ª que estuvo tres semanas rezando, puso la parte espiritual. Se lo prepar¨® muy bien¡±, asegura Zak, que se hab¨ªa construido un bolsillo secreto dentro de los calzoncillos para llevar el dinero. La primera etapa fue sencilla, Conakry-Bamako en un taxi colectivo. Una vez en la capital de Mal¨ª aquello era un hervidero de j¨®venes en ruta hacia Europa. Uno que era de su pueblo le explic¨® que lo mejor era seguir hasta Niamey; otro le dijo que no, que llegara hasta Gao y luego siguiera rumbo a Argelia. Se inclin¨® por esta ¨²ltima opci¨®n. Pag¨® su billete de bus y comenz¨® la segunda etapa.
Emigrantes camino de Gao, en Mal¨ª. / ALFREDO C?LIZ
Todo era nuevo, desconocido, pero Zakaria segu¨ªa avanzando. En el camino hacia Gao se encontr¨® a Mamadou Ma?ga, un joven maliense que hab¨ªa vivido en Par¨ªs cinco a?os pero que se hab¨ªa quedado sin papeles y necesitaba regresar a Francia. ¡°Nos hicimos amigos, decidimos seguir juntos¡±. El viaje, la aventura de Europa, se hace as¨ª. Pasito a pasito. En el mismo bus se encontraron a un tuareg de Tamanrasset que hab¨ªa ido hasta Bamako para comprar mercanc¨ªa y les propuso llevarles de Gao a Kidal a cambio de una m¨®dica suma. En tres d¨ªas estaban en la frontera argelina. Zakaria y Mamadou la cruzaron ilegalmente, en pleno d¨ªa, a trav¨¦s del desierto. ¡°Mamadou ten¨ªa contactos, yo ten¨ªa dinero¡±.
Gracias a los buscavidas de un negocio floreciente, el de hacer subir a los j¨®venes a Europa, fueron superando todos los obst¨¢culos. De la frontera hasta Argel, luego hasta Maghnia. ¡°Aqu¨ª se nos presentaron dos opciones, o bien ir con un grupo grande caminando durante siete d¨ªas hasta Rabat, que costaba 75 d¨®lares; o bien ir en taxi directo a Rabat en un viaje que dura tres d¨ªas, pagando 150¡±, explica. Al final decidieron separarse, Mamadou ir¨ªa caminando, Zak en taxi. ¡°Tras cruzar la frontera y recorrer unos 40 kil¨®metros a pie, nos encontramos con el coche. Ibamos 14, cuatro de nosotros en el maletero, circul¨¢bamos s¨®lo de noche para que no nos cogiera la Polic¨ªa. En cada etapa del viaje piensas que no puede haber nada peor, que est¨¢s pasando un infierno, y siempre te equivocas, lo que te espera a la vuelta de la esquina lo supera¡±.
Gracias a los contactos de su amigo, Zak fue acogido en Rabat por un tal Modibo que le cobr¨® 1.200 d¨®lares por organizar el resto de la traves¨ªa. ¡°Estuve 13 d¨ªas esperando escondido en un piso hasta que se junt¨® un grupo de unas 80 personas. Entonces nos subieron a un cami¨®n y nos llevaron, como ganado, hasta El Aai¨²n tras dos noches de viaje¡±. En las afueras de la ciudad les aguardaban varios jeeps en los que fueron trasladados al desierto. ¡°Permanecimos all¨ª siete d¨ªas, nos trajeron sardinas en lata, pan y agua. Hab¨ªa malienses, guineanos, senegaleses, pero sobre todo malienses. Una noche vinieron los marroqu¨ªes a buscarnos y nos llevaron hasta dos pateras que estaban en la costa¡±.
Llegada de una patera a Canarias. / EFE
Cruzar el mar hasta la isla de Lanzarote no fue m¨¢s complicado que los tramos anteriores, alg¨²n mareo, mucho v¨®mito, nada inesperado. Llegaron con las primeras luces del alba. Era el mes de noviembre de 2002. ¡°Todo era muy bonito, las piedras, las plantas. Pero mi primer recuerdo es que hab¨ªa m¨¢s coches de polic¨ªa de los que hab¨ªa visto en mi vida¡±. Este es el recibimiento, bienvenidos a Europa. De la comisar¨ªa a un improvisado centro de detenci¨®n, de all¨ª al aeropuerto. ¡°Me quedaban s¨®lo 200 d¨®lares y pens¨¦ que me iban a expulsar a ?frica, que me mandaban de vuelta¡±. Pero no. De Lanzarote fueron llevados al centro de internamiento de extranjeros de El Matorral, en la isla vecina de Fuerteventura. ¡°Recuerdo que all¨ª las condiciones eran p¨¦simas, ¨¦ramos 850, s¨®lo hab¨ªa cinco aseos¡±.
En Canarias estuvo a¨²n tres semanas m¨¢s hasta que un d¨ªa, por la ma?ana, un polic¨ªa le pregunta que a d¨®nde quiere ir. Zak no tiene ninguna duda. ¡°A Madrid¡±, le responde. Al d¨ªa siguiente es embarcado en un avi¨®n que aterriza en Torrej¨®n de Ardoz y de all¨ª es trasladado en coche patrulla hasta Moratalaz. ¡°Aqu¨ª est¨¢ Madrid, puedes irte¡±, le dijeron. El recuerdo que le asalta de aquel d¨ªa de diciembre, adem¨¢s del desconcierto, de la sensaci¨®n de estar perdido, es el fr¨ªo, ¡°el peor fr¨ªo que he pasado en mi vida. S¨®lo llevaba puesta una camiseta. Lo primero que hice fue buscar un locutorio y llamar a mi novia, que estaba muerta de miedo, y a mis contactos en Madrid¡±. Como ¨²nico equipaje, Zak llevaba una bolsa de pl¨¢stico negra con algo de ropa.
¡°Ahora no se si lo har¨ªa, en parte me arrepiento. Mi sobrino quiere venir a Europa, ahora mismo est¨¢ en Libia. Yo le he dicho que no es buena idea, que esa no es la soluci¨®n. Los j¨®venes de mi pa¨ªs ven c¨®mo viven los europeos y todos se quieren ir. Yo les digo que en Espa?a hay muchos guineanos que llevan quince a?os y no tienen casa ni mujer ni perspectivas y que toda su preocupaci¨®n es ver si podr¨¢n comer ese d¨ªa. Pero ellos solo ven a los que vuelven con mucho dinero y esos son los que se han metido en temas de drogas o en algo delictivo, porque en Espa?a no te haces rico de un d¨ªa para otro. Pero cuando voy a Guinea y les hablo as¨ª no me gano m¨¢s que enemigos. Me arrepiento porque veo a los que se quedaron, integrados en la sociedad, que viven con sus familias en paz. Yo tambi¨¦n querr¨ªa eso y ahora no soy de ning¨²n lugar¡±, dice.
Zakaria Camara, con su mujer Oumou Sy y sus dos hijos, Mohamed y Madoussou.
Al final consigui¨® que el amigo de un amigo, un joven marfile?o, viniera a buscarle. ¡°Me llev¨® a su casa, me dio comida y un lugar donde dormir¡±. Inmediatamente, Zak viaj¨® hasta Roquetas de Mar, en Almer¨ªa. Le dijeron que all¨ª hab¨ªa trabajo para ¨¦l. Pero el joven estudiante de Econ¨®micas se dio la vuelta en cuanto pudo. ¡°Nada m¨¢s bajar del bus not¨¦ el rechazo, la gente se cambiaba de acera cuando se cruzaban contigo. Nunca vi nada igual. Hab¨ªa un bar solo para africanos, era como vivir en un ghetto¡±. As¨ª que de nuevo en casa de su amigo marfile?o a los dos meses consigui¨® su primer empleo como ayudante de arque¨®logo en unos estudios que se estaban haciendo en el Aeropuerto de Barajas.
Para poder trabajar se hab¨ªa conseguido la documentaci¨®n de un amigo a quien pagaba mensualmente 200 euros que se restaban del sueldo de 791 que ganaba. ¡°Yo viv¨ªa en Ascao, poco a poco fui aprendiendo espa?ol¡±. Luego vino un empleo de pe¨®n en la construcci¨®n y gracias a la regularizaci¨®n extraordinaria de 2004 impulsada en la primera etapa de Rodr¨ªguez Zapatero, Zak consigui¨® sus papeles y pudo llegar hasta encargado de obra. ¡°Me mud¨¦ a vivir solo y mi novia americana ven¨ªa a verme cada dos meses¡±. La vida, por fin, le empezaba a sonreir. Pero como nunca dura mucho la alegr¨ªa en la casa del pobre, lleg¨® la crisis. En 2007, Zak perdi¨® su empleo y, aprovechando el tiempo libre, comenz¨® a colaborar como voluntario en el Centro Hispanoafricano de Arturo Soria.
Tras trabajar con una empresa espa?ola de traducci¨®n que colaboraba con el Departamento Antifraude de la Polic¨ªa Nacional, Zakaria recibi¨® una oferta de la ONG espa?ola Habit¨¢frica. ¡°Primero estuve nueve meses en Madrid, luego me expatriaron a Senegal¡±. El joven que siete u ocho a?os atr¨¢s hab¨ªa cogido la patera para venir a Espa?a, regresaba por primera vez a ?frica. En 2010 tom¨® una decisi¨®n importante. La historia con su novia americana se hab¨ªa terminado hac¨ªa tiempo y Zakaria quer¨ªa tener una familia. Volvi¨® a su pueblo y se cas¨® con una joven de all¨ª, con la que tiene dos hijos, de cuatro y dos a?os y medio. ¡°Me faltaba mi tierra, desde que sal¨ª siempre me falt¨®. Ahora que estoy casado voy todos los a?os a Guinea, estoy construyendo la casa familiar en mi pueblo y otra residencia en Conakry. La idea es volver alg¨²n d¨ªa¡±. Palabra de emigrante.
Zakaria y sus hijos Mohamed y Madoussou.
Tras trabajar con Habit¨¢frica en Senegal, Espa?a y Cabo Verde, Zakaria fue contratado por Cruz Roja Espa?ola, que lo envi¨® a Mal¨ª como delegado de Agua y Saneamiento encargado del seguimiento de varios proyectos. ¡°En Kenieba, regi¨®n de Kayes, estamos haciendo una labor muy bonita, promoviendo comportamientos saludables, favoreciendo el acceso al agua potable¡±. Sin embargo, a su juicio, la cooperaci¨®n al desarrollo no se lleva a la pr¨¢ctica siempre de la mejor manera. ¡°A veces he tenido la sensaci¨®n de que se pueden hacer las cosas mucho mejor, como si nos olvid¨¢ramos de que detr¨¢s de los proyectos hay personas y no s¨®lo facturas y dinero que justificar. Aun as¨ª creo que hacemos una labor ¨²til y ayudamos a la gente¡±, a?ade.
Pero su an¨¢lisis va mucho m¨¢s all¨¢. ¡°En ?frica echamos la culpa de todo a los europeos y es verdad que por ejemplo el comercio injusto est¨¢ empobreciendo al continente. Pero gran parte de la responsabilidad de lo que ocurre descansa sobre los dirigentes africanos. ?Qu¨¦ hacemos los africanos por nosotros mismos? Seguimos permitiendo que nos digan c¨®mo tenemos que hacer las cosas cuando tenemos un margen para tomar decisiones si quisi¨¦ramos. ?frica tiene que unirse, ir de la mano para defender sus derechos¡±, asegura. A su juicio, ¡°lo m¨¢s importante es la Educaci¨®n, en mi pa¨ªs algunos pol¨ªticos se aprovechan del analfabetismo para dividir a la gente entre etnias, intentando enfrentarnos. El problema no son las etnias, el problema es que no hay centros de salud, ni carreteras¡±.
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