?Mil a?os viva don Jos¨¦ Jos¨¦!
El mito de la canci¨®n mexicana recupera su sitio en los escenarios tras superar un hondo bache en su vida
La noche antes de un concierto duerme 16 horas, y hoy no es una excepci¨®n. Al despertar en la habitaci¨®n de un hotel de la Ciudad de M¨¦xico en el que se alojan reyes y jefes de Estado, Jos¨¦ Jos¨¦ se mira en el espejo y todav¨ªa nota los estragos de aquella enfermedad que le paraliz¨® la cara. ¡°Me qued¨¦ un poco chueco¡±, piensa. En una mesita junto a una cama king-size hay apilados 19 frascos de medicina radi¨®nica, un extravagante tratamiento alternativo. El cantante hace un peque?o ruido al sorber los botecitos, como un comensal con la sopa cuando nadie lo ve. Jos¨¦ Jos¨¦ se encuentra en ese precipicio al que llegan algunas leyendas que se niegan a retirarse, como aquel John Wayne con barriga y ojos cansados que grababa sus ¨²ltimas pel¨ªculas en el desierto de Durango. En el armario cuelga el esmoquin blanco con el que actuar¨¢ esta noche. El mito de la canci¨®n mexicana sigue en pie. Rodeado de desinflamatorios e insulina el artista quiere rebatir a quienes lo dan por acabado. Un nebulizador de aspecto futurista le ayuda a ensanchar los pulmones.
La mayor exhibici¨®n bronquial de Jos¨¦ Jos¨¦ ocurri¨® hace 46 a?os, en el festival de la OTI. Esa noche, enfundado en una americana de terciopelo verde, barbilampi?o, interpreta El triste. En medio de la canci¨®n pronuncia los agudos m¨¢s altos posibles, un sol natural y despu¨¦s un semitono m¨¢s bajo con el mismo aire, sin pausa. Puro pulm¨®n. La m¨²sica de la orquesta entra a continuaci¨®n para darle ¨Cahora s¨ª- un respiro. El p¨²blico aprovecha para ponerse en pie. Le lanzan flores. El pelo del artista no se ha movido un cent¨ªmetro, puede que sea el efecto de la laca. Entonces se prepara para el agudo final: respira profundo, suelta la nota con toda la potencia de la que es capaz, la sostiene, vibra unos compases y vuelve a bajar para guardar algo de aire. La orquesta sube el volumen, y Jos¨¦ Jos¨¦ la acompa?a. Sin respirar, al borde de la hiperventilaci¨®n, alarga la nota final durante 30 segundos exactos.
Hay algo esplendoroso y definitivo en esta actuaci¨®n. No gan¨® el concurso, qued¨® en tercer lugar, pero a nadie le import¨®. Era el comienzo de una carrera portentosa. Durante la celebraci¨®n con familiares y amigos, estirada hasta la madrugada, bebi¨® Bacard¨ª blanco con Coca Cola, sin hielo. Como si hasta ese momento hubiera sido un c¨¦libe de la m¨²sica, un castrato, a la semana siguiente tuvo la primera relaci¨®n sexual con su novia Lucero.
Jos¨¦ R¨®mulo Sosa (Azcapotzalco, 1948), su verdadero nombre, ha vivido desde entonces a su manera. Por el camino vendi¨® millones de discos en todo el mundo, gan¨® una cantidad de dinero suficiente para comprar una isla, se rode¨® de lujos y frecuent¨® la bohemia mexicana, donde era considerado un peque?o dios con voz de bar¨ªtono. Durante 30 a?os tambi¨¦n fue alcoh¨®lico. La coca¨ªna lo manten¨ªa m¨¢s o menos sobrio los d¨ªas de concierto. Dice que solo tiene recuerdos borrosos de los a?os 90, 91 y 92, la ¨¦poca en la que pas¨® por un divorcio y vivi¨® en un taxi con otros yonkis. ?Le reconoc¨ªan? ¡°Sal¨ªa de la cantada y nos ¨ªbamos de farra. Amanec¨ªa en el coche con el esmoquin todav¨ªa puesto. Me despertaban los comentarios de los curiosos, que se preguntaban ¡®?es ese Jos¨¦ Jos¨¦?¡¯¡±, cuenta durante una entrevista que tuvo lugar en octubre. Mientras, aclara su voz cavernosa y gira entre los dedos el anillo que le regal¨® Frank Sinatra, el espejo en el que siempre se mir¨® como artista.
Jos¨¦ Jos¨¦ sabe que el culto rom¨¢ntico a las drogas y el alcohol es una idiotez. Es una traves¨ªa que solo lleva a la tristeza. La distinci¨®n entre un alcoh¨®lico o un bebedor social al que se le va mano con asiduidad no es sencillo de hacer, y durante un tiempo alberg¨® esa duda. A su primera esposa le propuso recluirse en un hotel de playa. Quer¨ªa alejarse de la noche mexicana que inevitablemente acababa en borrachera. Jug¨® al golf frente al Pac¨ªfico pero pronto se dio cuenta de que aquello no era lo suyo. La tregua dur¨® una semana. Volvi¨® a recaer. Durante los tres a?os subido a un taxi hacia un trayecto demencial vivi¨® en un perpetuo zapoi, un t¨¦rmino ruso para describir las cogorzas de varios d¨ªas de las que te despiertas avergonzado y desmemoriado. Ahora lleva 23 a?os sobrio. ¡°Quer¨ªa morirme pero no lo logr¨¦ ?Qu¨¦ bueno!¡±.
En el periodo en el que estuvo aquejado de la enfermedad de lyme, la que le provoc¨® una par¨¢lisis muscular y le afect¨® el habla, escribi¨® una autobiograf¨ªa titulada Esta es mi vida. El libro, en ocasiones, tiene el candor de una pel¨ªcula de Cantinflas. Jos¨¦ Jos¨¦ se ve a s¨ª mismo como un mexicano promedio, de buen coraz¨®n, algo conservador, creyente, al que la vida le va poniendo dificultades en forma de vicio. Es imposible no sentir una empat¨ªa abrumadora por el personaje. Seg¨²n su relato, desconoc¨ªa que aquella muchacha con la que manten¨ªa una relaci¨®n en realidad era una prostituta o que sus productores estaban exprimi¨¦ndolo hasta dejarlo sin blanca. Otros pasajes son de una honestidad brutal, al alcance tan solo de la gente que se ha psicoanalizado tanto que no tiene miedo a decir nada. A este apartado pertenecen los relatos sobre su padre.
Su padre, Jos¨¦ Sosa Esquivel, fue un tenor mexicano. A sus tres hijos los educ¨® en la m¨²sica cl¨¢sica y les previno del rock and roll y el twist. Como solo trabajaba dos veces al a?o en la ¨®pera ten¨ªa que ganarse la vida tocando el ¨®rgano en la Iglesia de un barrio rico. Jos¨¦ Jos¨¦ cree que le atormentaba ver su talento desperdiciado en una parroquia, entre sotanas y crucifijos. Sus frustraciones se mezclaron con una neurosis que fue desarrollando con el tiempo. En mitad de la noche, recuerda el cantante, era capaz de levantar a toda la familia para buscar un destornillador extraviado. Estaba borracho. Muri¨® sumido en el alcohol. Jos¨¦ Jos¨¦ dice que los ¨²nicos momentos de paz con su padre tuvieron lugar en un jard¨ªn junto a la iglesia, donde jugaban al b¨¦isbol. Eran tan solo un padre y un hijo lanz¨¢ndose una pelota. Aqu¨ª habr¨ªa que decir que Jos¨¦ Jos¨¦ elig¨® el nombre art¨ªstico en homenaje a ¨¦l: dos veces Jos¨¦.
Acerca de la relaci¨®n con su progenitor, recuerda durante la entrevista una an¨¦cdota que merece la pena destacar: ¡°Tuve la desgracia de heredar la enfermedad de mi padre. Yo tambi¨¦n estaba muriendo de alcoholismo a los 45, que fue cuando me llevaron a la Universidad de las adicciones en Minnesota. Al relatar mi vida al instructor le cont¨¦ que hab¨ªa visto el cad¨¢ver de mi padre. Y ¨¦l me pregunt¨® qu¨¦ edad ten¨ªa ¨¦l cuando muri¨®. 45, dije yo. Me dice entonces: ?No te das cuenta de qu¨¦ haces lo mismo que tu padre?".
El hombre de la voz prodigiosa lleg¨® a ser un pr¨ªncipe desahuciado pero sali¨® del pozo con una mujer a la que ama, Sara, y Alcoh¨®licos An¨®nimos. Cooperaron tambi¨¦n colegas como su asistenta, Laura, la periodista Mar¨ªa Antonieta Collins o Marco Antonio Sol¨ªs, un divo con melena. El Buki le pag¨® un tratamiento m¨¦dico en Boston que le ayudar¨ªa a volver a cantar. La enfermedad le dej¨® seca la garganta durante seis a?os. Las deudas se le echaron encima. Jos¨¦ Jos¨¦ es de esos ricos que siempre tienen problemas con el dinero. Los bancos le acosaron. Para sobrevivir vendi¨® una mansi¨®n en Miami, de siete cuartos y cinco ba?os, y remat¨® un Rolls Royce. Con eso tap¨® pufos y compr¨® un bonito apartamento en Cayo Vizca¨ªno. El mar es lo primero que ve al despertar.
No piensa comprarse nunca m¨¢s un esmoquin, tiene de varias tallas debido a sus subidas y bajadas de peso, y de las mejores telas. En unas bodegas guarda unos trajes de gamuza marca Brioni que compr¨® con Rafaela Carr¨¢. "E 'morbido", le dijo el dise?ador cuando se los vendi¨®. All¨ª tambi¨¦n apila trofeos, premios, discos de platino, objetos de valor que tiene miedo de que se vean afectados por el moho.
Las semanas previas a una actuaci¨®n se cuida como un boxeador antes de una pelea. Protege la laringe y el peso. Habla poco para no forzar la garganta. Esa profesionalidad es protot¨ªpica de muchas estrellas del espect¨¢culo mexicano, como El Santo o Juan Gabriel. Sara lo ha iniciado en una dieta vegana estricta a base de vegetales, granos, frutas y agua. Y tiene una fe inquebrantable en el nebulizador: "Gracias a Dios me encuentro bien. Ventilado y desinflamado lo puedo hacer perfectamente bien ".
Su ¨²ltimo concierto en M¨¦xico se celebr¨® a finales de octubre. Las letras del escenario con el que anunciaban su nombre eran pretendidamente antiguas, tipo Broadway. Una puerta a otra ¨¦poca. Con la voz quebrada, no lograba llegar a las notas. El p¨²blico, que lo adora, lo ayudaba cantando a coro. Entre todos supl¨ªan el pulm¨®n de aquel muchacho de la americana de terciopelo. Un locutor de radio dir¨¢ al acabar el concierto: ¡°?Mil a?os viva don Jos¨¦ Jos¨¦!¡°.?
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