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?frica No es un pa¨ªs?frica No es un pa¨ªs
Coordinado por Lola Huete Machado

?Qu¨¦ es Nigeria para los nigerianos? Un viaje muy personal para descubrirlo

Ni?as en clase durante una visita al campo de desplazados de Malkohi, en Yola (Nigeria), de la embajadora de Naciones Unidas Samantha Power el 22 de abril, 2016. (AP Photo/Andrew Harnik)
Ni?as en clase durante una visita al campo de desplazados de Malkohi, en Yola (Nigeria), de la embajadora de Naciones Unidas Samantha Power el 22 de abril, 2016. (AP Photo/Andrew Harnik)

Por Chido Onumah (*)

En un pa¨ªs en el que el valor de la vida humana es menor que el de una mosca en una carnicer¨ªa; en el que la miseria es una compa?era constante y la sinceridad de nuestros pol¨ªticos y gobernantes es la misma que los proxenetas hacen extensiva a las prostitutas, no est¨¢ fuera de lugar celebrar cada minuto, cada hora, cada d¨ªa, cada mes y cada a?o. Por eso, es normal que la frase ¡°feliz mes nuevo¡± se haya convertido en la muletilla de principios de cada mes en WhatsApp, Twitter y Facebook para muchos nigerianos. ?Pero estoy divagando!

Nac¨ª hace exactamente cincuenta a?os (los cumpl¨ª el 10 de abril pasado) en un pa¨ªs que ten¨ªa, seg¨²n todos los indicios, posibilidades de convertirse en l¨ªder de la raza negra. Esta es mi historia y, en cierto modo, la historia de Nigeria. El a?o de mi nacimiento, seis a?os despu¨¦s de la independencia, tuvo lugar el primero de los numerosos golpes de estado, un acontecimiento sangriento -promovido por quienes lo idearon como un intento de redimir el pa¨ªs-, que introducir¨ªa a Nigeria en una espiral fuera de control y lo precipitar¨ªa hacia una guerra civil.

A¨²n resuenan en todo el pa¨ªs los ecos de lo sucedido en aquel periodo turbulento. Cincuenta a?os despu¨¦s, Nigeria contin¨²a siendo un pa¨ªs de sue?os incumplidos. Y esos sue?os se est¨¢n secando como uvas bajo el sol, parafraseando a Langston Hughes. Si bien ¨¦ramos felices cuando conseguimos la independencia en 1960, desgraciadamente no supimos construir una naci¨®n a partir de lo que nos dejaron los colonizadores. Si tuvi¨¦ramos tres pa¨ªses, tal como el expresidente Olusegun Obasanjo mencion¨® el pasado 15 de enero en un acto celebrado con motivo del 50 aniversario del golpe del 15 de enero de 1966 y el 46 aniversario del fin de la guerra civil el 15 de enero de 1970, hubi¨¦ramos dado por hecho que hoy no podemos llevar la cuenta del n¨²mero de ¡°pa¨ªses¡± que tiran del coraz¨®n y alma de Nigeria.

Resulta ir¨®nico pensar que cuanto m¨¢s antiguo es un pa¨ªs m¨¢s oportunidades tienen sus ciudadanos de convivir en paz y armon¨ªa. Recuerdo con nostalgia la Nigeria en la que crec¨ª y siempre me pregunto qu¨¦ le sucedi¨® a aquel pa¨ªs. Era la ¨¦poca del auge del petr¨®leo y de la ¡°Armada de cemento¡±, cuando nuestro principal problema no era el dinero, sino qu¨¦ hacer con ¨¦l, tal como el por entonces Jefe de Estado, general Yakubu Gowon, al parecer dijo. Tal vez la prosperidad paliaba nuestras diferencias. Cualesquiera que fueran las razones, la Nigeria en la que crec¨ª, el pa¨ªs de mi infancia, era aquel en el que el concepto de Nigeria lo abarcaba todo. Era un pa¨ªs en el que nuestros gobernantes deber¨ªan haber sido tomados como ejemplo, pero estaban muy ocupados contando y embols¨¢ndose el dinero porque, ¡°Su naci¨®n¡±, seg¨²n las palabras eternas de un economista radical, el difunto profesor Eskor Toyo, ¡°es una fuente de aceite mineral y dinero en un territorio llamado Nigeria¡±. ?El ¨²ltimo pensamiento que ten¨ªan en su mente era construir una naci¨®n nigeriana!

Crec¨ª en diferentes zonas de Lagos, entre ni?os y amigos de otras partes de Nigeria, siendo nuestros puntos de encuentro el tenis de mesa y el f¨²tbol en la calle. El pidgin nigeriano era la lengua franca. Y lo habl¨¢bamos gustosamente. Era un ¡°delito¡± hablar una lengua ¨¦tnica, incluso entre hermanos y amigos. Muchos ¨Ccomo Nathaniel, una estrella de f¨²tbol que padec¨ªa una perpetua secreci¨®n nasal-, no ten¨ªan un nombre ¨¦tnico, pero nadie adivinaba ni le preocupaba saber su procedencia. Era algo que sencillamente no importaba. Recuerdo que en medio del juego de una partida de f¨²tbol con tres o cuatro amigos, una costumbre esencial en muchas calles de Lagos, nuestros compatriotas musulmanes, Mohammed y su hermano Aminu, ocasionalmente se disculpaban para hacer sus oraciones y, siempre dependiendo del n¨²mero de jugadores disponibles, par¨¢bamos o pospon¨ªamos el juego hasta que ellos volv¨ªan.

Y entonces, las cosas empezaron a cambiar poco a poco. Como no hab¨ªa nada que anhelar, la generaci¨®n posterior a la guerra civil sigui¨® el camino de sus antepasados. Me acuerdo de una conversaci¨®n que tuve hace muchos a?os con un amigo abogado ghan¨¦s en Londres. Cada vez que nos vemos es una oportunidad para analizar minuciosamente los chanchullos de los pol¨ªticos nigerianos y ghaneses, unos de los m¨¢s canallas de esa especie humana.

En esa ocasi¨®n, mi amigo se preguntaba qu¨¦ futuro le esperaba a Nigeria teniendo en cuenta la forma en que nos tratamos unos a otros. Durante una visita a Nigeria, se qued¨® tirado en el aeropuerto internacional Murtala Muhammed de Lagos. En mitad del desconcierto, pudo ver a un grupo de nigerianos desesperados suplicando ayuda a un polic¨ªa uniformado. Se fij¨® en una etiqueta que el polic¨ªa llevaba con su nombre y, bas¨¢ndose en ese detalle, se dirigi¨® a ¨¦l solicitando una aclaraci¨®n en el idioma que cre¨ªa que el polic¨ªa le entender¨ªa. Para su sorpresa, el polic¨ªa dej¨® de lado a los nigerianos que estaba atendiendo y se llev¨® consigo a mi amigo ghan¨¦s para solucionar su problema.

People sit atop a train in Agege district in Nigeria's commercial capital Lagos April 12, 2016. REUTERS/Akintunde Akinleye

He contado esta historia solo para explicar un aspecto de la tragedia nigeriana. Estoy convencido de que muchos nigerianos comparten experiencias similares. ?Qu¨¦ significa realmente Nigeria para los nigerianos? Tratamos a los extranjeros mejor que a nuestros compatriotas porque comparten nuestra fe o hablamos su idioma. Si acudimos a las numerosas agencias gubernamentales o instituciones acad¨¦micas de Nigeria, comprobaremos que la lengua franca que utilizan es por lo general la del responsable de la agencia o de la instituci¨®n. Y los que no entienden o hablan esa lengua, en seguida descubren que son ¡°extranjeros¡± en su propio pa¨ªs. ?C¨®mo podemos construir una naci¨®n si desconfiamos unos de los otros y no ponemos a Nigeria en primer lugar?

Es dif¨ªcil que Nigeria tenga sentido. De vez en cuando me encuentro con nigerianos, algunos muy cultos, que me preguntar¨¢n con justa indignaci¨®n: ¡°?Por qu¨¦ todos sus hijos tienen nombres yoruba?¡± Como si yoruba fuera un lugar extra?o y apartado del mundo. Mi respuesta habitual suele ser: ¡°Oh, porque mi esposa es yoruba¡± ?Y la contestaci¨®n? ¡°Eso no es una excusa. ?De d¨®nde es usted?¡±. Para aquellos que creo se lo pueden creer, mi respuesta, una respuesta que estoy seguro dar¨ªan c¨®micos como Ali Baba, AY, Basketmouth y Klint da Drunk, verdes de envidia, es: ¡°Vine de mi madre. Pero ya nunca he vuelto ah¨ª¡±.

Como parte de la construcci¨®n nacional, tal vez el gobierno podr¨ªa incentivar a los j¨®venes nigerianos que se casan fuera de su zona geopol¨ªtica o grupo ¨¦tnico. Como pueblo, tenemos que desarrollar nuestros valores nacionales, algo que nos vincula y a lo que aspiramos. Podr¨ªamos, por ejemplo, poner en marcha un proyecto nacional sobre nombres para animar a los padres a poner a sus hijos al menos un nombre de otro grupo ¨¦tnico. Dentro de veinte a?os, puede que no seamos capaces de decir de donde venimos.

En esta ocasi¨®n, en este viaje a veces complicado en el que he encontrado a Dios, el socialismo y amor, me acuerdo de mi familia, de mis profesores, mentores, amigos y compa?eros. Sin duda alguna, me gustar¨ªa encontrarme con todos ellos si pudiera vivir nuevamente mi vida. Han impactado y enriquecido mi vida m¨¢s all¨¢ de toda medida. Algunos me han desafiado; otros me han apoyado de manera inimaginable; otros incluso han tolerado mis ¡°problemas¡± e inoportunidades con ecuanimidad.

Mi gran gratitud es, desde luego, para mi familia m¨¢s cercana. Mi atractiva esposa Sola y nuestros adorables hijos: Femi, Mobolaji, Dotun y Moyosore. En ella he encontrado amor y junto con nuestros hijos, una familia por la que dar¨ªa mi vida. Estas cinco personas son lo mejor que me ha pasado en la vida. Hemos compartido hermosos e inolvidables recuerdos que podr¨ªan durar tres vidas m¨¢s. No podr¨ªa haber hecho nada de lo que he sido capaz de hacer sin su cari?o y comprensi¨®n. Sola ha supuesto un apoyo excepcional e inmensurable y ha cuidado de los ni?os durante mis, a veces, largas ausencias.

Luego est¨¢ mi padre, Elder E. E. Onumaegbu, que me ense?¨® principios como el valor, la honradez, la virtud del trabajo duro y el arte de cocinar. Era un hombre feminista aunque esta palabra no hubiera significado mucho para ¨¦l. En casa obedec¨ªamos una ley no escrita seg¨²n la cual quien llegara primero preparar¨ªa la cena para toda la familia. Como mi padre trabajaba en una agencia gubernamental, eso significaba que en muchas ocasiones ¨Cexcepto cuando ten¨ªa que asistir a reuniones pol¨ªticas y sociales-, sol¨ªa llegar a casa antes que el resto y ten¨ªa como deber preparar la cena. Y yo, como era el hijo mayor, le ayudaba en la cocina. Aunque no era un ide¨®logo, mi padre me hizo un regalo inofensivo cuando cumpl¨ª catorce a?os, un volumen de las Obras Completas de Lenin, l¨ªder de la revoluci¨®n bolchevique de Rusia en 1917, que me cambi¨® para siempre y supuso un descubrimiento pol¨ªtico e ideol¨®gico que definir¨ªa mi vida.

Mi madre, mi compa?era de cumplea?os, Comfort Adaku, me ense?¨® el significado de las palabras amor, respeto, humildad y constancia. Incluso cuando ella discut¨ªa o ten¨ªa desavenencias con otras personas, siempre nos recordaba que esos eran sus problemas y que como ni?os, ten¨ªamos el deber de respetar incluso a aquellos a quienes consider¨¢bamos sus ¡°enemigos¡±. Nunca vi a mi madre enfadarse. A¨²n lamento la ¨²nica ocasi¨®n que me levant¨® la voz.

Tenia 17 a?os, acababa de terminar la ense?anza secundaria y dispon¨ªa de la libertad que permite el paso de la secundaria a la universidad. Mi padre, que siempre quer¨ªa nuevas experiencias para m¨ª, me pidi¨® que me fuera a pasar las vacaciones con mis t¨ªos y primos a Owerri, en el estado de Imo. Aquel viaje tambi¨¦n me ofreci¨® la oportunidad de visitar a mi abuela materna, Janet Ijeoma Durunna. Era la ¨²nica, aparte de mis cuatro posibles abuelos que conoc¨ª. Era una anciana encantadora y hermosa que disfrutaba cont¨¢ndonos, a sus nietos, historias y recalcando siempre el sentido moral en cada una de ellas.

Acababa de llegar a Owerri cuando me puse enfermo con un agudo dolor de est¨®mago. Mi tita me llev¨® a una cl¨ªnica de su familia donde un doctor me diagnostic¨® apendicitis. Me dijo que ten¨ªan que operarme inmediatamente, salvo que tambi¨¦n padec¨ªa malaria. Eso significaba que ten¨ªan que tratarme la malaria antes de pasar por el quir¨®fano. Aquella circunstancia le permiti¨® a mi madre, que no estaba de acuerdo con el viaje, el tiempo suficiente para llegar a Owerri antes de la cirug¨ªa. Nunca hab¨ªa visto a mi madre tan nerviosa como cuando se reuni¨® conmigo. Tal vez fue la primera vez que recuerdo haber sido hospitalizado. La cl¨ªnica estaba parcialmente ocupada as¨ª que mi madre se quedaba conmigo despu¨¦s de las horas de visita con el fin de prepararme psicol¨®gicamente para la cirug¨ªa.

La operaci¨®n fue bien. Entonces, un d¨ªa, mientras me estaba recuperando, sucedi¨® algo extra?o. Aquella tarde, algunos j¨®venes, la mayor¨ªa vendedores del principal mercado del centro de Owerri, fueron trasladados a la cl¨ªnica con heridas de diversa consideraci¨®n. M¨¢s tarde sabr¨ªa que la causa de sus heridas era un ruido que me despert¨® unas horas antes de su llegada. El incidente tuvo lugar unas semanas antes de las elecciones m¨¢s pol¨¦micas de la historia de Nigeria, los comicios generales de 1983 que ganar¨ªa o robar¨ªa (dependiendo de a quien se le preguntara) el tristemente c¨¦lebre Partido Nacional de Nigeria (NPN en ingl¨¦s), el precursor del Partido Democr¨¢tico del Pueblo (PDP en ingl¨¦s). Rondaba en mi cabeza lo sucedido cuando escuch¨¦ aquel ruido que tem¨ª se tratara de una pelea entre pol¨ªticos matones. Pero estaba equivocado.

Cuando mir¨¦ por la ventana de mi habitaci¨®n, pude ver un helic¨®ptero elev¨¢ndose hacia el cielo y diminutos pedazos de papel cayendo hacia abajo; y cientos, tal vez miles de personas, siguiendo al helic¨®ptero y corriendo en distintas direcciones intentando coger todos los papeles que pod¨ªan. Posteriormente sabr¨ªa que el magn¨¢nimo ocupante del helic¨®ptero no era otro que el controvertido pol¨ªtico Francis Arthur Nzeribe, que se hab¨ªa presentado para ocupar un asiento en el Senado. Era su particular manera de hacer campa?a, rociando a sus votantes con nairas. Nzeribe aparecer¨ªa en la escena nacional una d¨¦cada despu¨¦s, en 1993, como soldado raso del general Ibrahim Babangida, el autoproclamado genio malvado y uno de los l¨ªderes de la Association for Better a Nigeria (ABN), una organizaci¨®n perversa que jug¨® un importante papel cuando se anularon las elecciones presidenciales el 12 de junio de 1993, cuyo ganador fue M.K.O Abiola.

Dos semanas despu¨¦s de mi hospitalizaci¨®n, me dieron el alta con instrucciones precisas de no hacer ning¨²n trabajo pesado y volver a los pocos d¨ªas para evaluar el proceso de curaci¨®n. Ese fue el origen del problema con mi madre. Dos d¨ªas despu¨¦s de regresar a casa, mis primos, que no me hab¨ªan visto en a?os y quer¨ªan impresionarme, me convencieron para ir con ellos a ver un partido de un campeonato local de f¨²tbol. Decid¨ª acompa?arlos sin preocuparme de lo que dir¨ªa mi madre, en parte porque supuse que estar¨ªamos de vuelta antes del anochecer. Yo no estaba familiarizado con el terreno y desconoc¨ªa cuan lejos quedaba nuestro destino. Adem¨¢s, en aquellos a?os no hab¨ªa tel¨¦fonos m¨®viles para llamar o escribir un mensaje para decir que estaba bien. Cuando hab¨ªamos recorrido los cinco kil¨®metros de vuelta, ya estaba oscuro como la boca de un lobo y mi madre hab¨ªa salido a buscarme.

Conociendo la relaci¨®n que ten¨ªamos, no me anticip¨¦ a su reacci¨®n. Cuando nos encontramos, se puso a gritarme pregunt¨¢ndome si quer¨ªa matarla por haber ido a jugar al f¨²tbol en mi estado. Por primera y ¨²nica vez en mi vida, me puse impertinente con mi madre. Le contest¨¦ que ten¨ªa 17 a?os y que era lo suficiente mayor para cuidarme por mi mismo. Eso la enfureci¨® a¨²n m¨¢s. Unas horas m¨¢s tarde, y despu¨¦s de rechazar la cena, le ped¨ª disculpas explicando que solamente hab¨ªa acompa?ado a mis primos a ver el partido. Me dijo que le hab¨ªan informado de que hab¨ªa jugado al f¨²tbol y se preguntaba por qu¨¦ no le hab¨ªa dicho que hab¨ªa sido un mero espectador. Respond¨ª que ella no me hab¨ªa dado la oportunidad de explicarme. Estuvimos de acuerdo en que tan pronto como me sintiera lo suficientemente fuerte para viajar, volver¨ªamos a Lagos.

Conservo grandes recuerdos de Lagos incluso a pesar del caos, el ruido y el intenso tr¨¢fico, y en general tengo sentimientos encontrados cada vez que tengo que volver all¨ª. Cuando era adolescente, en ocasiones me saltaba las clases y sol¨ªa ir al puesto de mi madre cada vez que Abibatu Mogaji, por entonces presidente general de la Association of Nigerian Market Women and Men la citaba para asistir a unas reuniones generales en el centro de Lagos. A modo de curiosidad, yo era el ¨²nico chico entre las j¨®venes adolescentes que tambi¨¦n estaban all¨ª para sustituir a sus madres. Cuando era un chaval, insist¨ªa en trabajar para tener mi propio dinero. As¨ª que, durante los fines de semana y las vacaciones, animaba a mi madre a que me comprara todo tipo de productos para venderlos a lo ¡°kiri¡± (palabra yoruba que significa llevar una bandeja llena de productos sobre la cabeza y venderlos en el barrio), que, dependiendo de la temporada, sol¨ªan ser por lo general frutas. Consegu¨ª suficiente dinero para comprar peri¨®dicos y libros. Cuando termin¨¦ la escuela secundaria en 1983 y ya era demasiado mayor para llevar ¡°kiri¡±, mi madre se asegur¨® de que nunca me faltara una paga. Gran parte de aquel dinero lo utilic¨¦ para comprar el peri¨®dico The Guardian, que inici¨® su andadura aquel a?o y cambiar¨ªa la trayectoria del periodismo en Nigeria.

Uno de los recuerdos m¨¢s gratos que tengo de mi madre tuvo lugar en 1995. Despu¨¦s de mi graduaci¨®n, me traslad¨¦ a Lagos a buscar trabajo como periodista. Empec¨¦ colaborando en The Punch mientras realizaba el servicio militar y cuando lo finalic¨¦ estuve de becario alg¨²n tiempo en The Guardian. Luego, en la revista Sentinel, antes de cambiarme a ICNL, la empresa matriz de las revistas News/Tempo, que acababa precisamente de empezar a publicar un peri¨®dico de tirada diaria llamado AM News. Aunque lo que de verdad me interesaba era la pol¨ªtica, informaba sobre educaci¨®n. Aquello sucedi¨® en pleno apogeo de la cruel dictadura del general maniaco Sani Abacha.

Hab¨ªa escrito una informaci¨®n sobre unas cuentas secretas en el extranjero del lugarteniente de Abacha, el general Oladipo Diya, mucho antes de que los Papeles de Panam¨¢ sacaran a relucir el punto d¨¦bil del capitalismo global y las actividades financieras il¨ªcitas de las empresas y personalidades importantes de todo el mundo, incluidos funcionarios p¨²blicos de Nigeria del pasado y presente como el general retirado Theophilus Danjuma, uno de los cabecillas del segundo golpe militar en Nigeria el 29 de julio de 1966, antiguo Jefe de Estado Mayor y posterior Ministro de Defensa, o el general retirado David Mark, expresidente del Senado, y Bukola Saraki, antiguo gobernador del estado de Kwara y actual presidente del Senado de Nigeria.

Abacha acabar¨ªa m¨¢s tarde pele¨¢ndose con Diya, conocido como el ¡°general llorica¡±, tras la publicaci¨®n de un video en el que se le ve¨ªa de rodillas, llorando y suplicando clemencia por haber sido acusado de conspirar para derrocar el r¨¦gimen de Abacha. Pero, antes del juicio por golpe de Estado que conden¨® a Diya primero a muerte y despu¨¦s a cadena perpetua, la historia de portada de AM News hab¨ªa contado que el general Diya ten¨ªa cuentas en el extranjero que hab¨ªan ca¨ªdo en manos de defraudadores. Abacha estaba horrorizado. Cuando se supo que el saqueo se llev¨® a cabo bajo su brutal dictadura, se hizo evidente que su reacci¨®n tuvo que ver con el hecho de que alguien le estaba golpeando en su propio terreno. Un d¨ªa despu¨¦s de que mi informaci¨®n fue publicada, y mientras redactaba la del d¨ªa siguiente, cinco agentes del Servicio de Seguridad del Estado (SSS en ingl¨¦s) llegaron a la redacci¨®n de AM News y me arrestaron. Me llevaron a la sede central del SSS en Shangisha, a las afueras de Lagos, donde permanec¨ª detenido durante ocho d¨ªas.

Como se inform¨® ampliamente acerca de mi detenci¨®n, mi padre y mis hermanos quer¨ªan asegurarse de que mi madre no se enteraba. Sol¨ªa visitarla una o dos veces por semana, en ocasiones antes del trabajo y otras despu¨¦s, dependiendo de mi horario como periodista. Como los d¨ªas iban pasando y no hab¨ªa ido a verla, pregunt¨® a mis hermanos si sab¨ªan algo de m¨ª. Ellos lograron convencerla de que ten¨ªan noticias m¨ªas y que hab¨ªa dicho que la visitar¨ªa. Al final de la semana, se puso muy nerviosa. Ten¨ªa verdaderas razones para estar preocupada. Hab¨ªamos tenido conversaciones interminables sobre los peligros de mi trabajo. Abacha hab¨ªa declarado la guerra a los periodistas y a los activistas de los derechos humanos en un intento de legitimar su r¨¦gimen.

Mujeres refugiadas en el campo de Malkohi, en Yola, Nigeria. (AP Photo/Andrew Harnik)

El d¨ªa que me soltaron fui inmediatamente a la redacci¨®n a informar a mis jefes. Me dieron el d¨ªa libre as¨ª que al momento acud¨ª a ver a mi madre. Me hab¨ªa imaginado las diferentes preguntas y situaciones que se producir¨ªan en el momento de nuestro encuentro. Aunque hab¨ªa perdido algunos kilos por no comer la p¨¦sima comida que me daban una o dos veces al d¨ªa en el centro penitenciario, no pens¨¦ que mi aspecto desali?ado revelara que hab¨ªa estado detenido. Durante los d¨ªas que permanec¨ª detenido apenas pude dormir, en parte porque no hab¨ªa cama y adem¨¢s porque mis interrogadores me golpeaban ma?ana, tarde y noche con el fin de que me retractara y facilitar as¨ª mi puesta en libertad.

Cuando me present¨¦ ante ella, mi madre me ech¨® una ojeada tratando de averiguar por qu¨¦ no hab¨ªa ido a visitarla la semana anterior, diciendo que ten¨ªa el aspecto de alguien que hab¨ªa estado en prisi¨®n. Sonre¨ª y reconoc¨ª de manera jocosa que estaba en lo cierto; que me acababan de poner en libertad. En ese momento sent¨ª una sensaci¨®n de traici¨®n, y que mis hermanos hab¨ªan conseguido ocultar ante ella mi detenci¨®n. Entonces, antes de narrar mi experiencia, la felicit¨¦ por su clarividencia.

Mi madre me ha ense?ado muchas lecciones de vida. Si alguna vez he sentido una decepci¨®n en mi vida es que ella no vivi¨® lo suficiente para conocer a mi familia: su nuera y sus nietos. Recuerdo las numerosas ocasiones que habl¨¢bamos sobre el amor, la familia y las relaciones. Al final de aquellas conversaciones siempre me dec¨ªa, en un tono de voz que solo una madre que adora a sus hijos usar¨ªa, que ella no interferir¨ªa en mi matrimonio y que no ir¨ªa a mi casa a menos que mi esposa y yo la invit¨¢ramos expresamente. Sus palabras eran sinceras pero a?ad¨ªa que, conociendo mi disposici¨®n, sab¨ªa que no pod¨ªa ganar esa batalla aunque quisiera comportarse como ¡°una suegra del infierno¡±.

Me acuerdo de mis hermanos, con quienes compart¨ª risas, amor, afecto y muchas travesuras propias de la infancia; de mis mejores amigos de la ni?ez, Ben Ogazi y Kennedy Etoroma, que fueron una constante fuente de inspiraci¨®n. Kennedy y yo compartimos m¨¢s tarde un apartamento en Festac Town despu¨¦s de la graduaci¨®n. Inicialmente llamada ¡°Festival Town¡± o ¡°Festac Village¡±, Festac Town era una magn¨ªfica urbanizaci¨®n situada al lado de la autopista Lagos-Badagry que se construy¨® bajo el r¨¦gimen de Olusegun Obasanjo para alojar a los participantes de la segunda edici¨®n del Festival Mundial del Arte Negro en 1977. Despu¨¦s del festival, las cinco mil viviendas fueron entregadas a los nigerianos que participaron en un sorteo. Tal como mencion¨® Andrew Apter en The Pan-African Nation: Oil and the Spectacle of Culture in Nigeria, Festac Town ¡°pretend¨ªa evocar la ¨¦poca moderna y la promesa de desarrollo econ¨®mico patrocinado por un estado alimentado por el petr¨®leo¡±.

Mi instituto estaba justo enfrente de la que es conocida como Segunda Puerta de Festac y mis amigos y yo disfrut¨¢bamos cuando ¨ªbamos caminando al colegio a causa de la vista panor¨¢mica. Algunas veces, de regreso del instituto, nos sent¨¢bamos a charlar en los bancos situados en las calles bien pavimentadas rodeadas de hileras de ¨¢rboles que ofrec¨ªan una adecuada protecci¨®n contra el sol. Cualquiera que quiera comprender la tr¨¢gica paradoja nigeriana y nuestra habilidad para hacer mal uso de los sistemas y procesos, solo tiene que mirar a Festac Town. Hoy d¨ªa, menos de cuatro d¨¦cadas despu¨¦s de su inauguraci¨®n, lo que otrora fue una urbanizaci¨®n tranquila y pintoresca se ha convertido en un suburbio.

Una de las personas m¨¢s interesantes que conoc¨ª durante mi etapa de estudiante fue la directora del instituto, Bolaji Aduke Awoboh-Pearse. Sra. Pearse, as¨ª la llam¨¢bamos, era como una segunda madre. Me acogi¨®, a mi y a otros adolescentes inmaduros cuando llegamos en septiembre de 1978 al Instituto Awori Ajeromi, bajo su tutela y mejor¨® nuestro car¨¢cter y aprendizaje. En lugar de darnos un cachete, se pon¨ªa a llorar ¨Cmanifestando de ese modo su decepci¨®n-, cada vez que gast¨¢bamos una broma merecedora de un castigo, como cuando junto con un grupo de amigos me fui despu¨¦s de clase a nadar a un arroyo.

Recuerdo tambi¨¦n a Alfred Poopola Jaiyesimi, que me adopt¨® como si fuera un hijo y despert¨® mi inter¨¦s por la pol¨ªtica, la historia y la lucha por la independencia. Y al profesor Lambert Onumaegbu, que represent¨® mi primer encuentro con el intelectualismo. A mi primo, Chief Ibem Onumaegbulam, el hermano mayor que nunca tuve y que me ayudaba en la universidad.

Quiero saludar a mis colegas ¨Cdirigentes del Movimiento Progresista de Nigeria (MPN)- de la Universidad de Calabar (UNICAL), donde llegu¨¦ a dominar el arte de la insurrecci¨®n y la agitaci¨®n. Lamentablemente, hasta que no llegu¨¦ a UNICAL no me di cuenta del papel de la conciencia ¨¦tnica (incluso entre los intelectuales) a la hora de obstaculizar el sue?o nigeriano. Una de las ceremonias de entrada para los nuevos estudiantes, a la que nos suplicaban que nos uni¨¦ramos, consist¨ªa en entrar, dependiendo de nuestro lugar de procedencia, en una de las muchas ¡°Parapo¡± o agrupaciones ¨¦tnicas que hab¨ªa en el campus cuyo ¨²nico prop¨®sito era magnificar nuestras importantes diferencias como naci¨®n.

Luchamos numerosas batallas contra el provincianismo. Otras proezas, incluyendo el intento de tomar la estaci¨®n de radio en Calabar durante el golpe de Orkar el 22 de abril de 1990, pod¨ªan habernos costado la vida. El ¡°canon del movimiento¡± y Austin ¡°Canoways¡± Emakudu reunieron a los ¡°Malabites¡± (estudiantes de sexo masculino de UNICAL) para rescatarme de las fuerzas reaccionarias que me hab¨ªan secuestrado una ma?ana temprano en aquellos d¨ªas turbulentos. ?C¨®mo puedo olvidarme de mi compa?ero de habitaci¨®n durante cuatro a?os, Victor Oruche? Aunque nos conocimos el primer d¨ªa de clase en UNICAL y ten¨ªamos ideas pol¨ªticas totalmente opuestas, adquirimos un v¨ªnculo mayor que el de los hermanos de sangre.

Quiero presentar mis respetos a mi colega Edwin Madunagu que, durante los ¨²ltimos treinta a?os y a trav¨¦s de sus escritos e interacciones, me ha facilitado direcciones y respuestas a numerosas cuestiones ideol¨®gicas; al lexic¨®grafo Dapo Olorunyomi, que me ha abierto muchas puertas incluida la que me condujo hasta el periodismo. Recuerdo tambi¨¦n a mi colega el profesor Bene Madunagu y sus compa?eros de la Academic Staff Union of universities (ASUU), sin cuyo constante apoyo no podr¨ªa haber obtenido un t¨ªtulo en UNICAL.

Mi agradecimiento es asimismo para Kwesi Pratt hijo, panafricanista radical y editor de la revista The Insight de Acra, Ghana, y su esposa Marian Baaba en quien encontr¨¦ una familia fuera de Nigeria durante los terribles d¨ªas de la dictadura de Abacha. Y para la profesora Rosaline Okosun, presidenta de la Association Against Women Export (ASWE) que facilit¨® mi traslado a Canad¨¢ y desempe?¨® el papel de hermana mayor ayud¨¢ndome a instalarme all¨ª.

El veterano de la Segunda Guerra Mundial Roy Taylor, su mujer Mae, Charlene y Clayton Root y la Iglesia Baptista Westview en London, Ontario, Canad¨¢, actuaron como unos generosos anfitriones cuando llegu¨¦ a Canad¨¢ en el verano de 2000. Igualmente quiero agradecer al profesor Dascha y a Alex Paylor el caluroso recibimiento que me dieron en su familia as¨ª como su ayuda hasta mi posgrado. Gracias tambi¨¦n al decano de la Facultad de Informaci¨®n y Medios de Comunicaci¨®n de la Universidad Western en London, Ontario, Canad¨¢, profesor Majunath Pendakur, que crey¨® en mi y me ofreci¨® una serie de oportunidades para mejorar en mi carrera, as¨ª como tambi¨¦n al profesor Jos¨¦ Manuel P¨¦rez Tornero, Director del departamento de Periodismo y Ciencias de la Comunicaci¨®n de la Facultad de Ciencias de la Comunicaci¨®n de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona, Espa?a, quien me anim¨® hace tres a?os a embarcarme en un grupo de investigaci¨®n sobre la transici¨®n digital de la prensa en Nigeria y Sud¨¢frica.

Por ¨²ltimo, quisiera expresar mi reconocimiento a dos personas, mi colega y amigo Lewis Asubiojo, con quien fund¨¦ hace unos a?os African Centre for Media & Information Literacy (AFRICMIL), y mi amigo y colaborador Godwin Onyeacholem, quien me guio y proporcion¨® ayuda a la publicaci¨®n de tres libros en los ¨²ltimos cinco a?os.

?Moyosoreoluwa! Doy gracias a Dios por la vida y su misericordia. Con motivo de la celebraci¨®n de mi cincuenta cumplea?os, quiero autodedicarme la destrucci¨®n de ese sistema, da igual como lo llamen sus explotadores, que busca esclavizar a los trabajadores; y ¡°?el imperativo categ¨®rico para derribar cualquier circunstancia en la que el ser humano es humillado, esclavizado, abandonado y despreciado!¡±

Me comprometo con Nigeria. Pero no con la Nigeria que es v¨ªctima de un estado extremadamente ineficaz. Yo conf¨ªo en una Nigeria nueva, progresista e igualitaria, en la que los ciudadanos no sean encasillados por su nombre, ni por su lengua, religi¨®n e identidad ¨¦tnica; en la que los ciudadanos se sientan satisfechos sin importar su procedencia; pero sobre todo, creo en una Nigeria en la que cada nigeriano pueda vivir en paz, ir a la escuela, trabajar, formar una familia y postularse a un empleo donde quieran. ?Creo que esa Nigeria es posible!

conumah@hotmail.com

Twitter: @conumah

(*) Chido Onumah es coordinador de African Centre for Media & Information Literacy (AFRICMIL) y autor de dos libros: Time to Reclaim Nigeria (2011) y Nigeria is Negotiable (2013). Su pr¨®ximo libro se titula We are all Biafrans: A Participant-Observer¡¯s Interventions in a Country Sleepwalking to Disaster.

Traducci¨®n de Virginia Solans

Comentarios

Muy buen art¨ªculo, desconoc¨ªa muchos datos.
Muy buen art¨ªculo, desconoc¨ªa muchos datos.

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