S¨¢nchez y Rivera
El candidato del PSOE crece, mientras que el de Ciudadanos muestra flaquezas

Los debates electorales celebrados han proporcionado elementos de juicio suficientes como para saber cu¨¢les de los participantes demuestran hechuras presidenciales. Hay que subrayar este ¨²ltimo aspecto, porque los organizados por EL PA?S y Atresmedia han consistido en debates entre candidatos a la presidencia del Gobierno, y no en otra tanda de los numerosos encuentros informales entre pol¨ªticos llevados a cabo en el periodo preelectoral.
De ah¨ª la sorprendente anomal¨ªa democr¨¢tica provocada por Mariano Rajoy, candidato a la reelecci¨®n, que se ha permitido hurtar a los ciudadanos la rendici¨®n de cuentas propia de las discusiones serias, y no ha querido contrastar ni su balance ni sus proyectos. Sea por cobard¨ªa personal ante la necesidad de explicarse sobre la corrupci¨®n, o bien por haberse acostumbrado a manejar una mayor¨ªa absoluta sin dar explicaciones, el presidente y candidato incumple una obligaci¨®n ineludible en una democracia moderna. La treta de enviar a la vicepresidenta del Gobierno solo consigue agravar el insulto a los ciudadanos. En ninguno de los pa¨ªses en los que los debates son tradici¨®n democr¨¢tica desde hace d¨¦cadas se habr¨ªa atrevido un candidato a despreciar a sus rivales con el env¨ªo de su suplente, ni hubiera encontrado un medio de comunicaci¨®n que se prestara a semejante maniobra.
Editoriales anteriores
La pol¨ªtica no puede ser tan banal y sometida como para que alg¨²n partido imponga este tipo de condiciones, y para que sus contrincantes y los medios las acepten. Un debate bipartidista cl¨¢sico es lo ¨²nico que Rajoy acepta para la ¨²ltima semana de campa?a. Ese tipo de discusi¨®n, en la Espa?a del presente, es solo un espejismo de un sistema pol¨ªtico que se est¨¢ transformando a toda velocidad.
Los debates celebrados han contribuido mucho a que los espa?oles visualicen el reajuste fundamental que se est¨¢ produciendo en el sistema. Por ejemplo, Pablo Iglesias tuvo buenas prestaciones en ambos debates, seguramente eficaces para movilizar a sus bases. Parece evidente, sin embargo, que carece de opciones para llegar a La Moncloa. Habla en su favor la dosis de moderaci¨®n introducida en la imagen de insurgente que cultivaba; pero sus comparecencias, por jaleadas que sean a trav¨¦s de las redes sociales, precisan de m¨¢s rigor para poder reivindicar un grado de confianza m¨¢s amplio.
Por tanto, de lo visto hasta ahora solo cabe comparar a dos candidatos con hechuras presidenciales, Pedro S¨¢nchez y Albert Rivera. Con una clara diferencia entre ambos: mientras el aspirante del PSOE se ha conducido por encima de lo esperado, la proximidad de los focos ha perjudicado las altas expectativas creadas en torno al candidato de Ciudadanos, que ha dejado ver debilidades y nerviosismos poco compatibles con un pretendiente al principal puesto ejecutivo de la pol¨ªtica espa?ola.
Desde el principio se tem¨ªa que Rivera y sus Ciudadanos fueran m¨¢s una marca que un proyecto, un estado de ¨¢nimo m¨¢s que una verdadera formaci¨®n pol¨ªtica lista para gobernar el pa¨ªs. Lamentablemente, lo que se le ha visto en los debates no ha servido para despejar ese temor. Seguramente es pronto para conclusiones dr¨¢sticas, pero es obvio que Rivera es a¨²n un edificio a medio construir.
En cambio, Pedro S¨¢nchez ha demostrado mayor altura pol¨ªtica, profundidad de propuestas y un aplomo personal m¨¢s acorde a lo que se espera de un candidato a jefe del Ejecutivo. En un entorno no muy alentador, probablemente es quien m¨¢s capacidades est¨¢ mostrando para abordar los complicados retos institucionales, pol¨ªticos, econ¨®micos y sociales de la Espa?a de hoy.
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