?Adi¨®s, Madrid!
Los pol¨ªticos que no logren dialogar y formar coaliciones se deslizar¨¢n hacia la irrelevancia
Los pol¨ªticos espa?oles no han sido capaces de hacer lo que hacen casi todos sus colegas europeos, incluidos los que gozan de democracias m¨¢s recientes y los que sobrellevan niveles de vida m¨¢s bajos, es decir: dialogar, negociar, llegar a acuerdos, formar coaliciones y gobernar con amplio apoyo popular y parlamentario.
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La s¨²per gran coalici¨®n no era solo algo novedoso e impuesto por las circunstancias, sino una gran oportunidad de adoptar el modelo t¨ªpicamente europeo de toma de decisiones y abordar con consenso y visi¨®n de futuro los temas pendientes del pa¨ªs. El fracaso no puede atribuirse a una tara racial porque los pol¨ªticos espa?oles fueron m¨¢s audaces y creativos que nadie hace solo unos pocos decenios. Pero hay dos cosas muy importantes que han cambiado desde entonces.
Primero, ha habido una selecci¨®n adversa de las personas que quieren dedicarse a la pol¨ªtica. Con las listas cerradas y bloqueadas, los sueldos bajos y la feroz disciplina de partido se ha conseguido ahuyentar de la acci¨®n p¨²blica a cualquier individuo competente y con iniciativa personal. Para la gran mayor¨ªa de los pol¨ªticos profesionales espa?oles actuales, el coste de oportunidad profesional es cero, por lo que su principal inter¨¦s es no arriesgar y mantenerse en la rifa de los cargos.
Segundo, la situaci¨®n actual es diferente de los a?os setenta, cuando todos nos jug¨¢bamos mucho. Hab¨ªa entonces mucho miedo a caer otra vez al abismo y los pol¨ªticos sab¨ªan que deb¨ªan encontrar soluciones. En cambio, a la pol¨ªtica actual se podr¨ªa aplicar aquello que respondi¨® Henry Kissinger cuando era profesor en Harvard y le preguntaron por qu¨¦ las disputas en los campus universitarios son tan agrias: porque lo que est¨¢ en juego es muy poco.
Si los pol¨ªticos estuvieran ahora tan amenazados por el abismo como lo estaban los de la Transici¨®n, tratar¨ªan de ser casi tan audaces y creativos como los de entonces y habr¨ªan formado una mayor¨ªa de gobierno, ya no para reducir el paro o pagar la deuda ¡ªque , de hecho, lo dan por imposible¡ª, sino para reformas viables como prevenir la corrupci¨®n, dar m¨¢s recursos a la justicia, mejorar la calidad de la educaci¨®n, introducir las listas abiertas, revisar la organizaci¨®n territorial y otras cuestiones de las que tanto hablan sin saber qu¨¦ hacer con ellas.
En los setenta nos jug¨¢bamos mucho, y los pol¨ªticos sab¨ªan que deb¨ªan encontrar soluciones
Pero los pol¨ªticos actuales saben que, aunque no hagan reformas en estos temas, las consecuencias no ser¨¢n muy graves: aunque no se forme Gobierno, seguir¨¢n funcionando la UE, la administraci¨®n central, las comunidades aut¨®nomas, los ayuntamientos, la Seguridad Social... Hoy en d¨ªa, la diferencia entre un Gobierno en funciones y uno elegido por el Parlamento no es muy grande. Como en la pol¨ªtica de los campus, lo que hay en juego es m¨¢s bien poco. Al fin y al cabo, las decisiones m¨¢s importantes se toman cada vez m¨¢s en Bruselas, Nueva York o Washington, incluidas las pol¨ªticas monetaria, fiscal, bancaria, sobre migraciones, terrorismo, seguridad o cambio clim¨¢tico, mientras los Gobiernos auton¨®micos y municipales gestionan rutinariamente casi todos los servicios p¨²blicos.
Hasta ahora, los pol¨ªticos espa?oles han reaccionado a la nueva situaci¨®n pol¨ªtica de acuerdo con las dos primeras fases que los psic¨®logos tienen bien identificadas. Primero, negar la realidad. Tanto Rajoy como S¨¢nchez han actuado como si pudieran convertirse en jefes de Gobierno mediante los usos habituales: proclamar su candidatura y llamar a algunos partidos menores a que la apoyen. Cuando esto fracasa, la segunda fase es echar la culpa a los dem¨¢s. Es lo que sufriremos ahora durante la campa?a electoral. Quiz¨¢ m¨¢s tarde se alcance la tercera fase, en la que a veces hay un mea culpa, lo cual deber¨ªa comportar dimisiones de los que han fracasado. Y la ¨²ltima, en la que se aceptan las cosas como son y se act¨²a debidamente.
Pero no ser¨¢ f¨¢cil. La arrogancia y el sectarismo partidista se han consolidado a trav¨¦s de varias d¨¦cadas de pr¨¢ctica y los pol¨ªticos actuales han crecido en ello y no conocen otra experiencia. En vez de negociar la formaci¨®n de una mayor¨ªa y emprender reformas, pueden continuar inhibi¨¦ndose y gesticulando, ir de elecci¨®n en elecci¨®n, de Gobierno en funciones en Gobierno en funciones y seguir descendiendo por una continuada pendiente, pero ahora no hacia al abismo, sino simplemente hacia... la irrelevancia.
Josep M. Colomer es profesor de Econom¨ªa Pol¨ªtica en la Universidad de Georgetown.
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