El teatro de lo imposible
Iv¨¢n Nogales es un visionario: mont¨® un elenco para hacer representaciones con chicos de la calle en El Alto (Bolivia) cuando nadie daba un peso por ellos
Si fuera un veh¨ªculo, ser¨ªa un tren bala capaz de arribar a su destino antes de la hora planificada. Si no fuera activista, ser¨ªa un incomprendido. Si fuera vidente, se aliar¨ªa con el azar y la diosa fortuna para que nunca lo abandonaran. Y si no fuera actor, ser¨ªa so?ador a tiempo completo, y ech¨¢ndole un poco de imaginaci¨®n llegar¨ªa hasta Marte todas las noches. Iv¨¢n Nogales ¡ªtez aceitunada, frente desnuda, cejas pobladas¡ª aterriz¨® en el planeta Tierra el 13 de noviembre de 1963. Naci¨® en La Paz, pero vive en la ciudad m¨¢s joven de Bolivia: El Alto. Es hijo de una mujer sacrificada, que hizo de todo para que ¨¦l y sus hermanas crecieran felices, y de un guerrillero que desapareci¨® cuando ¨¦l era ni?o sin dejar rastro. Y trabaja como ¡°capit¨¢n¡± de la Fundaci¨®n Compa y el Teatro Trono, dos agrupaciones ¨²nicas ¡ªy probablemente irrepetibles¡ª que dan cobijo a artistas populares; que hacen pol¨ªtica y proponen cambios a trav¨¦s de personajes ficticios que parecen reales; que visitan pueblos olvidados de adobe y piedra a lomos de un cami¨®n que adem¨¢s forma parte de los decorados; que a veces se mueven a pa¨ªses lejanos, como Alemania o Dinamarca; y que acumulan 300.000 kil¨®metros en viajes, una distancia equivalente a dar siete vueltas y media a la circunferencia terrestre.
Todo comenz¨® en un rinc¨®n sucio y desordenado: el vertedero de Ciudad Sat¨¦lite, su barrio. De peque?o, Iv¨¢n sol¨ªa recoger en aquel basurero piedras de colores llamativos, envases min¨²sculos, juguetes marchitos y pedazos sueltos de cacharros que ya no serv¨ªan. El bot¨ªn recolectado lo met¨ªa luego en una caja roja que le regal¨® su padre, y a veces la caja cumpl¨ªa el mismo papel que el m¨ªtico tonel del Chavo del Ocho: se transformaba en un escondite donde Iv¨¢n trataba de huir de todo lo malo. Antes de cambiar de manos, aquel cub¨ªculo de madera de m¨¢s de un metro de altura era el que sol¨ªa emplear su padre ¡ªdado la vuelta¡ª como base para inventarse un sueldo. ¡°Su mesa oficial de trabajo ¡ªresume el ¡°capit¨¢n¡± Nogales¡ª, el lugar donde se convert¨ªa en mec¨¢nico o carpintero¡± (es decir, la principal herramienta de un perseguido pol¨ªtico).
Hoy, la caja roja que Iv¨¢n utiliz¨® despu¨¦s para trasladarse a miles de mundos ¡ªcon una pizca de fantas¨ªa y otra de ingenio¡ª ha crecido; y se ha convertido en una s¨®lida estructura de siete pisos hecha de fierros, chatarra, puertas ajadas, molduras usadas, tablas y otros materiales que rescat¨® de los circuitos de segundas oportunidades.
¡ªLa caja roja ahora es esto ¡ªdice con convicci¨®n Nogales, bajo un gorro de ala tipo Humphrey Bogart, una ma?ana calurosa de noviembre (el d¨ªa que nos conocimos).
Esto: la sede de la Fundaci¨®n Compa y el Teatro Trono; los escenarios donde presentan sus obras; las salas de ensayo; los letreros del ba?o; la casa de Iv¨¢n; un complejo de oficinas m¨¢s o menos t¨ªpico ¡ªlleno de informes, afiches, cronogramas y ordenadores viejos¡ª; un aula; un altillo; un comedor; una cineteca; un caos; un para¨ªso.
Para comprender esta metamorfosis primero es necesario conocer el cuento. Y el cuento es el siguiente: ¨¦rase una vez un ni?o travieso llamado Iv¨¢n al que le subieron de curso inmediatamente porque ya sab¨ªa leer y escribir cuando se inscribi¨® en el colegio; ¨¦rase una vez un chicuelo que compart¨ªa una humilde habitaci¨®n y una sola cama con sus dos hermanas y una madre viuda; ¨¦rase una vez un estudiante brillante de Sociolog¨ªa que cos¨ªa una y otra vez papeles sueltos para armar sus cuadernos y ahorrar, cada mes, unos cuantos pesos; ¨¦rase una vez un muchacho inquieto que atrajo la atenci¨®n de varios chicos con problemas ¡ªinternados en un centro de menores¡ª a trav¨¦s del arte; ¨¦rase una vez un joven que acogi¨® a siete de ellos en un cuartito fr¨ªo y desangelado; ¨¦rase una vez un idealista que les ense?¨® a hacer teatro en la calle, que les le¨ªa novelas, poemas y leyendas hasta que dorm¨ªan, que ¡°pasaba la gorra¡± en cualquier esquina ¡ªtras la funci¨®n de turno¡ª para que no les faltara un plato caliente con el que matar el hambre.
Erase una vez¡
¡ªUn desubicado ¡ªcomenta una ma?ana Elba Baz¨¢n, su madre, antes de ir al m¨¦dico, haciendo sonar la mesa con los dedos de puro nervio, mordi¨¦ndose el labio, aguantando el llanto¡ª. ?De qu¨¦ va a vivir mi hijo?, pensaba yo cuando lo ve¨ªa metido en ese cuarto con aquellos chicos, sin nada, apenas con algunas mantas y unas payasas.
De aquella convivencia improbable naci¨® el Teatro Trono, una agrupaci¨®n fresca y an¨¢rquica en la que los actores ten¨ªan los zapatos rotos y el rostro con cicatrices. Un elenco conformado por chicos de la calle que se enamoraban, que a veces robaban, que se emborrachaban, que hallaron una excusa en la actuaci¨®n para hablar de lo que les interesaba: de las injusticias, del pasado, de la discriminaci¨®n, de los atardeceres lindos.
Por aquel entonces, a Iv¨¢n le dec¨ªan a menudo que se jod¨ªa la vida al lado de ellos. Y los muchachos, mientras tanto, disfrutaban armando libretos, utilizando todo lo que ve¨ªan a su alrededor como materia prima. ¡°Mi casa es muy hermosa. Mi patio tiene cuadras y cuadras y est¨¢ iluminado hasta el ¨²ltimo rinc¨®n. Tengo miles de cuartos y un mont¨®n de edificios de 10, 20, 30 pisos. No me preocupo de nada. Tengo quien me barra el patio. Tengo quien vele por m¨ª de d¨ªa y de noche. Mi cuarto es como un trono de piedra y cemento. Cada vez que recuerdo a mi familia, (sin embargo), me pongo muy triste. (Entonces), salgo a sentarme junto a mi puerta y empiezo a mirar todo lo que tengo: chicas bonitas, payasos que me dicen: ven, olvida tus penas¡±, nos cuenta uno de ellos en El ma?ana es hoy, un libro en el que Nogales relata el amanecer del grupo.
Iv¨¢n describe aquellos latidos primigenios como un punto de partida esencial, muy emotivo: ¡°Para m¨ª, la experiencia fue maravillosa, tragic¨®mica, dura, po¨¦tica, un poco de todo¡±. Y en su libro dice que ¡°el espect¨¢culo del teatro no solo ocurr¨ªa en el escenario. Se trasladaba a la cocina, a los dormitorios¡±. El teatro era la realidad misma.
Con los a?os, la agrupaci¨®n fue evolucionando y ahora acoge a j¨®venes de todo tipo: con plata y sin plata, altos y bajos, ir¨®nicos, atrevidos, t¨ªmidos. ¡°Pero eso no quiere decir que olvidemos de d¨®nde venimos¡±, recalca Iv¨¢n con el gesto serio de un director de orquesta, sin pesta?ear, con la mirada fija en el infinito. Y luego vuelve a recordar la ¨¦poca en la que muchos cre¨ªan que ¨¦l era ¡°un loco desclasado¡± que caminaba sin rumbo.
Tras la locura, el hombre
Un mediod¨ªa, despu¨¦s de recoger a su hija Ivana de la escuela, Iv¨¢n Nogales, el hombre, se para en mitad de un parquecillo y se lanza sobre unas barras met¨¢licas para desentumecer los m¨²sculos. El hombre no fuma. El hombre hace deporte. El hombre sale a trotar cada vez que puede porque, mientras corre, piensa. Y mientras piensa, vive.
¡°Para m¨ª el ejercicio es mental, y no tanto f¨ªsico. Cuando era universitario, hac¨ªa el trayecto entre La Paz y El Alto dos veces al d¨ªa por necesidad. Sub¨ªa y bajaba cientos de gradas porque ten¨ªa los bolsillos vac¨ªos. Luego ca¨ª en la rutina, en el sedentarismo, y dej¨¦ de andar. Siempre pon¨ªa pretextos. Daba discursos sobre la descolonizaci¨®n del cuerpo, pero no hac¨ªa nada por cuidar el m¨ªo. Hasta que un d¨ªa me dije: tengo que volver. Busqu¨¦ unos tenis y tap, tap, tap: me fui a correr. ?Puta!, y me encant¨®. Y sal¨ª un d¨ªa, y otro, una semana, un mes entero. Y hasta ahora sigo. Siento que esas escapadas son una especie de sanaci¨®n espiritual, un redescubrimiento interior. Porque no soy solo yo: es el entorno, los colores, la gente. Yo no troto para competir. Mientras troto, me centr¨® en lo que tengo que hacer, visualizo el futuro de otra manera, surgen las ideas, armo proyectitos¡±, me dice anclado en un sill¨®n de su living, antes de una reuni¨®n a la que llegar¨¢ en el nuevo telef¨¦rico que funge de cord¨®n umbilical entre La Paz y El Alto.
El hombre tiene una vestidor interesante, pero casi siempre se pone los mismos ropajes: las mismas chompas gruesas de lana, los mismos pantalones todoterreno, las mismas camisas de le?ador. Cuando inicia alguna gira, a veces se deja bigote y barba, al retornar se afeita y hace a?os que desterr¨® a su peluquero para cortarse el pelo ¨¦l mismo.
Al hombre le gustan los libros: ¡°sobre todo las f¨¢bulas¡±. A veces, se engancha a un buen relato y no lo suelta hasta las tres de la ma?ana; y su t¨ªo dice que cuando no lee es porque le preocupa algo. En los ratos libres, escucha m¨²sica rusa, finlandesa, de los Beatles, de los Balcanes. En ocasiones, prefiere el silencio y duerme. Cuando est¨¢ muy ocupado, cocina su madre: fideo, pollo, papas, lo que se tercie. Y no tiene mascotas. Su madre dice ¡°que las matar¨ªa de hambre¡±, que ¡°ya tiene suficiente con todo lo que hace¡±.
¡°Con-to-do-lo-que-ha-ce¡±, silabea, casi deletrea.
Tras la fundaci¨®n del Teatro Trono, Iv¨¢n sigui¨® dando forma a sus quijotadas de caballero andante, y continu¨® peleando contra los molinos de viento. Mont¨® una casa de la cultura que hoy ofrece decenas de talleres en Ciudad Sat¨¦lite. Inaugur¨® la Calle de las Culturas, una v¨ªa exclusiva para peatones repleta de murales que nos recuerdan, por ejemplo, el perjuicio de permanecer siempre despiertos ¡ª¡°dejar de so?ar es nocivo para la salud¡±, dice uno de ellos¡ª. Se acerc¨® a la burocracia que tanto desprecia para crear la Fundaci¨®n Comunidad de Productores en Arte (Compa), es decir, para no perder la oportunidad de dejar listo un andamiaje que lo sobreviva. Y se convirti¨® en un defensor a ultranza de las virtudes de la que ha sido bautizada como ¡°Cultura Viva Comunitaria¡±.
¡°La Cultura Viva Comunitaria es un v¨ªnculo con la sociedad ¡ªme explica¡ª. Es el regreso al barrio, a los vecinos, a los que tenemos m¨¢s cerca. Es el tejido que nos llena de identidad, que nos da fuerza, que evita que experiencias territoriales como la nuestra sean menospreciadas. Es una b¨²squeda de nuestros imaginarios, de nuestros Macondos personales. Lo que hicieron antes Shakespeare, Cervantes y otros literatos que impresionaron a la humanidad es lo que ahora intentamos hacer nosotros: registrar la historia de cualquier rinc¨®n, del mercadito de al lado, de lo cotidiano, de lo peque?o¡±.
¡°Lo que hacemos es dar forma a los sue?os de Iv¨¢n ¡ªme dir¨¢ otro d¨ªa Gisela Ossio, la administradora de la fundaci¨®n Compa¡ª. A ¨¦l no le gustan mucho los n¨²meros y a veces me toca pararle los pies. Pero es muy respetuoso y me deja hacer. Sabe que es necesaria cierta organizaci¨®n. Es consciente de que todos somos parte de un engranaje¡±. Entre los miembros de ese mecanismo hay actores, m¨²sicos, profesionales a sueldo, profesores, rebeldes, voluntarios y emprendedores. Y supervis¨¢ndolo todo, el hombre: el visionario. Iv¨¢n es el alter ego del Capit¨¢n Ahab de Moby Dick, un tipo al que no le importa el n¨²mero de arpones necesarios para atrapar al cachalote ¡°maldito¡±. El objetivo siempre es la ballena. Y por alcanzarla es capaz de un sacrifico sin l¨ªmites.
¡ªSi todo esto se derrumbara un d¨ªa ¡ªme dice¡ª, volver¨ªa a comenzar de cero.
Tras el ¡°capit¨¢n¡±, la casa
La casa ¡ªya lo dijimos¡ª tiene siete alturas, fue construida con materiales reciclados que nadie quer¨ªa y es como un aut¨®mata autosuficiente. La casa es pensi¨®n, es escuela, es laboratorio, es alojamiento. La casa es pura magia. Y la aventura de hoy consiste en encontrar el diente de leche que se le acaba de caer a la hija de Iv¨¢n: a Ivana.
Iv¨¢n reside en la parte alta del edificio ¡ªes decir, en el epicentro de la b¨²squeda del diente perdido¡ª. En una superficie enorme con habitaciones separadas entre s¨ª por muebles y por un sinf¨ªn de artefactos que Nogales ha apilado como si se tratara de muros. A su alrededor hay ahora un retrato de Lenin, una m¨¢scara del Circo del Sol, un viejo brasero que modific¨® para volverlo velador, m¨¢quinas de fotos de la ¨¦poca del daguerrotipo, marcos sin espejo, cuadros sin marco, los trastos de Ivana, relojes, revistas, paraguas, alfombras, t¨ªteres, carteras, chuspas y bolsones de tela y de cuero.
¡ªHay gente incapaz de ver qu¨¦ es basura y qu¨¦ no ¡ªcomenta Iv¨¢n mientras su hija vuelve a preguntar por su diente huidizo¡ª. Yo jam¨¢s cometer¨ªa ese error. A veces, se me acercan los chicos y me dicen: Qu¨¦ bonito ese vestuario, ?de d¨®nde lo sacaste? De lo que ustedes botaron, les contesto y me r¨ªo. Para m¨ª, hasta la mierda humana sirve.
Ac¨¢ no hay un solo detalle que est¨¦ de m¨¢s. ¡°La vida es m¨¢s emocionante en bicicleta¡±, dice un mural al lado de las escaleras. Y en la planta baja un cajero autom¨¢tico sin maquinaria, vac¨ªo, nos invita a pensar en el fin de la era del consumismo.
De peque?o, cuenta su madre, ¡°Iv¨¢n siempre iba un paso por delante del resto de la familia¡±. ¡°Le dec¨ªa a su abuela que tendr¨ªa una vagoneta y ahora ya lo ves: tiene un cami¨®n, mucho m¨¢s que eso. Le dec¨ªa a su abuela que vivir¨ªa en una casa grande (muy grande) y ac¨¢ la tienes. Todo lo que ¨¦l dec¨ªa, todo lo que ha pensado, se ha cumplido¡±.
¡°?Lo siguiente qu¨¦ ser¨¢? Tal vez en la Luna haga algo¡±, ironiza su t¨ªo otro d¨ªa.
Y tras la casa, el pueblo
Lo ¨²ltima ocurrencia de Iv¨¢n es un pueblo de creadores para el que compr¨® un terreno en las afueras de Mururata, un enclave afroboliviano a 100 kil¨®metros de la ciudad de La Paz, en mitad de unos valles de postal rodeados de nubes y saltos de agua.
¡ªSer¨¢ un punto de encuentro ¡ªprecisa Iv¨¢n mientras me muestra unos bocetos.
¡ªAc¨¢ ya hemos plantado unos baobabs ¡ªprosigue luego, mientras mueve uno de sus dedos a trav¨¦s de esos borradores¡ª. Y ya estamos trabajando para instalar la primera vivienda.
El pueblo de creadores, por el momento, es una utop¨ªa m¨¢s, una de tantas. Pero Iv¨¢n lo dibuja en el aire cada vez que puede, agitando los brazos como si fuera un mago nervioso. Ser¨¢ intercultural e intergeneracional. Tendr¨¢ un huerto medicinal y otros para el autoconsumo, ba?os ecol¨®gicos, esculturas, fuentes de energ¨ªa renovable y una plaza. Contar¨¢ con un espacio ¡°para rescatar saberes¡± y fomentar¨¢ la ¨¦tica y la dramaturgia.
¡ªSer¨¢ un gran signo de interrogaci¨®n. Una gran b¨²squeda ¡ªme dice Iv¨¢n.
Su mirada es la de un marinero a punto de gritar ¡°tierra a la vista¡±.
Tengan cuidado: la ballena otra vez est¨¢ suelta.
Este texto es un cap¨ªtulo del libro Latinoam¨¦rica se mueve. Cr¨®nicas de activistas, que ser¨¢ publicando dentro de unas semanas por la organizaci¨®n internacional Hivos.
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