Un club para sumisos
La excitaci¨®n y la obediencia son los hilos con los que se anuda el misterio de Berghain, el templo alem¨¢n del ¡®tecno¡¯
Hace dos a?os pas¨¦ un verano en Berl¨ªn e intent¨¦ entrar en el Berghain, uno de los clubes m¨¢s famosos del mundo y el gran templo tecno de la ciudad. Est¨¢ instalado en un edificio industrial gigantesco y, adem¨¢s de la m¨²sica y de su ambiente descomedido, tiene un reclamo irresistible: su s¨®tano ¨Cdicen¨C es un espacio libertino en el que se cometen las perversiones sexuales m¨¢s asombrosas.
No consegu¨ª mi objetivo, los porteros no me dejaron traspasar la puerta ninguna de las dos noches en que acud¨ª. El espect¨¢culo del exterior, sin embargo, me compens¨® en parte de ese fracaso, pues aprovech¨¦ las horas de cola para hacer cavilaciones sociol¨®gicas sobre el esp¨ªritu alem¨¢n.
El procedimiento de admisi¨®n es de inspiraci¨®n neroniana: los porteros, investidos de poderes imperiales, deciden con absoluta arbitrariedad qu¨¦ clientes pueden entrar. Franquean el paso aproximadamente al 50% de los que lo intentan. En la selecci¨®n no hay ning¨²n criterio racional: entran j¨®venes y viejos; alemanes, europeos y africanos; guapos y malcarados; pijos, hipsters y macarras. Si la decisi¨®n de los porteros se atuviera a ciertas reglas, aunque fueran severas, el ritual kafkiano desaparecer¨ªa y el Berghain perder¨ªa uno de sus rasgos legendarios. Pero no existen. Los parroquianos acuden all¨ª sabiendo que su suerte, despu¨¦s de una o dos horas de cola, depender¨¢ ¨²nicamente del humor autoritario y tornadizo del Ner¨®n de turno. Algunos de ellos, de hecho, se ponen de nuevo a la cola al ser rechazados y consiguen entrar al segundo o tercer intento. Otros, como yo, se marchan humillados. Los turistas de paso no regresan, pero muchos berlineses perseveran a pesar del trato vejatorio. Y el club va cumpliendo a?os con una salud de hierro.
?Hay algo en la cultura germ¨¢nica, m¨¢s all¨¢ de los t¨®picos, que sostenga los principios del Berghain? He ido a clubes exc¨¦ntricos o exclusivos de todo el mundo y cuando no me han dejado entrar he sabido por qu¨¦. En Berl¨ªn, el portero, con aspecto de nerd relamido y cuello tatuado, nos mir¨® displicente, mir¨® luego a su compa?ero con sonrisa de mat¨®n y nos se?al¨® el camino de la calle. ¡°Esto es Alemania y se habla alem¨¢n¡±, dijo absurdamente en ingl¨¦s, para que le entendi¨¦ramos. El rechazo, sin embargo, no era xen¨®fobo, porque acababan de entrar italianos, franceses y espa?oles, y los alemanes eran expulsados en la misma proporci¨®n que los dem¨¢s.
La psicoanalista alemana Renate Bonn ofrece una explicaci¨®n m¨¢s existencial que cultural: ¡°A todos nos atrae lo que no podemos controlar: la suerte, la loter¨ªa, la intuici¨®n m¨¢gica, los porteros de discoteca impredecibles¡ Nos produce adicci¨®n y buscamos razones que nos permitan comprenderlo. Pero adem¨¢s los clientes de Berghain buscan excitaci¨®n, pagan por ello. Y el ritual de la sumisi¨®n y el dominio es uno de los m¨¢s excitantes que existen. En el Berghain, ese ritual empieza en la calle¡±.
El escritor Jos¨¦ Ovejero, que vivi¨® durante a?os en Alemania y conoce su lengua y sus sinuosidades, cree, con la cautela a la que obligan las generalizaciones, que ¡°hay un rasgo bastante extendido entre los alemanes: la obediencia a la autoridad. Y una autoridad no lo es del todo si no es arbitraria. Los alemanes son m¨¢s obedientes y tambi¨¦n m¨¢s violentamente rebeldes. Que alguien te permita o no el paso a un local sin raz¨®n alguna puede parecerles aceptable: quien manda, manda, y no hay que cuestionarlo. Y si lo cuestionas, tienes que rebelarte de verdad¡±. La excitaci¨®n y la obediencia: los dos hilos con los que quiz¨¢ se anuda el misterio del Berghain.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.