Mandato y arrepentimiento
Quiz¨¢ ver esa actitud engre¨ªda e irrealista es lo que lleva a muchos votantes al arrepentimiento
Escribo esto cuando a¨²n no ha transcurrido una semana desde las elecciones, por lo que no s¨¦ si cuando se lea el panorama se habr¨¢ aclarado; si los partidos habr¨¢n acordado algo para la gobernaci¨®n o estaremos vislumbrando otra convocatoria a las urnas para dentro de unos meses. No obstante, en estos pocos d¨ªas ¨Cbien pocos¨C he percibido un fen¨®meno no sorprendente pero s¨ª inquietante: son numerosas las personas medio o totalmente arrepentidas del voto por el que se inclinaron. Si me parece esperable es por lo siguiente: seg¨²n las encuestas, hab¨ªa un 40% de indecisos en v¨ªsperas del 20 de diciembre, y mucha gente oscilaba cada semana de una opci¨®n a otra y volv¨ªa atr¨¢s. Nada tiene de particular que, despu¨¦s de haber elegido, el d¨ªa que no quedaba m¨¢s remedio, se siga vacilando, se siga cambiando de opini¨®n y se lamente el circunstancial impulso que nos llev¨® a coger una papeleta. Yo mismo me cuento entre los semiarrepentidos, sin por ello saber tampoco qu¨¦ har¨ªa si pudiera retroceder. (Abstenerme o votar en blanco me ha parecido siempre la peor soluci¨®n: que decidan otros por uno.)
Yo mismo me cuento entre los semiarrepentidos, sin por ello saber tampoco qu¨¦ har¨ªa si pudiera retroceder
Pero aparte de ese factor natural y esperable (la indecisi¨®n permanece tras decidir), creo que se ha producido una enorme decepci¨®n general. Se supon¨ªa que estas elecciones iban a ser distintas; que, por primera vez en d¨¦cadas, habr¨ªa m¨¢s de dos partidos con posibilidad de triunfo, o al menos en condiciones de influir en la gobernaci¨®n; que habr¨ªa ¡°maneras¡± frescas y jam¨¢s vistas. Sin embargo, la reacci¨®n de todos los partidos ha sido la consabida, s¨®lo que agravada, y en eso no se han distinguido los tradicionales de los reci¨¦n estrenados. Lo cl¨¢sico era que casi nadie admitiera haber perdido, ni siquiera haber hecho un mal papel; que todos buscaran el ¨¢ngulo m¨¢s favorable, que les permitiera consolarse y salvar la cara, por ficticiamente que fuera. En esta ocasi¨®n los partidos han ido m¨¢s all¨¢: la mayor¨ªa se han conducido como si hubieran sido los vencedores incontestables y sus respectivas cabezas de lista pudieran ponerse a exigir. La paternidad de esta actitud hay que reconoc¨¦rsela a la CUP catalana, que as¨ª lleva comport¨¢ndose desde las auton¨®micas de septiembre (claro que con el servil benepl¨¢cito de Mas y Junqueras, Romeva y Forcadell). Con diez diputados, act¨²an como si tuvieran la sart¨¦n por el mango (en parte porque los susodichos se lo han entregado con abyecci¨®n). Toda postura antidemocr¨¢tica y chantajista prospera y encuentra imitadores, y en eso ha destacado Podemos, cuyo ensoberbecido Pablo Iglesias se ha apresurado a imponer condiciones a los dem¨¢s cuando todav¨ªa nadie le hab¨ªa pedido su colaboraci¨®n. Pero tambi¨¦n S¨¢nchez del PSOE, y en menor medida Rivera de Ciudadanos, y no digamos el m¨¢s votado Rajoy. Quiz¨¢ ver esa actitud engre¨ªda e irrealista es lo que ya lleva a muchos votantes al arrepentimiento. ?No hay nadie capaz de saber cu¨¢l es su verdadera dimensi¨®n? Quiz¨¢ el origen est¨¦ asimismo en esas auton¨®micas ¡°plebiscitarias¡± de hace escasos meses: si quienes han obtenido un 47% proclaman con desfachatez su victoria, ?por qu¨¦ no proclamar lo mismo con un 20%? Si cuela, cuela, y lo asombroso es que aqu¨ª cuelan y convencen las mayores inverosimilitudes, las mayores negaciones de la aritm¨¦tica y de la realidad.
Precisamente en las elecciones democr¨¢ticas no hay ¡°mandatos¡± homog¨¦neos, t¨¦rmino temible donde los haya
Tambi¨¦n los pol¨ªticos catalanes han sido pioneros en el uso y abuso de una palabra que sol¨ªa estar ausente de la pol¨ªtica de nuestro pa¨ªs y que delata como peligroso y autoritario a quien se vale de ella, del mismo modo que la f¨®rmula ¡°compa?eros y compa?eras¡±, ¡°espa?oles y espa?olas¡±, etc, delata sin excepci¨®n a un farsante. La palabra es ¡°mandato¡±. ¡°Hemos recibido el mandato claro y democr¨¢tico¡±, se han hartado de repetir Mas, Junqueras y compa?¨ªa ¡ para referirse a ese 47% que era todo menos claro y democr¨¢tico. Pues bien, el detestable vocablo est¨¢ ya en boca de todos, con notable predilecci¨®n por parte de Iglesias y S¨¢nchez. ?Y qui¨¦n emite ese ¡°mandato¡±? El pueblo, claro est¨¢, que todo lo santifica. Precisamente en las elecciones democr¨¢ticas no hay ¡°mandatos¡± homog¨¦neos, t¨¦rmino dictador y temible donde los haya. La gente suele votar lo que le parece menos malo, nada m¨¢s; con mediano o nulo entusiasmo, con el ¨¢nimo dividido y con fisuras, aprobando algunas medidas y desaprobando otras, dispuesta a vigilar a los gobernantes elegidos. La utilizaci¨®n de esa palabra es una burda forma de dotarse de manos libres y decir: ¡°Lo que queremos hacer, el pueblo nos lo ha mandado; s¨®lo somos el instrumento de una voluntad superior que, eso s¨ª, nos toca a nosotros interpretar; luego haremos lo que nos venga en gana, porque en realidad nos limitamos a cumplir ¨®rdenes de la mayor¨ªa o de nuestra minor¨ªa particular (que es la que cuenta), tanto da¡±. En el caso de la CUP y de Podemos la cosa va a¨²n m¨¢s lejos: son asamble¨ªstas o proponen hacer refer¨¦ndums continuos (bien teledirigidos, claro est¨¢), para reafirmar y reclamar ese ¡°mandato¡± cada dos por tres. Uno se pregunta para qu¨¦ quieren entonces gobernar, ya que esto siempre ha consistido en tomar decisiones, a veces impopulares si hace falta, y en tener mayor visi¨®n que el com¨²n de los ciudadanos, a los que no se puede ¡°consultar¡± sin cesar. No les quepa duda: la apelaci¨®n al ¡°mandato¡± no es sino el anuncio de que quien emplea el t¨¦rmino va a mandar ¡°sin complejos¡±, como gustaba de decir Aznar por ¡°sin escr¨²pulos¡±, con imposici¨®n y arbitrariedad.
elpaissemanal@elpais.es
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