Matando cerditos
Ojal¨¢ que aquellos que no comparten el amor hacia los animales comprendan el delito
Leer el pregoncillo de San Ant¨®n en la calle de Hortaleza es el acto p¨²blico m¨¢s tierno al que una se puede enfrentar. Subida en un estrado en mitad de esta estrecha calle cercana a Chueca la pregonera puede mirar a los asistentes, contarlos, incluso bajar y saludarlos uno a uno. Es una manera de comprobar, una vez m¨¢s, que Madrid tiene momentos sublimes en que quiere seguir siendo pueblo. Junto a m¨ª, sonriente y algo abstra¨ªdo, el padre ?ngel, ese cura singular que abre las puertas del templo a los mendigos para que se cobijen por la noche, que ofrece a los fieles pantallas en conexi¨®n directa con el Vaticano y que regala wifi tanto a los que creen como a los que no. En realidad, cuando se entra en la iglesia de San Ant¨®n se sale creyendo, m¨¢s que en Dios en el ser humano, y aunque la fe s¨®lo nos dure un ratillo esa sensaci¨®n de que es posible que se establezcan lazos de solidaridad entre vecinos es muy beneficiosa para el esp¨ªritu. Un cartel luminoso anuncia en la puerta que este templo castizo est¨¢ abierto las 24 horas, como si fuera una farmacia a la que pudieras acudir si tienes una enfermedad del alma. Un hombre, con esos signos peculiares que la vida en la calle deja en el rostro, me advierte que cierre el bolso, que me lo pueden robar; la experiencia le dice que hasta en los lugares sagrados los carteristas siguen trabajando 24/7, como el Dios del padre ?ngel.
Elvira Lindo y San Ant¨®n animalista (discurso completo) https://t.co/lAFCY2RzLo
— Elvira Lindo (@ElviraLindo) January 17, 2016
El d¨ªa del pregoncillo algunos perros deambulan por la iglesia, aunque la bendici¨®n a los animales tambi¨¦n es una prestaci¨®n que en San Ant¨®n se ofrece a diario. Los due?os se hacen fotos delante del santo, como si fuera el d¨ªa de la comuni¨®n de la mascota o algo as¨ª. Yo recuerdo mis a?os en la calle de Pelayo, aquel 1994 en que acudimos con nuestro perro Paquito para disfrutar de esta costumbre tan popular como extravagante de ponerte en cola con due?os que llevan gatos, perros, cobayas, h¨¢msters, cabras o reptiles. Veintid¨®s a?os han pasado para este barrio, que ahora cobija al gayerismo y la modernez, pero donde se dejan ver en actos como este algunos elementos de la vieja guardia. Esa suerte de vecinos que cuando veo las fotos que me han hecho con el padre ?ngel aparecen en segundo plano, mirando un poco torvamente, como aquellos personajes que sal¨ªan siempre en las fotos de los pueblos, los que no estaban invitados a la boda pero hac¨ªan de s¨¦quito hasta la iglesia.
Me conmueve el amor que se respira hacia los animales; la compenetraci¨®n, por ejemplo, que algunas abuelas tienen con sus perros, unos siete leches diminutos y de ojos saltones. Ese amor es anterior a esta corriente de protecci¨®n al mundo animal, que en Espa?a es novedosa, por caracterizarse nuestro pa¨ªs en mostrar aspereza cuando no crueldad hacia los animales. A todos aquellos a los que la devoci¨®n de algunas personas hacia los bichos inquieta, y aprovechan cualquier oportunidad para tildarla de rid¨ªcula, les animar¨ªa (no creo que se dejen) a que observaran qu¨¦ ocurre cuando un anciano est¨¢ acompa?ado por un animal, o una enferma, o todas aquellas cosas que le aporta a un ni?o tener un colega que mostrar¨¢ una disposici¨®n incansable al juego y que exigir¨¢ unas responsabilidades diarias, no demasiado costosas, pero para las que hay que vencer la pereza. Cualquier due?o podr¨ªa contar qu¨¦ hace su perro o su gato cuando notan, porque lo notan todo, que estamos tristes. S¨®lo quien ha sufrido la muerte de un animalillo puede comprender a quien padece este tipo de p¨¦rdida.
Explicar esto a quienes no quieren ver mundos ajenos al suyo porque est¨¢n henchidos de ese irreductible sentido de superioridad hacia los otros seres vivos es imposible. Ellos se lo pierden. Pero puede que sean capaces, eso s¨ª, de calificar de brutalidad ese v¨ªdeo que la polic¨ªa de Almer¨ªa intercept¨® en el que se ve a un joven lanz¨¢ndose en plancha sobre los cuerpos de 70 lechoncillos que trataban de escabullirse aterrorizados. Mat¨® a 19 y 57 quedaron tan malheridos que acabaron muriendo tambi¨¦n. El joven amiguete de este descerebrado, otro de su misma cala?a, grab¨® la proeza. Ojal¨¢ que aquellos que no comparten el amor hacia los animales y que no desean su cercan¨ªa sepan en cambio entender que la carnicer¨ªa que perpetraron estos dos tipejos es un delito y que es necesario que paguen con la c¨¢rcel un acto de violencia hacia criaturas tan tiernas, que seguramente habr¨ªan sido destetadas ese mismo d¨ªa. Ya me parece brutal el celebrado espect¨¢culo de cortar los cochinillos asados con un plato delante de los comensales, as¨ª que para este aplastamiento de cerdito vivo carezco de adjetivos. P¨®nganselos ustedes. S¨®lo siento la necesidad de que usted que no est¨¢ interesado en los animales y yo, que s¨ª, estemos de acuerdo en que estos machotes han de pasar un tiempo a la sombra.
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