Sinatra y su criado
Seg¨²n George Jacobs, el poder es lo que subyugaba a este jefazo de la m¨²sica del siglo XX
Para contrarrestar el ensordecedor ruido de esta semana decid¨ª refugiarme en la m¨²sica. Muy aplicadamente, desde finales de 2015, ando celebrando el centenario de Sinatra en la intimidad de mi cuarto. Podr¨ªa dedicarle este a?o completo, material no falta, de la inmensa biograf¨ªa de James Kaplan, Sinatra, The Chairman, a otros libros curiosos de personajes secundarios que lo trataron y ofrecen una imagen in¨¦?dita de este jefazo de la m¨²sica del siglo pasado. Hay uno que me ha cautivado, Mr. S: My Life with Frank Sinatra, memorias escritas por George Jacobs, mayordomo del artista de 1953 al 1968. No se han publicado en Espa?a pero espero que alg¨²n editor se anime a traducir esta colecci¨®n de jugos¨ªsimos recuerdos. Jacobs era un negro jud¨ªo de Louisiana, que viaj¨® por el mundo como cocinero en el Ej¨¦rcito y recal¨® en California, donde en un principio hizo peque?os papeles de negro selv¨¢tico en pel¨ªculas de Tarz¨¢n. Sinatra lo contrat¨® convirti¨¦ndolo en asistente, ch¨®fer, confidente, cocinero. El mayordomo cuenta su vida con Mr. S y, a pesar de que este lo acab¨® echando de mala manera al publicarse unas fotos en las que Jacobs aparec¨ªa bailando con la todav¨ªa mujer del cantante Mia Farrow, prevalece la devoci¨®n que siempre sinti¨® hacia un personaje que provoca de todo menos simpat¨ªa. Adoramos a Sinatra, nos gusta hasta cuando canta sobre unos arreglos melosos, amamos esa voz que aprendi¨® a frasear las letras gracias a su maestra Billie Holliday, pero adentrarse en su vida es reconocer a un tipo al que no nos hubiera gustado tener como enemigo y que como amigo exig¨ªa una fidelidad entre absorbente y conflictiva.
El indudable encanto del libro no se reduce a lo que cuenta sino a c¨®mo lo hace: en boca de otro podr¨ªa ser un cat¨¢logo morboso de cotilleos. Pero el mayordomo tiene el arte de narrar y en estas p¨¢ginas encontramos la cr¨®nica de aquellos d¨ªas desde un punto de vista in¨¦dito: el del criado negro. Jacobs fue adiestrado por los padres del cantante en la cocina de los italoamericanos de New Jersey; lidi¨® con el autoritarismo de Sinatra, con sus a?os de frustraci¨®n y decadencia temprana, con la furia hacia el rey que lo destron¨®, Elvis Presley. Pero se enfrent¨® a la costosa tarea con el convencimiento de que su jefe era un genio. Tuvo que soportar, adem¨¢s, la fascinaci¨®n que Mr. S (as¨ª lo llamaba Jacobs) sent¨ªa por la mafia y el poderoso padrino Sam Giancana, algo explicable en una estrella que nunca se desprendi¨® de un profundo complejo social que si bien le llev¨® a esforzarse para que de su acento desapareciera todo rastro de su origen, le mantuvo fiel a los que fueron los h¨¦roes que poblaban los sue?os del ni?o de Hoboken: los tipos duros. Jacobs, que muestra m¨¢s finura que su jefe, se pregunta qu¨¦ ve Sinatra en esos tipos peligrosos para tratarlos con tal veneraci¨®n. El poder, concluye; era el poder lo que a Sinatra le subyugaba, y esa atracci¨®n fue la que le llev¨® a complacer hasta extremos humillantes al individuo m¨¢s desagradable de esta historia, Joe Kennedy. Putero, inmoral, autoritario, racista, el patriarca de los Kennedy no se ahorraba una broma sobre los negros o los jud¨ªos delante del sufrido George. De manos del padre, lleg¨® el hijo, John, al que Sinatra provey¨® de putas y celebridades, entre ellas Marilyn Monroe, y para el que hizo campa?a con la ilusi¨®n de convertirse en hombre de confianza del futuro presidente. Pero en cuanto JFK toc¨® la gloria, Sinatra fue eliminado de su c¨ªrculo: entendi¨® Robert Kennedy que la presencia del pendenciero cantante no favorec¨ªa a la imagen de su hermano.
La voz de Jacobs es la de un hombre que se siente afortunado por haber compartido aquel mundo ya extinto, aunque sin pretenderlo nos ofrece algunas p¨¢ginas desoladoras. Seguramente, no era consciente al escribirlas. Todo lo que tiene que ver con las mujeres en la vida de Sinatra provoca desagrado: las putas compartidas, las actrices prestadas. Son muchas los mujeres c¨¦lebres que pasaron por su cama, pero nos acongoja especialmente la pobre Marilyn, siempre manoseada, digna de compasi¨®n, entreg¨¢ndose al sexo para mendigar amor. Una Marilyn en la recta final, bajo el amparo de Sinatra, que act¨²a como un padrino: protector, follador samaritano, mujeriego compulsivo, frustrado siempre por no haber sabido domesticar a la ind¨®mita Ava Gardner. Ellas est¨¢n en sus manos, en las de los integrantes del c¨¦lebre Rat Pack, que se informan sobre la calidad de las mamadas y otras artes de las chicas. Sinatra, nos cuenta el mayordomo, llev¨® unos calzoncillos especiales en los Oscar para que no se apreciara la dimensi¨®n del paquete.
Sexo, whisky, ambici¨®n, traiciones. El hijo de Sinatra se pill¨® un buen rebote cuando ley¨® el libro, pero lo cierto es que las palabras del de Louisiana suenan a pura verdad.
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