La obligaci¨®n de la verdad
La pol¨ªtica es m¨¢s que nunca una lucha de intereses que se camufla como una lucha de ideales. No alcanzar un acuerdo sobre qui¨¦n debe gobernar no es la causa de la enfermedad, sino tan sOlo uno de sus s¨ªntomas m¨¢s mordicantes
Como constitucionalista interino en tareas pol¨ªticas (me apunto a la autodefinici¨®n de Ortega como diputado por Le¨®n en las Cortes republicanas: ¡°transe¨²nte de la pol¨ªtica¡±), no tengo m¨¢s remedio que contrastar cada d¨ªa mis teor¨ªas adquiridas en libros y aulas con la realidad de gobierno. El ejercicio es apasionante pero dif¨ªcil porque descubro que no pocas de las ideas que me parec¨ªan incontestables no son sino un envoltorio de relatos mitol¨®gicos; no son ideas, sino ideolog¨ªa, es decir, el mapa de una realidad conflictiva que se dibuja no desde las coordenadas reales de c¨®mo funcionan las cosas, sino de c¨®mo algunos imaginan que ser¨ªa deseable que lo hicieran.
Recuerdo las agudas reflexiones de Ortega sobre la b¨²squeda de la verdad en El espectador. De todas las ense?anzas que la vida me ha proporcionado, escribi¨® Ortega, ¡°la m¨¢s acerba, inquietante e irritante para m¨ª ha sido convencerme de que la especie menos frecuente sobre la Tierra es la de los hombres veraces¡±. Y constataba: ¡°No he hallado en derredor sino pol¨ªticos, gentes a quienes no interesa ver el mundo como ¨¦l es, dispuestas a usar de las cosas como les conviene. Pol¨ªtica se hace en las academias y en las escuelas, en el libro de versos y en el libro de Historia, en el gesto r¨ªgido del hombre moral y en el gesto fr¨ªvolo del libertino, en el sal¨®n de las damas y en la celda del monje. Hace falta afirmarse de nuevo en la obligaci¨®n de la verdad, en el derecho de la verdad¡±. Por supuesto, ese deseo de la verdad no asegura su ¨¦xito en quien lo alega. Es posible que solo quien dude seriamente y no solo a efectos ret¨®ricos de sus propias ¡°verdades¡± est¨¢ en condiciones de acceder a la verdad ¨ªntima de las cosas, y siempre de modo precario. Joubert dijo que hay que presumir de ser razonable, pero no de tener raz¨®n.
Todo esto viene a cuento porque me parece que lo peor de nuestro estancamiento pol¨ªtico actual no proviene de la dificultad concreta de formar Gobierno, sino que trae causa de un problema mayor y anterior de ¨¦tica p¨²blica, un problema de actitud, estilo y formas. No alcanzar un acuerdo sobre qui¨¦n debe gobernar no es la causa de la enfermedad, sino tan solo uno de sus s¨ªntomas m¨¢s mordicantes. Me atrever¨ªa a resumir el problema en la dificultad de nuestros actores pol¨ªticos para conjugar un ¡°nosotros¡± que abarque de modo cre¨ªble a toda la ciudadan¨ªa. Por el contrario, a la mayor¨ªa solo parece importarle ¡°los nuestros¡± y ¡°lo nuestro¡±.
Una aspiraci¨®n a la unidad total es incompatible con la idea democr¨¢tica
Los nuestros. Obviamente, ¡°partido¡± es lo opuesto a ¡°entero¡±. El proceso pol¨ªtico es impensable sin posiciones diferentes porque debe reflejar el pluralismo social. Una aspiraci¨®n a la unidad total, incluso en momentos cr¨ªticos como el presente, es imposible e incompatible con la idea democr¨¢tica, que solo avanza desde el conflicto derivado del pluralismo, o, mejor dicho, desde la resoluci¨®n pac¨ªfica y dialogada de ese conflicto. Los partidos expresan un ¡°nosotros¡± diferente a ¡°los otros¡±. Pero en nuestro pa¨ªs ese ¡°los nuestros¡± est¨¢ alcanzando una densidad parox¨ªstica y las c¨²pulas de los partidos corren el riesgo de convertirse en sectas especializadas en asaltar el poder y mantenerse en ¨¦l. Los ciudadanos, e incluso los militantes de base, asistimos at¨®nitos e impotentes (ya que luego se nos permitir¨¢ elegir solo a quienes hayan resultado vencedores) a las luchas de clanes dentro de los partidos, eso s¨ª, envueltas en toda una justificaci¨®n ret¨®rica sobre no s¨¦ qu¨¦ elevados ideales. Postulan un ¡°nosotros¡± limitado a los que forman parte de la tribu, a ¡°los nuestros¡±. El tono sectario se agrava a¨²n m¨¢s en el caso de los populistas (que parten de una presunci¨®n de culpabilidad moral de todos los que no son como ellos) y de los independentistas (cuyo discurso opone, casi gen¨¦ticamente, a unos espa?oles frente a otros).
Lo nuestro. El paup¨¦rrimo equipaje ideol¨®gico de nuestros partidos solo les sirve a sus ¨¦lites para disfrazar con un aura de respetabilidad su ansia de poder. Solo se habla de ¡°lo nuestro¡± para legitimarse ante ¡°los nuestros¡±. El resultado es el argumentario previsible, pol¨ªticamente correcto (incluso cuando es incorrecto) y pobre de costumbre. La ¨²nica verdad que importa es la electoral. No dejemos que la realidad estropee nuestros prejuicios. Los intelectuales han huido de los partidos: ya solo hay expertos en comunicaci¨®n. El parlamento real, el que est¨¢ en los plat¨®s de las televisiones, y los otros, los formales, sirven para teatralizar las discrepancias seg¨²n un guion prefijado. Lo ¨²nico que interesa es asaltar el poder, pero ?c¨®mo podr¨ªa hacerse con ¨¦xito si hubiera que explicar a la ciudadan¨ªa que, por causas nacionales e internacionales que nos superan ampliamente, tenemos que reducir dr¨¢sticamente las cuentas o que, por ejemplo, la sanidad y la Seguridad Social no son sostenibles sin cambios?
Los intelectuales han huido de los partidos: ya s¨®lo hay expertos en comunicaci¨®n
Como miembro de un Ejecutivo regional, por cierto, bien riguroso en el manejo de los dineros p¨²blicos, me preocupa y mucho la creciente esquizofrenia entre el discurso de la realidad econ¨®mica, tan crudo y restrictivo a¨²n, y el discurso pol¨ªtico de la extensi¨®n ilimitada de los derechos, tan halagador para el electorado y tan deseable como imposible. En contra de la demagogia partidista, el dinero no se reproduce por esporas; no va a haber m¨¢s dinero a corto plazo; no podemos negarnos a pagar a nuestros acreedores (ya no cuela hacerse un Tsipras); el dinero que va para una cosa y para alguien hay que detraerlo de otra y de otros destinatarios; no es f¨¢cil distribuirlo consensuadamente entre las comunidades; y la idea de despojar a los ricos para repartir a los pobres y de esa manera solucionar todos los problemas funciona mejor en el bosque de Sherwood que en un pa¨ªs real.
Evidentemente, hay que embridar a los que se est¨¢n haciendo salvajemente ricos con la crisis y hay que revertir el crecimiento de las desigualdades, pero con enfoques menos simplistas y anticuados. Como tambi¨¦n es una obligaci¨®n de la verdad, en contra de la otra gran demagogia partidista (que, de nuevo, tan solo oculta el ansia por mantenerse en el poder), observar que no cabe la independencia de un territorio de una manera tan sencilla y amable como la que se propone, y, mucho menos, si es de manera unilateral. La pol¨ªtica es m¨¢s que nunca una lucha de intereses (la defensa de ¡°lo nuestro¡± para ¡°los nuestros¡±) que se camufla como una lucha de ideales (de igualdad, de naci¨®n, etc¨¦tera). Nuestros partidos tienen graves dificultades para construir un discurso serio sobre un ¡°nosotros¡± nacional. El problema no es ya solo tener Gobierno, sino cumplir o no con la obligaci¨®n de la verdad.
Fernando Rey es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional en la Universidad de Valladolid y consejero de Educaci¨®n de Castilla y Le¨®n.
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