Dime d¨®nde debo firmar para adherirme
Estamos en tiempos, otra vez, de las firmes adhesiones, y si se discrepa vas al cesto de los papeles
Un escritor de buena reputaci¨®n, y de igual pluma, tuvo una vez la ocurrencia de publicar un art¨ªculo en el que se permit¨ªa discrepar de la trayectoria de un alguien que presum¨ªa que todo el mundo deber¨ªa estar con ¨¦l y nunca contra ¨¦l. La situaci¨®n se mantuvo en silencio debido a la buena educaci¨®n del escritor atrevido; pero cuando surgi¨® una oportunidad de ocuparse de un correligionario de aquel con el que hab¨ªa discrepado, el escritor de buena pluma fue borrado del encargo. Hab¨ªa cruzado de la l¨ªnea del acuerdo a la del desacuerdo.
Estamos en tiempos, otra vez, de las firmes adhesiones, y si se discrepa vas al cesto de los papeles o, como pasa ahora en Catalu?a con un libro en el que se publica una lista de buenos y malos catalanes, al lado de los que merecen el descr¨¦dito al que se somete a los que no se hallan en el campo sem¨¢ntico dominante. Se regresa a esas adhesiones que en tiempos turbulentos, los de la dictadura de Franco, por ejemplo, se basaban en la necesidad de afrontar aquel periodo de unanimidades franquistas con unanimidades al menos proclives a la ansiedad democr¨¢tica.
Ese periodo, entre otros del siglo XX, le dio ocasi¨®n al historiador Santos Juli¨¢ de hablar del ¡°siglo de los abajo firmantes¡±. Superada la dictadura, instaurada la democracia, instalada entre nosotros la libertad de expresi¨®n, convocados todos a discrepar hasta del lucero del alba, cre¨ªamos que ya no hab¨ªa que firmar tanto, ni tampoco era necesario creer sin duda en lo que dec¨ªan los pr¨®ximos. El debate era la ambici¨®n bajo la dictadura, pero, ay, la pol¨ªtica se desvi¨® de esa sana intenci¨®n y ahora estamos viviendo en un momento en que es dif¨ªcil conversar sin estar de acuerdo, hablar en las tertulias (televisadas o dom¨¦sticas) sin trazar l¨ªneas rojas en torno a tu propio pensamiento, con el riesgo cierto de quedar descalificado por vendido a causas que no son las que abrazan los otros.
Esa dicotom¨ªa entre la fuerza de la raz¨®n y la raz¨®n a la fuerza ha llegado a su paroxismo con esas tertulias, versiones alargadas de los tuits que ahora descalifican en seguida al que se opone a la opini¨®n dominante. A veces esos tuits alcanzan formatos m¨¢s largos (como ese libro que descalifica a los catalanes malos frente a los catalanes buenos) y se ponen de moda descalificaciones de escritores que no comulgan con lo que parece de caj¨®n bajo el pretexto de que o no han investigado a favor de corriente o, simplemente, porque no se han ba?ado en el Instituto Nacional de Estad¨ªstica. De un plumazo esa descalificaci¨®n deja fuera de juego a Miguel de Unamuno o a Bertrand Russell; m¨¢s cerca en el tiempo, a todo aquel cuyo pensamiento o cuya impresi¨®n no case con la que marca el criterio de los que hablan m¨¢s alto en las tertulias, en los medios o en las redes sociales. Es una dentellada al sosiego de la discusi¨®n, porque lo que se proclama es que la discusi¨®n se apague para dar paso a la adhesi¨®n inquebrantable, para la que, por otra parte, no hace falta investigaci¨®n alguna. Con que firmes a favor ya te vale.
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