Roma, a?o I sin Anita Ekberg
La diva sueca lleg¨® a la ciudad eterna para desafiar los c¨¢nones de un pa¨ªs anacr¨®nico que castigaba el adulterio femenino
En lugar de La dolce vita, Fellini podr¨ªa haber titulado su pel¨ªcula La Biblia pagana, Los claroscuros de Caravaggio o un simple y lac¨®nico Bailar con la muerte. Y es que el momento?Anita Ekberg ba?¨¢ndose en la Fontana di Trevi, engloba todo el contenido de la cinta, adem¨¢s de poseer la naturaleza de una Roma ex¨¢nime camuflada en los embrollos de una burgues¨ªa vac¨ªa, insatisfecha y s¨¢trapa, de f¨ªsico gr¨¢cil y una enfermiza tendencia a hablar para no decir nada. Las dagas al coraz¨®n de sus silencios fueron menos da?inas gracias a Nino Rota. La ciudad, desde la ca¨ªda del Imperio, nunca am¨® el poder, pero a ¨¦ste s¨ª le sedujeron sus ruinas.
Dec¨ªa Pirandello que ¡°ilusionarnos con que la realidad de hoy sea la ¨²nica verdad, por una parte nos sostiene, aunque por otra nos precipita hacia un agujero sin final¡±. Era la Roma de los a?os sesenta, la del miracolo econ¨®mico, la del culto a la belleza femenina, la de los fot¨®grafos Otello Martelli y Geppetti (inmortaliz¨® el beso prohibido de?Liz Taylor y Richard Burton en Ischia), la de Brigitte Bardot y?Audrey Hepburn en Via Veneto, pero sobre todo la de una diva sueca que lleg¨® a la ciudad eterna?para morir, hace hoy justo un a?o, de melancol¨ªa. Sola, en su villa de Genzano, con dos perros, algunos dibujos de Fellini y m¨¢scaras africanas, garantes quiz¨¢s de asegurar un orden establecido de la existencia: ¨¦xtasis al anochecer y depresi¨®n con el alba.
Magnetismo
Envuelta en un osado traje (Piero Gherardi gan¨® el Oscar al mejor vestuario), su magnetismo con el agua es tan grande como el de Mois¨¦s con el Mar Rojo. En ambos casos el individuo parece retar, y ganar, a las circunstancias. Pero la vida es mucho m¨¢s cruel que esa aparente preponderancia, coronada por ¨ªnfulas divinas: ella confes¨® no sentir las piernas por el fr¨ªo (rodaron a 9 grados). Mastroianni, antes del ba?o, lo hab¨ªa hecho ya en vodka, y estaba protegido por un traje de neopreno (las leyendas hablan del pijama) debajo de esa figura l¨¢nguida, condenada al romanticismo arcaico.
Pese a que el productor Dino de Laurentiis prefiri¨® a Paul Newman, fueron Flaiano, Pinelli y sobre todo Fellini ¡ªmago en la alteraci¨®n espacio-tiempo¡ª quienes le convencieron para que Marcello fuera el periodista que retratara una sociedad opaca para terminar confundi¨¦ndose con ella. Una batalla donde la depravaci¨®n vence a la pureza y la falta de palabras, a la comprensi¨®n.
Toda una vida encerrada en un minuto. Aunque algunas tomas se rodaron en Cinecitt¨¢, fue la jungla tranquila y agresiva romana quien custodi¨® el ¨¦xtasis. Lleg¨® gente de todos los confines para alquilar terrazas en edificios contiguos.
Ekberg desafi¨® los c¨¢nones de un pa¨ªs anacr¨®nico (entonces se castigaba el adulterio femenino), pero no pudo vencerle. Su ingenuidad y sensibilidad, retratada en la secuencia junto al gal¨¢n en el Vaticano, la hizo ser detentora del cielo y el infierno. Porque Anita naci¨® y muri¨® despu¨¦s del no-beso a su querido Marcello. Espa?a, por la censura, se lo perdi¨® durante casi 20 a?os.
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