Dinero (y no solo) para reconstruir la identidad de refugiados africanos
?C¨®mo se combate el estigma del que huye? El campo de Kakuma, con 190.000 personas, prueba desde explotar sus talentos a ofrecerles un sueldo o dinero en efectivo
Le llaman Manfriday, es su nombre art¨ªstico. El de nacimiento es Angelo Kochgor. Tiene 23 a?os y se etiqueta a s¨ª mismo como uno de los ni?os perdidos de las guerras de Sud¨¢n, esos que empezaron a llegar a Kenia sin familia a principios de los 90 y levantaron el campo de refugiados de Kakuma, en el condado de Turkana. Kochgor, con s¨®lo ocho a?os, cruz¨® a pie la frontera hacia Etiop¨ªa y de ah¨ª contin¨²o hacia el suroeste. Cree en su talento para cambiar las cosas. "Quiero hacer algo por mi generaci¨®n para que no pasen por lo que pas¨¦ yo", dice a¨²n con sudor en el rostro este joven nacido en Bentiu, en el Estado de Unity, parte hoy del convulso Sud¨¢n del Sur. Acaba de cantar para un grupo de reporteros extranjeros y colegas de Kakuma, todos ellos arropados por la iniciativa de la ONU y la organizaci¨®n FilmAid para dejar salir eso, su talento. Para que, al menos por un rato, se sacudan el estigma del refugiado. Que siga la m¨²sica.
Kakuma es uno de los campos de refugiados m¨¢s viejos y poblados del mundo (190.000 habitantes), pero tambi¨¦n, quiz¨¢ por eso y la falta de fondos, uno de los que trata de hacer las cosas diferentes para invertir en personas. A 10 minutos en 4x4 por las rutas de tierra de Kakuma se abre paso un vasto mercado que mezcla sin orden vendedores locales de Turkana y tenderos refugiados. Michael, de 40 a?os, es keniano. Regenta una tienda de alimentos b¨¢sicos. "?Los favoritos? Las cebollas, el ma¨ªz, la harina de trigo, las jud¨ªas...", responde mientras trajina con un par de m¨®viles. Saca la tarjeta SIM de uno y la mete en otro. Hay cola. En un poste del local, un cartel¨®n con las palabras "Bamba Chakula", esto es, "Consigue tu comida", traducido de una jerga nacida del suahili. Es el nombre de una l¨ªnea de distribuci¨®n de comida coordinada por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU. El objetivo: entregar dinero efectivo a los refugiados a trav¨¦s de las SIM para que compren lo que quieran y puedan.
Esto dentro de unos m¨¢rgenes. La idea del PMA es dar al refugiado, que ans¨ªa una alimentaci¨®n m¨¢s variada, como pudo comprobar este periodista, la posibilidad de comprar, sobre todo, carne y verduras, m¨¢s caras y excluidas de las raciones tradicionales en especies, parte fundamental a¨²n de la provisi¨®n de la ONU. Deng Ekol, sursudan¨¦s de 26 a?os, miembro de una familia de ocho, lleva en una mano su lista de la compra escrita en papel y en la otra, el m¨®vil. C¨®mo funciona: ha recibido un mensaje del programa Bamba Chakula con el efectivo del que dispone. Siendo una familia tan grande tocan a 300 chelines por cabeza al mes, algo m¨¢s de 2,5 euros. Se gasta lo que quiere y el vendedor le manda el recibo en un SMS. En unos minutos, otro mensaje le dir¨¢ a Ekol lo que le queda en cuenta.
Pero no llueve a favor de todos. Kakuma es un campo que tiende a la inflaci¨®n. Seg¨²n los datos de la ONU, el precio medio de la cesta b¨¢sica de alimentos en Kakuma es un 25% m¨¢s alto que en Dadaab, el campo de refugiados m¨¢s grande del mundo (m¨¢s de 340.000 personas), situado en la franja oriental keniana, junto a Somalia. Sebason Micheal, burund¨¦s de 19 a?os, ronda el mercado con ganas de hablar. Y no parece que para elogiar las bondades del programa del PMA. "En cualquier tienda encuentras cosas m¨¢s baratas que en las de Bamba Chakula", dice sin desmontar. Tampoco tiene buenas palabras para las raciones en especies. "A todos nos dan sorgo", se queja, "y no todos lo comemos, como yo". Tampoco los somal¨ªes. Arranca y se va a la caza de cliente. La moto no es suya, la renta por 500 chelines (4,5 euros) como boda boda, (mototaxi), y lo que se saque a partir de ah¨ª es para ¨¦l.
La transferencia de efectivo v¨ªa SIM funciona, pero el PMA admite que no cuentan con fondos y necesita m¨¢s de los donantes. La experiencia les servir¨¢, no obstante, para que la aportaci¨®n mensual a los refugiados del nuevo campo colindante en el que trabaja la ONU, el de Kalobeyei, a 10 kil¨®metros de distancia, sea 100% en efectivo a trav¨¦s del Bamba Chakula. Este dinero, en cualquier caso, no es contante y sonante. Solo va de m¨®vil a m¨®vil.
El PMA admite que no cuentan con fondos y necesita m¨¢s de los donantes
S¨ª lo es el efectivo que las diferentes organizaciones dan a los trabajadores refugiados. Obend Oboye, de 24 a?os, es uno de ellos. Proviene del Estado sursudan¨¦s de Jonglei. Est¨¢ dando clase de ingl¨¦s, hasta que se le interrumpe, a 111 alumnos de uno de los 21 colegios de primaria de Kakuma. Accede a sacar a uno de sus estudiantes, un menor de 15 a?os compatriota. "?Lo que m¨¢s me gusta?", dice el joven Ruei Larka Ruei, "el ingl¨¦s, claro". El profesor est¨¢ delante. Los maestros, cuenta Collins Onyango, de la Federaci¨®n Luterana, pueden ganar en torno a los 60 d¨®lares al mes. Unos 80 si dirige un departamento. En la clase de al lado, otro profesor escribe en la pizarra "el ego¨ªsmo nos frena de ser amables".
El trabajo del refugiado es esencial: para los campos, porque aporta mano de obra, y para ¨¦l mismo, porque ayuda a reconstruir su identidad. En uno de los dos hospitales de Kakuma se lamentan, no obstante, de no contar ni con un solo m¨¦dico refugiado entre su personal. As¨ª que la saturaci¨®n cuando hay picos muy altos de enfermedades, como el de la malaria estos d¨ªas, obliga a los doctores a hacer hasta 100 consultas al d¨ªa, el doble de lo recomendado por la Organizaci¨®n Mundial de la Salud. Lo que s¨ª hay son enfermeros refugiados entrenados por ONG como el International Rescue Committee. Cobran entre 50 y 60 d¨®lares. Dos se acercan al ni?o de Mana Yohare, congole?a de 37 a?os huida de la guerra en el este de su pa¨ªs. "No quiero volver", dice. Su peque?o de ocho meses, uno de los seis hijos que tiene, padece neumon¨ªa. Madre y beb¨¦ tienen cama, aunque el espacio se aprieta como el presupuesto: 32 camas para 60 ni?os.
Kakuma, a cuentagotas, ofrece un pellizco de identidad en uno de los rincones m¨¢s olvidados de la ruta sur de los refugiados, la ruta africana. No es suficiente. Volvemos a la casetas donde se desahogan con el micro en la mano y un poco de playback un grupo de adolescentes con maneras de raperos. Volvemos a Manfriday. ?Regresr¨ªa a Sud¨¢n del Sur? "S¨ª, pero no como la persona que soy, quiero volver como alguien con un gran futuro". Identidad.?
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