¡°La guerra me persigue¡±
?Qu¨¦ ha impulsado al cirujano italiano de 81 a?os, Sergio Ad¨¢moli, a operar en los conflictos de El Salvador, Somalia o Angola y a dedicarse ahora a la formaci¨®n de param¨¦dicos africanos?
Aquellos que saben que Sergio Ad¨¢moli (T¨¦ramo, Italia, 1934) ha tenido tantas vidas como a?os ¡ªy ya cuenta con 81¡ª le piden de vez en cuando que describa una de sus batallitas. Entonces ¨¦l mira hacia el infinito, da una chupada a su inseparable pipa y se va lejos, muy lejos: a Somalia, a Angola, a El Salvador¡
Cuando Ad¨¢moli habla, mezcla sin darse cuenta el espa?ol aprendido durante a?os en Latinoam¨¦rica, el franc¨¦s que ahora usa en Mal¨ª y un marcado acento italiano que no ha logrado quitarse tras una vida entera recorriendo algunos de los lugares m¨¢s inh¨®spitos del planeta. Ha pasado buena parte de su vida de guerra en guerra aunque nunca empu?¨® un arma, pues la suya siempre fue el bistur¨ª. Pero mucho tiempo antes de esta azarosa vida, este italiano ¡ªgenov¨¦s de coraz¨®n, insiste¡ª ya ten¨ªa historias que contar.
El peque?o Sergio era un ni?o inquieto al que le encantaba inventarse aparatos, por eso toda su familia pens¨® que iba para ingeniero. Pero cuando lleg¨® la adolescencia, sus inclinaciones resultaron ser otras. ¡°Al terminar la secundaria dudaba entre geolog¨ªa y medicina; me qued¨¦ con la segunda porque era la que se estudiaba en G¨¦nova. Acert¨¦ al elegir la medicina porque me llen¨®¡± cuenta desde el tranquilo jard¨ªn de su casita de Beleko, una aldea remota y paup¨¦rrima del Este de Mal¨ª.
El joven Ad¨¢moli ten¨ªa por entonces una visi¨®n muy idealista de la profesi¨®n, reconoce ahora, y so?aba con parecerse al doctor Albert Schweitzer, premio Nobel de la Paz en 1952 y fundador de un hospital en Gab¨®n donde atendi¨® a miles de pacientes. Un poco m¨¢s adelante surgi¨® otra figura rom¨¢ntica: el cirujano Norman Bethune. ¡°Era una hombre muy comprometido con la izquierda, estuvo en Espa?a con las brigadas internacionales y fue art¨ªfice de las primeras transfusiones de sangre en la misma l¨ªnea de fuego¡±, describe. ¡°Este me gustaba mucho m¨¢s porque se acercaba a mis ideales pol¨ªticos¡±.
Sergio Ad¨¢moli no ten¨ªa ni idea de cu¨¢nto se iba a parecer su vida a la de su admirado Bethune. Pero en aquel entones, ¨¦sta era mucho m¨¢s corriente: reci¨¦n casado, con un hijo de corta edad y la carrera reci¨¦n terminada, necesitaba aprobar el examen del Estado italiano para poder ejercer la medicina, pero la convocatoria nunca llegaba. Como necesitaba un empleo, acept¨® una plaza en un hospital suizo y m¨¢s tarde una beca en Mosc¨² para especializarse en cirug¨ªa tor¨¢cica. Al volver, su vida dio un vuelco: fue diagnosticado de tuberculosis. ¡°?Me qued¨¦ cuatro a?os ingresado, no me curaba nunca! ?Era un desastre!¡±, exclama, todav¨ªa escandalizado. Fue ingresado en un hospital ¡°en una monta?a alt¨ªsima, lejos, en la frontera con Suiza, donde todo el mundo era tuberculoso: el m¨¦dico, las enfermeras, los cocineros, las lavanderas¡ Era un mundo de tuberculosos, ?un mundo absurdo!¡±, a?ade entre carcajadas.
Al cabo de esos cuatro a?os, Ad¨¢moli consigui¨® dos cosas: especializarse en enfermedades pulmonares y curarse ¡°m¨¢s o menos con los dos pulmones funcionando¡±. Corre el a?o 1968 y recupera su vida genovesa. Estamos en la ¨¦poca de los brigadas rojas, el grupo revolucionario de izquierda radical que acab¨® siendo considerado una formaci¨®n terrorista. El cirujano participa en m¨ªtines y otras actividades reivindicativas, sobre todo a favor de la libertad de los presos pol¨ªticos y la tranquilidad no le dura mucho: ¡°En 1979 me cae encima una acusaci¨®n de terrorismo¡±. ?Fundamentada? ¡°M¨¢s o menos¡¡±, responde, jocoso. ¡°No soy un ejemplo a seguir, pero aquel era un momento importante en el mundo, con el mayo franc¨¦s, Pinochet en Chile, la independencia de Vietnam en el 75, Portugal mandando a la mierda a los fascistas en el 73, Espa?a tambi¨¦n¡ Yo me qued¨¦ atrapado en el juego pirot¨¦cnico¡±. Unos ¡°amigos internacionales¡± le ayudaron a escapar de Italia, donde ya era buscado por la Interpol, y le hicieron llegar hasta Angola, que en ese momento se desangraba en una guerra tras su independencia que dur¨® 20 a?os, hasta 2001.
Lo m¨¢s dif¨ªcil, como m¨¦dico, era que ten¨ªa que enfrentarme a cualquier situaci¨®n con los medios que ten¨ªa
El italiano, que ya por entonces se hab¨ªa divorciado, comenz¨® a trabajar en el hospital militar de Luanda y all¨ª aprendi¨® otra rama de la medicina sobre la marcha: la cirug¨ªa de guerra. Aguant¨® hasta 1982, cuando en El Salvador ya se libraba una guerra civil entre el Gobierno derechista y la oposici¨®n de izquierdas. ¡°Yo pens¨¦: bueno, me voy a ayudar a esa gente. As¨ª que salgo de Angola, voy a Portugal, luego a Nicaragua y desde all¨ª establezco contacto con la guerrilla salvadore?a y entro en el pa¨ªs. Siete a?os me qued¨¦ ah¨ª y fue un poco complicado, s¨ª¡¡±.
Cuando habla de El Salvador, se queda como ausente. ¡°De todo me pas¨®. Lo m¨¢s dif¨ªcil, como m¨¦dico, era que ten¨ªa que enfrentarme a cualquier situaci¨®n con los medios que ten¨ªa. Operar una persona pr¨¢cticamente sin nada¡¡± rememora mientras fuma sin tregua. Fuma tanto que su blanqu¨ªsimo bigote se ha te?ido de amarillo y marr¨®n seg¨²n se aproxima a las comisuras de la boca. ¡°Ten¨ªa todo el quir¨®fano en la mochila. Cuando hab¨ªa algo constru¨ªamos una mesita y operaba all¨ª mismo, no ten¨ªa material est¨¦ril ni posibilidad de hacer radiograf¨ªas... Nunca sab¨ªas lo que ibas a encontrar, pero el 99% de lo que cur¨¦ fueron heridas de guerra¡±.
Este veterano m¨¦dico pod¨ªa haber elegido un camino menos peligroso, como todos los italianos que conoci¨® en Nicaragua, asentados y con una vida nueva y tranquila, pero ¨¦l no estaba de acuerdo. ¡°Yo estaba buscado por la Interpol, ?qu¨¦ pod¨ªa hacer? Pod¨ªa haber ido a un sitio sin guerra pero por mis convicciones pol¨ªticas pensaba que ten¨ªa que aportar algo. Despu¨¦s de tanto luchar, no ¨ªbamos a parar ahora¡±.
Mientras Sergio operaba en medio de la nada, en Italia fue sometido a cuatro procesos judiciales y absuelto en todos ellos. Era el a?o 1991 y se acercaba la hora de volver a casa. ¡°Regres¨¦ a G¨¦nova pero no fue f¨¢cil porque yo no aceptaba el mundo que me encontr¨¦. Hab¨ªa estado fuera 13 a?os y era muy diferente para m¨ª¡±, reconoce. Quer¨ªa volver a El Salvador, pero era consciente de que deb¨ªa trabajar hasta los 65 para poder jubilarse y obtener una pensi¨®n. Le quedaban cuatro, as¨ª que los pas¨® en su hospital de siempre, donde hab¨ªa recuperado su plaza.
Lleg¨® 1996, se jubil¨® oficialmente y se march¨® a ?frica de la mano de varias ONG. ¡°A m¨ª la guerra me persigue porque salgo de El Salvador y caigo en Somalia. Salgo de all¨ª y caigo en Angola. Y otra vez a operar sin nada. Y despu¨¦s termino en Angola y me voy a la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo: otro desastre, otra guerra. Pero ya termin¨¦ con eso, dej¨¦ de operar a partir del a?o 2005¡±, concluye.
Es inevitable preguntarle por sus recuerdos de Somalia en aquel 1996, cuando el pa¨ªs se desangraba en un conflicto que ha degenerado en el Estado fallido que es hoy. ¡°Recuerdo las ganas de salir de all¨ª y no volver m¨¢s; ese pa¨ªs me hace cambiar a peor, sales sinti¨¦ndote m¨¢s mala persona que cuando entraste¡±, responde con enfado. ¡°Son unos hijos de puta terribles, no lo aguantaba m¨¢s. Siempre con fusiles, me robaban en el hospital y si me quejaba me sacaban el arma y me preguntaban si de verdad quer¨ªa protestar¡±. En una ocasi¨®n casi le matan, dice, porque alquil¨® un autom¨®vil a una kabila (una tribu) y otra se ofendi¨® porque no se lo hab¨ªa pedido a ellos. ¡°Dispararon al coche y asesinaron a mi guardaespaldas, el ch¨®fer fue herido y yo salv¨¦ la vida de milagro¡±.
S¨ª tiene buenas palabras para las mujeres de Somalia, ¡°todas lind¨ªsimas pero todas mutiladas¡±, recuerda con pesar. Entre ellas, una excepcional: la sultana de Merka, que se opon¨ªa a la ablaci¨®n. ¡°Me sorprendi¨® porque yo intentaba que anestesiaran a las chicas para que la pr¨¢ctica fuera menos dolorosa y ella no quer¨ªa. ¡®Si no hay dolor cortan m¨¢s, pero si les duele las ni?as lloran, se mueven y patalean, as¨ª que les cortan menos¡¯, me dijo¡±.
Sergio Ad¨¢moli no es un anciano que viva sumergido entre recuerdos del pasado. La raz¨®n principal es que no tiene tiempo porque a¨²n hoy, pese a haber dejado de operar, sigue en activo. Trabaja para Medici in ?frica, una organizaci¨®n que pertenece a la Universidad de G¨¦nova y que ofrece cursos de formaci¨®n in situ a j¨®venes doctores y enfermeras africanos. Ya no viaja tanto por dos razones: que los seguros no se la juegan con ¨¦l, ¡ª¡°no me aseguran porque soy muy viejo y el riesgo de que me muera fuera es alto¡±¡ª, y porque la crisis econ¨®mica redujo los fondos para la cooperaci¨®n al desarrollo, y ¨¦l lo ha notado.
A pesar de los obst¨¢culos, el cirujano acaba de terminar un trabajo de tres meses con la ONG vasca Osalde en Beleko, un pueblo del Mal¨ª m¨¢s rural, donde ha estado ense?ando un curso de cuidados post operatorios a las enfermeras del centro de salud. Aunque dice que no puede soportar m¨¢s el calor de esta parte del Sahel, ha trabajado hasta el ¨²ltimo d¨ªa, que ha empleado en reunirse con un grupo de mujeres y con las autoridades locales para impulsar un programa de planificaci¨®n familiar. Y vuelve ya mismo a G¨¦nova, donde no se podr¨¢ quedar mucho tiempo de brazos cruzados: en marzo recibir¨¢ a un grupo de 30 j¨®venes enfermeros y matronas de Senegal para recibir una formaci¨®n de tres meses.
?Extra?a operar? S¨ª y no, afirma. ¡°En los ¨²ltimos tiempos ten¨ªa bastantes dificultades y despu¨¦s de una intervenci¨®n me quedaba pensando si lo hab¨ªa hecho bien. Pero me gustaba mover las manos, inventarme cosas¡ Cada cirug¨ªa era diferente¡±.
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