?Hay que controlar a los depredadores?
S¨®lo desde la ignorancia y la miop¨ªa se puede entender la gesti¨®n de la fauna en nuestro pa¨ªs
Hace nueve millones de a?os, lo que hoy es la comunidad de Madrid era como el Serengueti. Lo sabemos gracias a un maravilloso conjunto de yacimientos paleontol¨®gicos: el cerro de los Batallones, en Torrej¨®n de Velasco. Desde hace un cuarto de siglo tengo el privilegio de colaborar con un equipo de cient¨ªficos que est¨¢n sacando a la luz un tesoro incomparable de informaci¨®n sobre la evoluci¨®n de los ecosistemas y las faunas, y en particular de los grandes carn¨ªvoros. En aquel per¨ªodo, conocido como Mioceno, las praderas y bosques estaban habitados por una fauna espectacular que inclu¨ªa, entre otros, caballos de tres dedos, rinocerontes, ant¨ªlopes, jabal¨ªes gigantescos, y mastodontes, semejantes a nuestros elefantes actuales pero armados con cuatro defensas. Pero ning¨²n ecosistema est¨¢ completo sin sus depredadores, y sobre ¨¦stos, los yacimientos de Batallones aportan una riqueza asombrosa de f¨®siles. Los legendarios tigres de dientes de sable eran los reyes de la sabana, pero compart¨ªan su entorno con una variedad de carn¨ªvoros tales como los imponentes ¡°perros-oso¡± (conocidos por los paleont¨®logos como anfici¨®nidos), must¨¦lidos gigantes de la talla de un leopardo, osos verdaderos, hi¨¦nidos, y un largo etc¨¦tera.
El an¨¢lisis de semejante riqueza fosil¨ªfera nos ha permitido publicar estudios cient¨ªficos que han revolucionado a nivel mundial el estudio de la evoluci¨®n de los carn¨ªvoros, pero el p¨²blico espa?ol apenas conoce la existencia de este tesoro. Y esto es una pena porque todos tenemos derecho a conocer nuestro patrimonio paleontol¨®gico, que adem¨¢s tiene un potencial educativo enorme, sobre todo para desterrar conceptos trasnochados como el de la necesidad de ¡°gestionar¡± a los grandes carn¨ªvoros actuales. Y es que a aqu¨¦llos que desde tal o cual rinc¨®n de la pen¨ªnsula dicen cosas como ¡°aqu¨ª nunca hubo lobos¡± les resultar¨ªa ilustrativo conocer la verdadera historia de nuestra fauna. Los lobos, y muchos otros carn¨ªvoros, estaban aqu¨ª antes de que hubiese imaginarios helic¨®pteros del ICONA para soltarlos, mucho antes, de hecho, de que nuestra especie llegase a la pen¨ªnsula como lo que realmente somos: unos inmigrantes bastante recientes.
Hace nueve millones de a?os, lo que hoy es la comunidad de Madrid era como el Serengueti
Los yacimientos de Batallones son los m¨¢s importantes de Europa para el estudio de los carn¨ªvoros del Mioceno, pero nuestro registro f¨®sil demuestra que su riqueza faun¨ªstica no fue una excepci¨®n. Hay docenas de yacimientos en la Pen¨ªnsula que confirman c¨®mo esa riqueza se mantuvo, con sus l¨®gicas fluctuaciones, casi hasta la actualidad. Ya en el Pleistoceno inferior, hace un mill¨®n de a?os, las primeras poblaciones de hom¨ªnidos precedentes del Este llegaron a la pen¨ªnsula ib¨¦rica, y se encontraron un aut¨¦ntico para¨ªso natural. Tres especies de hom¨ªnidos llegaron en sucesivas oleadas: el Homo antecessor, el Homo heidelbergensis, y los famosos neandertales. Una vez aqu¨ª, nuestros antepasados convivieron con los ¡°tigres de dientes de sable¡±, pero tambi¨¦n con leones, hienas, osos, cuones y lobos. Todos ellos compet¨ªan por una enorme variedad de presas, incluyendo caballos, rinocerontes, bisontes, cabras monteses, c¨¦rvidos y elefantes.
Los humanos modernos, Homo sapiens, somos los inmigrantes hom¨ªnidos m¨¢s recientes. Llegamos a Iberia hace ¡°apenas¡± unos cuarenta mil a?os, en mitad de un severo per¨ªodo glacial, pero el clima g¨¦lido no imped¨ªa que la fauna mantuviese una riqueza que quitaba el aliento. Mamuts y rinocerontes lanudos, caballos, c¨¦rvidos, bisontes y uros galopaban por las estepas, bajo la mirada hambrienta de los leones, leopardos, hienas y, por supuesto, lobos. Aquellos primeros humanos modernos, conocidos por los antrop¨®logos como ¡°croma?ones¡±, eran cazadores-recolectores, y se integraron a los ecosistemas ib¨¦ricos como una especie de depredador m¨¢s. Con su tecnolog¨ªa superior y su compleja organizaci¨®n social, arrinconaron a los neandertales, que se extinguieron al cabo de unos pocos milenios. Pero tal vez el cambio m¨¢s dr¨¢stico en nuestra relaci¨®n con el medio la marc¨® la llegada del neol¨ªtico, cuando las tribus de cazadores n¨®madas se convirtieron en agricultores y ganaderos sedentarios y se inici¨® el proceso de ¡°domesticaci¨®n¡± de la naturaleza.
Con el paso de los milenios, los humanos rompimos el pacto de integraci¨®n en la diversidad ib¨¦rica, y nos convertimos en colonizadores en toda regla, arrog¨¢ndonos la hegemon¨ªa sobre todas las especies, y declarando la guerra abierta a los carn¨ªvoros. Por un lado los percib¨ªamos como amenazas para el ganado, y por otro lado la caza como medio de subsistencia humana dej¨® paso a la caza por diversi¨®n, sobre todo para las clases dirigentes de la antig¨¹edad, y al final hemos terminado tratando a las especies ¡°cineg¨¦ticas¡± como un monocultivo m¨¢s, eliminando a los depredadores del mismo modo que un agricultor fumiga sus tierras para eliminar las plagas de las cosechas. Estos son procesos esperables en una especie que se ha librado de muchos de los frenos que le impon¨ªa la ecolog¨ªa, y que da rienda suelta a sus impulsos de manera irreflexiva. Ni siquiera implican una actitud culpable.
Nos estamos jugando cosas m¨¢s serias que el hobby cineg¨¦tico de unos se?oritos
Pero a mediados del siglo XX empieza a insinuarse una naciente conciencia ecol¨®gica, y surge la necesidad de autojustificaci¨®n para perpetuar la persecuci¨®n contra los depredadores. As¨ª se desarrolla la teor¨ªa de que los carn¨ªvoros necesitan ser controlados por el ser humano porque, si se les dejase, acabar¨ªan con las poblaciones de sus presas y arruinar¨ªan el equilibrio de la naturaleza. Esta idea peregrina se convirti¨® en una m¨¢xima entre los que buscaban hacer ¡°ingenier¨ªa¡± con la naturaleza salvaje, y llev¨® a las autoridades de los parques nacionales de algunos pa¨ªses a erradicar a los depredadores para que sus presas viviesen mejor.
En la segunda mitad del siglo XX se sucedieron los estudios de campo concienzudos que demostraron el absurdo tr¨¢gico de esas medidas de control de depredadores. Hoy sabemos que la acci¨®n de los carn¨ªvoros tiene efectos ¡°en cascada¡± (es decir, que fluyen desde la c¨²spide de la pir¨¢mide ecol¨®gica hacia abajo) que benefician al ecosistema, repercutiendo en la salud de la vegetaci¨®n y hasta del agua. Pero adem¨¢s, los datos de la paleontolog¨ªa nos dan la perspectiva hist¨®rica necesaria, mostr¨¢ndonos que la biodiversidad actual no es m¨¢s que un fotograma en la pel¨ªcula de la evoluci¨®n de la biosfera. Si s¨®lo vemos el presente, nuestra percepci¨®n es plana porque nos falta la dimensi¨®n temporal. Ahora sabemos que la relaci¨®n entre los carn¨ªvoros, los herb¨ªvoros y las plantas es parte de un proceso de ¡°coevoluci¨®n¡± o evoluci¨®n conjunta, que se desarrolla a lo largo de millones de a?os, y cuando la especie humana interfiere con estos procesos es como soltar un elefante en una cacharrer¨ªa. El impacto de nuestras pr¨¢cticas de tala y quema para dar prioridad absoluta a los pastos durante los ¨²ltimos siglos ha desencadenado un proceso de desertizaci¨®n en la pen¨ªnsula cuyas consecuencias apenas estamos empezando a sufrir.
Ahora bien, la paleontolog¨ªa es una ciencia hist¨®rica, m¨¢s que experimental, y cabe preguntarse: ?ser¨ªa posible realizar un experimento que demostrase las hip¨®tesis basadas en el estudio del pasado? Podemos decir cuantas veces queramos que los espacios naturales de nuestra Europa podr¨ªan recuperar su salud, diversidad y productividad si dej¨¢semos de intervenir y de ¡°gestionarlos¡±, pero para demostrarlo ser¨ªa necesario un experimento.
Ese experimento ya se ha realizado, y en estas fechas est¨¢ de actualidad: se llama Chern¨®bil, y durante sus 30 a?os de abandono lleva demostrando lo que ocurre cuando se deja a una amplia zona librada a los mecanismos y equilibrios de la naturaleza. Desde los bosques que, libres de la gesti¨®n forestal de los funcionarios sovi¨¦ticos han recuperado una productividad asombrosa, hasta los lobos, que han regresado libremente a la zona y mantienen el equilibrio de una floreciente poblaci¨®n de ungulados, el escenario de la peor cat¨¢strofe nuclear de la historia se ha convertido tambi¨¦n en un gigantesco laboratorio en el que comprobar el funcionamiento de una naturaleza pr¨¢cticamente prehist¨®rica.
La complicidad de las administraciones con esa "extinci¨®n de alima?as" es un ejemplo de corrupci¨®n?
As¨ª pues, s¨®lo desde la ignorancia y la miop¨ªa se puede entender la ¡°gesti¨®n¡± de la fauna que se realiza en nuestro pa¨ªs, donde en los cotos de caza se matan miles de carn¨ªvoros todos los a?os a mayor gloria de un pasatiempo anacr¨®nico que esquilma el medio y retrasa la modernizaci¨®n de amplias regiones de Espa?a. Pero la complicidad de las administraciones con esa ¡°extinci¨®n de alima?as¡± de tintes franquistas es un ejemplo de corrupci¨®n en toda regla, poniendo el patrimonio natural de todos en manos de personas que no destacan por su sensibilidad ambiental, solidaridad o visi¨®n de futuro.
Por todo ello, querido lector, la proxima vez que oiga hablar de ¡°control de depredadores¡± le invito a que recuerde dos lugares: Batallones y Chern¨®bil. El pasado prehist¨®rico, el presente nuclear, y todo lo que ha ocurrido entre medias. Entonces sospechar¨¢ que nos estamos jugando cosas m¨¢s serias que el hobby cineg¨¦tico de unos se?oritos o la continuidad en el cargo de unos pol¨ªticos cortos de miras. Estamos hablando del aire que respiramos, del agua que bebemos, y de la continuidad de los procesos de la biosfera que nos mantienen con vida. Si ponemos estos factores en la balanza creo que las conclusiones caen de su peso.
Mauricio Ant¨®n es vicepresidente de Lobo Marley
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