Elogio de la Navidad
Todos sabemos qui¨¦nes son los d¨¦biles de la econom¨ªa, de la pol¨ªtica, de la sociedad, de la vida. El fil¨®sofo marxista E. Bloch nunca escatim¨® elogios a Jes¨²s de Nazaret; ¡°un hombre bueno, algo que no hab¨ªa ocurrido nunca¡±
All¨¢ por los a?os setenta no era raro encontrar en alguna iglesia alemana un bel¨¦n presidido por el siguiente texto: ¡°El establo, el hijo del carpintero, el predicador entre gente humilde y el pat¨ªbulo al final son resultado del material hist¨®rico y no fruto del material dorado, preferido por la leyenda¡±. Lo llamativo de este texto es el nombre de su autor: no lo escribi¨® un fervoroso te¨®logo cristiano, sino Ernst Bloch, fil¨®sofo marxista y ateo. Nunca escatim¨® este autor de una monumental filosof¨ªa de la esperanza elogios a Jes¨²s de Nazaret: ¡°Aqu¨ª aparece un hombre bueno con todas las letras, en toda la extensi¨®n de la palabra, algo que no hab¨ªa ocurrido nunca¡±. Como credencial de la bondad de Jes¨²s exhib¨ªa Bloch su ¡°tendencia hacia abajo¡±, es decir, su decantaci¨®n por los pobres y marginados de la tierra. Y, naturalmente, el ¡°establo¡± al comienzo de su trayectoria, y el ¡°pat¨ªbulo¡± al final simbolizan vigorosamente esa opci¨®n por los m¨¢s d¨¦biles.
Otros art¨ªculos del autor
Todos sabemos qui¨¦nes son los d¨¦biles de la econom¨ªa, de la pol¨ªtica, de la sociedad, de la vida. Dostoievski los evoc¨® dram¨¢ticamente a todos en su novela Humillados y ofendidos, una novela necesariamente larga, como largo es el recuento de los maltratados de la historia. Bloch dir¨ªa que, en alg¨²n sentido, los evangelistas Mateo y Lucas los convocaron a todos al ¡°establo¡±. Conscientes del relieve de la persona cuya vida, muerte y resurrecci¨®n iban a narrar, estos dos evangelistas intentaron reconstruir su ¨¢rbol geneal¨®gico. En la reconstrucci¨®n de Mateo tienen un puesto de honor los d¨¦biles. Es llamativo, por ejemplo, que falten en su lista los nombres de mujeres famosas del Antiguo Testamento, como Sara y Rebeca. ?Pretendi¨® Mateo destacar ya la tendencia hacia abajo, hacia lo desconocido, hacia lo mal visto, de Jes¨²s y del naciente cristianismo? En cambio, nombra a Rajab, mujer de cuyo matrimonio la Biblia nada sabe. En general, las mujeres mencionadas son, con motivos o sin ellos, de dudosa fama. Y un ¨²ltimo dato que no puede ser casual: las cuatro mujeres nombradas en la lista son extranjeras. ?No estaremos ante una temprana superaci¨®n de los l¨ªmites ¨¦tnicos y geogr¨¢ficos, hoy de tan necesaria actualidad?
Lo que es indudable es que el establo naci¨® con vocaci¨®n de universalidad, algo leg¨ªtimo siempre que no se trate de una universalidad impuesta. Es cierto que inicialmente, seg¨²n informaba all¨¢ por el a?o 90 el historiador jud¨ªo Flavio Josefo, la ¡°tribu¡± de los cristianos estaba formada de ¡°esclavos y desarrapados del mundo mediterr¨¢neo¡±. Pero bien pronto aquella ¡°funesta superstici¨®n¡±, como llam¨® T¨¢cito al cristianismo, ampli¨® su radio de acci¨®n. La nueva religi¨®n, nacida al amparo del ¡°hijo del carpintero¡±, dej¨® enseguida constancia de su honda preocupaci¨®n social. Adem¨¢s de anunciar las bondades del m¨¢s all¨¢ insisti¨® en la necesidad de ponerlo ¡°todo en com¨²n¡± en el m¨¢s ac¨¢. Hubo frentes fijos y privilegiados: los hu¨¦rfanos, las viudas, los ancianos, los enfermos, los pobres, los discapacitados. Sin olvidar el sentimiento de grupo, de comunidad, que la nueva religi¨®n fomentaba. Entonces, como hoy, la soledad hac¨ªa estragos. Epicteto describi¨® ¡°el horrible desamparo que puede experimentar un ser humano en medio de sus semejantes¡±. No es de extra?ar, pues, que el mundo pagano, inicialmente poco simpatizante del nuevo movimiento religioso, terminase reconociendo que, aunque los cristianos no hab¨ªan inventado el amor al pr¨®jimo, lo practicaban con notable efectividad.
El ¨¢rbol geneal¨®gico reconstruido por Mateo y Lucas, los ¨²nicos evangelistas que narran la infancia de Jes¨²s, pretend¨ªa situar a Jes¨²s en este mundo. Deseaban destacar que el ¡°predicador entre gente humilde¡± no cay¨® de un cielo resplandeciente y estrellado. Le precedieron unas generaciones que se movieron, como las nuestras, entre la generosidad y la intriga, entre la grandeza y la miseria de todo lo humano. Ellas son un indicio fiable de que, por mucho que se la maltrate, la moral nunca se rinde. Si hemos llegado hasta aqu¨ª, si la ¡°furia de la destrucci¨®n¡± (Hegel) no ha acabado con todo es porque somos constitutivamente morales. La moral nunca ser¨¢ un ¡°mobiliario muerto¡± (Fichte).
Es indudable que el ¡°establo¡± naci¨® con vocaci¨®n de universalidad
El nacimiento de Jes¨²s de Nazaret no fue registrado por las cr¨®nicas de la alta sociedad de su tiempo. Los evangelistas se cuidan de constatar que fue anunciado a unos pastores, gente mal vista, con fama de asaltar a los peregrinos y de permitir que sus ganados pastasen en la propiedad ajena. Los protagonistas del nacimiento, Mar¨ªa y Jos¨¦, eran gente sencilla de pueblo, d¨¦biles econ¨®mica, cultural y socialmente. La debilidad es, pues, el marco que preside la entrada del Nazareno en este mundo; debilidad cuya presencia se ir¨¢ haciendo m¨¢s densa d¨ªa tras d¨ªa hasta culminar en el ¡°pat¨ªbulo¡±, s¨ªmbolo de ignominia y marginaci¨®n.
Por ¨²ltimo: el evangelista Mateo evoca la presencia de una estrella que brilla en el cielo y conduce a los Reyes Magos al ¡°establo¡±. Curiosamente una de las etimolog¨ªas del t¨¦rmino ¡°Dios¡± es ¡°div¡± o ¡°deiv¡±, que significa brillar. Es una palabra que tiene su origen en la experiencia de la contemplaci¨®n del firmamento, de las estrellas. Expresa lo que todos sentimos cuando elevamos nuestros ojos al cielo: admiraci¨®n, sobrecogimiento, dependencia, invocaci¨®n, fascinaci¨®n ante tanta grandiosidad. Enseguida nos viene a la mente el ¡°cielo estrellado¡± que tanto impresionaba a Kant, o ¡°el silencio de los espacios infinitos¡± que sobrecog¨ªa a Pascal, o la experiencia de lo ¡°tremendo y fascinante¡± que con tanto acierto acu?¨® R. Otto. El cielo ¡°se lo saben¡± los cient¨ªficos, pero nos sobrecoge a todos.
La otra etimolog¨ªa del t¨¦rmino Dios, propia de las lenguas germ¨¢nicas y anglosajonas (Gott, God), podr¨ªa derivarse de la ra¨ªz indogerm¨¢nica ¡°hu¡± que significa llamar, suplicar. Remite a la experiencia de invocar al Misterio, al fundamento ¨²ltimo de la realidad, a Dios, desde una situaci¨®n humana de profunda necesidad, sufrimiento y desamparo. Es lo que hacen los Salmos. Intentan conmover a Dios, suplicarle, darle gracias.
Jes¨²s vivi¨® en permanente roce con las v¨ªctimas del injusto reparto de los bienes de esta tierra
Los evangelios informan escuetamente de que Jes¨²s muri¨® en la cruz dando un grito fuerte, invocando a Dios y pregunt¨¢ndole por qu¨¦ le hab¨ªa abandonado. Es posible que en sus ¨²ltimos momentos Jes¨²s experimentase crudamente la ausencia de Dios. Tal vez lo m¨¢s correcto hist¨®rica y teol¨®gicamente sea decir que en la cruz la confianza de Jes¨²s en Dios fue puesta duramente a prueba. Experiment¨®, en palabras de H?lderlin, que ¡°Dios ha hecho el mundo como el mar hace la playa: retir¨¢ndose¡±. Bloch ten¨ªa raz¨®n: hubo establo al principio y pat¨ªbulo al final; y en medio, tambi¨¦n lo se?ala Bloch, permanente roce con la ¡°gente humilde¡±, con las v¨ªctimas de la desigualdad y del injusto reparto de los bienes de esta tierra. No es un mal elogio ateo de la Navidad.
Manuel Fraij¨® es catedr¨¢tico em¨¦rito de Filosof¨ªa de la UNED.
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