Qu¨¦ es la dignidad
El concepto se usa en toda clase de contextos ¡ªtratados, Constituciones, leyes, resoluciones judiciales¡ª, pero siempre queda pendiente de definir. Su esencia se presupone o su entendimiento se conf¨ªa al buen sentido
"Esc¨¢ndalo de la filosof¨ªa¡± llam¨® Kant al hecho de que faltara un argumento decisivo sobre la existencia de la realidad objetiva fuera del yo. Dos siglos m¨¢s tarde, el esc¨¢ndalo de la filosof¨ªa es, a mi juicio, que todav¨ªa falte un argumento decisivo sobre la existencia de la dignidad ¡ªesa realidad moral¡ª y sobre su contenido. No hay noci¨®n filos¨®fica m¨¢s influyente y transformadora y, sin embargo, carece de un fil¨®sofo a la altura de su importancia. El Diccionario de filosof¨ªa de Ferrater Mora ni siquiera le concede una entrada a lo largo de sus cuatro tomos.
Se usa con profusi¨®n en toda clase de contextos a guisa de fundamento te¨®rico ¡ªtratados y organizaciones internacionales, Constituciones pol¨ªticas, declaraciones de derechos humanos, leyes y resoluciones judiciales¡ª, pero invariablemente su esencia se presupone o su entendimiento se conf¨ªa al buen sentido, quedando, por eso mismo, a la espalda y pendiente de definir. Incluso, ya en nuestro siglo, ha inspirado el movimiento social de los indignados sin que estos hayan sentido la necesidad de precisar antes, siquiera elementalmente, qu¨¦ es aquello cuya ausencia enciende su ira y su protesta.
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?Qu¨¦ es, pues, la dignidad?
Kant distingui¨® entre lo que tiene precio y lo que tiene dignidad. Tienen precio aquellas cosas que pueden ser sustituidas por algo equivalente, en tanto que aquello que trasciende todo precio y no admite nada equivalente, eso tiene dignidad. Solo el hombre posee con pleno derecho, incondicionalmente, esa cualidad de incanjeable, fin en s¨ª mismo y nunca medio. Imaginemos una carretera p¨²blica en construcci¨®n cuyo trazado debe pasar por una finca privada: el Estado est¨¢ facultado para expropiarla, pagando el justiprecio, porque el inter¨¦s particular cede ante el superior inter¨¦s general. La finca es expropiable, pero su propietario naturalmente no lo es, ni siquiera en nombre del bien com¨²n, por cuanto el inter¨¦s particular cede ante el general; pero a su vez el general cede ante la dignidad individual, para la que no hay justiprecio posible.
Podr¨ªa definirse la dignidad precisamente como aquello inexpropiable que hace al individuo resistente a todo, incluso al inter¨¦s general y al bien com¨²n: el principio con el que nos oponemos a la raz¨®n de Estado, protegemos a las minor¨ªas frente a la tiran¨ªa de la mayor¨ªa y negamos al utilitarismo su ley de la felicidad del mayor n¨²mero.
La dignidad hace al individuo resistente a todo, incluso al inter¨¦s general y al bien com¨²n
La dignidad es idea de larga genealog¨ªa intelectual, pero solo en la Ilustraci¨®n se configura como propiedad inmanente de lo humano, sin m¨¢s fundamento que la humanidad misma, a la luz del convencimiento, expresado por Tocqueville, de que ahora ¡°nada sostiene ya al hombre por encima de s¨ª mismo¡±. Somos los hombres quienes nos reconocemos unos a otros la dignidad; es decir, mutuamente nos concedemos por convenci¨®n un valor incondicional¡ no sujeto a convenciones.
Con todo, el concepto ilustrado de dignidad experimenta una mutaci¨®n extraordinaria en el siglo XX a consecuencia de su democratizaci¨®n. Porque en Kant la dignidad todav¨ªa conserva resabios aristocr¨¢ticos al presentarla dependiente de nuestra racionalidad moral, que excluye en la pr¨¢ctica muchos casos, mientras que el concepto democr¨¢tico obra una especie de universalizaci¨®n de esa distinci¨®n aristocr¨¢tica a todo sujeto existente. Una aristocracia de masas.
La dignidad democr¨¢tica se recibe por nacimiento y otorga a su titular derechos sin m¨¦rito moral alguno por su parte, v¨¢lidos incluso aunque desmienta esa dignidad de origen con una odiosa indignidad de vida. Es irrenunciable, imprescriptible, inviolable, aquello que siendo inmerecido merece un respeto y coloca en cierto modo al resto de la humanidad en situaci¨®n de deudora. Es ¨²nica, universal, an¨®nima y abstracta, por lo que prescinde de las determinaciones (cuna, sexo, patria, religi¨®n, cultura o raza) en las que se fundaban el surtido variado de las antiguas dignidades. Es, en fin, una dignidad cosmopolita, la misma por igual para todos los hombres y mujeres del planeta. Pues ahora nos parece una verdad evidente que nadie es m¨¢s que nadie y que, como dijo Juan de Mairena, ¡°por mucho que un hombre valga, nunca tendr¨¢ valor m¨¢s alto que el de ser hombre¡±.
La felicidad como tal es una posibilidad que ha quedado clausurada para los contempor¨¢neos
Aunque inviolable, la dignidad sigue siendo hoy violada mil veces cada d¨ªa. La diferencia con otros tiempos estriba en que ahora, en este estadio democr¨¢tico de la cultura, ya nadie puede hacerlo sin envilecerse. La repugnancia que nos inspiran los cotidianos atropellos nos despierta un sentimiento a¨²n m¨¢s vivo de nuestro propio valor. Y cuanto m¨¢s seguros estamos de esa dignidad originaria, tanto m¨¢s tr¨¢gicamente tomamos conciencia de la mayor de las indignidades, la absoluta, esa que no es de naturaleza personal ni social, sino metaf¨ªsica: la muerte. Qu¨¦ parad¨®jica condici¨®n la nuestra, dotada de dignidad de origen y abocada extra?amente a una indignidad de destino.
Cada uno de nosotros experimenta en carne propia la contradicci¨®n de un mundo que, con una mano, nos concede el gran premio de la dignidad individual, ¨²ltimo y supremo estadio de la evoluci¨®n de la vida; pero luego, con la otra, nos lo revoca reserv¨¢ndonos la misma indigna suerte que al resto de los seres menos evolucionados. El pobre como el rico, el ignorante como el sabio, el c¨¦lebre como el an¨®nimo, el afortunado tanto como el desventurado, todos igualmente agitados por este dramatismo universal de la doliente epopeya humana.
Demasiado conscientes de esta indignidad metaf¨ªsica ¨²ltima, la felicidad como tal es una posibilidad que ha quedado clausurada para nosotros, los contempor¨¢neos. Por encima de ser feliz est¨¢ el ser individual. Siempre quedar¨¢ a nuestro alcance, en cualquier circunstancia, por dif¨ªcil que se presente, el obrar conforme a esa dignidad que ya hemos intuido y probado. Lo nuestro ya no es ser felices, sino ser dignos de ser felices, aunque de hecho no podamos serlo. Lo nuestro es dotar a nuestra vida individual de una forma insustituible, para que as¨ª nuestra muerte sea verdaderamente un atropello intolerable. Que resulte manifiesto para el mundo que nuestra muerte constituye una objetiva p¨¦rdida, una destrucci¨®n absurda y sin sentido, una visible injusticia.
La m¨¢xima que guiar¨¢ nuestras vidas a partir de ahora ser¨¢: ¡°Comp¨®rtate de tal manera que tu muerte sea escandalosamente injusta¡±.
Javier Gom¨¢ Lanz¨®n es fil¨®sofo y autor de Filosof¨ªa mundana. Microensayos completos.
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