La gran familia rumana
Nacidos en Rumania pero repartidos por Europa, forman parte de la minor¨ªa ¨¦tnica m¨¢s numerosa del continente, los roman¨ªes
Con un solo gesto, Ioana Marin acaba de poner firmes a tres de sus nietos. Los cr¨ªos, de entre siete y diez a?os, no paran de enredar. A la matriarca gitana solo le ha hecho falta chascar la lengua y los tres chiquillos, cubiertos de polvo, se han sentado frente a ella con la cabeza gacha. La menuda Ioana, de 67 a?os, dirige a su enorme familia pr¨¢cticamente sentada sobre la colcha de su cama, en la casita del condado rumano de Vaslui ¨Cuno de los m¨¢s pobres del pa¨ªs¨C en la que ha vivido m¨¢s de medio siglo. Junto a la estufa de adobe que usan para calentarse y cocinar, gestiona la comida, la compra, la escuela de los m¨¢s chicos, el traslado al hospital de una nuera y el regateo para conseguir una novia a uno de sus nietos.
La mujer, de vivos y peque?os ojos negros y pa?oleta rosada sobre sus ¨Ca¨²n¨C oscuros cabellos, ha tenido 15 hijos. Grina, Julian, Victor, Bordel, Aurel, Danuta, Laura, Mitrica, Nicoleta, Maslina, Gigel¡ Todos han nacido en la vivienda de dos habitaciones de ladrillo y adobe, que ni siquiera hoy tiene agua corriente ni ba?o. Algunos dorm¨ªan en las cuatro camas disponibles, cuenta Ioana. ¡°El resto, sobre las alfombras. En el suelo¡±, apunta. Ha sido cabeza de la familia desde mucho antes de enviudar, hace ya 25 a?os. Su esposo, Ionel, detenido durante la dictadura de Ceausescu tras un difuso altercado ¨C¡°entonces, a la m¨ªnima acababas en la c¨¢rcel. Y los gitanos m¨¢s¡±, remata la matriarca¨C, pas¨® sus ¨²ltimos 13 a?os de vida en prisi¨®n.
Hoy, la mayor¨ªa del clan Marin ¨Cmuchos de sus hijos y decenas de nietos¨C se encuentra a miles de kil¨®metros de Vaslui. Grina, en un asentamiento en Barcelona; Maslina, en un piso en Alemania; Julian, en una caravana en Francia. Viven, como muchos de los roman¨ªes, desperdigados por Europa en una di¨¢spora constante. Forman parte de la gran familia gitana. Aunque su cuna se sit¨²a en Rumania, Bulgaria y otros pa¨ªses de los Balcanes, el ¨¢rbol geneal¨®gico de esta etnia extiende sus ramas por todo el continente. Sobre todo desde la adhesi¨®n de varios de estos pa¨ªses a la Uni¨®n Europea. Son la minor¨ªa m¨¢s numerosa del territorio Schengen, donde habitan unos 10 millones, seg¨²n datos de las instituciones comunitarias. En Rumania, donde se estima que reside la mayor parte, los registros oficiales hablan de unos 500.000, pero los expertos ¨Ctambi¨¦n el Gobierno¨C apuntan a que la realidad puede cuadruplicar esa cifra (2 millones, el 10% de la poblaci¨®n). En Espa?a, donde habita una de las mayores comunidades fuera de los Balcanes, hay unos 750.000. En Francia, el destino elegido por la mayor¨ªa de los vecinos de Vaslui, son unos 350.000 despu¨¦s de las expulsiones de los ¨²ltimos a?os.
En Rumania viven 500.000 roman¨ªes, seg¨²n los registros oficiales. Los expertos elevan la cifra hasta los 2 millones
En el pueblo de los Marin amaneci¨® hace cuatro horas y la bruma lo inunda todo. Es de color gris sucio y tan densa que se podr¨ªa masticar. El invierno en esta zona ¨Ca seis horas en tren al noreste de Bucarest, cerca de la frontera con Moldavia¨C es hostil. Hoy, los nietos que Ioana tiene a su cargo no han ido a la escuela y pasan el d¨ªa correteando por la parcela sembrada de trastos y curioseando a la extranjera. A la gadj¨ª (no gitana). Shakira, de once a?os, y Daniela, de ocho, juegan a posar como dos modelos cerca de la porqueriza donde olisquean tres cerdos. Robin y Josmin ¨Cnueve y siete a?os¨C, m¨¢s traviesos, persiguen a dos cachorrillos de perro. Mientras, Narzisa prepara los ingredientes para cocinar una ciorba (sopa). Tiene 15 a?os y es quien se ocupa de todo en la casa. Cuando su padre ¨Chijo de Ioana¨C muri¨®, su madre volvi¨® a casarse y dej¨® a la chica y a dos hermanos con la abuela. La ven poco.
Narzisa lleva los cabellos recogidos en un mo?o, que cubre con un pa?uelo negro y azul. Es alta, con curvas y viste una falda hasta los pies. Se ruboriza y esconde la mirada cuando la familia comenta que ya est¨¢ en edad de casarse. Su hermana Ramona lo hizo hace un par de a?os, con 13. La familia de Ioana recibi¨® por ella unos 2.500 euros; la cantidad usual. Ya tiene dos hijos. Pero Ioana, que es quien ordena y manda, no quiere que Narzisa se vaya. ¡°No se casar¨¢ hasta los 20¡±, zanja. Seguir¨¢ viviendo con la abuela, que la mantiene a ella y a otro buen pu?ado de nietos con su pensi¨®n, que no llega a 100 euros al mes. Te¨®ricamente, debe recibir del Estado una ayuda por cada ni?o si permanece escolarizado, pero Ioana asegura que no ve un c¨¦ntimo de ese dinero. ?Se lo quedan las autoridades? ?Sus padres? La abuela no es la tutora legal de los menores.
Ioana en realidad solo se llama as¨ª sobre el papel. Es su ¡°nombre rumano¡±. El oficial. Con el que est¨¢ registrada en la Administraci¨®n y ¨Ccomo muchos otros roman¨ªes¨C con el que se presenta a los gadj¨¦. Su nombre gitano es Cireasa. ¡°Cereza, como los frutos que caen del ¨¢rbol¡±, r¨ªe tap¨¢ndose la cara con las manos. En su casa mezclan el rumano y el roman¨ª ¨Ccomo la mitad de los gitanos nacidos en el pa¨ªs¨C. Y ella no sabe escribir m¨¢s que las letras de su nombre: ¡°Aprend¨ª a base de copiarlo una y otra vez para firmar y esas cosas¡±, dice encogi¨¦ndose de hombros. En su ¨¦poca, los chiquillos gitanos no iban al colegio. Ninguno de sus nueve hermanos aprendi¨® a leer. En Rumania, un 25% de los roman¨ªes son analfabetos, seg¨²n un estudio de la Fundaci¨®n Soros. Y apenas el 12% de entre 18 y 30 a?os han completado la secundaria.
La abuela, como Ramona, tambi¨¦n se cas¨® a los 13. Lo hizo con un muchacho gitano, de 17, cuya familia ¡°ven¨ªa de Rusia¡±. El chico ¨Cdespu¨¦s, su esposo, Ionel¨C no hablaba una palabra de rumano. Tampoco ten¨ªa ¡°todos los papeles¡±, que ella le consigui¨®, cuenta, en el Ayuntamiento. ?l y un hermano suyo construyeron la casita de dos habitaciones en la que a¨²n viven.
La aldea ha cambiado mucho desde entonces. A ambos lados de sus dos ¨²nicas calles asfaltadas, como en muchos otros pueblos de mayor¨ªa gitana, han ido brotando casonas y coloridos palacetes ¨Cun par de ellos adornados hasta lo m¨¢s barroco¨C que algunas familias roman¨ªes han construido con el dinero que han juntado en la di¨¢spora. Gran parte de ellos tienen hoy las ventanas y las puertas cerradas a cal y canto. Est¨¢n vac¨ªos. Con las bajas temperaturas sus ocupantes suelen trasladarse a latitudes de clima m¨¢s amable que el de Vaslui. Adem¨¢s, reconoce Ioana, en la zona hay poco ¨Co nada¨C que hacer cuando llega el invierno si no se tiene un empleo formal. Y en Vaslui, como en el resto del pa¨ªs, el desempleo entre los gitanos se acerca al 80%.
Si la salud se lo permitiera, asegura, Ioana dejar¨ªa el pueblo. Ya emigr¨® hace siete a?os. Empac¨® algunas cosas y se march¨® con uno de sus hijos y su nuera. Viajaron dos d¨ªas en coche hasta llegar a Barcelona, donde ya se encontraban dos de sus hijas. Era la primera vez que sal¨ªa de Rumania. Vivieron en un asentamiento chabolista en el barrio de Sant Andreu. Subsist¨ªan de la recogida de chatarra o enseres, que clasificaban y vend¨ªan a un trapero. Ropa, electrodom¨¦sticos, muebles¡ Por un par de zapatos pod¨ªan recibir unos 50 c¨¦ntimos. Las mujeres y los ni?os alternaban la recogida con la mendicidad a la salida de misa, en las calles comerciales, a las puertas de los mercados.
Ioana, la abuela, se cas¨® a los 13 a?os. Igual que su nieta Ramona. La familia recibi¨® a cambio lo usual: 2.500 euros
En Barcelona, cuenta Ioana, muri¨® su hijo Casian. De fondo, sin sonido, el televisor arroja constantemente coloridas im¨¢genes de una telenovela india a la que est¨¢ enganchada toda la familia. David, uno de los nietos mayores y el ojito derecho de la matriarca, completa la historia. El hombre fue hallado ahogado en su furgoneta, aparcada en la calle. La polic¨ªa ¨Cen la que no conf¨ªan en absoluto al igual que recelan de la pr¨¢ctica totalidad de los gadj¨¦¨C cerr¨® el caso como un suicidio, pero los Marin creen que Casian fue asesinado. Un ajuste de cuentas, tal vez un desencuentro con otro gitano con el que compart¨ªa la propiedad del veh¨ªculo donde fue encontrado.
Despu¨¦s de lo que le sucedi¨® a Casian, la salud de la matriarca empeor¨®. Le costaba caminar y ya no pod¨ªa acompa?ar al grupo en la recolecci¨®n de chatarra y enseres. Solo pod¨ªa mendigar. Y la echaban cada dos por tres de las puertas de los supermercados o de las escalinatas de las iglesias. A?o y medio despu¨¦s se cans¨®. Algunos de sus nietos m¨¢s peque?os segu¨ªan en Vaslui y, cuando varios de sus hijos empezaron a pensar en cambiar Barcelona por Francia, decidi¨® regresar a Rumania. No ha vuelto a marcharse y solo sale de casa para ir al m¨¦dico o a la iglesia evang¨¦lica que cada vez m¨¢s gitanos del pueblo frecuentan.
A veces sus hijos llegan de visita cargados de bolsas y fardos de ropa para regalar. O con alg¨²n mueble. La ¨²ltima vez, trajeron un coche. Un ajado Volkswagen rojo que David ense?a con orgullo. Es una tartana que huele a gasoil, pero el chico de vez en cuando le da un par de vueltas. O lo aparca y desaparca. No m¨¢s. ?l es un tipo legal y no tiene el carn¨¦ de conducir. Ni la edad para sac¨¢rselo: 17 a?os.
Ioana poco ¨Co nada¨C sabe de la historia de su familia. ¡°Mis padres, Paun y Arghira, murieron cuando yo era muy peque?a y jam¨¢s conoc¨ª a mis abuelos. Alguna vez me contaron que ven¨ªan de Besarabia [hoy territorio moldavo y ucranio]¡±, explica. Aparca el tema enseguida. Parece que lo poco que sabe no es agradable. Como detalla la escritora Isabel Fonseca en su libro Enterradme de pie (Anagrama), una radiograf¨ªa de los gitanos en los Balcanes, la mayor¨ªa de ellos ignora ¨Cquiz¨¢ de manera consciente¨C los hilos de historia que tienen a sus espaldas. Su origen indio y milenario. El camino recorrido a tantos puntos de Europa. Su esclavizaci¨®n hasta el siglo XIX en Rumania, la vida n¨®mada, el destierro y el exterminio con los reg¨ªmenes pronazis; o las m¨¢s recientes pol¨ªticas de ¡°asimilaci¨®n¡± comunistas destinadas a eliminar por completo el nomadismo y a ¡°homogeneizar¡± a la poblaci¨®n, como sucedi¨® en la Rumania comunista de Gheorghe Gheorghiu-Dej y Nicolae Ceausescu, explica el historiador Viorel Achim. A la mayor¨ªa se les oblig¨® a dejar sus oficios de caldereros, joyeros, artesanos, ursarios (domadores de osos)¡
Ionel Marin, el esposo de Ioana, fue uno de esos gitanos que durante los a?os de Ceausescu (1965-1989) y su programa de ingenier¨ªa social destinado a asimilar a los distintos grupos ¨¦tnicos pas¨® a trabajar la tierra por cuenta del Estado. Una profesi¨®n, la de agricultor, a la que el r¨¦gimen deriv¨® al 47% de los roman¨ªes, a los que reubic¨® a su antojo por todo el pa¨ªs ¨Cuna pol¨ªtica de asentamiento sin integraci¨®n que desencaden¨® conflictos que a¨²n hoy perduran¨C.
Sus hijos recuerdan que en aquellos a?os Ionel se hac¨ªa cargo de un campo de ma¨ªz. Hoy ese terreno no es propiedad de la familia Marin. Muerto el dictador, la mayor¨ªa de los gitanos que hab¨ªan trabajado la tierra no pudieron reclamarla como suya. Sin embargo, cuando las temperaturas bajan y la niebla amenaza, los nietos de Ioana salen a recoger las mazorcas secas que quedan en ese campo. Arden casi tan bien, o mejor, que la le?a seca, dicen.
Un 25% de los gitanos en Rumania son analfabetos. Y apenas el 12% de entre 18 y 30 a?os han completado la secundaria
Como hoy. Shakira, Daniela, Armando y Josmin trotan por uno de los campos recolectando los frutos amarillos y anaranjados ¨Cbobo los llaman¨C y los van lanzando al carro de caballos que conduce uno de los nietos mayores. No es festivo. Hay escuela, pero a ning¨²n adulto parece importarle que pierdan unas cuantas horas ¨Co el d¨ªa¨C de clase. Una vez m¨¢s. A Shakira s¨ª. Le encanta ir al colegio. Es una ni?a preciosa, alta, espigada, de cabellos casta?os y ojos color miel. Tiene una mirada dura, de alguien mucho mayor. A sus 11 a?os, ha vivido en Espa?a, en Francia, en Alemania y en Rumania. En los dos primeros pa¨ªses ayudaba en la recogida de chatarra y mendigaba con otras mujeres y chiquillos de su familia. Como el 10% de los ni?os roman¨ªes en Rumania, Bulgaria, Italia o Francia, apenas pisaba la escuela. A la que va ahora es solo para ni?os gitanos. Una segregaci¨®n que afecta a un alto porcentaje de roman¨ªes en toda la UE.
Shakira es hija de Gigel y Madalina. La familia volvi¨® hace unos meses de Alemania. Desde entonces, el padre, de 34 a?os, apenas ha puesto un pie fuera de su habitaci¨®n de desconchadas paredes. ¡°Tiene c¨¢ncer. Antes era un hombre grande, fuerte. Ahora es delgadito¡±, describe su esposa. Ella es gadj¨ª. Conoci¨® a Gigel hace m¨¢s de dos d¨¦cadas, trabajando la chatarra. Tienen nueve hijos ¨Cla peque?a, Mar¨ªa, de solo un a?o¨C, pero tres est¨¢n bajo tutela del Estado; casi nunca hablan de ellos.
Gigel y Madalina estaban en Lille (Francia) en 2010, cuando Nicolas Sarkozy decret¨® las expulsiones de miles de gitanos. La comisaria europea de Justicia, Viviane Reding, lleg¨® a comparar aquello con lo peor de la II Guerra Mundial. ¡°Daba la impresi¨®n de que se les echaba solo por pertenecer a una determinada etnia¡±, dijo. Se form¨® un enorme revuelo. Bruselas se qued¨® a un paso de abrir un expediente a Par¨ªs por violar el derecho de libre circulaci¨®n de la UE. Los gitanos rumanos o b¨²lgaros, como cualquier otro ciudadano, pod¨ªan moverse y residir sin barreras por Europa, pero con salvedades. Francia se acogi¨® a ellas. Y finalmente llev¨® a cabo las repatriaciones sin ser sancionada.
La pareja cuenta que las autoridades francesas entregaban 300 euros por persona a los que abandonaban el pa¨ªs, pero su familia decidi¨® marcharse antes, cuando vieron que empezaban a entregar las notificaciones. No quer¨ªan que les ficharan. Si lo hac¨ªan ya no podr¨ªan volver. As¨ª, en una sola noche, recogieron los b¨¢rtulos y emprendieron el camino a Rumania.
Las cosas se relajaron en Francia y la familia termin¨® por volver a Lille. En 2013, cuando el Gobierno socialista de Fran?ois Hollande decret¨® una nueva pol¨ªtica de expulsiones, Gigel y familia se mudaron a Dortmund. ¡°All¨ª viv¨ªamos en un piso, con ba?o, agua corriente¡ Ha sido la mejor ¨¦poca, la verdad¡±, cuenta el padre. En Alemania vivieron casi a?o y medio gracias a las ayudas sociales. Cuando los problemas m¨¦dicos de Gigel se agravaron, plegaron velas de nuevo y regresaron a Rumania.
Gigel y Madalina, hijos de la matriarca, se encontraban en Francia cuando Sarkozy decret¨® la expulsi¨®n de miles de roman¨ªes
Gigel nunca lleg¨® a conseguir un empleo. Su cu?ado Marin, s¨ª. Por eso sigue en Dortmund. Trabaja media jornada limpiando un edificio de oficinas. ?l, su esposa, Maslina, y sus tres ni?os viven con sus 400 euros de sueldo y los 700 de ayuda social que reciben del Estado alem¨¢n. All¨ª Maslina ha aprendido a leer y escribir. ¡°Volver¨ªamos a irnos, pero yo ya no puedo¡±, lamenta Gigel. No parece sentir mucho apego por una tierra en la que apenas tiene oportunidades; Rumania es, solo por detr¨¢s de Bulgaria, el pa¨ªs m¨¢s pobre de la UE. Junto a ¨¦l, dos de sus cr¨ªos, Josmin y Robin, comen pipas y tiran las c¨¢scaras al suelo. Nadie los rega?a.
Las aspiraciones del nieto David, el ojito derecho de Ioana y a efectos pr¨¢cticos uno m¨¢s de sus hijos, son bien distintas. Ha estado en Francia y en Alemania y no le ha gustado. ¡°Yo no quiero irme. Me gusta vivir aqu¨ª, pero querr¨ªa tener un trabajo, construirme una casa¡±, dice con una sonrisa. El chaval, agudos ojos marrones y cabello oscuro, va impecablemente vestido y peinado. Le encanta arreglarse. Sentado en la habitaci¨®n de Gigel, no suelta la mano de su esposa, Andrea. Se casaron hace poco. La chica, que acaba de cumplir 17 a?os, ya est¨¢ embarazada de siete meses. No sabe qu¨¦ espera. Como la mayor¨ªa de las roman¨ªes no ha ido a ninguna consulta prenatal.
Andrea, como Madalina, es gadj¨ª. Conoci¨® a David, al que mira con adoraci¨®n, en la Red. En Facebook. ?l no tiene ordenador pero s¨ª Internet en el m¨®vil. Estuvieron hablando un a?o. Hasta que David se mont¨® en un autob¨²s y se fue a Oradea, en la otra punta del pa¨ªs, a m¨¢s de 10 horas de camino. Cuando acordaron casarse, la propia Ioana y uno de sus hijos acompa?aron a David a recogerla y a conocer a la familia. ¡°Al principio a sus padres no les hizo felices¡ Ahora s¨ª¡±, dice el chico.
¡°David hablaba con 10 chicas cuando nos conocimos¡±, lanza Andrea mordaz. Poco despu¨¦s de llegar al pueblo de Vaslui le pidi¨® que cerrara su perfil. Ahora ambos comparten el de ella con el nombre de ¡°Andrea y David¡±. La joven ha cambiado su hogar, con agua caliente, ba?o, varias habitaciones y cuadros campestres pintados en serie, por la casita de dos estancias de Ioana. Ya se ha mimetizado con la familia Marin. Atr¨¢s qued¨® la Andrea de silueta redondeada, minifalda, vaqueros ajustados o el uniforme blanco y negro de la escuela que se aprecia en su Facebook. Hoy viste una falda larga de color burdeos al estilo gitano y el cabello casta?o tirando a cobrizo recogido en una coleta baja. Acaba de lav¨¢rselo en un barre?o instalado en el patio, con agua templada.
Ha pasado fr¨ªo y le duele el est¨®mago. David, preocupado, la lleva enseguida a casa de Ioana. La abuela le echa un vistazo, desenfunda el m¨®vil y prepara en un suspiro su traslado al consultorio. Enseguida parte en ambulancia, sola, a la maternidad de Iasi ¨Cla ciudad m¨¢s importante de la regi¨®n, a unas dos horas en coche¨C. Los m¨¦dicos dicen que probablemente necesitar¨¢ una ces¨¢rea. A la familia le disgusta la noticia. No solo por Andrea y la criatura. Tambi¨¦n porque aunque la sanidad rumana es gratuita, impera un sistema de mordidas por el que una ces¨¢rea cuesta unos 100 euros. Y ahora mismo los Marin no tienen el dinero. Andrea, efectivamente, se queda ingresada.
David est¨¢ un poco enfadado consigo mismo. Tal vez tambi¨¦n con Ioana ¨Cpara los hijos, la madre suele tener la culpa de casi todo¨C, por lo r¨¢pido que han ido las cosas tras la boda. Le entristece, dice, no haber podido acompa?ar a Andrea, que no para de llamarle al m¨®vil, asustada. Para ella es duro permanecer sola en el hospital. Su esposo la visita algunas veces, pero llegar a Iasi no es tan f¨¢cil. Mientras, ojea la Biblia de Ioana para buscar un nombre a su primer hijo. Un mes despu¨¦s anuncian por tel¨¦fono el nacimiento de Matei Philip. Un nuevo miembro para el clan Marin.
elpaissemanal@elpais.es
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