Col¨®n tambi¨¦n descubri¨® el cambio clim¨¢tico
El navegante estableci¨® una relaci¨®n entre los bosques y las lluvias
En julio de 1494, durante su segundo viaje, la flota de Crist¨®bal Col¨®n navegaba entre Cuba y Jamaica bajo la lluvia torrencial del monz¨®n. La expedici¨®n corr¨ªa peligro: las trombas de agua inundaban las bodegas y corromp¨ªan las provisiones, y el calor sofocante hac¨ªa imposible conservar los alimentos. Durante varios d¨ªas, el avituallamiento de la tripulaci¨®n dependi¨® de la ayuda de los indios. En esta situaci¨®n cr¨ªtica, Crist¨®bal Col¨®n hac¨ªa la siguiente reflexi¨®n: "El cielo, la disposici¨®n del aire y del tiempo en estos lugares son los mismos que en los alrededores", es decir, que "cada d¨ªa aparece una nube cargada de una lluvia que dura una hora, a veces m¨¢s y a veces menos, hecho que se atribuye a los grandes ¨¢rboles de este pa¨ªs". La prueba que Col¨®n aporta acerca del v¨ªnculo entre la cubierta forestal y las precipitaciones es la siguiente: sab¨ªa "por experiencia" que lo mismo hab¨ªa ocurrido con anterioridad "en Canarias, en Madeira y en las Azores", pero que desde que cortaron los ¨¢rboles "que las atestaban, ya no se generan tantas nubes ni tanta lluvia como antes". Si, en efecto, Crist¨®bal Col¨®n empez¨® a preparar el terreno para la teor¨ªa del cambio clim¨¢tico de origen humano, surgen dos preguntas: ?por qu¨¦ se preocupaba por ello? y ?de d¨®nde sac¨® esa idea?
El clima del Caribe reviste una importancia fundamental para Col¨®n porque debe convencer a sus lectores y su patrocinadora (Isabel) de la habitabilidad de los territorios situados en la "zona t¨®rrida" ¡ªque se cre¨ªa inhabitada por el ser humano¡ª de la geograf¨ªa antigua. A pesar de las colonias portuguesas de ?frica, la habitabilidad de la zona t¨®rrida segu¨ªa pareci¨¦ndoles problem¨¢tica a los intelectuales del siglo XV. Y, por esa raz¨®n, Col¨®n recogi¨® en su diario de a bordo numerosas observaciones sobre el clima seductor de los lugares que descubri¨® bajo los tr¨®picos. Por ejemplo, describi¨® la temperatura de Cuba como la de una "noche de mayo en Andaluc¨ªa". Tambi¨¦n describi¨® Jamaica en t¨¦rminos superlativos como la isla m¨¢s hermosa que hasta el momento ha encontrado, con ¨¢rboles "inmensos y rectos como m¨¢stiles de carracas". Pero la experiencia del monz¨®n trastocaba esa imagen de las islas caribe?as como espacios sin igual para las oportunidades coloniales. Y esa fue la raz¨®n por la que invoc¨® la posibilidad, incluso la certeza, de un cambio clim¨¢tico. Era necesario que se entendiese que la explotaci¨®n de la madera ¡ªen s¨ª misma muy rentable¡ª liberar¨ªa a las islas de los bosques que las "atestaban"; transformar¨ªa el clima porque, como nos explicaba Col¨®n, los ¨¢rboles "generan nubes y lluvia".
Auge azucarero y deforestaci¨®n
Segunda pregunta: ?de d¨®nde sac¨® Col¨®n la idea, aparentemente extra?a, de que el bosque "genera" lluvia? La teor¨ªa clim¨¢tica del navegante genov¨¦s proven¨ªa de su experiencia directa del primer "choque ecol¨®gico" de la historia. Las islas de Madeira y Porto Santo ¡ªinhabitadas por el hombre antes de la llegada de los portugueses en 1419¡ª experimentaron, en pocos decenios, unos cambios medioambientales brutales. Madeira, "la isla de la madera", se convirti¨® en el primer centro mundial de producci¨®n de az¨²car. Durante la d¨¦cada de 1450, el capital europeo y los esclavos africanos convergieron en Madeira para convertirla en la primera econom¨ªa de plantaci¨®n de la historia. Pero la producci¨®n de az¨²car consume mucha energ¨ªa. Hacia 1510 se hab¨ªa talado un tercio de la superficie de la isla. Sin madera para alimentar las refiner¨ªas y tambi¨¦n a causa del empobrecimiento del suelo, la producci¨®n de az¨²car se hundi¨®.
Cuando, en la d¨¦cada de 1470, Crist¨®bal Col¨®n era un comerciante genov¨¦s afincado en Lisboa, se benefici¨® del auge azucarero. Adem¨¢s, en 1478, se cas¨® con Felipa Moniz, hija del conquistador de Porto Santo. Por tanto, Col¨®n estaba en buena posici¨®n para entender los trastornos medioambientales que tra¨ªa consigo la colonizaci¨®n. Un relato en particular debi¨® de alimentar la reflexi¨®n clim¨¢tica de Col¨®n: tiene que ver con El Hierro. Esa isla canaria simbolizaba los confines del mundo conocido y tambi¨¦n era c¨¦lebre por albergar un ¨¢rbol prodigioso, que al parecer ten¨ªa la propiedad de atraer las nubes y condensar la lluvia.
Leyenda guanche
Seg¨²n la leyenda, los guanches ind¨ªgenas conoc¨ªan una fuente celestial, un ¨¢rbol prodigioso (el garo¨¦ en idioma guanche) que les suministraba agua. El secreto hab¨ªa estado bien guardado hasta que una mujer guanche enamorada de un soldado espa?ol se lo revel¨® a los conquistadores. En realidad, desde la primera expedici¨®n normanda de 1402, los cronistas franciscanos que viajaron con ella destacaron la presencia de ¨¢rboles extraordinarios "de los que siempre gotea un agua hermosa y clara, la mejor que se pod¨ªa encontrar para beber". Crist¨®bal Col¨®n, que se avituall¨® en las Canarias para sus sucesivas expediciones, ten¨ªa que conocer necesariamente aquel prodigio tan famoso a finales del siglo XV, y es probable que de ah¨ª dedujese la capacidad de desecaci¨®n de la deforestaci¨®n.
La teor¨ªa colombina del cambio clim¨¢tico causado por la deforestaci¨®n parece haber gozado de una aceptaci¨®n generalizada entre los primeros colonos espa?oles que llegaron a Am¨¦rica. Seg¨²n escrib¨ªa desde Santo Domingo en 1548 Fern¨¢ndez de Oviedo, un importante administrador, la mejor¨ªa del clima no era una simple esperanza, sino una prueba fehaciente: hab¨ªa llegado al convencimiento de que "estas tierras allanadas [La Espa?ola] y habitadas por los cristianos desde 1492 han cambiado mucho y lo hacen cada d¨ªa m¨¢s (...), su constituci¨®n es m¨¢s templada y hace menos calor".
En el siglo XVI, los discursos espa?oles sobre el clima del Nuevo Mundo casi siempre iban ligados a cuestiones de soberan¨ªa y de derecho. De hecho, ten¨ªan menos que ver con la naturaleza de los lugares conquistados que con la legalidad natural de su conquista. El cambio clim¨¢tico reflejaba y santificaba el paso de una soberan¨ªa a otra, la falta de dominio sobre una naturaleza dejada a su aire invalidaba las pretensiones ind¨ªgenas respecto de la soberan¨ªa. El cambio clim¨¢tico era, de hecho, un argumento providencial a favor del reino mundial de Carlos V.
Jean-Baptiste Fressoz es investigador del CNRS. Va a publicar, junto con Fabien Locher, Le climat fragile de la modernit¨¦, Par¨ªs, Le Seuil, 2017, de donde se ha extra¨ªdo este pasaje.
Traducci¨®n de News Clips.
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