Un amor cl¨¢sico
TODAV?A hay zonas secretas en el Don Quijote. De lo que no se habla. O muy poco. Del amor entre animales, por ejemplo. La atracci¨®n er¨®tica entre el caballo Rocinante?y el rucio de Sancho. El humor de Cervantes es siempre un humor que hace pensar. Nada banal. Un humor que nace del dolor para levantar del suelo, de la continua ca¨ªda, cuerpos y palabras. Hay mucho humor y mucho dolor en esta historia. Tomando una expresi¨®n de Andrea Camilleri, ¡°La lingua batte dove il dente duole¡± (La lengua bate donde duele el diente).
As¨ª, en Don Quijote. La acci¨®n verbal, ?verb¨ªvora!, es incesante. La lengua bate, amortigua, alivia all¨ª donde localiza el dolor. Sentimos que ese dolor desaparece no por encanto, sino por lucidez, cuando el caballero y el escudero comparten, por fin, el campo de la verdad.
Ese gozoso momento en que se produce, por fin, el mutuo reconocimiento. Uno y otro van trepando hacia zona de luz, d¨¢ndose la vez, apoy¨¢ndose con estilo en el hallazgo de las palabras precisas. Y la clave para el compa?erismo es lo que Sancho llama ¡°la cultivaci¨®n¡±. Qu¨¦ maravilla. ?Cu¨¢nta ¡°cultivaci¨®n¡± hist¨®rica nos har¨ªa falta! Pena de tradici¨®n hurtada.
¨CCada d¨ªa, Sancho ¨Cdijo don Quijote¨C, te vas haciendo menos simple y m¨¢s discreto.
Y es entonces cuando Sancho le habla de ¡°la cultivaci¨®n¡± y lo hace ya desde ese cierto punto de iron¨ªa, donde se funden felizmente el habla popular y los recursos de f¨¢brica ¡°sublime¡±. Sancho le concede el magisterio de la cultivaci¨®n: ¡°Quiero decir que la conversaci¨®n de vuestra merced ha sido el esti¨¦rcol que sobre la est¨¦ril tierra de mi seco ingenio ha ca¨ªdo¡±. Con el esti¨¦rcol de f¨¦rtil met¨¢fora, el ingenioso hidalgo reconoce que la admiraci¨®n es rec¨ªproca. Este campo de la verdad es el cap¨ªtulo XII de la segunda parte, y se est¨¢n hablando como iguales.
?C¨®mo han llegado hasta aqu¨ª?
Han dejado atr¨¢s la temerosa aventura de la carreta de la Muerte. Y en la noche que sigue es el momento de sincerarse, de reconocerse, de desvelar el pensamiento. La conversaci¨®n cabalga animosa porque comparten un descubrimiento, donde desaparece la fractura entre el ¡°loco¡± y el ¡°cuerdo¡±: la vida es una comedia. Y de ah¨ª el m¨¢s sentido elogio que se haya escrito de la comedia y los comediantes, ¡°instrumentos de hacer un gran bien a la rep¨²blica¡±. Lo que acontece en el escenario y lo que acontece en el mundo: acabada la comedia, quedan todos los recitantes iguales, incluidos emperadores y pont¨ªfices. Y a¨²n Sancho introduce otra comparaci¨®n: la del juego del ajedrez, ¡°que mientras dura el juego cada pieza tiene su particular oficio, y en acab¨¢ndose el juego todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura¡±.
Llega la hora del sue?o. Despu¨¦s de semejante pl¨¢tica, dentro y fuera del libro hay un polen de libertad. Las palabras, desamarradas, han engendrado ¡°otro tiempo¡±. Y lo que sigue es un episodio extraordinario, por lo que sucede y c¨®mo se cuenta. Sancho quita los arreos al jumento y, desobedeciendo lo establecido por los andantes caballeros, desali?a y quita la silla al caballo: ¡°Le dio la misma libertad que al rucio, cuya amistad de ¨¦l y de Rocinante?fue tan ¨²nica y tan trabada, que hay fama, por tradici¨®n de padres a hijos, que el autor de esta verdadera historia hizo particulares cap¨ªtulos de ella, mas que, por guardar la decencia y decoro que a tan heroica historia se debe, no los puso en ella¡±.
M¨¢s que censura, en realidad, lo que hace Cervantes, adelant¨¢ndose al ¡°arte de la omisi¨®n¡± de Hemingway (¡°Lo que vemos es la octava parte del iceberg¡±), es una pieza prodigiosa de sutileza para narrar el amor del rucio y de Rocinante:?¡°Despu¨¦s de cansados y satisfechos, cruzaba Rocinante?el pescuezo sobre el cuello del rucio y, mirando los dos atentamente el suelo, se sol¨ªan estar de aquella manera tres d¨ªas¡±.
Hay un humor gozoso, lleno de respeto, al describir esta relaci¨®n, que Cervantes compara con parejas cl¨¢sicas homosexuales como Niso y Eur¨ªalo y P¨ªlades y Orestes. Pocos a?os despu¨¦s, muerto Cervantes, todos los grandes poetas, como Lope y G¨®ngora, participar¨¢n en un florilegio po¨¦tico en honor a Felipe IV celebrando la haza?a de haber asesinado un toro de un arcabuzazo. Sin arte de omisi¨®n.
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