La fiebre del oro llega a Mauritania
Gigantescas pepitas de oro, el sue?o de miles de mauritanos.
Lo han bautizado con el nombre de Noughta Sakhina (el punto caliente). Cientos de jaimas y tiendas de campa?a se extienden aqu¨ª y all¨¢, de manera improvisada, en una enorme superficie des¨¦rtica situada en la regi¨®n Mauritania de Inchiri, unos 200 kil¨®metros al norte de la capital. Unas treinta mil personas, casi todos hombres, sobreviven en este p¨¢ramo y en otros cercanos y cada d¨ªa llegan nuevos habitantes. Puestos de carne a la brasa, tiendas donde comprar tarjetas telef¨®nicas o galletas, vendedores de gasoil en garrafas. ?Qu¨¦ hacen todos estos seres humanos aqu¨ª? La respuesta es sencilla, han sido seducidos por la nueva moda del enriquecimiento r¨¢pido en este pa¨ªs africano y la mayor¨ªa ha empe?ado una peque?a fortuna en esta versi¨®n moderna de una antigua historia. La fiebre del oro ha llegado a Mauritania.
Todo comenz¨® hace unos meses. En la ¨²ltima d¨¦cada, este pa¨ªs africano ha visto c¨®mo grandes empresas mineras como las canadienses Kinross Gold Corporation y First Quantum se instalaban en su suelo para comenzar la explotaci¨®n del oro. Y claro, al igual que ha ocurrido en otros pa¨ªses, era cuesti¨®n de tiempo que se extendiera el rumor de que era posible encontrar oro en las zonas aleda?as a estas grandes minas. El razonamiento es sencillo. ¡°Si a veinte o cincuenta o cien kil¨®metros hay oro, ?por qu¨¦ no va a haberlo aqu¨ª?¡±. S¨®lo falta un acontecimiento que desencadene la locura. Puede ser un hecho real, un rumor, una mentira interesada, unas fotos circulando de m¨®vil en m¨®vil. Da igual. El caso es que oro, haberlo, haylo. Lo que no se sabe es si habr¨¢ suficiente para todos.
Mansa Musa, emperador de Mal¨ª, representado con una enorme pieza de oro en la mano.
Este metal no es ajeno a ?frica occidental, nunca lo fue. Desde la ¨¦poca del comercio caravanero que surt¨ªa al mundo ¨¢rabe del oro procedente de las minas de Bambuk, en la actual Guinea, o la exhibici¨®n dorada del imperio de los Ashanti y su banqueta real en el territorio que luego se llam¨® Ghana, hasta la actual producci¨®n en pa¨ªses como Senegal, Burkina Faso o Mal¨ª, la explotaci¨®n del oro ha estado siempre presente en la regi¨®n. ¡°Hay una veta enorme que va desde el sur del Sahara Occidental y se adentra en el desierto mauritano hasta la regi¨®n del Adrar. La enorme erosi¨®n que sufre el suelo en el desierto ha provocado que esta veta no est¨¦ demasiado profunda y que haya afloramientos¡±, asegura con rotundidad y aparente erudici¨®n Jemal Al Houceini, a quien los ojos le brillan como dos pepitas.
Una ma?ana de finales de abril en la calle Charles de Gaulle de la capital mauritana. Decenas de personas se arremolinan sobre la acera y ocupan parte del asfalto, entorpeciendo la circulaci¨®n. Sobre las puertas de tres o cuatro tiendas unos carteles reci¨¦n instalados muestran lo que toda esta gente ha venido a buscar: detectores de metales. Es el gran negocio. Cada uno de ellos puede llegar a costar unos 2.500 euros y no es f¨¢cil encontrarlos, unidades que llegan al puerto, unidades que se venden en un santiam¨¦n. Y este es solo el primer obst¨¢culo. Porque el Estado ha decidido intervenir para regular esta incipiente actividad hasta ahora fuera de control.
El pasado 25 de abril se abri¨® la veda. Ante la avalancha de buscadores de oro y dadas las quejas de algunas grandes compa?¨ªas mineras, que temen que los aventureros se adentren en zonas que les hab¨ªan sido adjudicadas para futuras explotaciones, el Gobierno mauritano ha fijado un ¨¢rea concreta, eso s¨ª, previo pago de una licencia que cuesta 250 euros y permite buscar durante un periodo de cuatro meses. Algo m¨¢s de 16.000 autorizaciones han sido expedidas. La Gendarmer¨ªa y la Polic¨ªa de Minas ya est¨¢n sobre aviso para desalojar a todo aquel que se salga del per¨ªmetro establecido o que no cuente con la preceptiva autorizaci¨®n.
Ahmed ya tiene el papel y el detector, que ha comprado de manera colectiva con cinco familiares. ¡°Ahora vamos a alquilar un coche, preparar la tienda y aprovisionarnos. Ma?ana mismo salimos para all¨¢, un primo nos espera desde hace una semana en el lugar¡±. Para despejar la incredulidad del periodista, esgrime su tel¨¦fono m¨®vil y muestra unas gigantescas pepitas que reposan sobre unas sucias manos. ¡°Esto es lo que est¨¢ pasando¡±, asegura con una sonrisa, ¡°hay que darse prisa antes de que nos echen a todos de all¨ª¡±. Un funcionario asegura que se est¨¢ extrayendo entre tres y cinco kilos de oro al d¨ªa, una aut¨¦ntica fortuna para quienes tienen la suerte de encontrarlo. Desde hace d¨ªas el precio del alquiler de veh¨ªculos 4x4 se ha doblado, pr¨¢cticamente no quedan en el mercado. Y es que la tentaci¨®n es muy poderosa.
Anuncio de detectores para Mauritania, un negocio floreciente.
El negocio es floreciente. No es s¨®lo el Estado que asiste a un suministro de fondos inesperado para sus exhaustas arcas tras la ca¨ªda de los precios de las materias primas en el mercado internacional. Tambi¨¦n ganan los importadores y vendedores de detectores, las agencias de alquiler de coches¡ y los especuladores. Tras coger la carretera que va a Nuadib¨² y llegados al punto kilom¨¦trico 178 hay que desviarse por una pista de tierra construida en su d¨ªa por una f¨¢brica de agua mineral durante 130 kil¨®metros m¨¢s. All¨ª, en este nuevo pueblo surgido de la nada, todo se vende y se compra, nunca mejor dicho, a precio de oro. Una garrafa de agua puede costar hasta ocho euros y el valor de los productos de primera necesidad se ha triplicado.
Sin embargo, nada parece desmotivar a los buscadores de oro. Ahmedou, desempleado, se muestra entusiasta. ¡°Dios ha querido que en nuestro pa¨ªs existan estos inmensos recursos. ?Por qu¨¦ vamos a dejar que sean los extranjeros quienes se aprovechen de ellos? Si Dios quiere, en unos meses habr¨¦ vuelto con el dinero suficiente para mejorar mis condiciones de vida y las de mi familia, ?qu¨¦ hay de malo en ello?¡±. La voz se ha corrido por todo el pa¨ªs y no se habla de otra cosa. Los aventureros llegan de todas las regiones del pa¨ªs con el sue?o en la mirada y dispuestos a invertir una fortuna. Algunos, por el contrario, se muestran esc¨¦pticos. ¡°Me parece que hay un gigantesco negocio detr¨¢s de todo esto y que la fiebre es en realidad humo. Algo de oro hay, claro que s¨ª, pero dudo que sea suficiente para todos. No puedo entender que hasta ahora no se hubiera descubierto algo as¨ª¡±, opina Lavrack.
En un oasis cerca de Chinguetti, acunado por las hermosas dunas del desierto, el joven camellero Mohamed Deya escucha atentamente la conversaci¨®n entre sorbos de t¨¦ mientras cae la tarde. Han venido desde m¨¢s al sur a este punto de agua vigilando siempre de cerca a sus animales, que durante el d¨ªa vagan a su aire por la arena y las enormes superficies desoladas. Hasta aqu¨ª ha llegado la noticia del oro. ¡°No puedo salir corriendo y dejar a los camellos solos¡±, dice encogi¨¦ndose de hombros. Tras quedarse un rato en silencio retoma el hilo. ¡°Adem¨¢s, ?de qu¨¦ me sirve tanto dinero aqu¨ª?¡±, remata con una sonrisa. Arriba, las estrellas empiezan a asomar. A cuatrocientos kil¨®metros de este para¨ªso, en la regi¨®n de Inchiri, el af¨¢n es otro bien distinto y ni siquiera la noche interrumpe la b¨²squeda.
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