El otro lado del espejo
En la pr¨¢ctica, el multiculturalismo quiz¨¢s sea un acto de modestia, una manera m¨¢s realista de resolver los inevitables conflictos al convertirlos en bromas y negocios
La barber¨ªa Pasha¡¯s Barbers, situada en el n¨²mero 20 de Stoke Newington High Street, en Londres, es una de las tantas peluquer¨ªas turcas de Hackney, barrio al noreste de la ciudad. En ella, hombres y s¨®lo hombres, indudablemente viriles, cortan el pelo a hombres y s¨®lo hombres que toman caf¨¦ muy negro como si el tiempo no pasara. Los televisores trasmiten en directo desde la televisi¨®n turca telenovelas donde no paran de morir las hero¨ªnas que otros hombres de abrigo y barba perfectamente recortada entierran en un interminable invierno.
Cubiertos de toallas humeantes o de ?cremas blancas abrasivas, los clientes ?apenas pueden concentrarse en la televisi¨®n. El que va por s¨®lo el corte de pelo se equivoca de lugar. El pelo y la barba son r¨¢pidamente recortados a m¨¢quina porque en la peluquer¨ªa turca el pelo es una an¨¦cdota que da paso al verdadero objeto de la visita: convertirse en un irresistible se?or de un harem imaginario.
Quienes nos sometemos al tratamiento completo tenemos derecho a que nos llenen de cera ardiente las orejas para arrancarnos los pelos y que luego pasen por su interior un mechero con una llama que acaba con los ¨²ltimos pelos que podr¨ªan yacer en el fondo del o¨ªdo. Todo eso mientras en el suelo una m¨¢quina vibradora te masajea y te hace creer que caminas sobre el mar, la crema sobre el rostro te elimina las imperfecciones y un aprendiz te estira los dedos y te quita los nudos de la espalda con autoridad otomana, pregunt¨¢ndote s¨®lo por formalidad, en un ingl¨¦s a¨²n m¨¢s escaso que el tuyo, si te duele lo que te hace.
Esto podr¨ªa ser Estambul o Ankara, pero no lo es. Uno de los diez peluqueros que trabajan en el lugar usa una kip¨¢. Es el encargado de peinar a los numerosos jud¨ªos ortodoxos que bajan a veces de Stamford Hill, a unas cuadras m¨¢s arriba. Sus colegas hacen bromas sobre Auschwitz, ¨¦l contesta con bromas sobre Al Qaeda y el Estado Isl¨¢mico. Se r¨ªen, beben caf¨¦ y siguen agachando cabezas en el lavatorio. Cuando el cliente lo pide, dibujan letras y s¨ªmbolos en la nuca.
Pienso, envuelto en las toallas ardientes, en que esa escena ser¨ªa m¨¢s o menos imposible en un suburbio parisiense o incluso en el centro de Nueva York. Quiz¨¢s la convivencia ser¨ªa posible, pero s¨®lo a riesgo de sacrificar las bromas raciales y religiosas que parecen ser el lenguaje en que todos se entienden en esta barber¨ªa. El multiculturalismo te¨®rico siempre me ha parecido una forma sutil de racismo, una manera gentil de reconocer diferencias para mantener el statu quo m¨¢s o menos en su lugar, cada cual en su gueto. En la pr¨¢ctica, pienso ahora, quiz¨¢s es un acto de modestia, una manera m¨¢s realista de resolver los inevitables conflictos al convertirlos en bromas y negocios. Ya que no podemos evitar desconfiar del otro, bromeemos de entrada para que las ofensas queden ah¨ª. Ya que no podemos evitar vivir juntos, hagamos negocios de ese vivir juntos.
Al recibir la ¨²ltima bofetada de colonia en mi cara, veo en mi rostro los efectos de este multiculturalismo. Mi cara chilena es ahora un poco turca tambi¨¦n. Soy, por unos d¨ªas m¨¢s, uno de esos invitados a los funerales de las telenovelas otomanas. Sin salir de mi barrio, he emprendido quiz¨¢s el viaje m¨¢s arriesgado de todos: atravesar el espejo para convertirse en el otro.
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