Prestes Maia, el rascacielos de los okupas
Situado en el centro de S?o Paulo, esta antigua f¨¢brica textil es el mayor inmueble okupado de Brasil. El segundo de Am¨¦rica Latina
En esta antigua f¨¢brica textil, reconvertida en s¨ªmbolo de los movimientos sociales que batallan por una vivienda digna, habitan 400 familias en una rep¨²blica perfectamente organizada. As¨ª es la vida en esta ciudad vertical.
Desde lejos, sobresale aislado del resto de los rascacielos del centro de S?o Paulo. Desde abajo, impone a¨²n m¨¢s. Son 22 plantas de cemento agrietado y sucio. Hay trozos ennegrecidos producto de viejos incendios, y un mosaico de ventanas sin cristales tapiadas con planchas de contrachapado, telas o somieres. Y antenas en algunas esquinas y plantas que crecen suspendidas en aleros aliment¨¢ndose del milagro de la primavera tropical. Un antiguo letrero en piedra indica el origen del edificio, inaugurado como factor¨ªa textil en los sesenta: Companhia Nacional de Tecidos. En la misma manzana hay una tienda de pesca y un bar min¨²sculo que se llama Big Ben. Y un poquito m¨¢s lejos, la antigua estaci¨®n de metro y de tren de Luz, enclavada en el coraz¨®n descarnado de la urbe m¨¢s grande de Sudam¨¦rica. No se puede acceder al edificio por la entrada principal, cubierta con m¨¢s maderas y hierros cruzados. Hay que dar la vuelta a la manzana, caminar al lado de esas autopistas veloces que atraviesan esta inconcebible ciudad de 13 millones de habitantes y llamar a una puerta trasera de hierro. Un tipo que hace de conserje abre el portal¨®n y despu¨¦s se coloca detr¨¢s de un mostrador de los tiempos de la f¨¢brica de telas. Hay muy poca luz natural debido a las ventanas cubiertas. Los fluorescentes que penden de un cable que se pierde hacia la derecha ti?en de un color crudo las paredes rotas. Desde los pisos de arriba llegan gritos, risas, olores a guiso, voces alegres de ni?os, ruido de balonazos. El portero pregunta el nombre del visitante, el nombre del contacto en el inmueble, consulta el cuaderno y luego sonr¨ªe y estrecha la mano al reci¨¦n llegado. Adelante.
En este edificio abandonado en los a?os ochenta, despu¨¦s de que la f¨¢brica textil quebrara, situado en el n¨²mero 911 de la calle Prestes Maia, residen desde hace seis a?os casi 1.500 personas, repartidas en 400 familias, cada una con su habitaci¨®n delimitada por paredes de contrachapado, cada una con una historia desquiciada por la miseria y cada una con su registro puntual en el cuaderno del aplicado portero. El Prestes Maia es el segundo mayor edificio okupado de Am¨¦rica Latina, despu¨¦s de la Torre de David, en Caracas (Venezuela). Y sus ocupantes se gobiernan por unas leyes autoimpuestas ¨Ca medio camino entre las normas de una comunidad de vecinos y las ordenanzas municipales¨C que convierten esta ciudad vertical alumbrada con fluorescentes en una rep¨²blica viable y aut¨®noma de 22 plantas.
Est¨¢ prohibido llevar armas y beber alcohol o tomar drogas. Est¨¢ prohibido que los hombres se paseen por los pasillos de los pisos sin camisa o las mujeres lo hagan en camis¨®n. Est¨¢ prohibido que los matrimonios se duchen juntos en los ba?os (cada planta tiene un aseo comunitario con retrete y ducha). Est¨¢ prohibido recibir visitas m¨¢s all¨¢ de las nueve de la noche a no ser que se pida permiso expresamente. Est¨¢ prohibido hacer ruido ¨Co que los hijos de uno hagan ruido¨C a partir de las diez de la noche. Todos los d¨ªas uno de los ocupantes de cada planta debe limpiar y fregar el pasillo. Otro, los ba?os. Es obligatorio acudir a las asambleas mensuales. Cada familia debe abonar 105 reales (unos 25 euros) al mes en concepto de alquiler que se destinan a un fondo com¨²n. Aunque no todos pagan: a los m¨¢s pobres entre los pobres se les dispensa, como a una madre soltera con cinco hijos peque?os a su cargo. No se admiten mendigos ni personas que no tengan trabajo o que no lo busquen si lo han perdido, aunque este sea el de vendedor ambulante de chucher¨ªas en un paso de cebra. Si alguien se salta las normas una vez es apercibido. Si se las salta tres, es expulsado. Existe un jefe por cada planta que media cuando estalla una discusi¨®n entre familias. Y cuando ese jefe de planta es incapaz de llegar a un acuerdo, la disputa se dirime en la planta baja, en la sala de administraci¨®n ¨Cm¨¢s ventanas tapiadas, ordenadores viejos que todav¨ªa funcionan, una fotocopiadora, un cartel de apoyo a Dilma Rousseff pegado en la pared¡¨C. Mar¨ªa Silva, una de las coordinadoras, sonriente, callada y muy tranquila, hace continuamente de improvisada juez de paz de cualquier pleito porque a cada rato la interrumpen con l¨ªos dom¨¦sticos. Ella tiene tambi¨¦n su propia historia:
¡°Nac¨ª en Bah¨ªa, en el noreste, hace 46 a?os, aunque emigr¨¦ hace mucho a S?o Paulo. Trabajaba limpiando casas y viv¨ªa, desde 2005, en la zona de Bela Vista, pagando una habitaci¨®n en una casa compartida con 12 familias m¨¢s. Le d¨¢bamos el dinero a un tipo que cre¨ªamos que se lo entregaba despu¨¦s al due?o de la casa. Pero nos enga?¨®. Y de un d¨ªa para otro nos desahuciaron. Las 12 familias y yo nos quedamos en la calle. Sin nada. Yo no ten¨ªa trabajo entonces. Hab¨ªa o¨ªdo hablar del movimiento y de Ivanete. Ivanete nos ayud¨®. Primero estuvimos en otro edificio okupado. Despu¨¦s me vine aqu¨ª. El edificio me paga algo para poder vivir y yo a cambio hago de coordinadora. Conozco a casi todos los que viven aqu¨ª¡±.
No se admiten mendigos ni personas que no tengan trabajo o que no lo busquen si lo han perdido, aunque este sea un vendedor ambulante
Todo empez¨® la medianoche del 4 de octubre de 2006. Ese d¨ªa y a esa hora fueron convocados los futuros moradores del Prestes Maia en la entrada del edificio. Todos agrupados en torno al Movimento de Moradia da Luta por Justi?a. La mayor¨ªa lleg¨® desde la remota periferia de S?o Paulo en autobuses fletados por la organizaci¨®n. Algunos hab¨ªan dado el paso porque no pod¨ªan seguir pagando el alquiler. Otros, como Mar¨ªa, hab¨ªan sido desahuciados de sus casas. Hab¨ªa quienes llevaban tiempo viviendo en la calle. Tambi¨¦n quienes lo hac¨ªan en barrios ultrabaratos tan apartados del centro, donde ten¨ªan su trabajo de vendedor o de descargador, que cada d¨ªa se les iban tres horas de ida y tres de vuelta en ¨®mnibus solo para poder trabajar y dormir. Ivanete de Ara¨²jo, una de las l¨ªderes del movimiento, se encargaba de dar ¨®rdenes. Hab¨ªan escogido ese edificio hac¨ªa meses debido a que ya hab¨ªa sido invadido a?os atr¨¢s y posteriormente desalojado. A la hora acordada se arremolinaron en la entrada centenares de familias enteras con carricoches de ni?o, colchones, linternas, comida, bolsas repletas de cosas. Un hombre armado con una maza la emprendi¨® a golpes con el muro de ladrillos que bloqueaba la entrada principal. Y por el agujero que hizo se escurri¨® el millar y medio de personas que se disemin¨® despu¨¦s, en silencio, por las plantas bajas del edificio. Durante un d¨ªa entero se ocultaron como ratones sin encender luces ni hacer ruido. La ley brasile?a prev¨¦ que la polic¨ªa puede desalojar sin mandato judicial un edificio hasta las 24 horas despu¨¦s de producirse la invasi¨®n. Pasado ese tiempo, cuando ya se sintieron m¨¢s libres, el ej¨¦rcito okupa despleg¨® una pancarta gigante en la fachada y comenz¨® a limpiar y a arreglar, a perseguir ratas, a traer muebles, a dividir las naves industriales en habitaciones, a sacar toneladas de escombros y a cubrir ventanas sin cristales. Pagaron a un hombre con contactos en la compa?¨ªa de la luz para que les conectara ilegalmente a la red el¨¦ctrica. Lo mismo hicieron con el agua. Se distribuyeron los lugares y las tareas clave. E hicieron del Prestes Maia su casa y su instrumento para presionar a las autoridades por una vivienda digna y barata.
El propietario, Jorge Hamuche ¨Cun empresario que hab¨ªa comprado la f¨¢brica abandonada a?os atr¨¢s para transformarla en oficinas¨C, denunci¨® la invasi¨®n y pidi¨® la inmediata expulsi¨®n de los nuevos moradores del rascacielos. La polic¨ªa, de hecho, se ha presentado 13 veces en estos a?os para desalojarlo. Pero estas intentonas, bien por falta de ¨®rdenes judiciales en regla, bien por el temor justificado de las autoridades a una masacre en cuanto los agentes pusieran el pie dentro, no se llevaron finalmente a efecto. Y el Prestes Maia se fue convirtiendo en un s¨ªmbolo de los movimientos sociales brasile?os para conseguir una vivienda habitable. Solo en S?o Paulo y su regi¨®n metropolitana faltan, seg¨²n varios estudios, m¨¢s de 670.000.
Las plantas bajas del Prestes Maia son m¨¢s oscuras y h¨²medas debido a las filtraciones desde el suelo. A veces se camina en un charco pastoso. Las plantas altas son m¨¢s luminosas y menos insalubres, pero tienen el inconveniente terrible de las escaleras, ya que no hay ascensor. Hay quien sube y baja cuatro o cinco veces al d¨ªa 20 pisos, muchas veces cargado. Everita, una simp¨¢tica anciana de 82 a?os con problemas mentales, vive en la planta 22?. La organizaci¨®n del edificio le ha propuesto mudarse a un piso m¨¢s bajo. Pero ella se niega, alegando que solo el buen Jes¨²s la saca de la planta que comparte desde a?os con sus vecinos.
Se cuentan cerca de 300 ni?os de 0 a 12 a?os. Por eso el visitante los encuentra por todas partes: ni?os en pantal¨®n corto y chanclas jugando al f¨²tbol en los descansillos de la escalera o en los pasillos; ni?os que se lanzan encima de un madero escaleras abajo como si fuese un trineo, ni?os que juegan al escondite entrando y saliendo de las habitaciones o que se divierten en el patio a jugar a perseguirse entre la ropa tendida y los charcos de agua estancada de la lluvia.
Hay muchos bolivianos pobres que corren la misma suerte que sus pobres compa?eros brasile?os. Y un nigeriano que, por esas carambolas de la vida, ha acabado en un cuarto de la planta 8?. ¡°Dicen que hay otro africano aqu¨ª, pero yo no lo he visto nunca: esto es tan grande¡¡±, comenta. Uno vive de cortar el pelo. Otra de cuidar los ni?os de los vecinos mientras van a trabajar. Otro da masajes. Otro hace la manicura. Otro tiene una tienda de ropa (¡°pague en tres plazos¡±). En cada planta hay un comercio que surte a la comunidad de bolsas de patatas fritas, leche, refrescos, peque?os platos cocinados, compresas y pa?ales, entre otras cosas. Tania Regina tiene una de estas tiendecitas en la primera planta: ¡°Llegu¨¦ a S?o Paulo a los 20 a?os. Ahora tengo 39. All¨ª, en Barreirinhas, en el Estado de Maranh?o, era vendedora ambulante, pero pens¨¦ que aqu¨ª ganar¨ªa m¨¢s vendiendo bollos en la calle. Luego me emple¨¦ en una casa, pero no me gustaba porque me trataban mal, me humillaban, me pon¨ªan a lavar los coches y cosas as¨ª, y me fui a vivir de alquiler al barrio de Ana Rosa con un amigo con el que luego me cas¨¦. Tuvimos una hija, pero a ¨¦l le gustaba demasiado la fiesta y se fue, y yo me qued¨¦ con la ni?a. Trabaj¨¦ en un restaurante, limpiando, y luego en la cocina, cocinando, pero quebr¨® y volv¨ª a trabajar en casa de una se?ora que me dejaba ir a limpiar con la ni?a. Mi madre se traslad¨® con nosotras. ?ramos tres viviendo en una habitaci¨®n y el alquiler se llevaba m¨¢s de la mitad del sueldo. Me enter¨¦ de esto, pero no quer¨ªa venir, ?sabe? Me daba miedo esto del movimiento y de las invasiones de casas. No sab¨ªa qu¨¦ gente me iba a encontrar, pero mi madre me convenci¨®: no pod¨ªamos seguir viviendo en una habitaci¨®n como esa y dej¨¢ndonos todo en el alquiler¡ Y me decid¨ª. Llevo aqu¨ª cinco a?os ya¡±.
El pasado agosto, el Ayuntamiento de S?o Paulo, gobernado por el Partido de los Trabajadores (PT), la formaci¨®n de Dilma Rousseff y Lula, compr¨® a Hamuche el edificio por 24 millones de reales (6 millones de euros). Su intenci¨®n es realojar en ¨¦l a las familias que residen ahora. Las que no quepan ser¨¢n trasladadas a otras viviendas habitables. Pero para ello antes deber¨¢n reformarlo por completo, lo que no es f¨¢cil, debido, entre otras cosas, a que durante las obras habr¨ªa que realojar a todo el mundo. El Gobierno de Rousseff, adem¨¢s, aludiendo a la crisis econ¨®mica que atraviesa el pa¨ªs, va a recortar programas sociales como los de Minha Casa Minha Vida, a los que est¨¢n acogidos los inquilinos del Prestes Maia. Por lo que no hay fecha para la reforma.
¡°Mi madre, mi hija y yo viv¨ªamos en una habitaci¨®n y el alquiler se llevaba la mitad de mi sueldo. Me daba miedo la ocupaci¨®n, pero no pod¨ªamos seguir as¨ª¡±
Todo esto lo sabe Ivanete de Ara¨²jo, de 42 a?os, alta, morena, guapa, resuelta, de ojos negros, de pelo largo y enredado. Ella negocia con el Ayuntamiento y el Gobierno, gestiona el dinero de la caja, compra las cosas para las rifas de las asambleas de los s¨¢bados, zanja las discusiones m¨¢s enconadas entre vecinos irreconciliables. Decide en ¨²ltima instancia qui¨¦n entra y qui¨¦n sale del edificio, a qui¨¦n se admite y a qui¨¦n hay que echar. Es la alcaldesa, la presidenta de la rep¨²blica particular que se extiende m¨¢s all¨¢ del port¨®n de hierro. Ha participado en muchas ocupaciones de casas. La han desalojado de algunas con bombas de humo que ella ha contestado lanzando cocos desde las ventanas. Ha vivido varias vidas. Se ha casado dos veces, es madre de tres hijos, ha adoptado a otro y tiene intenci¨®n de adoptar a uno m¨¢s. A los ocho a?os recog¨ªa almendras, cortaba ca?a o recolectaba algod¨®n en Guariba, una localidad agr¨ªcola situada a 200 kil¨®metros de S?o Paulo. A?os despu¨¦s, en una racha de mala suerte, se vio durmiendo con su marido reci¨¦n despedido del trabajo y sus tres hijos debajo del viaducto paulista Do Glic¨¦rio, en una tienda de campa?a. Su marido la convenci¨® para unirse al Movimento Sem Teto y participar en la invasi¨®n del hospital abandonado de Matarazzo junto con otras familias. Al principio a ella no le gust¨® la idea porque pensaba que un hospital vac¨ªo era un foco de infecciones y enfermedades. Pero cedi¨®.
Poco a poco se fue involucrando. Y se liber¨® del todo: ¡°Me separ¨¦ de mi primer marido, me hart¨¦ de soportar sus palizas. Me hice valiente, fuerte, buena y mala a la vez. Particip¨¦ en otras ocupaciones y consegu¨ª una casa. Pero se la he dado a mi hija y yo sigo peleando. Aunque no ya para m¨ª, porque el mundo no se detiene cuando uno ha logrado lo que busca. Somos una familia y tenemos que encontrar casas para estas personas. Que el Ayuntamiento haya comprado el edificio est¨¢ bien, pero todo puede cambiar en este pa¨ªs. Pueden venir otros pol¨ªticos y echarnos, mandarnos la polic¨ªa de nuevo. Nada est¨¢ ganado a¨²n. A veces me dicen que entre en pol¨ªtica. Yo me lo pienso, estoy afiliada al PT, ya veremos. Me gusta esta vida. Aunque no es f¨¢cil. ?Sabes?, a veces sue?o que vuelvo a la granja¡¡±.
Se r¨ªe. Luego se levanta y va en busca de Adri¨¢n, un ni?o l¨ªvido de cinco a?os enfermo de los huesos. Es incapaz de andar. Abandonado por sus padres al nacer, vive de la caridad en una de las habitaciones al cuidado de una mujer a la que el edificio le paga por hacerlo. Al ni?o se le dibuja una sonrisa al reconocer a Ivanete. Ella lo coge en brazos con la intenci¨®n repentina de present¨¢rselo a su nuevo marido, que vive en un inmueble cercano, tambi¨¦n okupado, y convencerle de que deben adoptarlo ya. Da las ¨²ltimas instrucciones para la asamblea del s¨¢bado y sale a la calle por el port¨®n de hierro. Echa a andar con el ni?o en brazos. La mira otra vez, se le agarra al cuello y cierra los ojos.
elpaissemanal@elpais.es
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