El jard¨ªn de las naciones espa?olas
Para intentar encontrar una soluci¨®n al problema territorial de Espa?a convendr¨ªa tratar de dilucidar antes una cuesti¨®n que no tiene f¨¢cil respuesta: cu¨¢ntas y, si las hay, cu¨¢les son las naciones que alberga en su interior el Estado
Cada vez que alguien apunta al reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado como el necesario remedio a la querella territorial, permanece flotando en el aire una cuesti¨®n que, a mi modesto sentir, habr¨ªa que aclarar primero: cu¨¢ntas y cu¨¢les son las naciones que hay. Recuerdo a este respecto unas arcanas declaraciones de Pascual Maragall, afirmando que en Espa?a hab¨ªa ¡°tres naciones seguras y alguna probable¡± (Abc, 6 de noviembre de 2005). Lo que brinda material para la especulaci¨®n:
a) Tantas naciones como lenguas: supongamos que no hay nada que objetar a la tesis de que all¨ª donde hay una lengua hay una naci¨®n. Y supongamos tambi¨¦n que el n¨²mero de lenguas en Espa?a no es inferior ni superior a cuatro. Era la tesis defendida por Artur Mas en una previa encarnaci¨®n autonomista: el Estado espa?ol se compone de cuatro naciones: Galicia, Pa¨ªs Vasco, Catalu?a y Castilla. La conjetura plantea los problemas siguientes: 1. Son pocos los castellanos que creen ser naci¨®n. 2.?Persuadir a andaluces, asturianos, c¨¢ntabros, riojanos, murcianos, extreme?os, canarios, ceut¨ªes, melillenses, leoneses y aragoneses de que, nolens volens, son parte de Castilla. 3. Decidir a cu¨¢l de las cuatro naciones adscribir Baleares, Valencia y Navarra, donde tambi¨¦n se habla castellano. 4. Pedir educadamente a los espa?oles que creen que su naci¨®n es Espa?a (y de estos hay unos cuantos en Galicia, Pa¨ªs Vasco y Catalu?a) que salgan del error y opten por una de las cuatro variantes nacionales.
b) Cuatro naciones: Galicia, Pa¨ªs Vasco, Catalu?a y Espa?a. Quien no sea vasco, gallego o catal¨¢n, no debe dudar: su naci¨®n es la Espa?a de toda la vida. El problema es obvio: c¨®mo seguir llamando Espa?a al conjunto, si en rigor Espa?a solo ser¨ªa el resto no catal¨¢n, no vasco y no gallego. En otras palabras, Espa?a no puede ser conjunto y subconjunto a la vez. Por lo dem¨¢s, se repite otro escollo: hay vascos, gallegos y catalanes que creen que su naci¨®n siempre ha sido y es Espa?a. Lo que nos conduce al siguiente escenario:
c) Espa?a, naci¨®n de naciones: hallazgo de Anselmo Carretero con variante de Pablo Iglesias, que a veces habla de pa¨ªs de pa¨ªses. No est¨¢ claro c¨®mo conjugar una naci¨®n de naciones con una naci¨®n de ciudadanos. Pero podr¨ªa ser una f¨®rmula ret¨®rica aceptable a condici¨®n de no pedir aclaraciones y especificar las naciones ¡°peque?as¡±, porque volver¨ªamos a encallar la nave. Por lo dem¨¢s, y aunque esta entra?able expresi¨®n se llevara a una constituci¨®n reformada, no podr¨ªa tener m¨¢s desarrollo jurisprudencial que el ya dado por el Tribunal Constitucional al actual art¨ªculo 2: En Espa?a puede haber varias naciones culturales pero solo una naci¨®n pol¨ªtica, que es el Estado, que es Espa?a.
El federalismo debe preocuparse por gestionar un Estado unido y pluriling¨¹e
d) En Espa?a solo hay tres naciones: Catalu?a, Pa¨ªs Vasco y Galicia. El resto es vac¨ªo nacional, poblaci¨®n corriente y moliente. M¨¢s asimetr¨ªa imposible. Los nacionalistas perif¨¦ricos tienen sus naciones y los dem¨¢s nos quitamos de en medio. Pero no resuelve el molesto problema de aquellos catalanes, vascos y gallegos que creen que su naci¨®n es Espa?a.
e) En Espa?a no hay naciones. Ning¨²n territorio en el Estado cuaj¨® en naci¨®n. Esta interesante hip¨®tesis no plantea problemas l¨®gicos ni de teor¨ªa de conjuntos. Y podr¨ªa ponernos a la vanguardia del derecho constitucional posmoderno. Pero es una ruptura con la historiograf¨ªa tan dr¨¢stica que me temo no ser¨¢ bienvenida.
f) Se erige en naci¨®n quien quiera. Esta es m¨¢s o menos la situaci¨®n actual, sometida a la interpretaci¨®n del Tribunal Constitucional. Parece que no colma las aspiraciones de algunos, porque si lo hiciera no estar¨ªamos discutiendo de esto. Pero sobre todo, se trata de una apuesta irreflexiva. Cuando el PSOE, por ejemplo, sugiere que podr¨ªa abrirse al reconocimiento de que algunos territorios del Estado son naciones, si estos lo quisieran, siempre que eso no implicara desigualdad de derechos o situaciones de discriminaci¨®n, est¨¢ entendiendo el federalismo exactamente al rev¨¦s. En un Estado federal, en raz¨®n del reparto de competencias y del principio de autogobierno, a la fuerza se generan situaciones de desigualdad: en unos sitios algo se puede hacer y en otros no. La igualdad se asegura para un n¨²cleo normativo esencial ¡ªel derecho federal¡ª, pero no para el entero estatuto jur¨ªdico de la persona. Desdramatizar estas peque?as asimetr¨ªas, que preservan diferencias y acicatean la competici¨®n virtuosa entre regiones, es parte de la cultura federal. En cambio, lo que el federalismo no conlleva, porque es peligroso y seguramente contrario a su prop¨®sito, es trocear el discurso nacional.
Tampoco tiene ya mucho sentido distinguir entre naci¨®n civil o ¨¦tnica
Queda, en fin, la posibilidad de aceptar algo que piensan muchos desde hace mucho tiempo: Espa?a es una naci¨®n pol¨ªtica (vale decir un Estado social y democr¨¢tico de derecho) que es pluriling¨¹e, y este es el atributo que es fecundo desarrollar. En efecto, el federalismo debe preocuparse por gestionar un Estado unido y pluriling¨¹e, y no crear expectativas sobre algo confuso, segregador y explosivo como la plurinacionalidad. Las constituciones federales de Canad¨¢ o Suiza, dos buenos modelos que nos interesan, no declaran a sus pa¨ªses multinacionales. Lo que s¨ª hacen, a trav¨¦s de leyes de lenguas oficiales, es regular con tino y sensibilidad las obligaciones ling¨¹¨ªsticas de las administraciones y los derechos ling¨¹¨ªsticos de los administrados. Que es lo que nos hace falta a nosotros. Cuando la pol¨¦mica ling¨¹¨ªstica se pacifica, la cuesti¨®n nacional a nadie importa. Porque, seamos pr¨¢cticos, ?para qu¨¦ sirve una naci¨®n? Las naciones fueron conceptos ¨²tiles hace tiempo, al hacerse necesario pasar de la soberan¨ªa din¨¢stica a la popular.
En el lugar que ocupaba el monarca legitimando el ejercicio del poder se puso la naci¨®n, un t¨¦rmino que hab¨ªa atravesado los siglos sin connotaciones pol¨ªticas. Pero hoy, asentado el ideal democr¨¢tico, ?qu¨¦ utilidad pueden tener? Tampoco tiene ya mucho sentido distinguir entre naci¨®n civil o ¨¦tnica porque a la primera la llamamos Estado y toda naci¨®n sin Estado es hoy naci¨®n ¨¦tnica. Y es que una constituci¨®n moderna no est¨¢ para recoger taxonom¨ªas nacionales, sino para permitir que las singularidades, si existen, afloren espont¨¢neamente. Nuestro actual art¨ªculo segundo de la Constituci¨®n cumple este prop¨®sito. Por tanto, si yo tuviera alguna posibilidad de persuadir a los pol¨ªticos les rogar¨ªa que no nos metan en el jard¨ªn de las naciones. Porque ni ellos parecen saber de lo que hablan y porque saldr¨¢ mal.
Juan Claudio de Ram¨®n Jacob-Ernst es ensayista.
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