No es pa¨ªs para brujos
Los 'kallawayas' son depositarios de sabidur¨ªa ancestral en Bolivia, pero no tienen qui¨¦n les suceda
"Brujos no somos, eso seguro. No sabr¨ªa explicar qu¨¦, pero otra cosa¡"
?Qu¨¦ es realmente un kallawaya? La respuesta queda suspendida por la niebla que como cada tarde trepa ya desde el valle, inund¨¢ndolo todo tan r¨¢pido como si alguien hubiese abierto un extintor. Un instante despu¨¦s ni siquiera se puede distinguir a don Ildefonso, convertido en un fantasma de pies veloces y pocas palabras.
La cordillera de Apolobamba tiene un nombre tan sugerente que casi dan ganas de no aparecer nunca por all¨ª para evitar decepciones. Situada al oeste del departamento de La Paz, la zona de casi 6.000 kil¨®metros cuadrados se asoma a Per¨² enjaulada por los picachos que la forman. Llena de c¨®ndores, ruinas prehisp¨¢nicas y nevados m¨ªticos, es una de las regiones m¨¢s rec¨®nditas e inexploradas de Bolivia. El hogar y ¨²ltimo reducto de los pocos kallawayas que quedan.
¡ª ?Pero qu¨¦ es realmente un kallawaya? ?un m¨¦dico?
¡°Eso tampoco. No s¨¦, otra cosa¡±.
A Apolobamaba se llega despu¨¦s de unas siete horas de autob¨²s desde La Paz. Antes hay que atravesar el Altiplano, donde el sol no calienta pero achicharra la piel y las mujeres aimaras intentan extraer milagros de la tierra reseca. En los pueblos los ladrillos de adobe y los techos de uralita enmarcan a perros esquel¨¦ticos y a ni?os de mejillas amoratadas como ciruelas. Este a?o ha llovido poco y el conjunto transmite una tristeza evidente pero contenida, como si con la escasez de lluvia Bolivia se hubiese quedado tambi¨¦n sin l¨¢grimas.
En alg¨²n momento el horizonte se encrespa en una hilera de monta?as; 3.000, 3,500, 4.000¡ El pu?ado de casas que forman Qutapampa trepa hasta los 5.000 metros de altura. Eulogio vive aqu¨ª con su mujer y sin sus hijos, que estudian internos y diseminados por cualquier lugar del Altiplano donde haya una escuela. En el pueblo casi todos los hombres son kallawayas. ?l lo es, como Marcos y Bernardo. que aparecen luego para compartir el almuerzo. La misma cara agrietada, los mismos sombreros y ponchos multicolores. Entre los tres cargan para el viaje una llama que luce cintas rojas en las orejas y apenas puede contener las ganas de escupirles.
Bernardo explica que a¨²n se emplean las llamas para comerciar a trav¨¦s de la regi¨®n. Cada a?o realizan un viaje de tres o cuatro d¨ªas hasta zonas m¨¢s c¨¢lidas al otro lado del valle. Los animales viajan con lana de alpaca y vuelven cargados con cereales y el preciado ma¨ªz dorado que crece en el Tr¨®pico.
Una cordillera de ancianos
A un par de horas a pie desde Qutapamapa est¨¢ Caluyo. el hogar de don Ildefonso. A sus setenta a?os vive pr¨¢cticamente solo porque la mayor¨ªa de las casas est¨¢n abandonadas. La gente se ha ido marchando poco a poco a La Paz. Tambi¨¦n sus hijos. De los cinco, solo uno pasa temporadas aqu¨ª. Hoy en el pueblo viven ocho personas, la mayor¨ªa ancianos. Como su hermana mayor, que aparece ahora y encierra a toda prisa bajo la lluvia. Superviviente en esta cordillera de viejos, don Ildefonso anuncia que habr¨¢ ceremonia despu¨¦s de cenar.
Un poco de pelo de alpaca hasta formar un ovillo, dos hojas de coca, claveles, trozos de incienso y varios p¨¦talos de flores de su jard¨ªn. Se riega todo con un chorrito de alcohol y se corona el conjunto con un feto de llama que cabe en la palma de una mano, tieso y diminuto como un caballito de juguete. Despu¨¦s se le prende fuego y se realizan las peticiones que permitir¨¢n continuar el camino sin sobresaltos.
Don Ildefonso celebra unas cincuenta ceremonias al a?o; para festejar la llegada de la lluvia o hacer que se vaya, para asegurar los viajes y proteger las cosechas, para ¡°challar o inaugurar¡± casas, para conseguir amores, enderezar vidas y honrar a los muertos. A veces simplemente para dar las gracias por estar vivo. ?Tambi¨¦n ceremonias de magia negra? Solo si alguien le pide que lo libre de alg¨²n maleficio. Porque si hay algo que los kallawayas no quieren es ser considerados burjos.
?Pero qu¨¦ es entonces un kallawaya?
El t¨¦rmino quiere decir ¡°el que lleva la medicina en hombros¡±. Hay testimonios sobre ellos en la ¨¦poca colonial: sacerdotes pastores de cam¨¦lidos que ten¨ªan la facultad de sanar cualquier tipo de enfermedad a la que se enfrentasen. El se?or¨ªo kallawaya comprend¨ªa la mayor parte de los actuales territorios del Apolobamba y posteriormente recibieron la influencia inca y la asimilaron. Fueron tan valorados en aquel imperio que eran los encargados de llevar sobre sus hombros el trono en el que viajaba el sapa inca. Hoy quedan apenas unos 5.000. Concentrados en su mayor parte entre la ciudad de La Paz y los pueblos del Apolobamba, hablan indistintamente el quechua y el castellano y se aferran a su forma de vida que se desvanece poco a poco como la niebla de su cordillera al llegar el d¨ªa.
No hay muchos j¨®venes dispuestos a seguir con la tradici¨®n ancestral
Para don Ildefonso, el rinc¨®n m¨¢s importante del mundo es su huerto. ¡°Ese montoncito de ah¨ª es agave, sirve para cuando tienes mal la tripa, tambi¨¦n si te duele un poco la cabeza. Esas flores amarillas son las que tomamos anoche en infusi¨®n, purifican los ri?ones, muna las llamamos por aqu¨ª y crecen muy arriba; esa de ah¨ª es la espina colorada y sirven para los problemas de muelas, la bebes y en unas horas el dolor se va. Las cebollas son para los entierros, vueltas del rev¨¦s sus tallos absorben el alma del difunto, la col mezclada con cerveza cura el alcoholismo. Aquellas hojas del rinc¨®n son llant¨¦n, si se aplican como pomada ayudan a que puedas volver a hacer hijos. Si es que no puedes, claro¡±.
Y el septuagenario va desenterrando bulbos con su azada, palpa las hojas e invita a probar semillas de su vivero. Algunas de ellas proceden de las faldas y cumbres de estas mismas monta?as, otras han sido recolectadas y trasplantadas desde otras regiones de Bolivia a lo largo de sus viajes. Porque si algo define a un kallawaya y le hace ser apreciado por todo el pa¨ªs es su poder de sanar. En Santa Cruz, Oruro, Cochabamba, la Amazon¨ªa y el Tr¨®pico, puedes verlos por toda Bolivia solos o en parejas, como vadem¨¦cum errantes que recorren durante meses todo el pa¨ªs. Venden sus p¨®cimas y ung¨¹entos y se hospedan en casa de sus clientes a cambio de un periodo intensivo de sanaci¨®n f¨ªsica y espiritual. Manejan conocimientos sobre usos, propiedades y periodos de recolecci¨®n de cientos de plantas silvestres.
"?C¨®ndor!", grita Eulogio mientras se?ala una l¨ªnea negra que se mece en el cielo. Estas aves son habituales en el Apolobamba, ya que ascienden desde tierras m¨¢s c¨¢lidas en busca de presas. Los kallawayas los respetan a pesar de los destrozos que causan en sus reba?os de alpacas. Tambi¨¦n hay ¨¢guilas, chinchillas y algunos coyotes. Poco m¨¢s. La vida aqu¨ª es dif¨ªcil y suele reducirse a un cara a cara entre el hombre y sus monta?as.
Huertos convertidos en farmacias
En Chari vive Ramiro, uno de los que m¨¢s sabidur¨ªa atesora de la regi¨®n. Casi toda la guarda en los 30 metros cuadrados que tiene su jard¨ªn, donde ha conseguido aclimatar con mimo variedades procedentes de toda Bolivia. Hasta aqu¨ª acuden cientos de colegas para aprovisionarse. Su casa est¨¢ llena de tarros y emplastes para fabricar botes y pomadas y desprende un inconfundible olor a botica.
¡ª??Podr¨ªamos decir que los kallawayas son como farmac¨¦uticos tal vez?
Ramiro sonr¨ªe antes de quejarse de que no sabe qui¨¦n continuar¨¢ su legado. Los chicos hoy parecen un poco distra¨ªdos, s¨®lo atienden sus tel¨¦fonos m¨®viles, lamenta. ¡°Ni jugar al f¨²tbol quieren¡±. En el ¨²ltimo torneo, en el pueblo no lograron juntar un equipo completo. Don Ildefonso, en cambio, se?ala orgulloso que su hijo s¨ª ha seguido su camino. Estos d¨ªas anda en Charazani en una formaci¨®n especial organizada por el Gobierno.
Charazani el pueblo m¨¢s grande de la regi¨®n: la figura de un kallawaya de m¨¢s de dos metros y esculpido en piedra preside la plaza, a sus pies una placa reivindica su saber tradicional. Desde que fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2003 esta cultura ha tomado conciencia de su importancia, amenazada por la aculturizaci¨®n de sus habitantes y por la industria farmace¨²tica, interesada en regular sus pr¨¢cticas. Tratados de comercio como el ALCA o sus versiones reformadas, pretenden obligar a los pa¨ªses miembros a conceder patentes sobre sus procedimientos diagn¨®sticos, terap¨¦uticos y quir¨²rgicos. Esto invalidar¨ªa el car¨¢cter comunitario de los conocimientos, y muchos denuncian que podr¨ªa permitir a las transnacionales biotecnol¨®gicas y farmac¨¦uticas apropiarse de la sabidur¨ªa de pueblos como las comunidades del Apolobamba.
En el pueblo se celebra un encuentro auspiciado por la Unesco y el Ministerio de Cultura boliviano destinado a que los m¨¢s veteranos pongan por escrito sus conocimientos y los compartan con los m¨¢s j¨®venes. El colegio est¨¢ tomado por un traj¨ªn multicolor, con las pizarras repletas de dibujos de plantas y diapositivas. Han venido kallawayas de toda la regi¨®n y de otros departamentos que se re¨²nen en grupos de trabajo, clasifican variedades con el m¨®vil, aportan ideas, deciden c¨®mo deber¨ªan envasar y cu¨¢ndo recolectar o aprenden a promocionarse a trav¨¦s de las redes sociales. La jornada concluye con una ceremonia, resuenan las flautas y los tambores a medida que aumenta el trasiego de alcohol. Un feto de llama arde abrasado entre ristras de agradecimientos y flashes de las c¨¢maras.
A sus diecinueve a?os, Sebasti¨¢n lleva medio pa¨ªs en sus botas. Pero a diferencia de su padre, don Ildefonso, ¨¦l s¨ª que ha ido a la escuela. Hasta el a?o pasado hac¨ªa un curso de farmacia en La Paz, pero ahora que lo ha acabado tiene claro qu¨¦ quiere ser en la vida: kallawaya. En una semana sale para Santa Cruz, para visitar a unos clientes heredados de su padre. El cabeza de familia tiene piedras en el ri?¨®n y los negocios han empezado a irle mal, as¨ª que ver¨¢ qu¨¦ puede hacer por ambas cosas Pero sin haber llegado todav¨ªa se atreve a anticipar que seguramente est¨¦n relacionadas. Despu¨¦s, tal vez contin¨²e hasta Trinidad para ¡°challar¡± con una ceremonia un polideportivo nuevo.
¡ª??Qu¨¦ es un kallawaya entonces, Sebasti¨¢n?
El chico apura el vaso y contempla el festejo donde las figuras cada vez se vuelven m¨¢s titubeantes y las lenguas estropajosas. Frunce el ce?o.
¡°Los kallawayas somos la memoria de Bolivia¡±.
¡ª??Tambi¨¦n su futuro?
¡°No lo s¨¦, ya te dije que no somos brujos. Para nuestro futuro s¨ª que no hay medicina que valga¡±.
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